Los ejércitos de España y, desde luego el Ejército de Tierra que conozco más en profundidad, ha hecho en los últimos años un esfuerzo extraordinario en materia de reorganización y un auténtico encaje de bolillos económico.
Por Jorge Ortega Martín
“Las Cortes fijarán todos los años, a propuesta del rey, las fuerzas militares de mar y tierra. Las leyes que determinen estas fuerzas se votarán antes que las de los presupuestos”. Aunque al españolito de a pie del siglo XXI le resulte difícil creerlo, estos párrafos pertenecen a la Constitución española de 1869. Se ve que los Padres de la Patria que la redactaron no fiaban en exceso, ya por aquel entonces, de la conciencia de Defensa de los señores diputados que habrían de votar y aprobar los presupuestos anuales y así, con excelente criterio, establecía que, en primer lugar, se definieran las necesidades de la Defensa referidas a las Fuerzas Armadas y, posteriormente, los presupuestos tendrían que ser consecuentes con tales necesidades y dedicar al ramo de Guerra las cantidades precisas para cubrir económicamente las mismas.
Me ha venido a la mente el recuerdo de aquel justo artículo constituyente, al comprobar que, en breve plazo, estaremos de nuevo ante unas elecciones generales, de las que debería (no me atrevo más que con el condicional) salir el nuevo Gobierno de España. Y con el horizonte de tales elecciones, los partidos políticos se están apresurando para presentar unos programas electorales que expliquen al futuro votante cómo pretenden enfrentar el porvenir en casi todos los campos de la política nacional.
Y digo en casi todos porque, o mucho me equivoco, o de nuevo la Defensa será el pariente pobre de los referidos programas. Al menos, es lo que parece desprenderse de las recientes actitudes de nuestros líderes que, en los meses que han transcurrido desde los fallidos anteriores comicios, no han hecho ni la más mínima alusión a la situación de nuestras Fuerzas Armadas ni, mucho menos, a la forma en que prevén enfrentarse a ella para tratar de mejorarla.
En el límite de lo extravagante, podríamos citar la repulsa de una conocida alcaldesa a que los ejércitos presenten su labor docente en una exposición pública o el hecho de que un cierto partido considere un auténtico deshonor que en sus listas electorales figure un militar, aunque sea retirado, haya sido una autoridad castrense de primerísimo nivel y forme parte de la coalición electoral. De los ejércitos, mejor no hablar, que quitan votos. Con palabras semejantes he oído esa misma idea de labios de un ex ministro de Defensa en unas jornadas universitarias.
Los ejércitos de España y, desde luego el Ejército de Tierra que conozco más en profundidad, ha hecho en los últimos años un esfuerzo extraordinario en materia de reorganización y un auténtico encaje de bolillos económico para tratar de adaptarse a una situación presupuestaria que le sitúa al borde de la falta de operatividad. El propio ministro de Defensa ha reconocido que, en pocos años, hemos perdido más de un 30% de nuestras posibilidades presupuestarias. Frente a ese porcentaje, resulta ridícula la cacareada subida última del 0,35%.
Ya no es posible rebajar más, se ha liquidado la casi totalidad de la riqueza inmobiliaria de la Defensa para obtener algunos rendimientos económicos que mejoraran la situación. Tampoco es posible apretar más el cinturón de la orgánica. El ET español dispone hoy tan sólo de ocho brigadas y dos cuarteles generales de división y ni aun así dispone de medios económicos para mantenerlo en el estado de operatividad que requieren sus actuales dotaciones y, mucho menos, para pensar en modernizarlas.
Nuestras obligaciones de seguridad como nación aliada en diversos foros nos obligan a que ese ET mantenga un grado de operatividad que le haga homologable con los de nuestros aliados. El español ya sabe hoy, a pesar de nuestra baja conciencia de Defensa, que la seguridad de España no se circunscribe a la defensa del entorno peninsular y los archipiélagos. Cada año, los gobiernos de turno deben pedir nuevos esfuerzos al Ejército para cubrir la parte proporcional del esfuerzo castrense aliado en unas regiones del mundo donde los riesgos previsibles se encuentran cada año más próximos del territorio nacional y, por tanto, ponen en riesgo nuestra propia seguridad. Y en ese esfuerzo, al Ejército de Tierra le corresponde el máximo esfuerzo por sus propias características
Ello supone, además de presupuestar los correspondientes créditos extraordinarios para las referidas misiones (lo que se sigue haciendo), disponer de unas unidades con una total operatividad y de unos materiales que garanticen un nivel de modernidad y de estado de mantenimiento que, por desgracia y pese al esfuerzo de nuestros cuadros y soldados, hoy no es posible mantener en la situación de excelencia que la seguridad y la vida de nuestros hombres y mujeres uniformados recomienda y exige.
El español debe saber que sus ejércitos están en riesgo, por simples razones económicas, de entrar en un ciclo de inoperancia circunstancial (utilizando una expresión del general Cano Hevia) en algunas de sus unidades militares. Puede que a ese español no le importe, aunque lo dudo, pero no es posible que le pase desapercibido al político responsable de la seguridad nacional. No podemos volver a enfrentar barcos de hierro con los nuestros de madera, ni aguardar otra decena de años para que los viejos BMR encuentren su natural relevo (sin chapuzas intermedias de emergencia) en unos modernos y bien diseñados 8x8, que garanticen la seguridad de nuestros soldados en sus operaciones de proyección.
