La Benemérita rindió el viernes homenaje a este guardia civil retirado que en 1968, siendo camionero, se enfrentó a los asesinos de José Antonio Pardines, el primer agente muerto a manos de ETA
Hay que tener agallas. A Fermín Garcés Hualde no le faltaron aquel aciago 7 de junio de 1968 en que se convirtió en testigo involuntario del primer crimen a sangre fría de ETA. Se bajó de su camión y se encaró a los asesinos de José Pardines. «Quietos, asesinos, quietos ahí», recuerda que les dijo mientras sujetaba por los hombros a uno de los etarras intentando frenar su huida en coche. El mismo terrorista que segundos antes había descerrajado cinco tiros al joven guardia civil le apuntó con su pistola en la cabeza y tuvo que dejarles ir. «Desde ese día creo en los milagros», asegura el hoy guardia civil retirado, consciente de que «si me hubieran matado a mí, no les habrían cogido» porque él fue quien alertó de lo sucedido y quien pudo identificar después a uno de ellos, Iñaki Sarasketa. Txabi Etxebarrieta falleció en el hospital tras un tiroteo con las Fuerzas de Seguridad.
Impecable con el uniforme nuevo para la ocasión, Fermín Garcés vivió este viernes un día «muy grande y muy feliz». Ni siquiera los zapatos que estrenaba algo molesto le aguaron la fiesta. Casi medio siglo después de aquel episodio que marcó para siempre su vida, la Guardia Civil le rendía homenaje en los actos del 75 aniversario del Servicio de Información del Cuerpo con la imposición de la Cruz al Mérito con distintivo rojo. Todo «un honor» para este navarro de 84 años que se lo dedicaba a su familia y en particular a su nieta «que quiere ser guardia civil». Minutos antes del acto, relataba a ABC aquel otro viernes de 1968.
«Lo que vi y lo que pasé no se me olvidará en la vida. Venía de Francia a Madrid, Alcorcón, y al llegar a Villabona nos echaron por un desvío. A medio kilómetro había un guardia civil de tráfico. Pasé y al kilómetro de dejar al guardia llegué a una yesería. A 15 metros vi a un guardia civil con dos chicos jóvenes que estaban hablando mientras el guardia miraba el coche. A unos diez metros, oí un disparo "¡Bang!" Creí que había sido el ballestín porque cuando se rompe pega un pedo como el tiro de una pistola.
Miré adelante y vi cómo caía el guardia muerto al suelo. Me tiré del camión a por ellos, que dieron cuatro tiros más al guardia. Éste había puesto su moto delante del coche de los jóvenes. Uno de ellos tiró la moto y fueron hacia su coche. Ellos tenían dos metros y yo diez, pero tenía 37 años y llegué a tiempo. Cogí del hombro a Sarasketa, que fue el que sentó al volante, y les dije: "Quietos, asesinos, bandidos, quietos aquí". Intenté sacarlo por la ventana del Seat 850, pero Etxebarrieta me puso la pistola en la cabeza (hace el gesto) y tuve que dejarlo.
Entonces salí disparado del coche y fui a mi camión, por si acaso me tiraban un tiro. Había tras de mí cinco o seis coches. Al primero le pedí por favor que llamaran al compañero del guardia para avisarle. A los dos chicos jóvenes del segundo coche les pedí que me llevaran para ver la matrícula del coche. También ellos corrieron peligro, pero entonces no sabíamos ni qué era ETA ni nada. A medio kilómetro, en una papelera, yo me bajé y ellos se fueron. Allí pedí un teléfono para llamar a la Guardia Civil de Tolosa y avisarles de que dos chicos jóvenes habían matado a un guardia civil y habían huido en dirección a Tolosa. Así pudieron esperarles en Tolosa.
