Un bufete rechaza fichar a abogados que provengan de alguna de las mejores universidades porque cree que sus alumnos no están acostumbrados a luchar.
¿Se imagina que después de haber estudiado Derecho en una de las mejores universidades del mundo un despacho de abogados rechazara su curriculum precisamente por esa razón? Eso es lo que ocurre en un bufete de Estados Unidos que tiene como política de contratación no fichar a graduados de grandes facultades como Harvard, Yale, Cornell, Columbia, o cualquier otra que encabece los rankings. En un polémico artículo publicado en el Huffington Post, el abogado Adam Leitman Bailey, que dirige un bufete especializado en derecho inmobiliario en Manhattan, describe su peculiar política de selección de personal y las razones por las que en su firma consideran que para convertirse en uno de los mejores despachos de Nueva York deben evitar contratar abogados de grandes universidades.
Explica que su despacho sólo tiene 15 años de vida y unos 20 abogados, por lo que no puede llamar la atención de posibles clientes ni por su tamaño, ni por una marca centenaria, pero sí por una buena reputación basada en resultados de éxito, para lo que necesita captar el mejor talento. Y es aquí donde explica por qué cree que los mejores abogados no salen de las grandes universidades. Bailey, que de entrada reconoce que los graduados de esas escuelas "no se postulan para un puesto en su firma", se decanta por estudiantes de facultades más modestas que, por sus circunstancias, ya "han sido puestos a prueba y se han visto obligados a competir para obtener las mejores notas y situarse entre los mejores de las facultades de derecho".
Aunque Bailey confiesa que admira esas grandes escuelas, que atraen a estudiantes brillantes, e incluso admite que entre los veteranos de su firma hay graduados de la Ivy League (la liga de las mejores universidades del país), sostiene que la competencia a la que se enfrentan los alumnos de facultades de segundo rango "engendra carácter, éxito y mayor aprendizaje". Y añade que mientras que los graduados de las mejores universidades tienen un empleo garantizado por el nombre de su escuela, sus jóvenes abogados compiten entre ellos para obtener uno de los codiciados puestos disponibles en su firma, "otra oportunidad que pierden" los estudiantes de elite de "conquistar el fracaso o el miedo y mejorar su talento bajo presión con revisiones y enseñanzas constantes".
Bailey también destaca que su política retributiva, basada en pagar a los abogados un tercio de las horas facturadas, atrae a un perfil de profesionales más motivados.
Pero la búsqueda de abogados luchadores no tiene por qué estar ligada a la universidad de origen. Así lo entiende en España Emiliano Garayar, presidente de una firma pequeña como la de Bailey, que explica que ellos no desechan a nadie por ese motivo, aunque sí tratan "de identificar en la historia personal del joven abogado pruebas de esa garra, imprescindible en nuestra profesión". Buscan "que el candidato tenga ambición, capacidad de lucha, una gran ilusión por aprender, pensamiento independiente y creatividad
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