Dentro de las virtudes castrenses que vengo tratando en este Blog: humanismo, humildad, esfuerzo,… que también tienen valor y aplicación en la vida civil, se encuentra la de la obediencia como disciplina y como humildad en la vida cotidiana.
La obediencia es un valor que hoy se ve amenazado, a veces por ser excesivamente exaltado, otras porque es fácilmente despreciado u olvidado.
La disciplina es la asignatura pendiente del siglo XXI, porque aborda los problemas que afrontamos hoy, entre ellos la obediencia. Su importancia radica en que ofrece más un modo de vida y una actitud mental que un conjunto de prescripciones. Su lógica es la lógica de la vida cotidiana vivida como es debido. Un párrafo de un tiempo, que intenta descubrir bajo el caparazón del lenguaje y el tiempo el concepto tratado y su significado para nosotros hoy.
El progreso de la amistad se constata en la humildad y viceversa; y en la obediencia, que tiene que ver mucho con la humildad.
De todas la virtudes, hoy una de las más incomprendidas es la obediencia. No se sabe qué sentido tiene ni para qué sirve. La mayoría de las personas la ven como un hecho a soportar, una imposición que no es posible evitar porque no les queda otra opción. Y de la que uno conseguirá liberarse cuando crezca, progrese, tenga más dinero… pueda ¡por fin! hacer lo que le da la gana, sin tener que obedecer a nadie.
Desde esta perspectiva la obediencia supondría debilidad, falta de edad, sometimiento, humillación. Es decir, algo que no sólo carece de valor, sino que es un antivalor: cuanto antes uno se libere del yugo de la obediencia, mejor; uno será más uno mismo en la medida que no tenga encima una voluntad ajena que obedecer.
Si tener que obedecer es algo no deseable y hasta malo ¿cómo puede ser algo virtuoso?
Una virtud es una perfección de nuestra naturaleza. Si la obediencia fuera una virtud, una persona obediente sería más perfecta que una desobediente. Tendría una personalidad más madura, más desarrollada, más perfecta. Pero, afirmar esto es contradictorio con la visión de la obediencia que describo en el párrafo anterior. ¿Qué es lo que no funciona?
En una cultura individualista, donde se busca la afirmación de sí mismo sobre todas las cosas, se hace muy difícil entender la obediencia.
Para nuestra cultura la obediencia lejos de ser una virtud (algo valioso, bueno, meritorio), es algo malo, o al menos deseable que se evite. Es bueno mandar, es malo tener que obedecer. Si hay que hacerlo se hace, ya que así son las reglas. Se parte de una especie de contrato: cedo en algunas cosas para ganar en otras. Para evitar problemas, tener seguridad… (en el fondo siempre motivos de conveniencia personal) me someto y obedezco leyes, para que las leyes me protejan de los demás, etc.
Entonces es razonable preguntarse ¿por qué será tan importante la obediencia? ¿Qué sentido tiene?
Necesitamos hacer todo un descubrimiento: la obediencia no somete, armoniza; no empequeñece, lleva a la plenitud; no separa, une… Es parte del camino a la perfección.
Para entender la obediencia… hay que entender la autoridad.
Se obedece a alguien constituido en autoridad. Si tengo obligación de obedecer, el otro tiene derecho a que le obedezca y viceversa. ¿Por qué?
Lo que la autoridad no es: no es arbitrariedad, no un privilegio, no un medio para satisfacer los propios caprichos, no supone autoritarismo…
Básicamente es un servicio. El que manda debe ser quien más sirve. Su mando está al servicio de los “mandados”. Corrompería su autoridad quien se sirviera de ella para su propio beneficio.
Tiene sentido que haya una autoridad. Es necesaria. Para que un grupo de personas pueda formar una unidad: funcionar al unísono, como si fueran una sola persona. Orgánicamente: distintos miembros organizados, coordinados. Esto requiere una cabeza que señale la dirección.
Por esto, en todo grupo de personas, en toda sociedad, el bien común exige una autoridad. Esa es su razón de ser: servir a quienes mandan y al todo del que ella misma es parte. No es el “dueño” de los demás, sino su servidor. Cada uno sirve desde su lugar. Así evita el caos y hace posible la armonía.
Esto no es inmovilismo: a medida que una persona crece, madura, se perfecciona, adquiere mayor responsabilidad porque está en condiciones de poder servir mejor.
