lunes, 4 de abril de 2016

¡AL CIELO CON ÉL ! ALFONSO USSIA




 

Un día cada año, la arribada al puerto de Málaga del «ferry» de Melilla reúne una emoción diferente. A bordo vienen los legionarios que llevarán en sus brazos por las calles malagueñas a su Cristo de la Buena Muerte, el Cristo de Mena. Lo ha escrito el general legionario Rafael Dávila: «Subía al cielo como sólo puede subir de brazos legionarios. Por un momento quedaba suspendido en el aire. Temblaba el madero del golpe de las manos. Temblaba hasta el suelo del golpe seco de las botas legionarias, y temblaba el cielo de ver aquella emoción. No temblaban los legionarios».

 

El Cristo de la Buena Muerte también abandona el acuartelamiento rondeño de Montejaque y recorre Ronda llevado y custodiado por sus legionarios. El pueblo, como en Málaga, los acompaña. Cincuenta mil muertes legionarias por España lleva en Su Muerte el Cristo de la Legión. «Si caminamos a tu lado, no va a faltarnos tu amor, porque muriendo vivimos vida más clara y mejor». Sobre el puente del Tajo rondeño a brazos de sus soldados, va y viene el Cristo de la Buena Muerte, entre las rocas afiladas por Dios que se hacen cuchillas en el Tajo de los Gaitanes, tan cercano a mis raíces, para que corran las aguas del Guadalhorce, el pequeño Guadalquivir.

 

La Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios de Barcelona, reza y pasea a su Cristo de la Buena Muerte en Hospitalet del Llobregat. El Ayuntamiento, gobernado por los socialistas catalanes, había prohibido la procesión. Más público que nunca en las calles. Y los viejos legionarios – ¡Al cielo con Él! –, con su Cristo mientras el señor alcalde de Hospitalet oía desde el cuarto de baño anexo a su despacho la majestuosa, macha y emocionante armonía del «Novio de la Muerte». Más lágrimas y ovaciones que en ediciones pasadas. A ver quién es el feo que se atreve a impedir a los legionarios pasear a su Cristo en Cataluña.

 

Y en Ceuta, Melilla, Almería, Madrid… allá donde se halle un legionario, estará el Cristo de la Buena Muerte, con sus rodillas sangradas, su costado herido, su gesto de dolor en el último tramo de la agonía, llevado por los privilegiados españoles que visten el uniforme verde de la Legión, la imagen prodigiosa que retrata el sufrimiento de los legionarios, el dolor de la muerte buena y heroica, del patriotismo sereno que les hace entregar sus vidas por las vidas de los compatriotas que no creen en ellos.

 

El que ha sido legionario, nunca dejará de serlo. No existen los ex legionarios. En activo, en la reserva, ya retirados o destinados a otras unidades del Ejército, el legionario muere con su uniforme y su Cristo abrazado a él. Como los marinos a su Estrella de los Mares, la Virgen del Carmen. Como los aviadores – exceptuando a un general rebotado –, a la Virgen de Loreto. Como los infantes a la Inmaculada. Como los artilleros a

Santa Bárbara. Como los caballeros a Santiago. Como los ingenieros a San Fernando. Como los guardias civiles a la Virgen del Pilar. Nadie puede ni podrá con ellos. Porque el militar español no sólo vive y muere por los demás, por su Patria y por la honorabilidad de sus uniformes. Vive y muere y se entrega abrazado a su Fe, que es Fe de paz y de abrazo, de compañerismo y entrega, de sacrificio y heroísmo, de humildad y decencia. Y esa Fe, no se borra con desprecios ni desaires, con intolerancias de una alcaldesa necia y con amenazas de un coletas estalinista. Esa Fe viene de lejos, de siglos, de acciones heroicas, de muertes jóvenes, de españoles que adoran el significado de su Bandera, el valor de su juramento y su natural sentido del cumplimiento de la lealtad.

 

Pueden soplar vientos adversos. Hasta es posible que en el futuro, una ex comandante de regular valía y separada voluntariamente del Ejército mande y ordene a decenas de miles de hombres y mujeres de honor. Y si no es ella, un ex general – en este caso el «ex» resulta correcto –, que ha elegido la ambición política en los círculos comunistas a cambio del respeto que no se supo ganar con el uniforme. Todo es posible. Pero seguirá llegando a Málaga el «ferry» con los legionarios a su cita con el Cristo de la Buena Muerte, pasearán a su Dios en Ronda y Almería, en Cataluña y en Castilla, en las lejanas Canarias, y los españoles sabrán que sus legionarios, sus soldados, sus guardias civiles, sus marinos y sus aviadores no dudarán en defender a España, a su unidad, a las leyes, la libertad y la Constitución que ampara los derechos de todos.

 

¡Al cielo con Él!

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