Cuando los etarras vieron tanta guardia civil, se bajaron y se fueron monte arriba. Los guardias les echaron el alto, pero ellos empezaron a disparar. Los agentes respondieron e hirieron a Etxebarrieta. Sarasketa subió monte arriba y salió al otro lado, hasta la carretera donde pistola en mano paró un coche que le llevó hasta la casa del cura. Pero los guardias iban detrás, pararon a otro coche y pudieron cogerle allí.
Esto último me lo contaron después porque yo me quedé en la papelera. Llamé por teléfono a mi jefe, que se llevó el camión a Pamplona. Yo regresé más tarde, en otro camión que me paró la Guardia Civil. Al día siguiente fui a ver a mi jefe, que era de Transportes Mina, y me dijo que ahí estaba el camión. Lo cogí y me vine aquí a Alcorcón a descargar. Allí la Guardia Civil me volvió a interrogar».
¿Ese mismo día decidió unirse a la Guardia Civil?
Tardé unos días, no sé cuantos, en hablar con el director Antonio Cores Fernández de Cañete. Querían darme una condecoración y un premio en metálico, pero yo les dije: "Mire usted, quisiera entrar en la Guardia Civil". Se vieron tan contentos e hicieron todo para que entrara en la academia. Allí fui, a Sabadell, y me trataron de primera. Después me destinaron al Parque Automovilístico en la calle Príncipe de Vergara, en Madrid. Estuve en los talleres, arreglando camiones, hasta que me jubilé. Muy contento.
¿Antes del atentado se había planteado alguna vez ser guardia civil?
Antes no. Nunca había pensado dejar el camión porque era muy feliz en el camión, pero la vida es así y cambió de esa forma. Me ha ido bien. A veces no sabes lo que es mejor en la vida.
Aquel día le cambió la vida.
No se me ha olvidado nada, como el primer día lo estoy contando ahora. Recuerdo con claridad cuando salí del camión y al pasar junto a Pardines vi cómo le salía la sangre por la boca. Uf. Estaba ya muerto. Cayó muerto con el primer tiro y luego le dieron cuatro más.
A los cuatro días me vinieron a buscar a mi pueblo, Valtierra. Me llevaron a la comandancia de San Sebastián para identificar a Sarasketa. "Usted no tiene que hablar nada. Basta con que me haga un gesto cuando lo vea", me dijo el comandante. Le hice el gesto y le dije: "seguro, seguro, seguro que es, pero está muy desmejorado". "Es que lleva cuatro días de investigación", me respondieron. Normal. No había derecho a que le hicieran eso a un joven guardia que hacía un servicio que es bien para todos, vigilando el tráfico. Sarasketa después debió de pedir perdón.
¿No le ha vuelto a ver a Sarasketa después de aquello?
No, nunca. Y que Dios quiera que no lo vea. Cuanto menos mejor. Si entonces me hubiera entrevistado con él le hubiera dicho: "Pero cómo hacéis esto? Os buscáis la ruina en vuestra vida. Es que son chavales que los cogen como si fuera una secta. Y Sarasketa tuvo suerte porque solo estuvo 9 años en la cárcel, porque lo amnistiaron en el 77.
Y con la familia de Pardines, ¿ha tenido alguna relación?
No, tampoco. Nunca me han llamado ni se han interesado por mí.
¿Se considera persona con agallas?
Sí.
Lo demostró aquel día...
Y lo volvería a demostrar, aunque tengo 84 años. Lo que es uno no se pierde, mientras no pierdas la memoria, claro.
¿Cómo vivió todo aquello su familia?
Por un lado, muy disgustados. ¡Cómo has hecho eso!, me dijeron cuando les llamé. Pues sí, no me mataron de milagro. pero hice lo que pude porque como ciudadano vi ese horror y no pude soportarlo. No me ha pesado ni me pesa. Si volviera a pasar yo haría lo mismo por un guardia civil o por cualquiera. Y ahora con más motivo porque aunque esté jubilado, seré guardia civil mientras viva.
Su hermano Julián dice que hubo años difíciles, que pasó tiempo sin volver a Valtierra.
