El 18 de noviembre de 1860, cientos de madrileños se agolpaban en los alrededores de la Puerta de Segovia para ver la llegada del Castilla, un
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El 18 de noviembre de 1860, cientos de madrileños se agolpaban en los alrededores de la Puerta de Segovia para ver la llegada del Castilla, un peculiar vehículo llamado locomóvil que llevaba unos veinte días de camino desde Valladolid. Al volante, el ingeniero Pedro Ribera controlaba el movimiento del invento que dejó asombrados a los asistentes.
“Grande hemos dicho que era la curiosidad, pero inmenso fue el entusiasmo que produjo su majestuosa marcha, a la par que dócil, pues se la vio obedecer como pudiera haberlo verificado el más maestro caballo de silla a los impulsos que la entendida mano del joven ingeniero Ribera comunicaba a la rueda que transmite el movimiento directivo a todo el juego delantero”, se podía leer en el artículo Locomotora para carreteras publicado en el Museo Universal.
Este fue el momento álgido en la historia del Castilla, un peculiar vehículo llamado locomóvil por ser una adaptación de una locomotora para la circulación por carreteras y caminos sin necesidad de raíles. Equipada con ruedas de tractor o similares, una serie de poleas conectaban estas al motor de vapor para mover la maquinaria mediante correas de transmisión.
Ribera pensó que podría utilizar los locomóviles para transportar mercancías por los lugares donde las vías de tren no alcanzaban
Cuando a mediados del siglo XIX el ferrocarril se extendía por Europa pero llegaba a España todavía con timidez, Ribera pensó que podría utilizar los locomóviles para transportar mercancías por los lugares donde las vías de tren no alcanzaban. Aunque ya en 1855 el inventor valenciano Valentín Silvestre había probado su locomóvil en Madrid, el Castilla fue el primero que se pudo ver circular por los caminos españoles, causando una gran sorpresa en todo el que se la cruzaba, según cuentan crónicas de la época.
El Castilla llega a Valladolid
Natural de Tortosa, Ribera dedicó gran parte de su vida y de su trabajo al ferrocarril. Era consciente del atraso en la materia que sufría España, y trató de combatirla escribiendo y publicando artículos en prensa. Creía firmemente en el potencial del tren para traer el progreso industrial y planteó la idea de crear una red secundaria de 10.000 kilómetros de vías para cubrir el territorio.
Como cuenta Alejandro Polanco Masa en su blog Cultura Obsoleta, en torno a 1860 Ribera viajó a Reino Unido, donde estudió los distintos modelos de locomóvil existentes para importar uno válido para circular por España. Una vez seleccionado gestionó su transporte y en octubre de ese año, el vehículo llegó al puerto de Santander.
Para evitar desastrosas consecuencias llevaba instalada una reductora de potencia que impedía que el monstruo saliera saltando por los aires
De allí viajó a Valladolid, donde se hicieron las primeras pruebas entre mucha expectación y asombro por parte de los ciudadanos. Bautizada como Castilla, se trataba de una enorme bestia de metal, con una gran caldera y varios juegos de ruedas, los posteriores de más de dos metros de diámetro. En la parte frontal estaba el puente de mando, con un timón que permitía conducir la máquina con precisión y cuidado.
“La máquina de vapor era idéntica a la presente en una locomotora convencional, pero para evitar desastrosas consecuencias llevaba instalada una reductora de potencia que impedía que el monstruo saliera poco menos que saltando por los aires”, explica Polanco.
Valladolid-Madrid en veinte días
Puesto que el objetivo final del Castilla era llegar a Madrid y que la máquina tenía que probar su funcionamiento, Ribera se propuso un objetivo hoy insignificante pero casi titánico por entonces: recorrer los aproximadamente 200 kilómetros que separaban Valladolid de la capital a bordo de su locomóvil.
Puesto que el Castilla solo tenía diez caballos de vapor de potencia, consumía 50 kilos de carbón a la hora y su velocidad máxima, en llano, solo alcanzaba los 15 kilómetros por hora, el viaje se hizo largo. Tardaron 20 días en llegar a su destino.
Pero la prisa no era un factor determinante y el Castilla logró atravesar la sierra de Guadarrama, así que la travesía se consideró un éxito. Ribera y sus tres compañeros de viaje entraron triunfantes en Madrid y dejaron asombrado al personal.
