Estoy convencido de que muchos de mis compañeros de armas se han tenido que enfrentar a situaciones, si no tan dramáticas, si a hechos en los que la disponibilidad de un galeno ofrece, además de un plus de supervivencia, sin la menor duda una enorme tranquilidad para la unidad y en especial para el responsable de la seguridad de todos: el jefe. Lo cierto es que e mí esta temprana experiencia me marcó para toda mi vida en activo. En cualquier ejercicio, maniobra o despliegue, siempre he estudiado con minuciosidad la distancia (y el tiempo) que me separaba de la presencia del médico más próximo.
Y es que la presencia del Servicio de Sanidad en las unidades es algo consustancial. Nuestro oficio lo demanda. Claro, que las condiciones en que se presta han variado mucho en los últimos años. Que le pregunten si no a cualquier profesional de la sanidad militar. Pero no es éste el objeto de esta reflexión, sino la auténtica necesidad que de ellos se siente desde la perspectiva de las unidades. Dejo para otros más técnicos en la materia el análisis de cómo lograr satisfacerlas. Solo pretendo poner de manifiesto, cómo han cambiado las necesidades y las circunstancias en las que el apoyo sanitario se ha venido prestando.
Porque en el tiempo en el que yo me refería con el relato inicial de este artículo, Las Unidades se nutrían mayoritariamente de soldados procedentes del servicio militar obligatorio y salvo algunas excepciones, como en el Sahara que tenía más carácter expedicionario, la Sanidad Militar era puramente asistencial. Atendía a los soldados de reemplazo, los militares profesionales y sus familias, en territorio nacional, cuya defensa desde el interior, presidía el concepto estratégico imperante por aquel entonces. No había marcha, ejercicio de tiro, maniobras en la que faltara la presencia del médico y su ambulancia. No había tampoco guarnición militar de alguna entidad en la que no hubiera un hospital militar con mayor o menor dotación. Y las unidades contaban todas, hasta nivel batallón con un médico, uno o más enfermeros (entonces se llamaban practicantes y más adelante ATS) y un botiquín, en algunos casos con capacidad de enfermería.
A mi modo de ver, dos fueron las circunstancias que se dieron cita para cambiar aquella envidiable situación. De una parte, el desarrollo del sistema público de salud expandió el número hospitales y centros asistenciales por toda la geografía nacional, lo que trajo consigo la reducción del número de hospitales militares y de las especialidades que atendían. Este hecho en combinación con el voraz afán unificador de escalas que acometió el Ministerio de Defensa, devino en la unificación de los antiguos Cuerpos de Sanidad de los Ejércitos y la Armada en un nuevo ente integrado lo que se ha dado en llamar “Cuerpos Comunes de la Defensa”. Sus virtudes habrá tenido, pero desde el punto de vista de las Unidades, alejó a muchos profesionales sanitarios de sus ámbitos específicos y en general supuso una considerable pérdida de médicos militares. Y no solo médicos, la reforma también se llevó por delante al cuerpo de Damas Auxiliares de Sanidad Militar, que con enorme celo y abnegación habían atendido a nuestros soldados en hospitales y en las operaciones de Ifni y del Sahara.
Una importante derivada de todo esto, junto con la profesionalización de la tropa, ha sido el paulatino cierre de casi la totalidad de aquellos hospitales militares y la creación del Instituto Social de las fuerzas Armadas (ISFAS) que da respuesta a las necesidades asistenciales de los militares y sus familias mediante conciertos con la sanidad pública o compañías privadas del ámbito sanitario.
Por otra parte, la integración de España en organismos internacionales, fundamentalmente ONU, OTAN, UE y coaliciones internacionales, ha modificado el concepto estratégico. De aquella defensa del territorio nacional hemos pasado a una defensa colectiva con nuestros socios y aliados que nos ha llevado a compromisos militares muy lejos de nuestras fronteras. Este es un aspecto de la mayor importancia que ha revolucionado en nuestras FAS, particularmente en el ET, todo el ámbito logístico. No se trata ya de desplegar nuestras unidades y sostenerlas apoyándonos en toda la infraestructura nacional, sino proyectarlas a grandes distancias, por períodos de tiempo muy prolongados y normalmente en escenarios de crisis o conflictos donde se pueden obtener pocos recursos en beneficio propio. Por lo que a la asistencia sanitaria se refiere se ha pasado de un concepto puramente asistencial a un apoyo mucho más operativo, allí donde nuestro propio sistema sanitario no puede llegar.
Las operaciones en el exterior han requerido un apoyo sanitario muy especializado, como los aspectos epidemiológicos, el tratamiento de urgencia, estabilización y evacuación, en ocasiones bajo fuego hostil, por personal sanitario que sufre las mismas vicisitudes que sus compañeros de las armas combatientes. Algunas de estas necesidades se han solventado con la creación de unidades sanitarias de vanguardia, desde las secciones avanzadas hasta un hospital de campaña dotado de gran número de especialidades. La incorporación de la telemedicina ha sido otra gran ayuda.
El paso dado ha sido de una enorme magnitud, pero como en todos los procesos, algunas cosas han quedado pendientes de resolución. Me voy a referir únicamente a un par de ellas. Las que como consecuencia de mi vida profesional he vivido más de cerca. La primera, sin duda es la disminución de personal sanitario, especialmente médicos. De aquellos antiguos médicos militares que atendían a la propia Unidad (tropa, mandos y familiares) habitualmente en su lugar de destino hemos pasado, casi sin solución de continuidad a otros que desempeñan su cometido largos períodos de tiempo fuera de su base o guarnición, lo que les dificulta el desarrollo de su actividad profesional fuera del ámbito de las FAS, como solía ser habitual. Esto, junto con la unificación a la que he aludido con anterioridad, ha supuesto una drástica reducción en el número de profesionales altamente cualificados y con mucha experiencia así como un considerable envejecimiento de los que han permanecido. Y tales consecuencias las han sufrido principalmente las unidades militares.
Desde el Ministerio se han arbitrado distintas soluciones, desde la movilización de médicos reservistas voluntarios hasta la externalización de algunos servicios. Sin que hasta la fecha se haya resuelto el problema del reclutamiento, la formación, especialización y lo que es más importante, la fidelización de los médicos necesarios. Desde hace cuatro años se ha emprendido un programa en el que se seleccionan estudiantes que han superado la PAU, valorando especialmente física y matemáticas e ingresan en la Academia de Sanidad desde donde cursan el grado de Medicina con cargo al presupuesto del MINISDEF, pero este programa, aún no ha visto los primeros resultados.
Esta es a vuela pluma, la evolución de la Sanidad Militar desde la perspectiva de un oficial que ha pasado más de la mitad de su vida activa en unidades muy demandantes, como la Legión, operaciones especiales o montaña. Pero en general, la necesidad de personal sanitario en las unidades es consustancial con cualquiera de ellas y las carencias se notan doblemente.
Sirvan estas reflexiones como reconocimiento y homenaje a tantos y tantos médicos, enfermeros, damas auxiliares, e incluso sanitarios de patrulla (mal llamados “paramédicos”, de los que les hablaré en otra ocasión) que en períodos más o menos extensos hemos disfrutado en las Unidades. Con arrojo, y compromiso son y han sido parte integrante, indispensable de las Unidades. De su preparación, espíritu y voluntad de servicio puedo y debo dar testimonio y expresar mi agradecimiento, desde mis primeras experiencias, en el Sahara, pasando por Bosnia, Kosovo o Afganistán, hasta mis últimas experiencias en el Mando de Operaciones Especiales.
Adolfo Coloma