DEL EUFEMISMO A LA AGRESIÓN (Teniente General Emilio Pérez Alamán)
“Sin prisa pero sin pausa”. Esta frase, muy utilizada en tiempos del Régimen anterior, ha sido practicada al pie de la letra, durante cuarenta años, por los que inicialmente lo denostaron y finalmente lo borraron de la Historia.
Con esta consigna, asumida por los autores y actores de la que ellos mismos bautizaron como “La Transición”, España ha transitado hasta la actual situación, inconcebible para la inmensa mayoría de los españoles en el año 1976.
Por aquellas fechas, prácticamente todos eramos conscientes de que fallecido el Jefe del Estado finalizaba su Régimen personal y era necesario empezar un nuevo ciclo, puesto que, en contra de lo extendido por poderes interesados, aquel régimen no pasó de lo personal ni pretendió prolongarse como el peronismo o el castrismo, sino que dejó abierto a los españoles un camino para su relevo.
En esa confianza nos asomamos con ilusión a una nueva etapa de nuestra Historia. Se partía de una situación de bienestar social sin precedentes en el siglo XX, junto a un amplio reconocimiento internacional de España, tras superar una guerra fratricida, originada por la descomposición de un Estado vendido al peor sistema de aquel momento, el comunismo, y después de cuarenta años de un régimen personal pero no dictatorial como se ha transmitido a las generaciones posteriores.
Sin embargo, aquella primera ilusión, transcurridos otros cuarenta años, no se ha convertido en la realidad anhelada por la mayoría. La esperada transformación que mejoraría el estado de bienestar, que iba a facilitar una mejor convivencia entre todos los españoles a través de su igualdad en todos sus ámbitos y que, sobre todo, permitiría disponer de unas Instituciones Democráticas respetables y respetadas, se han quedado en mera ilusión y ansiado deseo.
A mi juicio, aunque exista una responsabilidad general de no haber alcanzado esa España mejor, no se puede obviar la falta de empeño de los máximos responsables de llevar a efecto la transformación y adaptación a los nuevos tiempos que se esperaba.
Por supuesto que no es posible, sin estar en los servicios de Inteligencia o equipos de investigación mediática, encontrar y analizar los motivos y razones de porque la transformación política y social se haya desarrollado como la hemos vivido y estamos sufriendo. Pero si es posible que un observador de los acontecimientos y los resultados que los mismos obtienen, pueda constatar que nada sucede por casualidad.
Es cierto que en a penas cinco años se llegó a proclamar el éxito de una “transición ejemplar” con la aprobación de una nueva Constitución, la ruptura del juramento prestado por los responsables del anterior Régimen a sus Principios, la aceptación por los comunistas de la Monarquía y de la Bandera Nacional, renunciando a la propia del Partido Comunista Soviético así como la declaración de no marxista del nuevo Partido Socialista. Además de otros gestos altruistas que hacían presagiar un nuevo milagro español.
Tristemente aquella apariencia, se fue diluyendo mientras el terrorismo actuaba sin piedad en “los años de plomo” sin percibirse una clara actitud de derrotarlo en todos los campos por parte de un temeroso Poder legalmente constituido. Al mismo tiempo el desarrollo de las Autonomías empezaba a desvelar lo complicado de la nueva organización territorial, nada tranquilizante para la Unidad de España.
Las Fuerzas Armadas eran la única Institución que podía influir entonces en el Poder político para que resolviera ambas amenazas y llegó el 23-F de 1981. Sobre él se han escrito ríos de tinta sin poder aclararlo del todo. Inmediatamente después el PSOE alcanzó el Gobierno y con el Ministro Serra, sin prisa pero sin pausa, se comenzó la permanente remodelación de los Ejércitos con todo tipo de excusas hasta llegar al extremo de que hayan tenido que soportar un JEMAD que ahora se postula como posible Ministro de Defensa de un partido Comunista Radical.