Sólo quien sabe obedecer, sabe mandar. Sería peligrosísimo que quien no sabe o no quiere obedecer ejerza el mando: fácilmente se convertiría en un tirano. Por otro lado, todos obedecemos. De aquí que quien manda debe ser el primero en someterse a la ley, a lo pactado, al honor. Si quien manda desobedeciera, estaría minando su propia autoridad.
Sólo se debe mandar lo que es bueno para el todo (el bien común) siéndolo también para quien lo ejecuta (aunque a veces le cueste esfuerzo y sacrificio: el bien que trae consigo lo justifica).
El arte de saber mandar: encontrar el puesto de cada uno, descubrir sus aptitudes y potencialidades, ver donde es más eficaz, saber animar, enseñar, coordinar. Conseguir que cada uno dé lo mejor de sí mismo y así se desarrolle.
La autoridad hay que ganársela. Es sobre todo autoridad moral. No bastan los “títulos” (ser padre, profesor, gobernante…). La autoridad moral es una gran ayuda a la obediencia. Si quien tiene que obedecer ve el ejemplo, tiene en gran estima a quien manda, la obediencia se ve muy facilitada.
No hay que abusar de la autoridad: usarla para propio beneficio o arbitrariamente haría perderla. El que manda está sujeto a la virtud de la justicia: “dar a cada uno lo que le corresponde”: reparte tareas, cargas y beneficios equitativamente. Si no lo hiciera así, sería injusto.
¿Qué sentido tiene obedecer? No es la mera ejecución de la voluntad de otro. La materialidad de hacer lo que me dicen no es virtuoso en sí mismo: si lo mandado fuera algo bueno podría hacerlo por miedo, falta de personalidad, con odio, etc. Si fuera malo, haría una acción mala. Sin libertad no hay obediencia. Sin adhesión interna no hay obediencia como acto virtuoso. La obediencia como acto virtuoso supone la unión de voluntades, el actuar libre y responsablemente.
La obediencia no es sometimiento del más débil al más fuerte. No es una imposición del poder. No es tampoco una mera cuestión funcional (aunque también lo es).
Miembros de un cuerpo social. La obediencia procede de la naturaleza social del hombre: no es un ser aislado, se relaciona e interactúa con los otros, formando «cuerpos» sociales, organizados que requieren organización y estructura.
Todo lo jerárquico supone la obediencia. Es lo que hace orgánico. Y cuánto más dependa de la obediencia más importante será obedecer. En un ejército, donde la vida de muchos compañeros depende de que cada uno cumpla su parte, la obediencia es mucho más férrea que en un equipo de fútbol, donde sólo están en juego tres puntos de un campeonato.
El hecho de ser sociales y relacionarnos con otras personas crea y exige vínculos: son lo que nos unen a los demás: necesitamos vínculos: desde los afectivos hasta los laborales. Ahora bien, esos vínculos que de alguna manera nos atan, ¿nos limitan? No, en realidad ¡nos realizan!
De la misma manera que en el cuerpo humano los ligamentos, tendones, músculos… no limitan los movimientos del brazo sino que lo posibilitan.
El trabajo en equipo requiere coordinación. La organización supone jerarquía. Sin obediencia todo es desorden. Se necesita una estructura, de otro modo todas las piezas están sueltas. Vale para todo, desde empresas hasta equipos de fútbol, desde familia hasta países.
La coordinación de esfuerzos aumenta la eficacia. Se ve hasta cuando todos tiran al unísono son capaces de “arrastrar” al otro equipo. Hace posible funcionar en equipo, donde todos son importantes: la resistencia de una cadena se mide por el eslabón más débil. Aún en la maquinaria más sofisticada un tornillo es importante: si se desajusta…
Camino de crecimiento personal. Durante los períodos de formación una persona necesita aprender de otro. El aprendizaje se basa en hacer lo que me dicen. Haciendo lo que me dicen me entreno, me ejercito. La enseñanza “funciona” según este principio. De manera que aprendo obedeciendo.
Además adquiero disciplina interna: estando sujeto a otro voy consiguiendo dominio de mí mismo. Difícilmente una persona consiga una voluntad fuerte si no aprende a obedecer. Sujetándome a la voluntad de quien tiene autoridad sobre mí, consigo tenerla sobre mí mismo. Quien no quiere obedecer posiblemente sea muy caprichoso.
A modo de conclusión. La obediencia es una virtud necesaria y positiva. Engrandece a quien la tiene. No todo mandato entra dentro de los ámbitos de la obediencia. Sólo en la medida que se ajuste al sentido y objetivo de la autoridad, que es el servicio.
