
Durante los años 50 y 60 del pasado siglo, el magnífico aparato de propaganda soviético apoyado en las teorías gramscianas (1) provocó serias convulsiones sociales tanto en los Estados Unidos de América como en Europa. Inevitablemente han dejado como residuo una difusa mentalidad según la cual no hay mayor valor que la propia vida haciendo fácil presa a las sociedades afectadas de las campañas pacifistas. No es cuestión de incidir en ello, pero de aquellos lodos, sin duda, queda barro, y no poco barro.
Tal es así, que vivimos en España una situación de permanente confrontación política y en consecuencia de incertidumbre, que el esperpento parece haberse generalizado. Este blog, ha dejado reflejo de ello en la pluma del general Chicharro “una ignorante quiere declarar las Islas Canarias territorio de paz y que se vayan de allí las FAS”
Aunque la guerra entraña violencia, no es precisamente la guerra la que la produce. No es la guerra en nuestro concepto occidental de base cristiana (aunque muchos hagan abstracción de ello) la que provoca la violencia. La violencia está implícita en la falta de justicia y de dignidad, en la opresión, en el sometimiento de un pueblo por la fuerza, porque, aunque situaciones como estas se mantengan por un tiempo dentro de un cierto equilibrio, siempre terminan violentando la paz.

La paz es pues, un concepto dinámico que exige en el tiempo y de manera continuada garantizar la libertad, la justicia, la dignidad y la seguridad de los pueblos, conceptos estos contenidos todos en el preámbulo de la Constitución española vigente en los términos “garantizar y proteger” que son sinónimos de Seguridad. Y en esa labor de seguridad están las Fuerzas Armadas españolas.
Los ejércitos de España constituyen la fuerza legal de la nación para garantizar su libertad y seguridad, están sometidos al DERECHO (en mayúsculas) tanto nacional como internacional. Este último en función de los acuerdos de España con otras organizaciones o naciones. Y a pesar de ser poseedoras de la fuerza, no tienen iniciativa por sí para su empleo – esa es una de las facetas de la disciplina –

Los pacifistas que no pacificadores, interesados en anular la conciencia de defensa, utilizan la demagogia para captar sensibilidades inocentes aprovechando arteramente dos circunstancias que se dan inevitablemente en las sociedades de nuestro entorno.
En primer lugar, suele ocurrir que en las sociedades avanzadas, no se tiene conciencia de que la indiferencia ante ciertos beneficios (la seguridad) puede poner en peligro el disfrute de otros beneficios que se consideran imprescindibles (la paz). Se cae en el error de creer que los beneficios que se disfrutan son inatacables y se ignoran los riesgos que amenazan o pueden amenazar, su evolución en el tiempo, las necesidades que pueden generar y las posibles formas de atender a esas necesidades llegado el momento (la defensa).
Y en segundo lugar, porque dicho lo anterior, no es fácil mover en la opinión pública la conciencia de que acepte el sacrificio y esfuerzo económico consecuente, capaz de dotar en la medida necesaria a sus Fuerzas Armadas a fin de proporcionar al sistema defensivo, las dotaciones, equipamiento, instrucción y adiestramiento necesario. Es decir la conciencia de la necesidad de la defensa.
Ante estas dos premisas previas conviene distinguir de manera neta entre quienes procuran la paz, y quienes buscan alterar el orden o imponer un orden determinado, sin importarles la justicia, la libertad y la dignidad.

Se equivocan ellos mismos y también equivocan a terceros, aquellos que argumentan el dispendio que produce el mantenimiento de las Fuerzas Armadas en época de paz. Estos hacen abstracción de la naturaleza humana y no tienen en cuenta el concepto de sistema abierto que tiene este universo, cuyas reacciones no siempre son de aceptación o conformidad, circunstancias que ponen en riesgo el beneficio de la armonía de la paz.
Y por último, aquellos que proponen la coexistencia pacífica de Malinosvki, jugando con un idioma ambivalente, de dos caras, un lenguaje equivoco, en suma, con el que pretenden conseguir y de hecho lo están consiguiendo, el desarme moral de la sociedad anulando la conciencia de defensa que todo pueblo que quiera progresar libre y en paz necesariamente ha de tener. Un desarme moral del que son cómplices también los “buenistas”, tibios o reacios al empleo de la fuerza legal para defender el derecho. Estos quiebran la autoridad y permiten a los arribistas aprovechar las grietas que toda norma tiene.
El DERECHO (en mayúsculas) y la fuerza que dimana de la autoridad son un binomio imprescindible, porque la fuerza ajena al derecho seria tiránica imposición y el derecho sin la fuerza para imponerlo, promueve la injusticia que hiere dignidades.

No nos dejemos engañar. Los que se declaran “pacifistas antimilitaristas” o los llamados “buenistas” no son pacificadores. Unos por falta de valores o incapaces de reflexión; y otros, que con turbia intención, abocan a la violencia como señalaba Hobbes: “Sin ejércitos disciplinados y sometidos a la ley el choque de las masas sería inevitable”.
Enrique Alonso Marcili Coronel de Infantería (R)
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