Tuve que quitarme el miedo. No podía vivir con él. Que fuera lo que Dios quisiera. Si me salvé aquella vez..., pensaba. Desde entonces creo en los milagros, lo juro. Si me hubieran matado a mí no les habrían cogido porque los coches que estaban detrás no se enteraron de nada. Gracias a Dios, me fue bien. Desde entonces creo en los milagros porque lo mío fue un milagro.
En Madrid también se salvó de otro atentado de ETA.
Sí, yo vivía en la sede de la Dirección General de la Guardia Civil, en la calle Guzmán el Bueno, y hubo dos atentados. En uno de ellos, estábamos en la cama y se rompieron los cristales. Nos dimos un gran susto. Como me quedó tan poco cuando me jubilé a los 56 años, porque entré con 37 años por gracia especial y no pasé a la reserva activa al no cumplir los 20 años, cuando pasó la segunda bomba en 1988 le dije a mi coronel que me quería ir al pueblo. "La tercera ya no me coge", le dije. Me volví a Valtierra. Ahora vivo aquí en Madrid. Tengo casa en el pueblo, pero vivo aquí.
Usted que vivió el inicio de ETA, ¿ve ahora su final?
Creo que sí. Han hecho desgraciadas a muchas familias, a muchos hijos... ¿A qué han llegado? A nada. Y han hecho mucho, mucho, mucho mal. Creo que no volverán y harán bien porque no han llegado a ningún sitio ni van a llegar. Lo mejor que hay en este mundo es la paz, y el hacer bien y no mires a quién.
Fermín se desata los cordones del zapato derecho. Son nuevos y le rozan un poco, pero la ocasión merecía vestir las mejores galas. Le han regalado un uniforme para la imposición de la Cruz al Mérito con distintivo rojo porque «es costumbre que cuando te vas regalas todo a tus compañeros y no me queda nada». Este día tampoco lo ha de olvidar nunca y eso que le dieron la cruz hace más de veinte años. Durante todo ese tiempo la ha guardado con cariño en su mesilla. Este viernes se la imponían por fin.
Es un honor para un guardia civil la Cruz al Mérito con distintivo rojo. Es una ilusión, el reconocimiento de que has hecho un bien y la gente te saluda y te felicita. Para mí, un día muy grande y muy feliz. Siempre que recuerdo aquel día me da una emoción... no sé cómo explicarlo. Dios quiera quen o pase más y poder vivir tranquilos todos. A mí ya me queda poco, tengo muchos años, pero mi labor he hecho y ha quedado para toda la vida. En el museo de la Guardia Civil consta.
Ahora está mi nieta estudiando para Guardia Civil. Tiene la carrera de Sociología, Inglés... está muy preparada. El año pasado aprobó pero no pudo entrar porque si había 100 plazas se presentaron miles. A ver si tiene suerte este año. A mi familia, y sobre todo a mi nieta, se lo dedico.
Impecable con el uniforme nuevo para la ocasión, Fermín Garcés vivió este viernes un día «muy grande y muy feliz». Ni siquiera los zapatos que estrenaba algo molesto le aguaron la fiesta. Casi medio siglo después de aquel episodio que marcó para siempre su vida, la Guardia Civil le rendía homenaje en los actos del 75 aniversario del Servicio de Información del Cuerpo con la imposición de la Cruz al Mérito con distintivo rojo. Todo «un honor» para este navarro de 84 años que se lo dedicaba a su familia y en particular a su nieta «que quiere ser guardia civil». Minutos antes del acto, relataba a ABC aquel otro viernes de 1968.
«Lo que vi y lo que pasé no se me olvidará en la vida. Venía de Francia a Madrid, Alcorcón, y al llegar a Villabona nos echaron por un desvío. A medio kilómetro había un guardia civil de tráfico. Pasé y al kilómetro de dejar al guardia llegué a una yesería. A 15 metros vi a un guardia civil con dos chicos jóvenes que estaban hablando mientras el guardia miraba el coche. A unos diez metros, oí un disparo "¡Bang!" Creí que había sido el ballestín porque cuando se rompe pega un pedo como el tiro de una pistola.
