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Acaban de regresar nuestras tropas de Irak. Los 102 legionarios del contingente BPC-1 Besmayah vuelven de aquella inolvidable tierra, un lugar convertido en agujero negro que absorbe el sufrimiento y dureza de los mejores soldados. Un escenario de guerra donde la muerte, manifiestamente escondida, jamás da la cara. No esperen que se lo cuenten nuestros soldados. No lo van a hacer. A nadie le interesa. Son cosas de ellos. Fatiga, dolor, hambre, sed, sueño… Han hecho todos los trabajos, los que les manden. Han cumplido su deber, obedecer hasta morir. Solo eso. Ni una queja. Ahora han sido relevados por otros legionarios, los Caballeros legionarios paracaidistas. Todos soldados del Reino de España cobijados por su Bandera como necesario impulso para el sacrificio diario. No se puede ir por el mundo y jugártelo todo si no está contigo tu Patria, tu Bandera, que representan tus deseos, tus anhelos y esperanzas, bajo cuya protección están los tuyos, los españoles, que para un soldado lo son todos.
Al volver, un único deseo: que al menos tu Bandera te devuelva agradecida el beso que recibió. Es la única recompensa, la única segura.
Hoy escribo para ellos. Para los mejores soldados del mundo. Tuve el honor de mandarlos y siempre he dicho que no es fácil estar a su altura. No es importante ser cabo o general, lo importante es ser soldado, con todas sus consecuencias. Aunque alguno me diga, con razón, que el beso agradecido conlleva engrosar la lista del paro. Ocurre y suele llegar en un mal momento y edad, cuando a nadie le importa Irak, Afganistán, Turquía, Líbano o el Índico. El servicio a la Patria, otro olvido. Eso no se valora para tu futuro estable. Son las cosas del ministerio, cumplirá su deber, obedecerá hasta morir, y si te he visto no me acuerdo. Así es fácil mandar y legislar.
Van y vienen nuestros soldados. Irak es un mal recuerdo, aunque queramos olvidar aquello. Sí, la precipitada e irresponsable retirada del 2004. Allí seguimos, pero eso se incluye en el olvido. Mejor no recordar. Irak sigue siendo el sello del sacrificio, del riesgo y cumplimiento del deber, guste o un guste, un nombre maldito que dejó al descubierto lo peor del ser humano dedicado a los menesteres de una indecente política.
No hubo agradecimiento, entonces, para aquellos soldados sometidos a un innecesario riesgo por la precipitada y oportunista orden de retirada.
En ocasiones el valor y el sacrificio se convierten en moneda de cambio para el engaño y el juego sucio del poder. No lo olvidamos. Irak es la repetición de un desagradable sonido, el eco que insistente nos lleva a recorrer episodios lamentables de nuestra reciente historia. El nombre de Irak no cesa de recordarnos la desidia de una retaguardia.
Allí estuvimos y con reproches volvimos. Allí estamos y con olvido, sin comentarios, volvemos.
Nosotros hoy escribimos para ellos, para los soldados. Con auténtico compromiso de defender su honor y honra, su grandeza de espíritu. Lo mismo fue ayer, es hoy, y será mañana. No es necesario ir más allá.
¡Gracias soldados! La Patria en su silencio os lo agradece. Ese silencio es un tesoro cuando el lenguaje se convierte en lodo.
Sois un ejemplo, como lo son vuestros compañeros desplegados entre la incertidumbre de tantos rincones del mundo. Cada uno de vosotros, mandos, tropa, estáis perfectamente adiestrados y no es la primera vez que pisáis estos terrenos. Claro el cometido, valoráis el riesgo, siendo plenamente conscientes de vuestra responsabilidad. No sois temerarios sino valientes y el mundo envidia vuestro concepto del compañerismo que cohesiona y forma un equipo sólido que aporta seguridad al grupo y tranquilidad al mando. Respetuosos, disciplinados. Ya quisieran todos los países que sufren el horror de la violencia y la guerra tener con ellos una Unidad española. La inseguridad huye ante vuestra presencia.
