El pasado 15 de mayo, un equipo de efectivos de la Unidad de Servicios y Talleres 812 de la Agrupación de Apoyo Logístico nº81 de Tenerife desplegó en Afganistán para comenzar a preparar el repliegue de la base de Herat. Lo normal el primer día que llegan es que todos cenen juntos con su unidad, pero ese día la casualidad quiso que uno de ellos dejará las costumbres a un lado. El comandante Carlos Landáburu, jefe de la Plana Mayor de la Unidad Logística (ULOG) pidió a su superior permiso para ausentarse por una causa de peso: «Mi teniente coronel, he quedado para cenar con mi hijo». Sí, su hijo, el soldado Kilian Campos, llevaba en el país desde el 16 de marzo como parte de la Fuerza de Protección que da seguridad a la base. E iban a encontrarse allí, en el avispero afgano, a 9.000 kilómetros de las Islas Canarias, donde ambos viven. «Me lo tomé muy bien. Es una alegría tenerle aquí», asegura Kilian, destinado en el Regimiento de Infantería Ligera «Soria 9» de Fuerteventura y para quien ésta ha sido su primera misión.
Y fue esa misma casualidad la que quiso que se encontrasen. «Yo fui de repesca –dice el padre– porque el comandante que iba a venir finalmente fue a Mali. Y a mi hijo también le tocó por casualidad, porque su unidad iba a un par de sitios y a él le tocó Afganistán». Pero, sin duda, la que mejor recibió la noticia fue la madre, Elena. «Me dijo que “para que estéis en dos sitios diferentes, mejor juntos y acompañados”», recuerda el comandante Landáburu, algo que confirma Kilian: «Mi madre está más contenta que triste». «Lo bueno es que si no llama uno porque está de servicio, llama el otro, así la familia está tranquila porque los dos les informamos».
Sus diferentes tareas imposibilitan que se vean más a menudo en esta pequeña ciudad que es la base de Herat, pero intentan coincidir tras las cenas o en los momentos de descanso «y aprovechamos para tomar un café, jugar al ping-pong, correr... así hablamos un poco y nos contamos cómo nos va todo», comentan padre e hijo. «Es bueno tener a un familiar aquí», coinciden en afirmar.
Y si la relación es ya de por sí fuerte, ésta cobra quizás más fuerza en el día a día, pues el soldado Kilian es el encargado de proteger a los habitantes de la base patrullando por sus inmediaciones. Y entre ellos, está su padre, quien reconoce que «yo duermo más tranquilo porque él está ahí». Su hijo, con algo más de modestia, niega cualquier presión añadida a la hora de vigilar: «No, no hay un extra de presión. Siempre ponemos mil ojos», apunta.
Mientras, el padre es uno de los encargados de preparar el repliegue de las tropas españolas de Herat. Ya participó en la salida de los militares españoles de la base de Qala i Naw y ahora estará en Afganistán «hasta que acabemos».
La mayor dificultad para ambos quizás sea la de mantener la compostura y la disciplina cuando se saludan delante de otros efectivos. «En público me llama comandante, pero cuando estamos juntos o jugando una partida ya nos decimos cualquier cosa», bromea el padre. Su hijo reconoce que «de momento no se me ha escapado ningún “papá” en público».
Despedida con pizza
Pero Kilian abandona Afganistán después de coincidir dos meses con su padre. Así que, toca despedida. «Terminaremos igual que empezamos», comenta Landáburu mientras recuerda ese primer día en el que no fue a cenar con su unidad y «me escapé a tomar una pizza al restaurante italiano de la base con mi hijo para celebrarlo. Repetiremos», sentencia. Su hijo, a punto de regresar a España, reconoce que «intentaremos que sea una despedida natural, porque además en nada nos volveremos a ver en casa».
Allí, además de la mujer y la madre, también les aguarda Judith, la hermana, también militar y destinada en la Academia General Básica del Ejército de Tierra como administrativa. «¡Qué suerte!», comentó el día que ambos se encontraron en Herat, «Incluso nos decía que ojalá pudiese ir ella también», recuerdan. Pero Elena, la madre, lo dejó muy claro: «Con dos fuera, ya vale».
Y fue esa misma casualidad la que quiso que se encontrasen. «Yo fui de repesca –dice el padre– porque el comandante que iba a venir finalmente fue a Mali. Y a mi hijo también le tocó por casualidad, porque su unidad iba a un par de sitios y a él le tocó Afganistán». Pero, sin duda, la que mejor recibió la noticia fue la madre, Elena. «Me dijo que “para que estéis en dos sitios diferentes, mejor juntos y acompañados”», recuerda el comandante Landáburu, algo que confirma Kilian: «Mi madre está más contenta que triste». «Lo bueno es que si no llama uno porque está de servicio, llama el otro, así la familia está tranquila porque los dos les informamos».
Sus diferentes tareas imposibilitan que se vean más a menudo en esta pequeña ciudad que es la base de Herat, pero intentan coincidir tras las cenas o en los momentos de descanso «y aprovechamos para tomar un café, jugar al ping-pong, correr... así hablamos un poco y nos contamos cómo nos va todo», comentan padre e hijo. «Es bueno tener a un familiar aquí», coinciden en afirmar.
Y si la relación es ya de por sí fuerte, ésta cobra quizás más fuerza en el día a día, pues el soldado Kilian es el encargado de proteger a los habitantes de la base patrullando por sus inmediaciones. Y entre ellos, está su padre, quien reconoce que «yo duermo más tranquilo porque él está ahí». Su hijo, con algo más de modestia, niega cualquier presión añadida a la hora de vigilar: «No, no hay un extra de presión. Siempre ponemos mil ojos», apunta.
Mientras, el padre es uno de los encargados de preparar el repliegue de las tropas españolas de Herat. Ya participó en la salida de los militares españoles de la base de Qala i Naw y ahora estará en Afganistán «hasta que acabemos».
La mayor dificultad para ambos quizás sea la de mantener la compostura y la disciplina cuando se saludan delante de otros efectivos. «En público me llama comandante, pero cuando estamos juntos o jugando una partida ya nos decimos cualquier cosa», bromea el padre. Su hijo reconoce que «de momento no se me ha escapado ningún “papá” en público».
Despedida con pizza
Pero Kilian abandona Afganistán después de coincidir dos meses con su padre. Así que, toca despedida. «Terminaremos igual que empezamos», comenta Landáburu mientras recuerda ese primer día en el que no fue a cenar con su unidad y «me escapé a tomar una pizza al restaurante italiano de la base con mi hijo para celebrarlo. Repetiremos», sentencia. Su hijo, a punto de regresar a España, reconoce que «intentaremos que sea una despedida natural, porque además en nada nos volveremos a ver en casa».
Allí, además de la mujer y la madre, también les aguarda Judith, la hermana, también militar y destinada en la Academia General Básica del Ejército de Tierra como administrativa. «¡Qué suerte!», comentó el día que ambos se encontraron en Herat, «Incluso nos decía que ojalá pudiese ir ella también», recuerdan. Pero Elena, la madre, lo dejó muy claro: «Con dos fuera, ya vale».
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