Entonces salí disparado del coche y fui a mi camión, por si acaso me tiraban un tiro. Había tras de mí cinco o seis coches. Al primero le pedí por favor que llamaran al compañero del guardia para avisarle. A los dos chicos jóvenes del segundo coche les pedí que me llevaran para ver la matrícula del coche. También ellos corrieron peligro, pero entonces no sabíamos ni qué era ETA ni nada. A medio kilómetro, en una papelera, yo me bajé y ellos se fueron. Allí pedí un teléfono para llamar a la Guardia Civil de Tolosa y avisarles de que dos chicos jóvenes habían matado a un guardia civil y habían huido en dirección a Tolosa. Así pudieron esperarles en Tolosa.
Cuando los etarras vieron tanta guardia civil, se bajaron y se fueron monte arriba. Los guardias les echaron el alto, pero ellos empezaron a disparar. Los agentes respondieron e hirieron a Etxebarrieta. Sarasketa subió monte arriba y salió al otro lado, hasta la carretera donde pistola en mano paró un coche que le llevó hasta la casa del cura. Pero los guardias iban detrás, pararon a otro coche y pudieron cogerle allí.
Esto último me lo contaron después porque yo me quedé en la papelera. Llamé por teléfono a mi jefe, que se llevó el camión a Pamplona. Yo regresé más tarde, en otro camión que me paró la Guardia Civil. Al día siguiente fui a ver a mi jefe, que era de Transportes Mina, y me dijo que ahí estaba el camión. Lo cogí y me vine aquí a Alcorcón a descargar. Allí la Guardia Civil me volvió a interrogar».
¿Ese mismo día decidió unirse a la Guardia Civil?
Tardé unos días, no sé cuantos, en hablar con el director Antonio Cores Fernández de Cañete. Querían darme una condecoración y un premio en metálico, pero yo les dije: "Mire usted, quisiera entrar en la Guardia Civil". Se vieron tan contentos e hicieron todo para que entrara en la academia. Allí fui, a Sabadell, y me trataron de primera. Después me destinaron al Parque Automovilístico en la calle Príncipe de Vergara, en Madrid. Estuve en los talleres, arreglando camiones, hasta que me jubilé. Muy contento.
¿Antes del atentado se había planteado alguna vez ser guardia civil?
Antes no. Nunca había pensado dejar el camión porque era muy feliz en el camión, pero la vida es así y cambió de esa forma. Me ha ido bien. A veces no sabes lo que es mejor en la vida.
Aquel día le cambió la vida.
No se me ha olvidado nada, como el primer día lo estoy contando ahora. Recuerdo con claridad cuando salí del camión y al pasar junto a Pardines vi cómo le salía la sangre por la boca. Uf. Estaba ya muerto. Cayó muerto con el primer tiro y luego le dieron cuatro más.
A los cuatro días me vinieron a buscar a mi pueblo, Valtierra. Me llevaron a la comandancia de San Sebastián para identificar a Sarasketa. "Usted no tiene que hablar nada. Basta con que me haga un gesto cuando lo vea", me dijo el comandante. Le hice el gesto y le dije: "seguro, seguro, seguro que es, pero está muy desmejorado". "Es que lleva cuatro días de investigación", me respondieron. Normal. No había derecho a que le hicieran eso a un joven guardia que hacía un servicio que es bien para todos, vigilando el tráfico. Sarasketa después debió de pedir perdón.
¿No le ha vuelto a ver a Sarasketa después de aquello?
No, nunca. Y que Dios quiera que no lo vea. Cuanto menos mejor. Si entonces me hubiera entrevistado con él le hubiera dicho: "Pero cómo hacéis esto? Os buscáis la ruina en vuestra vida. Es que son chavales que los cogen como si fuera una secta. Y Sarasketa tuvo suerte porque solo estuvo 9 años en la cárcel, porque lo amnistiaron en el 77.