El eufemismo, como palabra o expresión más suave que sustituye a otra considerada demasiado franca, ha sido uno de los métodos más empleados por los poderes políticos para hacer pasar por bueno lo que solo era políticamente correcto, haciendo posible la aceptación por el conjunto social de actitudes, hechos, incluso imposiciones con formato legal. Así si aborto significa claramente la muerte del no nacido, “ la interrupción voluntaria del embarazo” no parece que sea acabar con una vida por muy avanzado que se considere. “La via Nanclares” es una amnistía disimulada, “la derrota de ETA” no lo es porque haya dejado de matar pero no se ha disuelto ni entregado su arsenal, aunque haya conseguido muchos de sus objetivos. “Violentos” en lugar de asesinos terroristas, “Derecho a decidir” es realmente el incumplimiento deliberado de la Ley… Así hasta llenar un diccionario de eufemismos.
El empleo de estos procedimientos de comunicación engañosos, junto a actuaciones flagrantes, igualmente anti democráticas, sino delictivas, como la corrupción de Instituciones o la falta de una auténtica independencia del poder judicial, han conducido a una quiebra social de la que se aprovechan los partidos y grupos más radicales, los cuales utilizan su característica forma de imponer violentamente su ideología, mientras la Autoridad, más temerosa que prudente, no aplica adecuadamente las medidas legales que le corresponden.
Desde el trágico atentado del 11-M de 2004, aún sin esclarecer satisfactoriamente, hasta la fecha, son muchas las agresiones de carácter ideológico que se contabilizan casi a diario sobre objetivos concretos y bien definidos.
No se puede poner en duda que aquel camino que se emprendió en la segunda mitad de la década de los años 70, ha llevado a España, sin prisa pero sin pausa, a una situación realmente comprometida y que a los más mayores les retrotraen a episodios que ya tenían olvidados.
España, como Nación secular, no se convertirá nunca en un Estado fallido por mucho que algunos lo pretendan. Pero una Democracia que en su largo recorrido, camina desde el eufemismo hasta la imposición de ideologías mediante la agresión, incluyendo la voluntad de romper la Unidad de la Nación sin la adecuada reacción del Estado de Derecho, si puede convertirse en una Democracia fallida.
En este momento clave para resolver la incógnita y probar nuestras capacidades, no se debe caer en alarmismos ni pesimismos, pero tampoco se puede pecar de pazguatos.
Emilio Pérez Alamán Teniente General (R.)
Con esta consigna, asumida por los autores y actores de la que ellos mismos bautizaron como “La Transición”, España ha transitado hasta la actual situación, inconcebible para la inmensa mayoría de los españoles en el año 1976.
Por aquellas fechas, prácticamente todos eramos conscientes de que fallecido el Jefe del Estado finalizaba su Régimen personal y era necesario empezar un nuevo ciclo, puesto que, en contra de lo extendido por poderes interesados, aquel régimen no pasó de lo personal ni pretendió prolongarse como el peronismo o el castrismo, sino que dejó abierto a los españoles un camino para su relevo.
En esa confianza nos asomamos con ilusión a una nueva etapa de nuestra Historia. Se partía de una situación de bienestar social sin precedentes en el siglo XX, junto a un amplio reconocimiento internacional de España, tras superar una guerra fratricida, originada por la descomposición de un Estado vendido al peor sistema de aquel momento, el comunismo, y después de cuarenta años de un régimen personal pero no dictatorial como se ha transmitido a las generaciones posteriores.
Sin embargo, aquella primera ilusión, transcurridos otros cuarenta años, no se ha convertido en la realidad anhelada por la mayoría. La esperada transformación que mejoraría el estado de bienestar, que iba a facilitar una mejor convivencia entre todos los españoles a través de su igualdad en todos sus ámbitos y que, sobre todo, permitiría disponer de unas Instituciones Democráticas respetables y respetadas, se han quedado en mera ilusión y ansiado deseo.
A mi juicio, aunque exista una responsabilidad general de no haber alcanzado esa España mejor, no se puede obviar la falta de empeño de los máximos responsables de llevar a efecto la transformación y adaptación a los nuevos tiempos que se esperaba.
