Un día cada año, la arribada al puerto de
Málaga del «ferry» de Melilla reúne una emoción diferente. A bordo vienen los
legionarios que llevarán en sus brazos por las calles malagueñas a su Cristo de
la Buena Muerte, el Cristo de Mena. Lo ha escrito el general legionario Rafael Dávila:
«Subía al cielo como sólo puede subir de brazos legionarios. Por un momento quedaba
suspendido en el aire. Temblaba el madero del golpe de las manos. Temblaba hasta
el suelo del golpe seco de las botas legionarias, y temblaba el cielo de ver
aquella emoción. No temblaban los legionarios».
El Cristo de la Buena Muerte también abandona
el acuartelamiento rondeño de Montejaque y recorre Ronda llevado y custodiado
por sus legionarios. El pueblo, como en Málaga, los acompaña. Cincuenta mil
muertes legionarias por España lleva en Su Muerte el Cristo de la Legión. «Si
caminamos a tu lado, no va a faltarnos tu amor, porque muriendo vivimos vida
más clara y mejor». Sobre el puente del Tajo rondeño a brazos de sus soldados,
va y viene el Cristo de la Buena Muerte, entre las rocas afiladas por Dios que
se hacen cuchillas en el Tajo de los Gaitanes, tan cercano a mis raíces, para
que corran las aguas del Guadalhorce, el pequeño Guadalquivir.
La Hermandad de Antiguos Caballeros
Legionarios de Barcelona, reza y pasea a su Cristo de la Buena Muerte en Hospitalet
del Llobregat. El Ayuntamiento, gobernado por los socialistas catalanes, había
prohibido la procesión. Más público que nunca en las calles. Y los viejos
legionarios – ¡Al cielo con Él! –, con su Cristo mientras el señor alcalde de Hospitalet
oía desde el cuarto de baño anexo a su despacho la majestuosa, macha y
emocionante armonía del «Novio de la Muerte». Más lágrimas y ovaciones que en
ediciones pasadas. A ver quién es el feo que se atreve a impedir a los legionarios
pasear a su Cristo en Cataluña.
Y en Ceuta, Melilla, Almería, Madrid… allá
donde se halle un legionario, estará el Cristo de la Buena Muerte, con sus
rodillas sangradas, su costado herido, su gesto de dolor en el último tramo de
la agonía, llevado por los privilegiados españoles que visten el uniforme verde
de la Legión, la imagen prodigiosa que retrata el sufrimiento de los
legionarios, el dolor de la muerte buena y heroica, del patriotismo sereno que
les hace entregar sus vidas por las vidas de los compatriotas que no creen en
ellos.
El que ha sido legionario, nunca dejará de
serlo. No existen los ex legionarios. En activo, en la reserva, ya retirados o
destinados a otras unidades del Ejército, el legionario muere con su uniforme y
su Cristo abrazado a él. Como los marinos a su Estrella de los Mares, la Virgen
del Carmen. Como los aviadores – exceptuando a un general rebotado –, a la
Virgen de Loreto. Como los infantes a la Inmaculada. Como los artilleros a
Santa Bárbara. Como los caballeros a
Santiago. Como los ingenieros a San Fernando. Como los guardias civiles a la Virgen
del Pilar. Nadie puede ni podrá con ellos. Porque el militar español no sólo
vive y muere por los demás, por su Patria y por la honorabilidad de sus
uniformes. Vive y muere y se entrega abrazado a su Fe, que es Fe de paz y de
abrazo, de compañerismo y entrega, de sacrificio y heroísmo, de humildad y
decencia. Y esa Fe, no se borra con desprecios ni desaires, con intolerancias de
una alcaldesa necia y con amenazas de un coletas estalinista. Esa Fe viene de lejos,
de siglos, de acciones heroicas, de muertes jóvenes, de españoles que adoran el
significado de su Bandera, el valor de su juramento y su natural sentido del cumplimiento
de la lealtad.
Pueden soplar vientos adversos. Hasta es
posible que en el futuro, una ex comandante de regular valía y separada
voluntariamente del Ejército mande y ordene a decenas de miles de hombres y
mujeres de honor. Y si no es ella, un ex general – en este caso el «ex» resulta
correcto –, que ha elegido la ambición política en los círculos comunistas a
cambio del respeto que no se supo ganar con el uniforme. Todo es posible. Pero
seguirá llegando a Málaga el «ferry» con los legionarios a su cita con el
Cristo de la Buena Muerte, pasearán a su Dios en Ronda y Almería, en Cataluña y
en Castilla, en las lejanas Canarias, y los españoles sabrán que sus legionarios,
sus soldados, sus guardias civiles, sus marinos y sus aviadores no dudarán en defender
a España, a su unidad, a las leyes, la libertad y la Constitución que ampara los
derechos de todos.
¡Al cielo con Él!
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