La literatura «noir» tiene monumentos que redescubrir como «El gran reloj» o las obras de John Franklin Bardin
A veces, los grandes clásicos, esas obras maestras incuestionables, pueden ser como ese repelente cuñado perfecto que te deja a la altura del betún y te hace invisible hasta para tu propia familia. A la sombra de los Dashiell Hammetts, Jim Thompsons o Edgar Allan Poe existen grandes escritores cuyas obras merecen una revisión. Por suerte, el «boom» de la novela negra no parece tener fin y esto ha hecho que las editoriales apuesten por recuperar esos clásicos fuera del canon que merecen una nueva revisión. Porque siempre debería haber tiempo y espacio para una gran historia.
La editorial Libros del Asteriode recuperará este otoño a John D. MacDonald, autor que en los 60 y 70 era una de las firmas más populares del género, con más de 14 millones de ejemplares vendidos. Sin embargo, el éxito parece generar rencor y el siglo XXI no había sido muy amable con un autor que hizo de la violencia un tren desbocado tan fascinante como hipnótico. Publicarán «Adiós en azul», el primero de su serie sobre Travis McGee, que llegó a los 21 títulos y que el año que viene verá su adaptación cinematográfica con Christian Bale y Rosamund Pile. Aunque su gran obra sigue siendo «Un lunes los matamos a todos».
Otro genio poco valorado es John Franklin Bardin, cuya trilogía formada por «El percherón mortal», «El final de Philip Banter» y «Al salir del infierno» es todo un hito del «thriller» psicológico. Hijo de una esquizofránica, experiencia que plasmó directamente en el tercer libro de esta serie, sus obras reflejan las furias psicológicas que nos dominan a todos y que, llevados al extremo, pueden generar auténtico caos. Sería una especie de Philip K. Dick de la novela negra y criminal.
Otro caso particula es el de Kenneth Fearing, poeta estadounidense de mediados del siglo XX que consiguió sus auténticas cumbres líricas en el «noir». Su mejor representante es «El gran reloj», en el que lleva al extremo el arquetipo del ratón acorralado, en una novela narrada por distintas voces que nos presenta a George Stroud, editor y periodista de una revista criminal que tendrá que encontrarse a sí mismo en una investigación contra reloj. Repitió estructura en la también notable «La muchacha más solitaria del mundo».
Desde las islas británicas también hay nombres a reivindicar, como el de Roy Horniman, autor de «Memorias de un asesino, Israel Rank» (Reino de Cordelia), de actualidad por el musical que arrasó en Broadway en 2013 basado en su novela. Aquí nos presenta a Israel Rank, un pobre hombre venido a menos que decide asesinar a ocho personas que le preceden en la herencia de un título noviliario. Inolvidable es la adaptación cinematográfica que se rodó en 1945, con Alec Guiness más siniestro que nunca, en una historia que de negro, sobre todo, tiene el humor.
La primera novela negra
Otra obra que regresa con fuerza es «El misterio de Notting Hill» (Alba), de Charles Warren Adams, y que tiene el honor de ser considerada la primera novela negra de la historia. Eso siempre es relativo, y el valor de ser el primero es bastante neoliberal y decadente, pero lo cierto es que es una gran obra de misterio, en el que un investigador de una empresa de seguros tendrá que dilucidar la verdad detrás de la muerte de una mujer que bebió ácido mientras estaba sonámbula. Como premisa es tan truculenta que es genial y el desarrollo no decepciona.
A partir de aquí, los ejemplos se acumulan, como las obras decimonónicas rescatadas por la editorial dÉpoca como «El misterio del carruaje», de Fergus Hume, «Maximillian Heller», de Henry Cauvain o «La posada encantada», de Anna K. Green. Y quedan nombres por reivindicar como los de Robert van Gulik, Eden Phillpotts, Patrick Quentin o John Latimer, entre otros.
La editorial Libros del Asteriode recuperará este otoño a John D. MacDonald, autor que en los 60 y 70 era una de las firmas más populares del género, con más de 14 millones de ejemplares vendidos. Sin embargo, el éxito parece generar rencor y el siglo XXI no había sido muy amable con un autor que hizo de la violencia un tren desbocado tan fascinante como hipnótico. Publicarán «Adiós en azul», el primero de su serie sobre Travis McGee, que llegó a los 21 títulos y que el año que viene verá su adaptación cinematográfica con Christian Bale y Rosamund Pile. Aunque su gran obra sigue siendo «Un lunes los matamos a todos».
Otro genio poco valorado es John Franklin Bardin, cuya trilogía formada por «El percherón mortal», «El final de Philip Banter» y «Al salir del infierno» es todo un hito del «thriller» psicológico. Hijo de una esquizofránica, experiencia que plasmó directamente en el tercer libro de esta serie, sus obras reflejan las furias psicológicas que nos dominan a todos y que, llevados al extremo, pueden generar auténtico caos. Sería una especie de Philip K. Dick de la novela negra y criminal.
Otro caso particula es el de Kenneth Fearing, poeta estadounidense de mediados del siglo XX que consiguió sus auténticas cumbres líricas en el «noir». Su mejor representante es «El gran reloj», en el que lleva al extremo el arquetipo del ratón acorralado, en una novela narrada por distintas voces que nos presenta a George Stroud, editor y periodista de una revista criminal que tendrá que encontrarse a sí mismo en una investigación contra reloj. Repitió estructura en la también notable «La muchacha más solitaria del mundo».
Desde las islas británicas también hay nombres a reivindicar, como el de Roy Horniman, autor de «Memorias de un asesino, Israel Rank» (Reino de Cordelia), de actualidad por el musical que arrasó en Broadway en 2013 basado en su novela. Aquí nos presenta a Israel Rank, un pobre hombre venido a menos que decide asesinar a ocho personas que le preceden en la herencia de un título noviliario. Inolvidable es la adaptación cinematográfica que se rodó en 1945, con Alec Guiness más siniestro que nunca, en una historia que de negro, sobre todo, tiene el humor.
La primera novela negra
Otra obra que regresa con fuerza es «El misterio de Notting Hill» (Alba), de Charles Warren Adams, y que tiene el honor de ser considerada la primera novela negra de la historia. Eso siempre es relativo, y el valor de ser el primero es bastante neoliberal y decadente, pero lo cierto es que es una gran obra de misterio, en el que un investigador de una empresa de seguros tendrá que dilucidar la verdad detrás de la muerte de una mujer que bebió ácido mientras estaba sonámbula. Como premisa es tan truculenta que es genial y el desarrollo no decepciona.
A partir de aquí, los ejemplos se acumulan, como las obras decimonónicas rescatadas por la editorial dÉpoca como «El misterio del carruaje», de Fergus Hume, «Maximillian Heller», de Henry Cauvain o «La posada encantada», de Anna K. Green. Y quedan nombres por reivindicar como los de Robert van Gulik, Eden Phillpotts, Patrick Quentin o John Latimer, entre otros.