Por supuesto que no es posible, sin estar en los servicios de Inteligencia o equipos de investigación mediática, encontrar y analizar los motivos y razones de porque la transformación política y social se haya desarrollado como la hemos vivido y estamos sufriendo. Pero si es posible que un observador de los acontecimientos y los resultados que los mismos obtienen, pueda constatar que nada sucede por casualidad.
Es cierto que en a penas cinco años se llegó a proclamar el éxito de una “transición ejemplar” con la aprobación de una nueva Constitución, la ruptura del juramento prestado por los responsables del anterior Régimen a sus Principios, la aceptación por los comunistas de la Monarquía y de la Bandera Nacional, renunciando a la propia del Partido Comunista Soviético así como la declaración de no marxista del nuevo Partido Socialista. Además de otros gestos altruistas que hacían presagiar un nuevo milagro español.
Tristemente aquella apariencia, se fue diluyendo mientras el terrorismo actuaba sin piedad en “los años de plomo” sin percibirse una clara actitud de derrotarlo en todos los campos por parte de un temeroso Poder legalmente constituido. Al mismo tiempo el desarrollo de las Autonomías empezaba a desvelar lo complicado de la nueva organización territorial, nada tranquilizante para la Unidad de España.
Las Fuerzas Armadas eran la única Institución que podía influir entonces en el Poder político para que resolviera ambas amenazas y llegó el 23-F de 1981. Sobre él se han escrito ríos de tinta sin poder aclararlo del todo. Inmediatamente después el PSOE alcanzó el Gobierno y con el Ministro Serra, sin prisa pero sin pausa, se comenzó la permanente remodelación de los Ejércitos con todo tipo de excusas hasta llegar al extremo de que hayan tenido que soportar un JEMAD que ahora se postula como posible Ministro de Defensa de un partido Comunista Radical.
El eufemismo, como palabra o expresión más suave que sustituye a otra considerada demasiado franca, ha sido uno de los métodos más empleados por los poderes políticos para hacer pasar por bueno lo que solo era políticamente correcto, haciendo posible la aceptación por el conjunto social de actitudes, hechos, incluso imposiciones con formato legal. Así si aborto significa claramente la muerte del no nacido, “ la interrupción voluntaria del embarazo” no parece que sea acabar con una vida por muy avanzado que se considere. “La via Nanclares” es una amnistía disimulada, “la derrota de ETA” no lo es porque haya dejado de matar pero no se ha disuelto ni entregado su arsenal, aunque haya conseguido muchos de sus objetivos. “Violentos” en lugar de asesinos terroristas, “Derecho a decidir” es realmente el incumplimiento deliberado de la Ley… Así hasta llenar un diccionario de eufemismos.
El empleo de estos procedimientos de comunicación engañosos, junto a actuaciones flagrantes, igualmente anti democráticas, sino delictivas, como la corrupción de Instituciones o la falta de una auténtica independencia del poder judicial, han conducido a una quiebra social de la que se aprovechan los partidos y grupos más radicales, los cuales utilizan su característica forma de imponer violentamente su ideología, mientras la Autoridad, más temerosa que prudente, no aplica adecuadamente las medidas legales que le corresponden.
Desde el trágico atentado del 11-M de 2004, aún sin esclarecer satisfactoriamente, hasta la fecha, son muchas las agresiones de carácter ideológico que se contabilizan casi a diario sobre objetivos concretos y bien definidos.
No se puede poner en duda que aquel camino que se emprendió en la segunda mitad de la década de los años 70, ha llevado a España, sin prisa pero sin pausa, a una situación realmente comprometida y que a los más mayores les retrotraen a episodios que ya tenían olvidados.
España, como Nación secular, no se convertirá nunca en un Estado fallido por mucho que algunos lo pretendan. Pero una Democracia que en su largo recorrido, camina desde el eufemismo hasta la imposición de ideologías mediante la agresión, incluyendo la voluntad de romper la Unidad de la Nación sin la adecuada reacción del Estado de Derecho, si puede convertirse en una Democracia fallida.
En este momento clave para resolver la incógnita y probar nuestras capacidades, no se debe caer en alarmismos ni pesimismos, pero tampoco se puede pecar de pazguatos.
Emilio Pérez Alamán Teniente General (R.)
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