Y con la familia de Pardines, ¿ha tenido alguna relación?
No, tampoco. Nunca me han llamado ni se han interesado por mí.
¿Se considera persona con agallas?
Sí.
Lo demostró aquel día...
Y lo volvería a demostrar, aunque tengo 84 años. Lo que es uno no se pierde, mientras no pierdas la memoria, claro.
¿Cómo vivió todo aquello su familia?
Por un lado, muy disgustados. ¡Cómo has hecho eso!, me dijeron cuando les llamé. Pues sí, no me mataron de milagro. pero hice lo que pude porque como ciudadano vi ese horror y no pude soportarlo. No me ha pesado ni me pesa. Si volviera a pasar yo haría lo mismo por un guardia civil o por cualquiera. Y ahora con más motivo porque aunque esté jubilado, seré guardia civil mientras viva.
Su hermano Julián dice que hubo años difíciles, que pasó tiempo sin volver a Valtierra.
Tuve que quitarme el miedo. No podía vivir con él. Que fuera lo que Dios quisiera. Si me salvé aquella vez..., pensaba. Desde entonces creo en los milagros, lo juro. Si me hubieran matado a mí no les habrían cogido porque los coches que estaban detrás no se enteraron de nada. Gracias a Dios, me fue bien. Desde entonces creo en los milagros porque lo mío fue un milagro.
En Madrid también se salvó de otro atentado de ETA.
Sí, yo vivía en la sede de la Dirección General de la Guardia Civil, en la calle Guzmán el Bueno, y hubo dos atentados. En uno de ellos, estábamos en la cama y se rompieron los cristales. Nos dimos un gran susto. Como me quedó tan poco cuando me jubilé a los 56 años, porque entré con 37 años por gracia especial y no pasé a la reserva activa al no cumplir los 20 años, cuando pasó la segunda bomba en 1988 le dije a mi coronel que me quería ir al pueblo. "La tercera ya no me coge", le dije. Me volví a Valtierra. Ahora vivo aquí en Madrid. Tengo casa en el pueblo, pero vivo aquí.
Usted que vivió el inicio de ETA, ¿ve ahora su final?
Creo que sí. Han hecho desgraciadas a muchas familias, a muchos hijos... ¿A qué han llegado? A nada. Y han hecho mucho, mucho, mucho mal. Creo que no volverán y harán bien porque no han llegado a ningún sitio ni van a llegar. Lo mejor que hay en este mundo es la paz, y el hacer bien y no mires a quién.
Fermín se desata los cordones del zapato derecho. Son nuevos y le rozan un poco, pero la ocasión merecía vestir las mejores galas. Le han regalado un uniforme para la imposición de la Cruz al Mérito con distintivo rojo porque «es costumbre que cuando te vas regalas todo a tus compañeros y no me queda nada». Este día tampoco lo ha de olvidar nunca y eso que le dieron la cruz hace más de veinte años. Durante todo ese tiempo la ha guardado con cariño en su mesilla. Este viernes se la imponían por fin.
Es un honor para un guardia civil la Cruz al Mérito con distintivo rojo. Es una ilusión, el reconocimiento de que has hecho un bien y la gente te saluda y te felicita. Para mí, un día muy grande y muy feliz. Siempre que recuerdo aquel día me da una emoción... no sé cómo explicarlo. Dios quiera quen o pase más y poder vivir tranquilos todos. A mí ya me queda poco, tengo muchos años, pero mi labor he hecho y ha quedado para toda la vida. En el museo de la Guardia Civil consta.
Ahora está mi nieta estudiando para Guardia Civil. Tiene la carrera de Sociología, Inglés... está muy preparada. El año pasado aprobó pero no pudo entrar porque si había 100 plazas se presentaron miles. A ver si tiene suerte este año. A mi familia, y sobre todo a mi nieta, se lo dedico.
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