Cientos de militares pasan meses desplazados al Sahel, donde forman parte de una suerte de 'Night´s Watch' para evitar que el yihadismo se extienda a las puertas de la UE
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El rugido de los motores es ensordecedor y es necesario usar tapones para soportarlo. En lugar de asientos reclinables hay una malla enganchada con velcro al esqueleto del avión. El retrete es un agujero en la pared con una cuña y la temperatura cambia de un segundo a otro, como en los dibujos animados. Viajar a bordo de un Hércules C- 130, atravesando África en vuelos de hasta doce horas, es una experiencia incómoda. Los militares españoles que lo hacen casi a diario dicen que, una vez que te acostumbras, tampoco es para tanto.
Hay quién logra concentrarse leyendo un libro sobre fundamentalismo islámico, quien se entretiene con una novela de Fernando Rueda o haciendo estallar los caramelos del Candy Crush. Las horas pasan también viendo películas. O capítulos de Juego de Tronos, donde Jon Snow y su 'Night Watch' tienen una misión que, abstrayéndose mucho, no es tan diferente a la suya.
"Aquí los yihadistas son los caminantes blancos"
Su área de actuación es el Sahel, la franja bajo el desierto del Sáhara en la que se encuentra la mayor concentración de estados fallidos del mundo: poblaciones con rentas anuales que rondan los 500 dólares, conflictos tribales y gobiernos que no controlan su territorio y donde se cobra terreno el yihadismo. Aquí la Unión Europea, bajo liderazgo francés, trata de sostener una “frontera avanzada” con decenas de acuartelamientos que conforman un muro de contención imaginario para evitar que se establezca un santuario extremista a las puertas de Europa. Para frenar, entre otras cosas, la bomba demográfica nigeriana y Boko Haram. Para suavizar los flujos migratorios o para tratar de evitar que las armas del extinto Ejército de Gadafi acaben engordando una guerrilla capaz de montar un santuario extremista en las arenas del norte de Mali.
La UE, la OTAN y la ONU (a través de MINUSMA) trabajan en varios frentes: entrenando tropas locales, defendiendo destacamentos logísticos, con labores de Inteligencia y asesoramiento. “Como Jon Snow, vigilamos el Muro pero lo que queremos es entrenar a los que viven al otro lado para que puedan ayudarnos a enfrentar a los yihadistas, que en este caso serían los caminantes blancos”, comenta un oficial, dejándose llevar por el paralelismo. “Ahora en serio, en términos de defensa nuestra misión es estabilizar estos países para evitar que el problema se extienda y llegue a nuestras fronteras”.
"Escuché disparos y escribí la hora exacta"
El pasado 21 de marzo, el coronel Jose A. Vega estaba en su despacho cuando empezó a escuchar los disparos. "Lo primero que hice fue levantarme y escribir la hora exacta en la pizarra. Eran las 18:33". El cuartel general de la misión europea en Bamako (EUTM-Mali) sufría ese día su primer atentado; el tercero registrado en la capital maliense en los últimos meses. Los terroristas (no está claro cuántos) abrieron fuego contra la fachada desde el exterior. Quienes hacían deporte alrededor del edificio tuvieron que lanzarse en plancha, entre los vehículos y los setos, para salvarse.Los disparos hicieron estallar las ventanas y desconcharon las paredes. "Milagrosamente, nadie resultó herido. Sólo murió un atacante, que fue abatido desde el puesto de guardia de la azotea por los tiradores de la República Checa. Son muy buenos y no tardaron en tumbarlo". La policía maliense se llevó después el cuerpo y no se supo más. Al día siguiente se elevó el protocolo de seguridad y el edificio se reforzó con un muro de sacos terreros de varios metros de altura. No es el único. En los últimos meses los hoteles se han bunkerizado y los militares se mueven cada vez más en vehículos blindados. Aunque en el norte se está recuperando terreno, los hostigamientos son constantes y las tropas malienses perdieron unos 80 efectivos en 2015. "Y este año hay más bajas".