“Las Cortes fijarán todos los años, a propuesta del rey, las fuerzas militares de mar y tierra. Las leyes que determinen estas fuerzas se votarán antes que las de los presupuestos”. Aunque al españolito de a pie del siglo XXI le resulte difícil creerlo, estos párrafos pertenecen a la Constitución española de 1869. Se ve que los Padres de la Patria que la redactaron no fiaban en exceso, ya por aquel entonces, de la conciencia de Defensa de los señores diputados que habrían de votar y aprobar los presupuestos anuales y así, con excelente criterio, establecía que, en primer lugar, se definieran las necesidades de la Defensa referidas a las Fuerzas Armadas y, posteriormente, los presupuestos tendrían que ser consecuentes con tales necesidades y dedicar al ramo de Guerra las cantidades precisas para cubrir económicamente las mismas.
Me ha venido a la mente el recuerdo de aquel justo artículo constituyente, al comprobar que, en breve plazo, estaremos de nuevo ante unas elecciones generales, de las que debería (no me atrevo más que con el condicional) salir el nuevo Gobierno de España. Y con el horizonte de tales elecciones, los partidos políticos se están apresurando para presentar unos programas electorales que expliquen al futuro votante cómo pretenden enfrentar el porvenir en casi todos los campos de la política nacional.
Y digo en casi todos porque, o mucho me equivoco, o de nuevo la Defensa será el pariente pobre de los referidos programas. Al menos, es lo que parece desprenderse de las recientes actitudes de nuestros líderes que, en los meses que han transcurrido desde los fallidos anteriores comicios, no han hecho ni la más mínima alusión a la situación de nuestras Fuerzas Armadas ni, mucho menos, a la forma en que prevén enfrentarse a ella para tratar de mejorarla.
En el límite de lo extravagante, podríamos citar la repulsa de una conocida alcaldesa a que los ejércitos presenten su labor docente en una exposición pública o el hecho de que un cierto partido considere un auténtico deshonor que en sus listas electorales figure un militar, aunque sea retirado, haya sido una autoridad castrense de primerísimo nivel y forme parte de la coalición electoral. De los ejércitos, mejor no hablar, que quitan votos. Con palabras semejantes he oído esa misma idea de labios de un ex ministro de Defensa en unas jornadas universitarias.
Los ejércitos de España y, desde luego el Ejército de Tierra que conozco más en profundidad, ha hecho en los últimos años un esfuerzo extraordinario en materia de reorganización y un auténtico encaje de bolillos económico para tratar de adaptarse a una situación presupuestaria que le sitúa al borde de la falta de operatividad. El propio ministro de Defensa ha reconocido que, en pocos años, hemos perdido más de un 30% de nuestras posibilidades presupuestarias. Frente a ese porcentaje, resulta ridícula la cacareada subida última del 0,35%.
Ya no es posible rebajar más, se ha liquidado la casi totalidad de la riqueza inmobiliaria de la Defensa para obtener algunos rendimientos económicos que mejoraran la situación. Tampoco es posible apretar más el cinturón de la orgánica. El ET español dispone hoy tan sólo de ocho brigadas y dos cuarteles generales de división y ni aun así dispone de medios económicos para mantenerlo en el estado de operatividad que requieren sus actuales dotaciones y, mucho menos, para pensar en modernizarlas.
Nuestras obligaciones de seguridad como nación aliada en diversos foros nos obligan a que ese ET mantenga un grado de operatividad que le haga homologable con los de nuestros aliados. El español ya sabe hoy, a pesar de nuestra baja conciencia de Defensa, que la seguridad de España no se circunscribe a la defensa del entorno peninsular y los archipiélagos. Cada año, los gobiernos de turno deben pedir nuevos esfuerzos al Ejército para cubrir la parte proporcional del esfuerzo castrense aliado en unas regiones del mundo donde los riesgos previsibles se encuentran cada año más próximos del territorio nacional y, por tanto, ponen en riesgo nuestra propia seguridad. Y en ese esfuerzo, al Ejército de Tierra le corresponde el máximo esfuerzo por sus propias características
Ello supone, además de presupuestar los correspondientes créditos extraordinarios para las referidas misiones (lo que se sigue haciendo), disponer de unas unidades con una total operatividad y de unos materiales que garanticen un nivel de modernidad y de estado de mantenimiento que, por desgracia y pese al esfuerzo de nuestros cuadros y soldados, hoy no es posible mantener en la situación de excelencia que la seguridad y la vida de nuestros hombres y mujeres uniformados recomienda y exige.
El español debe saber que sus ejércitos están en riesgo, por simples razones económicas, de entrar en un ciclo de inoperancia circunstancial (utilizando una expresión del general Cano Hevia) en algunas de sus unidades militares. Puede que a ese español no le importe, aunque lo dudo, pero no es posible que le pase desapercibido al político responsable de la seguridad nacional. No podemos volver a enfrentar barcos de hierro con los nuestros de madera, ni aguardar otra decena de años para que los viejos BMR encuentren su natural relevo (sin chapuzas intermedias de emergencia) en unos modernos y bien diseñados 8x8, que garanticen la seguridad de nuestros soldados en sus operaciones de proyección.
Es indispensable que, al menos los partidos políticos que dicen pensar en clave nacional, crean en las necesidades de la Defensa, declaren que la calidad de nuestras FAS debe responder al papel que hoy representa España en el mundo, así lo manifiesten en sus programas y declaraciones y finalmente lo ejecuten cuando accedan al Gobierno de la nación.. Por eso es muy de agradecer la insólita manifestación reciente del español y catalán Josep Borrell a propósito de la necesidad de la puesta al día de los presupuestos de la Defensa. No es lo habitual ni lo políticamente correcto y por ello, desde el máximo respeto, GRACIAS ministro por tu valentía
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