Hay que aprender a obedecer y a mandar. A lo segundo se aprende a través de lo primero.
Pedro Motas
La obediencia es un valor que hoy se ve amenazado, a veces por ser excesivamente exaltado, otras porque es fácilmente despreciado u olvidado.
La disciplina es la asignatura pendiente del siglo XXI, porque aborda los problemas que afrontamos hoy, entre ellos la obediencia. Su importancia radica en que ofrece más un modo de vida y una actitud mental que un conjunto de prescripciones. Su lógica es la lógica de la vida cotidiana vivida como es debido. Un párrafo de un tiempo, que intenta descubrir bajo el caparazón del lenguaje y el tiempo el concepto tratado y su significado para nosotros hoy.
El progreso de la amistad se constata en la humildad y viceversa; y en la obediencia, que tiene que ver mucho con la humildad.
De todas la virtudes, hoy una de las más incomprendidas es la obediencia. No se sabe qué sentido tiene ni para qué sirve. La mayoría de las personas la ven como un hecho a soportar, una imposición que no es posible evitar porque no les queda otra opción. Y de la que uno conseguirá liberarse cuando crezca, progrese, tenga más dinero… pueda ¡por fin! hacer lo que le da la gana, sin tener que obedecer a nadie.
Desde esta perspectiva la obediencia supondría debilidad, falta de edad, sometimiento, humillación. Es decir, algo que no sólo carece de valor, sino que es un antivalor: cuanto antes uno se libere del yugo de la obediencia, mejor; uno será más uno mismo en la medida que no tenga encima una voluntad ajena que obedecer.
Si tener que obedecer es algo no deseable y hasta malo ¿cómo puede ser algo virtuoso?
Una virtud es una perfección de nuestra naturaleza. Si la obediencia fuera una virtud, una persona obediente sería más perfecta que una desobediente. Tendría una personalidad más madura, más desarrollada, más perfecta. Pero, afirmar esto es contradictorio con la visión de la obediencia que describo en el párrafo anterior. ¿Qué es lo que no funciona?
En una cultura individualista, donde se busca la afirmación de sí mismo sobre todas las cosas, se hace muy difícil entender la obediencia.
Para nuestra cultura la obediencia lejos de ser una virtud (algo valioso, bueno, meritorio), es algo malo, o al menos deseable que se evite. Es bueno mandar, es malo tener que obedecer. Si hay que hacerlo se hace, ya que así son las reglas. Se parte de una especie de contrato: cedo en algunas cosas para ganar en otras. Para evitar problemas, tener seguridad… (en el fondo siempre motivos de conveniencia personal) me someto y obedezco leyes, para que las leyes me protejan de los demás, etc.
Entonces es razonable preguntarse ¿por qué será tan importante la obediencia? ¿Qué sentido tiene?
Necesitamos hacer todo un descubrimiento: la obediencia no somete, armoniza; no empequeñece, lleva a la plenitud; no separa, une… Es parte del camino a la perfección.
Para entender la obediencia… hay que entender la autoridad.
Se obedece a alguien constituido en autoridad. Si tengo obligación de obedecer, el otro tiene derecho a que le obedezca y viceversa. ¿Por qué?
Lo que la autoridad no es: no es arbitrariedad, no un privilegio, no un medio para satisfacer los propios caprichos, no supone autoritarismo…
Básicamente es un servicio. El que manda debe ser quien más sirve. Su mando está al servicio de los “mandados”. Corrompería su autoridad quien se sirviera de ella para su propio beneficio.
Tiene sentido que haya una autoridad. Es necesaria. Para que un grupo de personas pueda formar una unidad: funcionar al unísono, como si fueran una sola persona. Orgánicamente: distintos miembros organizados, coordinados. Esto requiere una cabeza que señale la dirección.
Por esto, en todo grupo de personas, en toda sociedad, el bien común exige una autoridad. Esa es su razón de ser: servir a quienes mandan y al todo del que ella misma es parte. No es el “dueño” de los demás, sino su servidor. Cada uno sirve desde su lugar. Así evita el caos y hace posible la armonía.
Esto no es inmovilismo: a medida que una persona crece, madura, se perfecciona, adquiere mayor responsabilidad porque está en condiciones de poder servir mejor.
Sólo quien sabe obedecer, sabe mandar. Sería peligrosísimo que quien no sabe o no quiere obedecer ejerza el mando: fácilmente se convertiría en un tirano. Por otro lado, todos obedecemos. De aquí que quien manda debe ser el primero en someterse a la ley, a lo pactado, al honor. Si quien manda desobedeciera, estaría minando su propia autoridad.