"Tienen miedo a combatir de noche. Por los espíritus"
Sobre un pizarrón, a resguardo bajo una estructura de chapa, se enuncian los mismos conceptos una y otra vez. "Hay que repetir y repetir. Enseñarles cosas muy básicas porque la mayoría cierran los ojos al disparar o apartan la cara por miedo. Son desconfiados, en el sentido de no se creen lo que no pueden ver. Por ejemplo, no entienden que el mortero pueda alcanzar un blanco situado al otro lado de una montaña. Lo ilustramos con juegos para que entiendan que es posible. Y también les cuesta el combate nocturno porque tienen miedo a los espírutus".
Hablan los sargentos Juan Antonio Doncel y Kriscia Ramírez, dos de los instructores de la misión de Kulikoró (Mali), la escuela militar desde la que la EUTM Mali entrena al ejército regular del país africano, preparándolos para enfrentarse a la insurgencia que actúa a cientos de kilómetros al norte. Las tropas malienses van pasando por aquí cada vez que son relevados en el frente. "Vienen con mucha experiencia de combate, son valientes y entregados, pero les falta formación muy básica". En los últimos meses se ha decidido enviar a los instructores a segunda línea de combate para que los soldados africanos no se tengan que desplazar.
Ante la escasez de armamento, algunos se entrenan con rifles de madera. Y el arsenal de su Ejército está formado "con lo que se van encontrando". Armas muy viejas, la mayoría soviéticas. Los oficiales admiten que uno de los problemas más graves de la misión es que la UE no permite destinar dinero a equiparlos. "No tiene sentido entrenarlos para usar un armamento del que no disponen. Otro problema grave es que el país no tiene dinero para reclutar a más soldados y que los oficiales no se comprometen. Muchos dejan a sus soldados en la escuela y no se quedan a la instrucción, como si no fuese con ellos. En total han pasado por aquí 8.000 soldados, dos terceras partes de su Ejército regular", explica el teniente coronel Juan Billón Laa.
"Repartimos caramelos con la bandera"
La 'patrulla social' sale a pie desde la escuela militar. Se adentran en el pueblo armados hasta los dientes, caminando entre animales domésticos y basuras. Empieza la ronda de saludos con la ayuda de Issa, un tuareg que estudió en Sevilla con una beca de la Junta de Andalucía. El trabajo consiste en charlar con el imán, con el alcalde, con los profesores de la escuela, con las familias destacadas... "Lo que buscamos es generar buen ambiente, para que vean qué hacemos, cuál es nuestro trabajo y nuestra utilidad. Aquí la población no es nada hostil, al revés, nos avisan si llega al pueblo alguien que no conocen. Y dejan que sus hijos se acerquen a nosotros. Los españoles somos más cercanos, más simpáticos, y nos reconocen enseguida".
Los niños se acercan con curiosidad y asoman la cabeza entre las piernas de sus madres. Sin soltar la mano del fusil, los militares les ofrecen caramelos envueltos con la bandera de España. Llevan unos cuantos en los bolsillos y los van repartiendo. De fondo, el río Niger, donde grupos de hombres y niños se afanan para sacar arena con la ayuda de palas y cayucos, en jornadas interminables en las que no ganan más de tres euros. Los soldados continúan el trayecto, sonriendo y saludando con la mano. Los fusiles no parecen incomodar a nadie. A su alrededor se siguen vendiendo mangos, jabones caseros y gasolina en botellas de cristal, distribuidas sobre tablones de madera.
"El crossfit es una obsesión"
Koulikoro es una erasmus militar, con cerca de 600 efectivos de unos 28 países distintos. En el comedor esperan su turno para lavarse las manos un oficial alemán, un instructor sueco, un enfermero belga, dos finlandeses, tres franceses, un checo... El español es el destacamento más numeroso, a excepción del que ejerce el mando rotatorio. Son algo más de 100, a las órdenes de la teniente coronel Rocío Cano.Sin demasiadas opciones de ocio en el campamento, pasan horas y horas haciendo deporte. "El crossfit es una obsesión. Hay gente que sale a correr antes de empezar, a más de 45 grados, luego se pega palizas entrenando y después vuelve al gimnasio por la tarde". Al pasar, despiertan admiración los legendarios 'gurkas', los soldados nepalíes del ejército inglés, famosos por su resistencia física.
