domingo, 30 de agosto de 2015

Españoles entre alambradas, refugiados sin un lugar en el mundo

 

Los refugiados son una nación de naciones sin fronteras, que huye y no desaparece. Al Líbano han llegado un millón de sirios en busca de refugio, en 1939 medio millón de españoles huyeron de Franco
Foto: Campo de concentración de Bram, en 1939, por Agustí Centelles. (Archivos estatales MECD)
Campo de concentración de Bram, en 1939, por Agustí Centelles. (Archivos estatales MECD)
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Las playas de Argelès-sur-Mer son una delicia. Largas lenguas de arena fina y dorada frente al manso Mediterráneo. Uno sabe que allí, disfrutando de una de patatas fritas de chiringuito, se encuentra el epítome del turismo de clase media en busca de atardeceres y distracciones de mil colores. Hace ochenta años la vida no era bandera azul en estas playas. Hubo una España que se quedó atrapada en los alambres que cercaban las playas cuando en vez de paraíso, infierno.
“Nos humillaron continuamente. ¿Por qué, o qué concepto tienen estos franceses de nosotros?”, escribió en su diario Agustí Centelles (Valencia, 1909-Barcelona, 1985), uno más entre el medio millón de españoles que huyeron de la represión franquista en 1939 y cayeron en los refugios del horror. El fotógrafo fue detenido en su huida y recluido primero en Argelès-sur-Mer y luego en Bram, a hora y media.
“Los refugiados somos una atracción. Hacen pagar seis francos para visitarnos“, escribió Agustí Centelles en sus diarios de 1939
De su paso por los campos de concentración se conservan hasta 600 fotografías de su experiencia en el lugar que las autoridades francesas empezaron a construir en febrero de 1939 para colocar el éxodo antidictatorial en 10 sectores, con 20 barracas cada uno, y entre alambradas de 2,5 metros de altura vigiladas por guardias a caballo. 100 personas por barracón.
“Los refugiados somos una atracción. Hacen pagar seis francos para visitarnos (sin comentarios). Esta tarde he recordado mis días de reportero gráfico”, escribe. Fue un preso más con la fe hecha harapos. Allí, uno de los testimonios esenciales del fotoperiodismo español, coincidió con Robert Capa y David Seymour. Ellos al otro lado del espino, como visitantes que denuncian lo que se hace en el primer mundo con quienes buscan amparo.
Imagen del campo de concentración de Bram, de Agustí Centelles. (Archivos estatales MECD)
Imagen del campo de concentración de Bram, de Agustí Centelles. (Archivos estatales MECD)
Los refugiados son una nación de naciones sin fronteras, ni un lugar en el mundo, que se desplaza escapando de cada nueva barbarie. Todos pasamos por ella. Este año a Europa han llegado 290.000 refugiados; al Líbano, un millón de sirios en busca de refugio. Nosotros somos ellos, ellos fuimos nosotros. ¿Refugiados antes que inmigrantes?