Sólo se debe mandar lo que es bueno para el todo (el bien común) siéndolo también para quien lo ejecuta (aunque a veces le cueste esfuerzo y sacrificio: el bien que trae consigo lo justifica).
El arte de saber mandar: encontrar el puesto de cada uno, descubrir sus aptitudes y potencialidades, ver donde es más eficaz, saber animar, enseñar, coordinar. Conseguir que cada uno dé lo mejor de sí mismo y así se desarrolle.
La autoridad hay que ganársela. Es sobre todo autoridad moral. No bastan los “títulos” (ser padre, profesor, gobernante…). La autoridad moral es una gran ayuda a la obediencia. Si quien tiene que obedecer ve el ejemplo, tiene en gran estima a quien manda, la obediencia se ve muy facilitada.
No hay que abusar de la autoridad: usarla para propio beneficio o arbitrariamente haría perderla. El que manda está sujeto a la virtud de la justicia: “dar a cada uno lo que le corresponde”: reparte tareas, cargas y beneficios equitativamente. Si no lo hiciera así, sería injusto.
¿Qué sentido tiene obedecer? No es la mera ejecución de la voluntad de otro. La materialidad de hacer lo que me dicen no es virtuoso en sí mismo: si lo mandado fuera algo bueno podría hacerlo por miedo, falta de personalidad, con odio, etc. Si fuera malo, haría una acción mala. Sin libertad no hay obediencia. Sin adhesión interna no hay obediencia como acto virtuoso. La obediencia como acto virtuoso supone la unión de voluntades, el actuar libre y responsablemente.
La obediencia no es sometimiento del más débil al más fuerte. No es una imposición del poder. No es tampoco una mera cuestión funcional (aunque también lo es).
Miembros de un cuerpo social. La obediencia procede de la naturaleza social del hombre: no es un ser aislado, se relaciona e interactúa con los otros, formando «cuerpos» sociales, organizados que requieren organización y estructura.
Todo lo jerárquico supone la obediencia. Es lo que hace orgánico. Y cuánto más dependa de la obediencia más importante será obedecer. En un ejército, donde la vida de muchos compañeros depende de que cada uno cumpla su parte, la obediencia es mucho más férrea que en un equipo de fútbol, donde sólo están en juego tres puntos de un campeonato.
El hecho de ser sociales y relacionarnos con otras personas crea y exige vínculos: son lo que nos unen a los demás: necesitamos vínculos: desde los afectivos hasta los laborales. Ahora bien, esos vínculos que de alguna manera nos atan, ¿nos limitan? No, en realidad ¡nos realizan!
De la misma manera que en el cuerpo humano los ligamentos, tendones, músculos… no limitan los movimientos del brazo sino que lo posibilitan.
El trabajo en equipo requiere coordinación. La organización supone jerarquía. Sin obediencia todo es desorden. Se necesita una estructura, de otro modo todas las piezas están sueltas. Vale para todo, desde empresas hasta equipos de fútbol, desde familia hasta países.
La coordinación de esfuerzos aumenta la eficacia. Se ve hasta cuando todos tiran al unísono son capaces de “arrastrar” al otro equipo. Hace posible funcionar en equipo, donde todos son importantes: la resistencia de una cadena se mide por el eslabón más débil. Aún en la maquinaria más sofisticada un tornillo es importante: si se desajusta…
Camino de crecimiento personal. Durante los períodos de formación una persona necesita aprender de otro. El aprendizaje se basa en hacer lo que me dicen. Haciendo lo que me dicen me entreno, me ejercito. La enseñanza “funciona” según este principio. De manera que aprendo obedeciendo.
Además adquiero disciplina interna: estando sujeto a otro voy consiguiendo dominio de mí mismo. Difícilmente una persona consiga una voluntad fuerte si no aprende a obedecer. Sujetándome a la voluntad de quien tiene autoridad sobre mí, consigo tenerla sobre mí mismo. Quien no quiere obedecer posiblemente sea muy caprichoso.
A modo de conclusión. La obediencia es una virtud necesaria y positiva. Engrandece a quien la tiene. No todo mandato entra dentro de los ámbitos de la obediencia. Sólo en la medida que se ajuste al sentido y objetivo de la autoridad, que es el servicio.
Hay que aprender a obedecer y a mandar. A lo segundo se aprende a través de lo primero.
Pedro Motas
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