Las reglas parecen estrictas y los oficiales están orgullosos de que los españoles no hayan dado apenas problemas de disciplina "a diferencia de otros". Aquí se duerme en camastros cubiertos con mosquiteras y el calor es sofocante también por las noches. "Lo que peor se lleva es estar lejos de la familia, apartado de mis hijos. Mi marido también es militar y nos turnamos para salir de misión porque los dos queremos hacerlo, nos encanta. No lo llevamos mal. Yo me considero una persona fuerte y mis hijos también lo son. No tenemos grandes problemas", comenta un oficial, mientras disfruta del rancho: un catering cocinado por malienses donde se fusiona la comida europea y los sabores africanos.
"Aterrizamos en zonas insurgentes"
El Hércules aterriza en acuartelamientos como el de Tessalit, en pistas de tierra de zonas semi-desérticas desde las que el Ejército francés asiste a las tropas de Mali para hacer frente a la insurgencia yihadista. “Los franceses nos dan cobertura y por ahora no hemos tenido problemas. Desde luego no es tan peligroso como Afganistán, aunque siempre existe riesgo”, comenta Guillermo Martín, jefe de escuadrón, mientras se prepara para tomar los mandos del avión.
El destacamento Marfil está a las órdenes del teniente coronel Ángel Gómez de Ágreda. Está compuesto por unos 50 efectivos del Ejército del Aire y se encarga del transporte de tropas y suministros a lo largo de todo el Sahel desde su base en Dakar (Senegal). “Llevamos sobre todo agua, comida, soldados, material médico, repuestos, cosas así”, comentan. En la base, el trabajo se desarrolla alrededor de un hangar y una pista de vuelo, dentro del contingente francés.“Estamos aquí tres o cuatro meses y pasamos volando buena parte del tiempo. Cuando estás de ruta los principales problemas son el calor extremo, de hasta 50 grados o dormir en sitios muy difíciles". Las incomodidades se compensan en Dakar: allí tropas y oficiales pernoctan en habitaciones dobles en un hotel de cinco estrellas, el King Fahd Palace, el único que puede garantizar la seguridad.
"Disfruto de mi trabajo"
La rampa se despliega y los primeros en salir son los tres escoltas que protegen el avión. "La ametralladora ligera se coloca en el flanco en el que hay mayor nivel de riesgo. Yo me voy a la parte trasera de la aeronave para tener contacto visual con los compañeros. El tercero se coloca en el flanco contrario a la ametralladora, con un fusil con lanzagranadas. Nos comunicamos por radio, por el ruido de los motores, que no se oye nada", explica el jefe de escolta, el sergento primero Alberto Simón, del cuerpo de paracaidistas.Esta es su séptima misión. Antes estuvo cinco veces en Afganistán y una en Gabón. "Aquí mi trabajo consiste en asegurar que el avión no sea atacado cuando aterriza. Entramos los últimos y salimos los primeros. Vamos armados y protegidos pero por ahora, toco madera, no nos ha hecho falta disparar", dice.
Como Simón, los militares españoles desplegados en misiones en el extranjero lo hacen voluntariamente. Aunque las dietas influyen (pueden ascender a 100 euros diarios), todos insisten en que lo determinante es el amor por su trabajo. "Lo que menos me gusta es los días en los que no tenemos misión y tenemos que estar sin hacer nada en la base. Eso es tedioso. Pero cuando estoy volando y de misión, yo disfruto. La única pega, en realidad, es que echo de menos el paracaidismo: saltar, que aquí no podemos hacerlo".
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