Refugiado español, chocolate crudo

“¿Qué hacemos, pues, aquí encerrados, escarnecidos, tiranizados? ¿Hasta este punto se está jugando con nosotros?”, se pregunta Centelles. El fotógrafo que quería sobrevivir: “El desayuno ha sido peor que la cena. Sólo chocolate crudo”. En una de las entradas apunta su alegría al comer su fruta preferida, el plátano, después de tres años sin probar uno. En junio de 1939: “Empieza el quinto mes de exilio. ¿Hasta cuándo durará? Esto se hace muy largo. Al principio, cuando estaba en Argelès, creía que sería por poco tiempo. Tenía fe en que el ministerio se ocuparía de nuestra situación y nos sacaría enseguida. Me desengañé rápidamente y lo ratifiqué cuando fuimos trasladados a este campo”.
La salida de Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897- Londres, 1944) no fue como la de Centelles. En agosto de 1936, el periodista publicaba su último artículo antes del exilio. Para La Nación también escribe el primer artículo desde París, en enero de 1937. Vive en un apartamento alquilado, junto a su familia y su preocupación crece junto al poder de Hitler. En La agonía de Francia (Libros del Asteroide) escribe sobre la huida de sus compatriotas a las puertas de la invasión nazi: “En Francia, país de asilo, convertido ahora en una inmensa cárcel, quedaban tras las alambradas de espino de los campos de concentración muchos miles de españoles que habían tenido fe en ella. El viejo y acendrado amor que profesábamos a Francia no podrá en mucho tiempo vencer el dolor de la traición que se ha hecho a sí misma y al mundo que creía en ella”, escribe.
Desde un piso en Montrouge, arrabales de París, el ex director del diario Ahora -el periódico de mayor tirada de la Segunda República española- escribe los nueve relatos de A sangre y fuego. Al tiempo apunta la desesperanza de la caída de Francia como referente de los valores morales de Europa.
“A Francia acudían ayer aún, llenos e esperanza, los hombres de toda Europa que seguían teniendo fe en el hombre y en sus valores morales, los que creían en la libertad porque la necesitaban para vivir como el oxígeno para sus pulmones, los que no se resignan a abdicar su dignidad viril ante los monstruos primarios del totalitarismo”. En junio de 1940, Chaves Nogales vuelve a exiliarse, en vísperas de la caída de la ciudad en manos de Hitler.
Los que creían en la libertad porque la necesitaban para vivir como el oxígeno para sus pulmones

El historiador Benito Bermejo ha estudiado durante dos décadas el paradero de los casi 10.000 españoles deportados a los campos de exterminio nazi, sobre todo en Mauthausen (Austria). Él desenmascaró a Enric Marco, el presidente de la asociación de deportados de este campo de concentración. Cuenta que en Francia se hablaba entonces de “españoles blancos” y “españoles rojos”. Los primeros, emigrantes económicos; los segundos, refugiados políticos. “Los refugiados siempre han dicho que se marcharon de España porque peligraba su vida y que los otros salieron, como opción, en busca de trabajo y progreso”, explica a este periódico.
El fruto de esa dualidad entre refugiado e inmigrante forma parte del pasado de Anne Hidalgo (Cádiz, 1959), la alcaldesa de París, cuyo padre salió de España en 1939, junto a Centelles y cientos de miles, y regresó para salir en busca de trabajo, ya con su familia, a finales de los años cincuenta. El historiador recuerda que a los refugiados se les ofrecía alistarse en el Ejército o trabajar en la industria de guerra. Las mujeres y niños solían alojarse en aldeas, en las que se les aseguraba casa y comida.

Destino: la muerte

La tensión de preguerra y la propaganda de los medios de la prensa francesa de derechas incitaba al rechazo al español, que era descrito por estos periódicos como la llegada de una horda comunista que arrasa con iglesias y sacerdotes. Cuando los nazis se hacen con el control del país, los refugiados son mandados a Mauthausen, donde ponen fin al relato de sus vidas.
Este episodio vergonzoso, que ahora protagonizan otros pueblos y ciudadanos que mueren en camiones frigoríficos, en barcazas abarrotadas que naufragan, en las cunetas de Europa, inspiró en su día al dibujante Paco Roca. En El ángel de la retirada (Bang Editores) revive los días más difíciles de las arenas mortales de las playas de Argelès y denuncia “el trato indigno que dieron en Francia a nuestros refugiados”.
Nadie puede liberarse de su pasado, más importante que el lugar del nacimiento. “¡Es el campo de la vergüenza! ¡El campo del desprecio! ¡Dilo! ¡Donde vayas, dilo!”, chilla un personaje en la página más dramática del cómic.
Desde allí, desde las orillas de la Historia, vuelven las palabras de Chaves Nogales para colmar la conciencia europea de vergüenza: “El mar abierto nos mostraba sus rutas innumerables. Aún hay patrias en la tierra para los hombres libres”.  

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