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JULIO TOVAR / MADRID
Día 22/08/2015 - 02.40h
Este país de tradición neutral fue una de las pocas naciones que no fue invadida por el III Reich ¿Por qué sucedió esto?
Adolf Hitler anunció en febrero de 1937 al canciller Edmund Schulthess que en cualquier situación «respetaría la inviolabilidad y neutralidad de Suiza». Esta declaración, que recoge Christian Leitz en su libro sobre los estados neutrales en la II Guerra Mundial, se mantuvo incluso poco antes de la invasión a Polonia, donde volvió a afirmar que «Suiza no tendría nada que temer». La pregunta, entonces, queda clara ¿Por qué Hitler respetó a un país ubicado en el corazón de Europa? No era una potencia periférica, como Turquía o España, y suponía una de las joyas del capitalismo mundial a través de sus banqueros. Más aún, las medidas de los años 30 en Alemania llevaron a perseguir a las fortunas judías en Suiza, tal como estudió Richard Z. Chesnoff en su vehemente obra.
Ahora bien, a lo largo de la II Guerra Mundial las opiniones de Hitler variaron, y se llegaron a establecer planes de invasión muy precisos para borrar «esa espinilla en Europa», según definición tardía del propio Führer, que también la consideraba una «aberración» en el volk alemán. Todo empezó poco después de la caída de Francia
Talar el árbol de navidad
Leitz recoge una conversación para 1941 entre Hitler con Mussolini y Ciano donde cuenta su verdadera opinión sobre el estado suizo. Para el Führer:
«Suiza posee el sistema político y la gente más desagradable y miserable. Los Suizos son enemigos mortales de la nueva Alemania (...) Ante la pregunta del Duce sobre si Suiza es un anacronismo de verdad, si tendría algún futuro, el ministro de exteriores del Reich -Ribbentrop- sonrió y le dijo al Duce que tendría que discutir de esto con el Führer»
La fecha no es casual: los planes de invasión de Suiza databan de un año antes. Es la llamada «Operation Tannenbaum» (Operación árbol de navidad), que fue iniciada el 25 de junio de 1940. La conquista y anexión de Francia, derrotada con gran facilidad, dejó al país helvético totalmente rodeado. Y, como pasó con la invasión de Napoleón, el control del Rin equivalía a dejar el lado oeste, el más frágil físicamente, a merced de una invasión externa. Un ataque simultáneo en el oeste y en el sur habría provocado el «pánico» de los suizos. El alto mando nazi llegó a planificar 21 divisiones alemanas frente apenas 13 suizas. Muy pronto las divisiones bajaron de 21 a 11, pero la planificación fue minuciosa. El dirigente suizo Henri Guisan aumentó la defensa como consecuencia, especialmente por el sur, entre San Mauricio y el paso de San Gotardo.
Para Hitler el ejército suizo no suponía ningún rival, y llama a sus soldados «de juguete» en el controvertido y disputado libro de conversaciones con H. R. Trevor-Roper. A pesar de esto, el ejército suizo preparó varias divisiones en el llamado «Réduit national», un sistema defensivo ideado a lo largo del siglo XIX con el objeto de evitar la repetición de la invasión napoleónica. Se buscaría, también, ubicar a la población al norte, donde las fronteras físicas montañosas eran prácticamente infranqueables.
La circunstancias se adelantaron a esta operación: el 11 de noviembre de 1940 una llamada de teléfono del Capitán Worgtzky acabó con esta operación. En palabras de este «esta operación ya no es relevante dado que ha sido sobrepasada por los eventos». La invasión de Rusia aguardaba para la primavera próxima y los recursos alemanes, según Stephen Halbrook, «no eran infinitos». Otro plan posterior, presentado en octubre de ese año, buscaba también aprovechar el flanco abierto por la frontera francesa, pero quedó en el olvido. El pánico del país helvético llevó a que, según un documento del historiador Willi Gautschi, se buscara la protección aérea de la RAF británica. A lo largo del año 41 la situación se enfrió y devino simplemente en una guerra comercial. Los suizos proporcionaron equipos ópticos y maquinaria de guerra a los nazis, a la vez que mantenían intacto su comercio con los aliados. Esto provocó una tensión diplomática, pero la necesidad de estos productos impidió cualquier acción punitiva de los dos lados.
Será en el año 43 cuando Hitler busque otra vez reactivar los planes de invasión. Al final de este año Herman Böhme planificó una invasión con doce divisiones y tres de montaña. Se buscaba esta vez una invasión por el norte y capturar las industrias intactas. La invasión aliada de Italia, a finales de este año, hizo imposible cualquier acción contra Suiza, que sobrevivió como uno de los pocos países en los cuales los nazis no pusieron sus botas.
La Alemania del este y el banco de Europa
Suiza fue vista siempre por los jerarcas nazis como parte del tronco alemán, a pesar de su composición multiétnica. Se concretaba en un concepto de anexión especial del país, Zusammenwachsen («amalgamiento»), con el III Reich alemán. De hecho, en 1942 Heinrich Himmler intentó crear una sucursal de las SS bajo este precepto y siguiendo las divisiones flamencas o valonas: «SS Schweiz». El propio Himmler nunca concibió un estado títere, sino más bien una provincia más del III Reich, en el estilo de la planificación de los jerarcas nazis con parte de la Polonia dominada por colonos alemanes. Esto traería, también, problema con los estados cuyas comunidades lingüísticas se contenían en el país helvético. Este era el caso de Italia o la Francia de Pétain. De ahí el interés de Mussolini en el cantón de Tesino, parte del irredentismo italiano y que llevaría a la citada discusión con Hitler en el año 41.
En ese sentido, todos estaban interesados en Suiza, pero todavía estaban más interesados en su poder económico. Según Klaus Umer, cualquier intervención en Suiza habría blindado el Banco de Pagos Internacionales en Basilea. Para Walker Funk, ministro económico del III Reich, «este debe ser especialmente protegido y resguardado». Este interés económico, innegable, se une al industrial que hemos citado. Leitz es totalmente preciso y cita una ampliación de 66 millones de francos suizos en 1938 a nada menos que 375 millones para 1942 en exportaciones de productos bélicos. Los aliados en su comercio con Suiza nunca pasaron de los 20 millones.
La industria helvética era una aportación fundamental, en definitiva, que permitía mantener la guerra, y también gran parte de la electricidad del sur de Alemania. El propio Führer, en una conversación que recoge Leitz, dijo claramente que «en caso de conflicto con Suiza no debemos llevarlo al extremo, y sería mejor una solución de compromiso».
Un país entre dos mundos
Suiza jamás dejó de comerciar con los dos bandos y a pesar de la tensión en el año 41 su posición quedó bien resguardada. Tanto su sistema de defensas como la necesidad de todos los países de sus industrias la resguardaron. Irónicamente, los soldados de la Wehrmacht cantaban esta canción en los años de la guerra donde hablaban de una conquista próxima de Suiza:
«Die Schweiz, die ist ein Stachelschwein
Die nehmen wir zum Dessert ein
Dann geh'n wir in die weite Welt
Und holen uns den Roosevelt»
«Suiza es un puercoespín
Que tomamos de postre
Entonces iremos a por el mundo entero
Y traednos a Roosevelt»
Y esa imagen de un puercoespín, con sus púas como metáfora de las montañas, bien vale para el papel que jugó en una guerra donde sus banqueros e industriales fueron acreedores de todos. Ellos fueron su verdadero Guillermo Tell.
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