Día 21/08/2015 - 10.46h
La cantárida, un componente vasodilatador, volvió al panorama francés a mediados del XVIII gracias a las conocidas como «pastillas Richelieu», que permitía asesinar a alguien sin dejar rastro. Era también usada como Viagra natural
El «Lytta Vescicatoria» –conocido vulgarmente como cantárida o como «la mosca española»– es un insecto coleóptero de un llamativo color verde esmeralda que anida en el suelo y vive predominantemente en climas cálidos. Pero no es su aspecto lo que más llama la atención sobre este insecto, sino los efectos que causa en la salud humana. Al menos desde tiempos de los romanos, la civilización occidental conoce las facultades vigorizantes de «la mosca española» a nivel sexual, similar al producido por la actual Viagra. Uno de los que lo sabía –según apuntan las propias fuentes de la época– era el Rey Fernando «El católico», que lo empleó junto a los testículos de toro y otros productos presuntamente afrodisíacos con el objeto de engendrar un hijo con su segunda esposa, la joven Germana de Foix. Probablemente fue el abuso de esta sustancia, que en la Italia renacentista había sido también un producto predilecto de envenenadores y conspiradores, lo que acabó por quebrar su estropeada salud.
Abrasivo, vasodilatador y viagra natural
La «mosca española» habita en ecosistemas cálidos y subtropicales (en América existen más de 250 especies de la misma familia) y en la Península ibérica es frecuente encontrarla en bosques de fresnos, saúcos, fresnos o en las hojas tiernas de los olivos. Usada en polvo, de color marrón amarillento tirando a marrón aceituna con reflejos iridiscentes, de olor desagradable y sabor amargo, su contacto con la lengua puede deja muestra de su acción vesicante (que causa ampollas). Esta capacidad de provocar abrasión ha sido aprovechada por médicos de distintos periodos encaminado a generar ampollas capaces de facilitar la absorción de medicamentos contra otro tipo de afecciones, siendo probablemente la causa del fallecimiento del caudillo Simón Bolivar. Según narra Gabriel García Márquez en su obra «El General y su laberinto», a Bolivar le fue recomendado por el doctor Révérend el empleo de parches de cantárida para tratar un catarro que nunca superó. Precisamente fue este efecto dañino lo que situó la cantárida como una sustancia imprescindible en los boticarios de los mejores envenenadores de todos los periodos.
Una alta dosis de cantárida ingerida por vía oral causa irritación de la mucosa gastrointestinal, vómitos, mareos, diarreas y puede derivar fácilmente en fallo renal causando la muerte. Tras su empleo esporádico en el Renacimiento como veneno, la cantárida volvió al panorama francés de forma generalizada a mediados del XVIII gracias a las conocidas como «pastillas Richelieu», que facilitaba una forma muy discreta de asesinar a alguien sin dejar rastro. Solo 2 gramos de polvo de cantáridas pueden matar a un adulto. No obstante, los precarios análisis forenses hallaron una forma de detectar el veneno en los cadáveres: la fricción de las vísceras del fallecido contra la piel afeitada de un conejo revela enrojecimiento en ésta si hay presencia de cantárida.
Pero más allá de su efecto abrasivo y venenoso, fue su uso en pequeñas dosis como vasodilatador lo que despertó el interés de la medicina por la «mosca española». En su obra «Historia Natural», el escritor, científico, naturalista y militar romano Plinio «el Viejo» cita hasta en catorce ocasiones su empleo: «Tiene la propiedad de quemar la carne, también provocan la orina; por esto las daba Hipócrates a los hidrópicos (quienes sufrían acumulación de líquidos)». El médico Disocórides le atribuye propiedades vasodilatadoras y ya menciona sus efectos sobre la erección: «Tiene tanta eficacia en provocar la lujuria estos animalejos...».
Al parecer, Livia –esposa del Emperador Cesar Augusto– también sabía de su valor como afrodisíaco, puesto que se rumoreaba que la administraba mezclada en comida o vino con el fin de chantajear las indiscreciones sexuales a las que daba pié en los adversarios políticos de su marido. En la vida de dos personajes que navegan entra la realidad y la literatura, Giacomo Casanova y el Marqués de Sade, aparece citada la cantárida con el objetivo de aumentar la libido de sus presas. El Marqués de Sade, que fue procesado en varios momentos de su vida por escándalos sexuales, estuvo involucrado en el verano de 1772 en el llamado «caso de Marsella». Sade, después de una orgía con varias prostitutas, fue acusado de haberlas envenenado a través de la «mosca española». Siempre bajo la estricta lupa que le había cosechado su literatura, que ha derivado en la palabra sadismo, el marqués fue sentenciado a muerte por sodomía y envenenamiento, sin que la recuperación de las mujeres fuera prueba suficiente de su inocencia.
Fernando y las necesidades de su joven esposa
El caso más conocido y rumoreado en España, no en vano, fue el de Fernando «El Católico». Casado con Germana de Foix, de 18 años de edad, menos de un año después de la muerte de Isabel la Católica, el veterano Fernando buscó con empeño engendrar un heredero en su nueva esposa. El matrimonio levantó las iras de los nobles de Castilla y de la dinastía de los Habsburgo, ya que lo interpretaron como una maniobra de Fernando el Católico para impedir que el hijo de Felipe «el Hermoso», el futuro Carlos I, heredase la Corona de Aragón. Y así era, pero todo pasaba porque el matrimonio tuviera hijos. Precisamente con ese propósito, Fernando recurrió supuestamente a la cantárida. El abuso en el consumo de este afrodisíaco habría provocado graves episodios de congestión al monarca, lo que derivó en una hemorragia cerebral.
Según Jerónimo Zurita, cronista del Reino de Aragón, el Rey sufrió una grave enfermedad ocasionada por un «feo potaje que la Reina le hizo dar para más habilitarle, que pudiese tener hijos. Esta enfermedad se fue agravando cada día, confirmándose en hidropesía con muchos desmayos, y mal de corazón: de donde creyeron algunos que le fueron dadas yerbas». Si bien nunca se ha podido demostrar científicamente, sus contemporáneos no tenían dudas de que el cóctel de afrodisíacos, en especial por la cantárida, era el culpable del progresivo empeoramiento en la salud del anciano rey. Ninguno de los hijos del matrimonio llegó a adulto.
Actualmente, la cantárida la siguen usando ocasionalmente los dermatólogos como abrasivo en el «moluscum» (una infección vírica de la piel). Su acción se debe a la cantaridina C10H12O4, farmacóforo aislado por Robiquet (1780-1840).
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