De sobra son conocidos los aires y los modos de los viejos camareros madrileños (digamos que seco, cuanto menos). Y existe una serie de tabernas, céntricas todas ellas, que han hecho de su ultrajante trato al cliente santo y seña de la casa. Populares, castizas, con alma, no suelen estar vacías (más bien todo lo contrario) y, en muchas ocasiones, terminan convirtiéndose en nuestras direcciones favoritas para ir a tomar una caña, un vermú de aperitivo o una racioncita de lo que se tercie. Por eso hemos decidido recopilar algunas en esta ruta de tascas únicas e insuperables que, con cariño, solemos llamar la ruta gastromasoquista.
Pistoletazo de salida en El Cangrejero (Amaniel, 25). Inmune al paso del tiempo y ajeno a las modas que llenan de tascas de nuevo cuño la zona del Conde Duque (en la que se ubica), este bar conserva (casi) intacta esa encantadora decoración propia de otra época: barra de aluminio, azulejos verdes en las paredes, pizarras que anuncian la oferta...
Ángel Peinado, parco en palabras (nótese la ironía), es el actual propietario del local y el responsable de tirar las que, probablemente, sean las mejores cañas de la ciudad. Lo hace con calma, en dos tiempos, y el resultado es precioso: espuma que parece crema y las coronas que marcan cada trago. Por supuesto, es Mahou Clásica (en esta dirección estuvo la primera fábrica de la rubia madrileña). Para acompañar, un amplio muestrario de laterío fino (Paco Lafuente, Escuris... mejillones en escabeche, anchoas, ventresca de bonito), banderillas, boquerones en vinagre, marisquito fresco... Da gusto.
Después, salto al barrio de Las Letras, a La Venencia (Echegaray, 7), clásico entre los clásicos y referente para los amantes de los vinos generosos gracias a su variedad a granel: fino, amontillado, palo cortado... Una fiesta. Frecuentado por numerosos extranjeros, de sobra se conocen las botas jerezanas que adornan las paredes, la poca amabilidad de sus camareros (la cuenta se apunta en la propia barra de madera, mucho ojito con moverse del sitio si no quiere recibir una buena reprimenda...), lo lúgubre del local y las raciones de mojama. No admite propinas (de verdad, no las admite) y no se pueden hacer fotos.
Llega el turno de Los Caracoles (Toledo, 107), en el corazón de Cascorro (los domingos, zona de Rastro), patria de los caracoles servidos en pequeñas raciones desde la olla que se mantiene caliente justo detrás de la barra, casi a la vista del cliente. La receta, casera, picante, con abundante pimiento choricero, es algo distinta a la habitual (no se olviden: mojen pan en la salsa). El local castizo, casi centenario, está siempre hasta la bandera y la parroquia aguanta estoica y de pie derecho (ni un triste taburete, oiga) a sus malhumorados camareros que "no sonríen ni aunque les hagan cosquillas en las plantas de los pies" (según me dijo una vez alguien que sabe de esto).
Por último, pero no menos importante, El Boquerón (Valencia, 14), esa tabernita de Lavapiés que pasa casi inadvertida para el grueso de los viandantes y que, en sus orígenes, perteneció a los dueños de La Ancha. Hoy, regentado por la familia Andrés, luce el encanto que desprenden las tascas de toda la vida: zócalo de azulejos blancos y una barra en forma de ele que termina en una pequeña plancha, junto al ventanal. Triunfan, por supuesto, los boquerones en vinagre, tersos y en su punto justo de acidez (ración: 2,50 euros). Además, pescado y marisco fresco, rico y baratísimo. Para hacerse una idea, la ración de gambita blanca a la plancha (seis unidades) se sirve a 3,20 euros. ¿Más? Pues sí, la cerveza tirada con años de experiencia (los de los camareros, pero no busquen en ellos cariño, son de la vieja escuela).
P.S. El orden de los locales que componen esta pequeña ruta está pensado así para evitar las cuestas en los desplazamientos, por si se diera el caso de realizarla a pie.
Muestrario de laterío fino tras la barra de El Cangrejero.
Pistoletazo de salida en El Cangrejero (Amaniel, 25). Inmune al paso del tiempo y ajeno a las modas que llenan de tascas de nuevo cuño la zona del Conde Duque (en la que se ubica), este bar conserva (casi) intacta esa encantadora decoración propia de otra época: barra de aluminio, azulejos verdes en las paredes, pizarras que anuncian la oferta...
Mejillones en escabeche (El Cangrejero).
Ángel Peinado, parco en palabras (nótese la ironía), es el actual propietario del local y el responsable de tirar las que, probablemente, sean las mejores cañas de la ciudad. Lo hace con calma, en dos tiempos, y el resultado es precioso: espuma que parece crema y las coronas que marcan cada trago. Por supuesto, es Mahou Clásica (en esta dirección estuvo la primera fábrica de la rubia madrileña). Para acompañar, un amplio muestrario de laterío fino (Paco Lafuente, Escuris... mejillones en escabeche, anchoas, ventresca de bonito), banderillas, boquerones en vinagre, marisquito fresco... Da gusto.
Cuenta escrita a tiza en la barra de La Venencia (esta imagen es robada, no la hemos hecho nosotros: está prohibido sacar fotos en el local).
Después, salto al barrio de Las Letras, a La Venencia (Echegaray, 7), clásico entre los clásicos y referente para los amantes de los vinos generosos gracias a su variedad a granel: fino, amontillado, palo cortado... Una fiesta. Frecuentado por numerosos extranjeros, de sobra se conocen las botas jerezanas que adornan las paredes, la poca amabilidad de sus camareros (la cuenta se apunta en la propia barra de madera, mucho ojito con moverse del sitio si no quiere recibir una buena reprimenda...), lo lúgubre del local y las raciones de mojama. No admite propinas (de verdad, no las admite) y no se pueden hacer fotos.
Llega el turno de Los Caracoles (Toledo, 107), en el corazón de Cascorro (los domingos, zona de Rastro), patria de los caracoles servidos en pequeñas raciones desde la olla que se mantiene caliente justo detrás de la barra, casi a la vista del cliente. La receta, casera, picante, con abundante pimiento choricero, es algo distinta a la habitual (no se olviden: mojen pan en la salsa). El local castizo, casi centenario, está siempre hasta la bandera y la parroquia aguanta estoica y de pie derecho (ni un triste taburete, oiga) a sus malhumorados camareros que "no sonríen ni aunque les hagan cosquillas en las plantas de los pies" (según me dijo una vez alguien que sabe de esto).
Caracoles en Los Caracoles.
Por último, pero no menos importante, El Boquerón (Valencia, 14), esa tabernita de Lavapiés que pasa casi inadvertida para el grueso de los viandantes y que, en sus orígenes, perteneció a los dueños de La Ancha. Hoy, regentado por la familia Andrés, luce el encanto que desprenden las tascas de toda la vida: zócalo de azulejos blancos y una barra en forma de ele que termina en una pequeña plancha, junto al ventanal. Triunfan, por supuesto, los boquerones en vinagre, tersos y en su punto justo de acidez (ración: 2,50 euros). Además, pescado y marisco fresco, rico y baratísimo. Para hacerse una idea, la ración de gambita blanca a la plancha (seis unidades) se sirve a 3,20 euros. ¿Más? Pues sí, la cerveza tirada con años de experiencia (los de los camareros, pero no busquen en ellos cariño, son de la vieja escuela).
P.S. El orden de los locales que componen esta pequeña ruta está pensado así para evitar las cuestas en los desplazamientos, por si se diera el caso de realizarla a pie.
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