Los hechos tuvieron lugar el 26 de agosto de 1990
Se cumplen 25 años del capítulo más sangriento de la España negra
El pueblo intenta olvidar los crímenes y pasar página
Emilio Izquierdo, tras ser detenido por la Guardia Civil tras el crimen de Puerto Hurraco, en 1990 BRÍGIDO
El bar Sabino es el único punto de encuentro, la única diversión, entre los vecinos de Puerto Hurraco (Badajoz). Con 1.100 habitantes censados, la población se duplica en agosto por la llegada de los vascos que en los años 60 y 70, como tantos extremeños, cogieron la maleta y se fueron a buscarse la vida, abandonando una pedanía marcada a sangre y fuego por lo que ocurrió hace exactamente 25 años. El 26 de agosto de 1990, los hermanos Emilio y Antonio Izquierdo irrumpieron con alevosía y nocturnidad en la única calle del pueblo y dejaron a su paso nueve cadáveres.
Cayeron mayores, tres de la familia de los Cabanillas (sus enemigos) y cualquiera que pasara por allí, hasta niños. El pueblo quedó marcado ese día para siempre con el título cruento que refleja la España profunda. Nunca se lo ha quitado de encima.
Sus habitantes, y las siguientes generaciones de emigrantes que ahora disfrutan en el pueblo durante estos días de descanso, no reciben bien a los periodistas. Silencio. Es mejor olvidar. No hay explicaciones, aunque ya no queda ningún lazo sanguíneo de las dos familias reñidas durante décadas por lindes, amores o incendios injustificados.
Todos quieren pasar página, los que los vivieron esa eterna noche (como Sabino, que ayudaba entonces a su padre en la barra del bar y que asegura que no escuchó los disparos) y los que ese fatídico día no estaban allí (como Juan Manuel, que entonces era camarero en Guipúzcoa). "Por lo menos, el 70% de los que nos vimos obligados a emigrar nos fuimos allí, sobre todo a Zarauz, porque tenía mar, había ambiente, posibilidades de salir adelante... y salimos adelante", señala Juan Manuel.
"Yo tengo dos hijos, que ahora me ayudan en el bar. Entonces ni siquiera habían nacido. Jamás hemos hablado en casa de ello, ni les he contado lo que pasó. ¿Para qué? Creo que no les va a ayudar en nada; tenemos que mirar hacia el futuro", opina.
En la calle Carrera se encuentra aún ubicada la vivienda de los Izquierdo, donde murió la madre de los asesinos tras un incendio sin aclarar, posible origen de la venganza que terminó con nueve muertos. Está abandonada, semiderruida por dentro, con los cristales rotos, cosida ahora a pintadas (no hay rastro de las balas en ningún edificio), aunque ninguna reivindicativa del suceso. Se espera que sea demolida antes de final de año.
El caso lo recuerda Guillermo Fernández Vara, hoy presidente de la Junta de Extremadura y entonces uno de los dos forenses encargados del caso. Tenía 31 años y asistió como forense al juicio y, después, al ser condenados los hermanos, fue a la enfermería de la cárcel en varias ocasiones para realizar los estudios médicos. "Emilio era el mayor y dominaba a Antonio", recuerda Vara, quien subraya que, "aunque tenían un estilo muy primitivo en la forma de ser, en el hablar, no eran nada tontos y, de hecho, se buscaron a abogados importantes para intentar que no fueran condenados con penas de cárcel por los homicidios, sino que alegaron trastorno compartido -como las hermanas- para ir a un psiquiátrico, porque lo que querían, como fuera, y eso lo repetía mucho Emilio, era ir a ver a las hermanas".
La imagen de la detención de Emilio Izquierdo a manos de dos guardias civiles, entre trigales, dio la vuelta al mundo. Su autor, el fotógrafo Brígido Fernández, del diario Hoy, recuerda que ganó por su venta entre siete y ocho millones de pesetas de las de 1990. "El ruido del helicóptero que los perseguía, también el de un disparo seco de una escopeta de cartuchos y la confianza que fuimos cogiendo con la Guardia Civil, al estar toda la noche con ellos sin dormir, nos condujo al momento de la detención, sobre las siete de la mañana, cuando lo traían para el pueblo, y fuimos los únicos que pudimos estar allí", recuerda.
Cayeron mayores, tres de la familia de los Cabanillas (sus enemigos) y cualquiera que pasara por allí, hasta niños. El pueblo quedó marcado ese día para siempre con el título cruento que refleja la España profunda. Nunca se lo ha quitado de encima.
Sus habitantes, y las siguientes generaciones de emigrantes que ahora disfrutan en el pueblo durante estos días de descanso, no reciben bien a los periodistas. Silencio. Es mejor olvidar. No hay explicaciones, aunque ya no queda ningún lazo sanguíneo de las dos familias reñidas durante décadas por lindes, amores o incendios injustificados.
Todos quieren pasar página, los que los vivieron esa eterna noche (como Sabino, que ayudaba entonces a su padre en la barra del bar y que asegura que no escuchó los disparos) y los que ese fatídico día no estaban allí (como Juan Manuel, que entonces era camarero en Guipúzcoa). "Por lo menos, el 70% de los que nos vimos obligados a emigrar nos fuimos allí, sobre todo a Zarauz, porque tenía mar, había ambiente, posibilidades de salir adelante... y salimos adelante", señala Juan Manuel.
El caso lo recuerda Guillermo Fernández Vara, hoy presidente de la Junta de Extremadura y entonces uno de los dos forenses encargados del caso. Tenía 31 años y asistió como forense al juicio y, después, al ser condenados los hermanos, fue a la enfermería de la cárcel en varias ocasiones para realizar los estudios médicos. "Emilio era el mayor y dominaba a Antonio", recuerda Vara, quien subraya que, "aunque tenían un estilo muy primitivo en la forma de ser, en el hablar, no eran nada tontos y, de hecho, se buscaron a abogados importantes para intentar que no fueran condenados con penas de cárcel por los homicidios, sino que alegaron trastorno compartido -como las hermanas- para ir a un psiquiátrico, porque lo que querían, como fuera, y eso lo repetía mucho Emilio, era ir a ver a las hermanas".
La imagen de la detención de Emilio Izquierdo a manos de dos guardias civiles, entre trigales, dio la vuelta al mundo. Su autor, el fotógrafo Brígido Fernández, del diario Hoy, recuerda que ganó por su venta entre siete y ocho millones de pesetas de las de 1990. "El ruido del helicóptero que los perseguía, también el de un disparo seco de una escopeta de cartuchos y la confianza que fuimos cogiendo con la Guardia Civil, al estar toda la noche con ellos sin dormir, nos condujo al momento de la detención, sobre las siete de la mañana, cuando lo traían para el pueblo, y fuimos los únicos que pudimos estar allí", recuerda.
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