Su idea, en cualquier caso, no era crear un sistema de transporte de pasajeros, sino convencer a los industriales de la época de que era una buena alternativa a la tracción animal para el transporte de mercancías
Sin embargo, no pareció convencer, o al menos no a los suficientes, porque su Castilla nunca llegó a triunfar y lo que fue todo un acontecimiento en su época cayó en el olvido no mucho tiempo después. Al poco tiempo construyó otro locomóvil a base de piezas importadas de Inglaterra que bautizó como Príncipe Alfonso, pero no tardó en abandonar para dedicarse al ferrocarril tradicional, con mucho más éxito.
“Grande hemos dicho que era la curiosidad, pero inmenso fue el entusiasmo que produjo su majestuosa marcha, a la par que dócil, pues se la vio obedecer como pudiera haberlo verificado el más maestro caballo de silla a los impulsos que la entendida mano del joven ingeniero Ribera comunicaba a la rueda que transmite el movimiento directivo a todo el juego delantero”, se podía leer en el artículo Locomotora para carreteras publicado en el Museo Universal.
Este fue el momento álgido en la historia del Castilla, un peculiar vehículo llamado locomóvil por ser una adaptación de una locomotora para la circulación por carreteras y caminos sin necesidad de raíles. Equipada con ruedas de tractor o similares, una serie de poleas conectaban estas al motor de vapor para mover la maquinaria mediante correas de transmisión.
Ribera pensó que podría utilizar los locomóviles para transportar mercancías por los lugares donde las vías de tren no alcanzaban
Cuando a mediados del siglo XIX el ferrocarril se extendía por Europa pero llegaba a España todavía con timidez, Ribera pensó que podría utilizar los locomóviles para transportar mercancías por los lugares donde las vías de tren no alcanzaban. Aunque ya en 1855 el inventor valenciano Valentín Silvestre había probado su locomóvil en Madrid, el Castilla fue el primero que se pudo ver circular por los caminos españoles, causando una gran sorpresa en todo el que se la cruzaba, según cuentan crónicas de la época.
El Castilla llega a Valladolid
Natural de Tortosa, Ribera dedicó gran parte de su vida y de su trabajo al ferrocarril. Era consciente del atraso en la materia que sufría España, y trató de combatirla escribiendo y publicando artículos en prensa. Creía firmemente en el potencial del tren para traer el progreso industrial y planteó la idea de crear una red secundaria de 10.000 kilómetros de vías para cubrir el territorio.
Como cuenta Alejandro Polanco Masa en su blog Cultura Obsoleta, en torno a 1860 Ribera viajó a Reino Unido, donde estudió los distintos modelos de locomóvil existentes para importar uno válido para circular por España. Una vez seleccionado gestionó su transporte y en octubre de ese año, el vehículo llegó al puerto de Santander.
Para evitar desastrosas consecuencias llevaba instalada una reductora de potencia que impedía que el monstruo saliera saltando por los aires
De allí viajó a Valladolid, donde se hicieron las primeras pruebas entre mucha expectación y asombro por parte de los ciudadanos. Bautizada como Castilla, se trataba de una enorme bestia de metal, con una gran caldera y varios juegos de ruedas, los posteriores de más de dos metros de diámetro. En la parte frontal estaba el puente de mando, con un timón que permitía conducir la máquina con precisión y cuidado.
“La máquina de vapor era idéntica a la presente en una locomotora convencional, pero para evitar desastrosas consecuencias llevaba instalada una reductora de potencia que impedía que el monstruo saliera poco menos que saltando por los aires”, explica Polanco.
Valladolid-Madrid en veinte días
Puesto que el objetivo final del Castilla era llegar a Madrid y que la máquina tenía que probar su funcionamiento, Ribera se propuso un objetivo hoy insignificante pero casi titánico por entonces: recorrer los aproximadamente 200 kilómetros que separaban Valladolid de la capital a bordo de su locomóvil.
Puesto que el Castilla solo tenía diez caballos de vapor de potencia, consumía 50 kilos de carbón a la hora y su velocidad máxima, en llano, solo alcanzaba los 15 kilómetros por hora, el viaje se hizo largo. Tardaron 20 días en llegar a su destino.
Su idea, en cualquier caso, no era crear un sistema de transporte de pasajeros, sino convencer a los industriales de la época de que era una buena alternativa a la tracción animal para el transporte de mercancías
Sin embargo, no pareció convencer, o al menos no a los suficientes, porque su Castilla nunca llegó a triunfar y lo que fue todo un acontecimiento en su época cayó en el olvido no mucho tiempo después. Al poco tiempo construyó otro locomóvil a base de piezas importadas de Inglaterra que bautizó como Príncipe Alfonso, pero no tardó en abandonar para dedicarse al ferrocarril tradicional, con mucho más éxito.
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