No hay titulares para vuestro regreso. Otros titulares ocupan las portadas. Interrogantes sin respuesta. Leéis que se están organizando para la ruptura del régimen constitucional de 1978 que pasa por una movilización ciudadana contra el Rey, es decir contra la unidad de España. Delirio independentista abocado al fracaso. Pero ahí está.
En mi juventud solía leer a Jean Lartéguy. Todavía conservo de aquella época su famosa trilogía: ‹‹Los centuriones››, ‹‹Los pretorianos›› y ‹‹Los mercenarios››. El primero de ellos ha sido reeditado en los Estados Unidos a petición del general David Petraeus que mandó las tropas en Irak y Afganistán.
Casualmente he cogido de mi biblioteca este volumen y en su prólogo leía lo que
Marcus Flavinius, Centurión de la 2ª Cohorte de la Legión Augusta, le escribía a su primo Tertullus de Roma:
‹‹Nos habían dicho, al abandonar la tierra madre, que partíamos para defender los derechos sagrados de tantos ciudadanos allá lejos asentados, de tantos años de presencia y de tantos beneficios aportados a pueblos que necesitan nuestra ayuda y nuestra civilización.
Hemos podido comprobar que todo era verdad, y porque lo era no vacilamos en derramar el tributo de nuestra sangre, en sacrificar nuestra juventud y nuestras esperanzas. No nos quejamos, pero, mientras aquí estamos animados por este estado de espíritu, me dicen que en Roma se suceden conjuras y maquinaciones, que florece la traición y que muchos, cansados y conturbados, prestan complacientes oídos a las más bajas tentaciones de abandono, vilipendiando así nuestra acción.
No puedo creer que todo esto sea verdad, y, sin embargo, las guerras recientes han demostrado hasta qué punto puede ser perniciosa tal situación y hasta dónde puede conducir.
Te lo ruego, tranquilízame lo más rápidamente posible y dime que nuestros conciudadanos nos comprenden, nos sostienen y nos protegen como nosotros protegemos la grandeza del Imperio.
Si ha de ser de otro modo, si tenemos que dejar vanamente nuestros huesos calcinados por las sendas del desierto, entonces, ¡cuidado con la ira de las Legiones!››
Acaban de regresar nuestras tropas de Irak. Ejemplares en su servicio y disciplina. El código del honor, el valor y la caballerosidad, el amor a España sigue intacto. Es el camino de los caballeros, de los señores soldados.
¡Yallah, Yallah! Irak.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
Al volver, un único deseo: que al menos tu Bandera te devuelva agradecida el beso que recibió. Es la única recompensa, la única segura.
Hoy escribo para ellos. Para los mejores soldados del mundo. Tuve el honor de mandarlos y siempre he dicho que no es fácil estar a su altura. No es importante ser cabo o general, lo importante es ser soldado, con todas sus consecuencias. Aunque alguno me diga, con razón, que el beso agradecido conlleva engrosar la lista del paro. Ocurre y suele llegar en un mal momento y edad, cuando a nadie le importa Irak, Afganistán, Turquía, Líbano o el Índico. El servicio a la Patria, otro olvido. Eso no se valora para tu futuro estable. Son las cosas del ministerio, cumplirá su deber, obedecerá hasta morir, y si te he visto no me acuerdo. Así es fácil mandar y legislar.
Van y vienen nuestros soldados. Irak es un mal recuerdo, aunque queramos olvidar aquello. Sí, la precipitada e irresponsable retirada del 2004. Allí seguimos, pero eso se incluye en el olvido. Mejor no recordar. Irak sigue siendo el sello del sacrificio, del riesgo y cumplimiento del deber, guste o un guste, un nombre maldito que dejó al descubierto lo peor del ser humano dedicado a los menesteres de una indecente política.
No hubo agradecimiento, entonces, para aquellos soldados sometidos a un innecesario riesgo por la precipitada y oportunista orden de retirada.
