lunes, 24 de agosto de 2015

Jordania, un islote estable en la tempestad de Oriente Próximo

 

Atrapado entre la amenaza del Califato y la hegemonía de Israel, el reino hachemí ha evitado sumirse en la violencia, a pesar de la falta de reformas tras la primavera árabe

Ammán 24 AGO 2015 - 22:44 CEST           

El príncipe jordano Husein bin al Abdulá, en la apertura de un foro internacional, el viernes en Madaba. / MUHAMMAD HAMED (REUTERS)
Con aplomo de alumno de Georgetown, en la capital de Estados Unidos, el príncipe Husein bin Abdalá condenaba la “tiranía de Al Qaeda y el Estado Islámico” en uno de sus primeros oficiales. El hijo mayor del rey Abadalá II y de la reina Rania se dirigía durante el pasado fin de semana a los cientos de asistentes a un foro apadrinado por la ONU en el aula magna de la Academia del Rey, un campus de inspiración anglosajona situado en Madaba, 35 kilómetros al sur de Amán, que su padre ordenó construir en 2007, justo a tiempo para que el heredero de la corona hachemí iniciara sus estudios.
Con apenas 21 años, Husein resaltó en la apertura del debate sobre Juventud, Paz y Seguridad una de las principales preocupaciones de su país que, con ocho millones de habitantes y sin apenas recursos naturales, se encuentra emparedado entre la hegemonía militar de Israel y la amenaza del Estado Islámico en los vecinos Siria e Irak. “Con un 70% de la población por debajo de los 25 años, el mundo árabe (…) ha vivido en su historia reciente tiranías, invasiones y terrorismo que han explotado a los jóvenes”, alertó el príncipe jordano sobre el contagio del extremismo.
Refugiados sirios acampan en las afueras de la localidad jordana de Mafraq, en la frontera con Siria, el sábado. / MUHAMMED MUHEISEN (AP)
A pesar de todo, el pequeño reino hachemí ha podido mantenerse como un islote relativamente en paz en medio de la tempestad de Oriente Próximo. Las grúas de edificios en construcción en el paisaje de la capital y los concurridos hoteles de lujo de Amán son buena muestra de que los grandes inversores del Golfo aprecian la estabilidad del país y su animada vida social.
Pero Jordania tampoco ha quedado a salvo del terror global. Los atentados suicidas encadenados contra tres hoteles de la capital se cobraron 60 muertos y 115 heridos hace diez años. La amenaza está centrada ahora en los 2.000 yihadistas jordanos alistados al Frente al Nusra (filial de Al Qaeda) y en otros 800 que combaten en las filas del Estado Islámico, según datos manejados por la prensa de Amán. La presencia policial en las calles es patente y el recinto del foro internacional celebrado en la Academia del Rey se asemejaba a un fortín tomado por el Ejército.
Fiel aliado de Estados Unidos, y único país de la región junto con Egipto que ha firmado un tratado de paz con Israel, Jordania es también una de las pocas naciones que se libró de los sobresaltos de la primavera árabe. Abdalá II se comprometió entonces a impulsar un proceso de reformas denominado Agenda Nacional.
“Desde hace un siglo el mundo árabe se ha mostrado vulnerable por la debilidad de sus Estados y la ausencia de derechos ciudadanos, a lo que se suma la interferencia de potencias extranjeras sobre gobiernos generalmente mediocres y a menudo brutales”, sentenciaba el columnista Rami Juri en The Jordan Times al analizar las consecuencias de los conflictos en la región.

Equilibrios para seguir en el poder

La monarquía sigue siendo la clave de la estabilidad de Jordania mediante un complejo juego de equilibrios entre grupos de población y corrientes políticas. Por un lado, ofrece empleos públicos y en las fuerzas de seguridad a los habitantes originales de Transjordania (orilla oriental del Jordán), tribus beduinas del desierto que han controlado el poder desde la independencia del país y que temen que el auge demográfico de los refugiados palestinos, que ya representan al 55% de la población, acabe por relegarlos. Por otro, Abdalá II se intenta presentar como defensor de los palestinos –su esposa Rania procede de una familia originaria de Cisjordania (orilla occidental del Jordán)– frente a los beduinos, a quienes favorece el actual sistema de circunscripciones electorales.
El rey también intenta mantener el equilibrio con los Hermanos Musulmanes, el principal grupo de oposición. Al contrario de lo ocurrido en Egipto tras el golpe que derrocó hace dos años al presidente Mohamed Morsi, Jordania no declarado proscritos a los islamistas y tolera la presencia política de la Hermandad.
Pero solo hasta cierto punto. El número dos de la organización, Bani Rushaid, fue condenado el pasado febrero a 18 meses de cárcel por haber criticado a Emiratos Árabes Unidos, un aliado militar y económico clave para Amán, en las redes sociales. Los Hermanos Musulmanes no defienden la abolición de la monarquía, pues son conscientes del gran respaldo social de la dinastía hachemí, cuyos miembros se reclaman descendientes del profeta Mahoma, pero piden que se recorten las amplias atribuciones ejecutivas del rey.
El poder sigue fundamentalmente concentrado en manos del rey. Los jordanos parecen coincidir en que las reformas pueden esperar. La guerra en Siria, que ha arrojado a unos 630.000 refugiados dentro de las fronteras de Jordania, y el avance del Califato en el norte y en torno a la capital de Irak, no invitan precisamente a experimentar con cambios políticos.
El reino hachemí se ha sumado además a la coalición internacional que bombardea al Estado Islámico, y pagó un alto precio por ello cuando uno de sus pilotos fue derribado en Siria el pasado diciembre y tomado como rehén. Los yihadistas del Califato difundieron dos meses después un vídeo en el que mostraban cómo le quemaron vivo.
“Jordania es el aliado más importante de Israel en Oriente Próximo”, explicaba en un reciente análisis el experto en seguridad Yossi Melman en el diario israelí Maariv”. “Pero nunca ha sido una relación entre iguales”, advertía. El acuerdo de paz de 1994 dio el visto bueno a una relación de cooperación de facto durante más de 60 años, en la que Israel garantizó la supervivencia de la dinastía hachemí frente a las amenazas panárabes de Siria y Egipto contra una monarquía moderada. Mientras tanto, para el Estadio judío Jordania es esencialmente una zona tampón frente a enemigos árabes poderosos. En el pasado fue Irak, ahora es el Estado Islámico.
El interés de Israel hacia su vecino también parece haberse reducido. El Gobierno de Benjamín Netanyahu presionó esta primavera a EE UU para que no vendiera a las Fuerzas Armadas jordanas drones con capacidad de ataque, y ha aprobado erigir una valla de separación en los 235 kilómetros de frontera común (y en otros 100 kilómetros que controla en el territorio palestino ocupado de Cisjordania). La primera fase corresponde al tramo situado entre Eilat y Aqaba, junto al mar Rojo, donde Israel construye un nuevo aeropuerto internacional. “El mensaje de Israel es evidente”, argumenta Melman: “Ya no confía en Jordania como antes”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario