Historia Militar
Día 08/10/2015 - 02.19h
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Desde la falcata, hasta la daga de «mano izquierda» asiduamente utilizada por los espadachines en las calles de Madrid
ídeo: Jesús Cuesta Velázquez
Desde sencillas dagas elaboradas con hueso, hasta arcabuces fabricados con complejos (y sumamente caros) mecanismos de disparo. Desde hace siglos son decenas las armas que han pasado por nuestro país -tengan o no origen español- y que, de una forma o de otra, han cambiado nuestra historia militar. Así lo atestiguan la falcata -una espada que, a pesar de contar con un origen disputado, es recordada por ser usada por los pueblos iberos- o la daga de vela -característica de los espadachines de nuestro país durante el Siglo de Oro-.
A día de hoy, sin embargo, este gigantesco paseo por la historia se puede realizar en unas pocas horas gracias a un único museo madrileño. «Dentro de la coleccion del Museo Arqueológico Nacional las armas ocupan un lugar muy importante. Con ellas se puede hacer un recorrido desde la Prehistoria hasta mediados del siglo XIX. A traves de estas piezas, de caracter tanto ofensivo como defensivo, podemos ver además cómo han evolucionado las tecnicas de fabricacion y el uso de los materiales a través de los siglos», explica Carmen Marcos, subdirectora del Museo Arquológico Nacional, en declaraciones a ABC.
1-La daga
Desde que nació en la Edad del Bronce (aproximadamente en el III milenio a.C.) la daga es considerada como una de las primeras armas fabricadas por el ser humano. En principio fue elaborada mediante materiales como los huesos de animales o la piedra. Sin embargo, la llegada de los metales hizo de ellas una herramienta indispensable. Un apelativo, con todo, que ya se habían ganado desde su aparición gracias a lo útiles que eran para cazar, para realizar todo tipo de trabajos o, llegado el momento, para defenderse de un enemigo.
A-La daga de los «saqueadores» de Oriente
La «daga de Luristán» se corresponde con un arma corta de doble filo fabricada con bronce fundido. Aunque en la actualidad es imposible de datar, sus características hacen pensar a los expertos que podría estar fechada aproximadamente en el año 1.000 a.C. Y es que, en Luristán (una región ubicada al norte de Irán) se han hallado utensilios con características similares de esta época. Con todo, es a día de hoy una de las pocas que cuenta con un pomo rematado en dos cabezas de carnero.
La región en la que fue hallada, a su vez, tiene una historia rica y extensa. «La zona de la que procede la daga está vinculada al origen de la metalurgia. En estos territorios del Próximo Oriente relacionados con el Tigris y el Eufrates se ha constatado la temprana utilización del cobre nativo y, desde el IV milenio a.C., su fundición y la utilización de aleaciones», explica la licenciada en prehistoria Salomé Zurinaga en su dossier «Daga de Luristán».
Curiosamente, esta daga (ornamental a primera vista) pudo haber sido utilizada por las tribus «Lur», las cuales se caracterizaban por ser seminómadas y por venderse al mejor postor como mercenarios. Tal y como determina la experta en su dossier, a lo largo de las décadas se ha podido ver a estos grupos de hombres dedicándose al saqueo y al pillaje cerca de las riberas de los ríos Tigris y Eúfrates. «Está claro que eran grupos de mercenarios al servicio de Babilonia y Elam. Así lo demuestran los bronces encontrados en su territorio con inscripciones cuneiformes sumerias y acadias, por ser productos importados de Babilonia y Elam y no producciones locales del Luristán», señala Zurinaga.
B-La daga de «vela»
Con el paso de las décadas y la llegada de la esgrima, los siglos XV y XVI trajeron consigo el nacimiento de un nuevo estilo de combate: el de armas dobles. Por entonces el arma predilecta de los espadachines era la espada ropera, un filo largo, estrecho y fino utilizado principalmente para atacar de punta al enemigo. Junto con ella, los más avezados combatientes portaban una daga de «mano izquierda», es decir, un puñal considerablemente largo (de unos 50 centímetros) que se usaba tanto para parar las estocadas del enemigo, como para amenazarle.
La mayorías de estos puñales eran conocidos como dagas de «vela» debido a que contaban con una gran pieza metálica en forma de vela para proteger la mano de su portador de las punzadas contrarias. «En los duelos de armas dobles, el uso de la daga de mano izquierda permitía detener golpes de la espada contraria a la par que se atacaba con la propia o aprovechar algún fallo del adversario para herirlo con ella», explicaba, en declaraciones a ABC, el divulgador histórico Jesús de las Heras en el reportaje «Los secretos de los espadachines de los Tercios al batirse en duelo».
La daga de vela servía para detener estocadas y para atacar
A su vez, estas armas eran conocidas como «dagas de misericordia» debido a que eran utilizadas por los espadachines para dar el último golpe a los jinetes que se caían del caballo. Y es que, con la armadura que portaban, solían tener problemas para levantarse. También eran muy utilizadas por los rufianes de la época debido a que su extensión hacía que fueran fáciles de esconder y las convertía en el objeto perfecto para dar un buen susto al contrario. De hecho, estuvo prohibido durante años portarlas por dicha causa. El Museo Arqueológico Nacional cuenta, en una de sus múltiples salas, con una daga de «mano izquierda». Esta data del siglo XVII, pertenece a la dinastía de los Austrias y tiene una hoja de doble filo elaborada en acero.
2-Puntas de flecha
Si hubo un invento que cambió la Prehistoria, ese fue el arco y las flechas. Ambos son considerados a día de hoy como la primera máquina de la que se tiene constancia. No obstante, en principio las puntas de los proyectiles fueron utilizadas para acabar con los animales una vez que ya habían caído en todo tipo de trampas (algunas tan sencillas como llevar a la presa hacia una zona pantanosa para que se quedase atrapada). «Las [primeras] puntas, colocadas ya en el extremo de un astil, fueron eficaces armas para herir y rematar animales, aun cuando la actual arqueología experimental haya demostrado su poca eficacia como arma arrojadiza», explica el catedrático en Prehistoria Jorge Juan Eiroa en su libro «Prehistoria I».
El experto español, a su vez, califica el arco y las flechas como uno de los inventos más revolucionarios del Paleolítico. Con todo, a día de hoy no se puede determinar exactamente cuando vino a este mundo. «Existe una controversia acerca del momento de la invención del arco. El arco más antiguo que se han encontrado los arqueólogos, hecho con madera de tejo u olmo [está fechado] en el 6.000 a.C.», destaca Eiroa. No obstante, existen algunas representaciones pictográficas en varias cuevas que podrían detonar su aparición antes.
En este caso, la punta de flecha presente en el Museo Arqueológico Nacional ha sido elaborada en bronce y cuenta con unas dimensiones de 10,70 centímetros de largo por 3 de ancho. Fechada entre los años 1.800 y 1.700 a.C. (aproximadamente, pues es dificultoso datarla exactamente) fue hallada en un pequeño municipio de Almería. Algo lógico si se considera que en la zona había yacimientos de cobre. Finalmente, cuenta con una característica curiosa, es de tipo «palmela».
«Es una terminología propia de arqueólogos, pero tan extendida que prácticamente no tiene ya alternativa. Palmela es una localidad portuguesa cercana a Setúbal, donde a comienzos del siglo pasado se excavaron una serie de monumentos funerarios que contenían un tipo de cerámica campaniforme decorada característica y otros elementos, entre los que destacaban estas puntas de cobre. Después su hallazgo se fue dando en otros contextos arqueológicos peninsulares, sobre todo campaniformes, hasta convertirse en un elemento representativo de este período, y comenzaron a ser citadas por su paralelismo con los hallazgos portugueses como “puntas de Palmela”. Se trata de un tipo peculiar de la Península Ibérica ligado al primer desarrollo de la metalurgia», completa Marcos.
3-La espada
La espada es, a día de hoy, una de las armas más antiguas y más utilizadas a lo largo de la Historia. Y es que, su sencillez y efectividad ha hecho que acompañe a la humanidad desde tiempos inmemoriales. Con todo, una buena parte de los historiadores coinciden en señalar que su nacimiento oficial estaría en la Edad del Bronce (aproximadamente en el tercer milenio a.C.). Al menos en su versión moderna y más efectiva, pues anteriormente se habían intentado elaborar con cobre (lo cual dio un resultado muy pobre).
No obstante, su nacimiento «oficial» no implica que los seres humanos no hubiesen tratado de elaborar espadas anteriormente. «La primera necesidad apremiante del hombre prehistórico era, sin duda, atender a la subsistencia propia y de la prole. […] Esta primitiva lucha del hombre con los animales haría necesaria […] un arma. […] La más elemental para el fin que se proponía no cabe duda de que sería la piedra (arma arrojadiza por excelencia), y después, o tal vez al mismo tiempo, las ramas de los árboles (la primera arma contundente). Y no es dudoso el suponer el que alguno de aquellos seres primitivos se le ocurriera aguzar la punta de una estaca con el fin de herir de punta y a distancia, y he aquí el nacimiento de la primera espada», explica el académico José Relanzón García-Criado en su dossier «La espada toledana».
A-La espada de ostentación
A lo largo de la Historia, las espadas no han sido utilizadas únicamente como armas. De hecho, en muchas ocasiones su función era de ostentación. Es decir, eran un objeto que indicaba la alta clase social de su poseedor. Estas han sido encontradas usualmente en los enterramientos. «Las espadas comienzan a aparecer en el registro arqueológico ya en el Bronce Antiguo, y desde el primer momento están ligadas a enterramientos especialmente ricos, en los que se considera que tienen un valor simbólico especial. Entre 1800 y 1500 a.C. aproximadamente, sustituyen a las alabardas, que a comienzos del desarrollo de esa cultura eran el armamento de prestigio que se incluía en las tumbas especialmente ricas», explica la subdirectora del Museo Arqueológico Nacional.
A día de hoy, este museo madrileño atesora una de estas armas más conocidas, la «espada de Guadalajara». Esta se caracteriza por contar con una hoja plana y ancha que –como todas las de la época en la Península Ibérica y Europa- se sujeta a la empuñadura mediante varios remaches. «Son denominadas genéricamente como “espadas argáricas”, porque fue durante las excavaciones de los hermanos Siret en el Sureste donde primero se documentaron en contextos funerarios de la cultura del Argar», añade la experta.
Curiosamente, esta espada se diferencia de las europeas en que tiene una hoja considerablemente más larga. Y es que, a pesar de que estaba ideada con una finalidad de ostentación (lo que denota que cuente con un pomo de oro), también estaba pensada para combatir. «Como muestran otras fuentes, como por ejemplo la leyenda artúrica, cuya elaboración es muy posterior, pero que refleja aún comportamientos similares a los de la Edad del Bronce, el que un arma tenga un gran valor simbólico no es incompatible con que, además, pudiera ser funcional», añade Marcos.
No obstante, a día de hoy es imposible saber si la «espada de Guadalajara se utilizó o no para dar de estocadas al enemigo, pues sus filos están tan deteriorados que es absolutamente imposible determinarlo. «Otro indicio de su importancia representativa es el que su empuñadura se realice en materiales nobles. La "espada de Guadalajara" es la única que ha llegado hasta nosotros con una empuñadura de oro completa, pero se conocen otros fragmentos o elementos sueltos de pomos y guardas de espada realizados en oro en la Península Ibérica y en otros contextos europeos. Más frecuentes son las piezas que conservan remaches u otros elementos en plata, como algunas otras que se exponen igualmente en las vitrinas de Prehistoria, como las espadas de Puertollano y de Linares», añade la experta.
B-La falcata
Una de las armas más características de la Península Ibérica fue también una espada conocida posteriormente en el mundo entero: la falcata. Se distingue, entre otras cosas, por contar con una hoja curva con una punta ancha que se basa en cuchillos similares. A su vez, se destacaba por contar con empuñadoras que representaban cabezas de animales o, incluso, de seres humanos. Eran, además, un símbolo de poder y estatus social para los íberos. De hecho, aparecen en ajuares para perpetuar el estatus del difunto.
«La falcata era un arma pesada, capaz de asestar mortíferos golpes tanto tajantes como punzantes, apropiada para la infantería. […]. En su vaina podía también guardarse un cuchillo de hoja curva, que se utilizaría como una especie de navaja multiusos. Ahora bien, hay que tener en cuenta que, como ocurre en otras culturas antiguas del Mediterráneo, la lanza, y no la espada, era el arma ofensiva principal del combate. Por lo tanto, la falcata sería utilizada en el campo de batalla como recurso último cuando la lanza se rompía o se perdía, lo cual no significa que no fuera un arma muy eficaz y práctica en el combate», afirma Mar Gabaldón en su obra «La falcata de Almedinilla».
A día de hoy existe una gran controversia en relación a la procedencia de la falcata. Y es que, aunque muchos historiadores señalan que llegaron hasta la Península a través de los griegos, otros consideran que fue a través de los etruscos. La primera es la teoría más aceptada. «La falcata tiene su origen posiblemente en las costas balcánicas del Adriático. Desde allí se extendió hacia Italia, donde alcanzó gran éxito, y a Grecia, siendo denominada machaira o kopis. Para los griegos esta espada de pronunciada hoja curva era un símbolo de las armas de los bárbaros», destaca la experta.
Sin embargo, algunos autores como Fernando Quesada Sanz consideran que no fue una evolución de esa arma, sino que fue una espada nueva creada a partir de ella. Para ello, esta cultura redujo considerablemente su curvatura, acortó su hoja y –en lugar de un único filo- hicieron que pudiese cortar por ambos lados. Así pues, crearon un objeto nuevo. En la actualidad, el Museo Arqueológico Nacional guarda entre sus muros una de las falcatas más antiguas encontradas hasta la fecha, la de Almedinilla (hallada en Córdoba). Esta data del siglo IV a.C. y cuenta con una riqueza decorativa que hace suponer que estaba ideada para una élite militar.
C-La espada medieval
Símbolo y objeto para matar. Si por algo se destacó la espada medieval (la cual se utilizó desde el siglo XI hasta principios del XV) fue por ser algo más que un arma. Y es que, representaba el ardor caballeresco de la época y otras tantas características. Así lo señaló Don Juan Manuel en su «Tratado de las armas que fueron dadas a su padre», donde determina que «la espada simboliza tres cosas: la primera, fortaleza, porque es de hierro; la segunda, justicia, porque corta de ambas partes; la tercera, la cruz». No le faltaba razón, pues su empuñadura contaba con dos gavilanes (unas piezas rectas ubicadas justo encima de la empuñadura) que hacían que esta se asemejase al lugar en el que Jesús dejó el mundo.
A nivel técnico, estas espadas solían medir entre un metro y un metro cuarenta, contaban con una hoja ancha de doble filo corrido (desde la punta hasta la empuñadura) y solían ser manejadas a dos manos. Usualmente eran utilizadas para combatir contra caballeros de armadura completa, por lo que lo que se buscaba con ellas era pinchar o cortar alguna de las articulaciones, en las que no solía haber protecciones (al menos, a partir del siglo XIII). La finalidad, en contra de lo que puede parecer, no era ensartar el cuerpo del contrario con la totalidad del acero, pues –usualmente- con clavar la punta se podía vencer. La razón era sencilla: si se le daba en la mano, soltaba su filo y quedaba expuesto. A su vez, la más mínima herida podía ser mortal, pues en la época la medicina era bastante precaria.
«Era el arma caballeresca por excelencia y, por tanto, en la ceremonia de armar a un caballero la espada tenía un papel protagonista: se bendecía, se tocaba con ella tres veces en el hombro del futuro caballero y, finalmente, una vez nombrado caballero, su padrino se la ceñía a la cintura. […] Asimismo, a muchas de ellas de se les atribuyeron virtudes casi mágicas, como puede derivarse de la inclusión de reliquias en los huecos de los pomos o de invocaciones religiosas en las hojas y las empuñaduras con la intención de obtener protección divina», explica Germán Dueñas Beráiz en su dossier «La espada gótica».
Cuando partían hacia el combate, los caballeros solían llevar dos de estas espadas. Así lo afirma el experto español, el cual señala que los jinetes portaban la más extensa y robusta como arma principal pero que, a su vez, cargaban también con otra por si la primera se rompía. A día de hoy, el Museo Arqueológico Nacional atesora una de estas gigantescas espadas. La llamada «Espada gótica» se encuentra en sus vitrinas y se destaca por medir aproximadamente un metro y poseer una empuñadura de bronce en la que se puede leer la siguiente inscripción religiosa elaborada con caracteres góticos: Domine Mei / Ave María / Gratia Plena Oro Pro Nobis. Lo mismo sucede en su hoja aunque, en este caso, los símbolos son casi ilegibles.
D-La espada jineta.
Al igual que sucedió con la falcata, la Península Ibérica fue testigo a partir del siglo XIII de la elaboración de un arma única en sus territorios: la espada «jineta». «Se trata de tipo de espada de producción nazarí, introducida en Al-Ándalus por la caballería de la tribu bereber de los “zenatas”, de donde deriva su denominación. De la caballería de esta misma tribu deriva también el tipo de monta “a la gineta”», explica Carmen Marcos a ABC. A su vez, este objeto se caracterizaba por estar usualmente elaborado con materiales ricos y por ser «toda una prueba de la vitalidad de la artesanía nazarí», tal y como señala el investigador de la Universidad de Granada Gaspar Aranda Pastor en su obra «Espada jineta nazarí».
A nivel técnico, tanto las espadas «jinetas» usuales como la que puede verse en el Museo Arqueológico cuentan con una serie de características concretas. «Es un tipo de espada recta, de doble filo y con canal hasta la mitad, con los gavilanes paralelos a la hoja dejando un mínimo espacio entre sí. Su principal característica es la suntuosa empuñadura, en este caso elaborada de bronce dorado y nielado, con decoración de círculos tangentes que llevan en su interior atauriques y caracteres cúficos. De forma excepcional, la espada “jineta” del museo se distingue también por tener marcas circulares en la hoja asociadas a los espaderos nazaríes que la elaboraron», añade la experta.
Este tipo de espadas gozaban de gran popularidad y prestigio entre los cristianos de la Península Ibérica, lo que hacía que muchos estuviesen ansiosos de hacerse con una. Es el caso de la que se encuentra en el Museo Arqueológico, que pertenecía al propio Fernando el Católico quien, a su vez, la donó la iglesia de San Marcelo de León.
4-El pectoral
Fechados entre los siglos IV y V a.C., los pectorales consistían en dos discos de bronce con los que se equipaban los guerreros celtibéricos. A nivel práctico, solo protegían una pequeña parte del pecho y la espalda, por lo que eran utilizados sobre una armadura de cuero o lino y eran considerados un objeto de ostentación (es decir, de la clase alta o los guerreros de élite para diferenciarse del resto). Con todo, era un complemento más para la armadura del combatiente de la época, que podía contar también con grebas o espinilleras para proteger las piernas, tal y como afirma Marcos a ABC.
A su vez, la riqueza con la que estaban elaborados la mayoría de los pectorales que han sido hallados hace pensar que estaban destinados principalmente a ser usados en ceremonias, más que en batalla. En la actualidad, el Museo Arqueológico Nacional cuenta con uno de estas piezas que es conocida como el «Pectoral de Aguilar de Anguita». Este cuenta con dos grandes discos con motivos destinados a proteger a su portador (tanto en esta vida como en la otra).
«Formaba parte del ajuar de una de las tumbas de mayor riqueza de la necrópolis celtibérica de El Altillo (Aguilar de Anguita, Guadalajara), ya que tenía armas ofensivas y defensivas, entre ellas este pectoral y un casco también de tipología itálica, bocados de caballo y objetos de indumentaria, por lo que su excavador, el marqués de Cerralbo pensó que pertenecía a un régulo local», explica el Museo Arqueológico Nacional en su página Web.
5-El casco romano
Los romanos estuvieron en la Península Ibérica más de 700 años (concretamente, desde el siglo III a.C., cuando iniciaron la conquista de la región, hasta el siglo V d.C., cuando les fue arrebatado el poder). Por ello, no es raro que sus armas y armaduras hayan pasado a la historia de este país. Las primeras se compusieron principalmente de espadas, lanzas o «pilum» y puñales o dagas. Por su parte, se defendían de sus enemigos mediante corazas, escudos y –finalmente- cascos sumamente característicos que a día de hoy es imposible olvidar gracias a su aparición en multitud de largometrajes.
A pesar de que siete siglos se hacen muy largos y provocan multitud de cambios en el armamento, cabe destacar que los cascos más famosos y habituales de la época romana son los que datan del siglo I d.C. «Se fabricaba exclusivamente en hierro, a excepción de algunos ejemplares […]. Se caracterizan por la construcción del cuerpo y del cubrenuca en una sola pieza y por la existencia de un recorte para las orejas generalmente reforzado por una banda ribeteada. […] Algunos de los cascos de este tipo tienen elementos decorativos en latón, cobre rojo o plata que resaltarían vistosamente sobre el fondo negro y pulido del hierro. […] Paulatinamente, el cubrenucas se irá haciendo, cada vez, más vertical, el tamaño del cuerpo se irá alargando y la decoración se hará más compleja», explica Igor Ocho en su dossier «Cascos romanos».
A pesar de que durante la época de la república romana cada soldado se costeaba su propio armamento y su manutención (por lo que era habitual encontrarse en el campo de batalla todo tipo de armas), con la profesionalización del ejército que llevaron a cabo políticos como el cónsul Mario o Augusto se logró unificar el equipo de los «legionarios». A su vez, fue durante esta época cuando los militares comenzaron a copiar los diseños del armamento más eficaz de los enemigos. Eso sucedió precisamente con este tipo de cascos, «heredados» de los galos y los griegos.
6-El arcabuz (con llave «a la moda»)
Desde que, a finales del siglo XV, los españoles llevaran hasta el Nuevo Mundo sus primitivos arcabuces (unas armas de fuego que consistían básicamente en un tubo de acero apoyado sobre un tablón) estas armas han sido determinantes a lo largo de la historia de España. No en vano fueron utilizadas ampliamente por los soldados de los Tercios españoles hasta que fueron sustituidos paulatinamente por los renovados mosquetes. En principio, estos «palos de fuego» que causaban pavor entre los indígenas (y poco más hacían, pues eran muy complicados de recargar) utilizaban una mecha para encender la pólvora que provocaría el disparo. Sin embargo, los múltiples problemas que creaba este sistema (el fuego del correaje se podía apagar si había humedad y desvelaba la posición del tirador) hizo que pronto naciera un nuevo método de tiro.
«La mecha fue sustituida por la llave de rueda inventada en el primer cuarto del siglo XVI. Su paternidad se la disputan Italia y Alemania, pero la referencia documental más antigua que se conoce se encuentra en el Codez Atlanticus de Leonardo da Vinci. La incorporación al arcabuz de este mecanismo de relojería, que va oculto en [el interior del arcabuz] supuso un gran avance en el manejo del arma. El elemento base es una rueda dentada de acero, que va montada sobre un eje conectado a un resorte por medio de una cadena pequeña. La rueda funciona como una cuerda, lo mismo que un reloj», explica la técnico de museos Carmen Pérez-Seoane en su dossier «El arcabuz de caza, un logro científico, técnico y artístico».
A pesar de que la llave de rueda fue un gran avance, también contaba con sus problemas. Los principales eran su prohibitivo precio (pues tenía que ser elaborada por artesanos), que sólo podía ser arreglada por expertos y no por los soldados en el frente y, finalmente, que la «llave» tendía a desmontarse y perderse. Posteriormente, una serie de evoluciones realizadas en Madrid con el objetivo de solventar estas dificultades y hacer más estético este mecanismo hicieron que naciera un nuevo sistema que –a la larga- fue conocido como «llave a la moda»-.
Finalmente, cabe destacar que los arcabuces de este tipo destinados a la cacería (un noble arte que, desde la Edad Media, el hombre hacía por deporte y no por supervivencia) se caracterizaban por sus ricas decoraciones. Es el caso del arma que atesora en sus vitrinas el Museo Arqueológico Nacional, la cual cuenta con una serie de placas metálicas con delicados motivos florales realizados en esmalte.
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