En ocasiones el valor y el sacrificio se convierten en moneda de cambio para el engaño y el juego sucio del poder. No lo olvidamos. Irak es la repetición de un desagradable sonido, el eco que insistente nos lleva a recorrer episodios lamentables de nuestra reciente historia. El nombre de Irak no cesa de recordarnos la desidia de una retaguardia.
Allí estuvimos y con reproches volvimos. Allí estamos y con olvido, sin comentarios, volvemos.
Nosotros hoy escribimos para ellos, para los soldados. Con auténtico compromiso de defender su honor y honra, su grandeza de espíritu. Lo mismo fue ayer, es hoy, y será mañana. No es necesario ir más allá.
¡Gracias soldados! La Patria en su silencio os lo agradece. Ese silencio es un tesoro cuando el lenguaje se convierte en lodo.
Sois un ejemplo, como lo son vuestros compañeros desplegados entre la incertidumbre de tantos rincones del mundo. Cada uno de vosotros, mandos, tropa, estáis perfectamente adiestrados y no es la primera vez que pisáis estos terrenos. Claro el cometido, valoráis el riesgo, siendo plenamente conscientes de vuestra responsabilidad. No sois temerarios sino valientes y el mundo envidia vuestro concepto del compañerismo que cohesiona y forma un equipo sólido que aporta seguridad al grupo y tranquilidad al mando. Respetuosos, disciplinados. Ya quisieran todos los países que sufren el horror de la violencia y la guerra tener con ellos una Unidad española. La inseguridad huye ante vuestra presencia.
No hay titulares para vuestro regreso. Otros titulares ocupan las portadas. Interrogantes sin respuesta. Leéis que se están organizando para la ruptura del régimen constitucional de 1978 que pasa por una movilización ciudadana contra el Rey, es decir contra la unidad de España. Delirio independentista abocado al fracaso. Pero ahí está.
En mi juventud solía leer a Jean Lartéguy. Todavía conservo de aquella época su famosa trilogía: ‹‹Los centuriones››, ‹‹Los pretorianos›› y ‹‹Los mercenarios››. El primero de ellos ha sido reeditado en los Estados Unidos a petición del general David Petraeus que mandó las tropas en Irak y Afganistán.
Casualmente he cogido de mi biblioteca este volumen y en su prólogo leía lo que
Marcus Flavinius, Centurión de la 2ª Cohorte de la Legión Augusta, le escribía a su primo Tertullus de Roma:
‹‹Nos habían dicho, al abandonar la tierra madre, que partíamos para defender los derechos sagrados de tantos ciudadanos allá lejos asentados, de tantos años de presencia y de tantos beneficios aportados a pueblos que necesitan nuestra ayuda y nuestra civilización.
Hemos podido comprobar que todo era verdad, y porque lo era no vacilamos en derramar el tributo de nuestra sangre, en sacrificar nuestra juventud y nuestras esperanzas. No nos quejamos, pero, mientras aquí estamos animados por este estado de espíritu, me dicen que en Roma se suceden conjuras y maquinaciones, que florece la traición y que muchos, cansados y conturbados, prestan complacientes oídos a las más bajas tentaciones de abandono, vilipendiando así nuestra acción.
No puedo creer que todo esto sea verdad, y, sin embargo, las guerras recientes han demostrado hasta qué punto puede ser perniciosa tal situación y hasta dónde puede conducir.
Te lo ruego, tranquilízame lo más rápidamente posible y dime que nuestros conciudadanos nos comprenden, nos sostienen y nos protegen como nosotros protegemos la grandeza del Imperio.
Si ha de ser de otro modo, si tenemos que dejar vanamente nuestros huesos calcinados por las sendas del desierto, entonces, ¡cuidado con la ira de las Legiones!››
Acaban de regresar nuestras tropas de Irak. Ejemplares en su servicio y disciplina. El código del honor, el valor y la caballerosidad, el amor a España sigue intacto. Es el camino de los caballeros, de los señores soldados.
¡Yallah, Yallah! Irak.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
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