EL MAESTRO DE ARTEIXO Y EL LORD CON BOTAS (General de División Rafael Dávila Álvarez)
El maestro José era el zapatero más afamado de la ciudad de Sevilla. Llegar a maestro es saltar por encima del oficio, alcanzar la dignidad del respeto, máxime cuando el título es un documento jurídico estampado por el pueblo llano.
Desde Portugal andaba lord Wellington, un maniático del calzado, con unas cómodas botas inglesas, ya viejas y desgastadas, hechas por Hobby, su zapatero de la calle St. James en Londres. Al llegar a Sevilla, después de la campaña portuguesa y tras su paso por Madrid, llamó a José y le encargó un par de botas como las que, ya envejecidas, él llevaba.
-‹‹No se las voy a hacer iguales, señor; las haré mejores››, contestó con cierto orgullo el maestro José.
Sorprendido Wellington del desparpajo, adivinando cierta fanfarronería, le replicó.
-‹‹Pero, hombre, si no se trata de eso. No quiero botas de lujo, elegantes para vestir, sino botas que sean cómodas para andar. Hágamelas iguales››.
-‹‹Iguales, no. Serán mejores››.
El general se impacientó ante la firmeza del maestro José y le soltó como si de un reproche se tratase:
-‹‹Mire, hágamelas como usted quiera››… ¡Estos españoles!
No pasó mucho tiempo, cuando recibía el lord las impecables botas que encantaban a la vista. Al verlas pensó que la belleza iría contra la comodidad:
-‹‹Seguro que me harán daño››.
Se las puso lord Wellington y tuvo que admitir que eran más bonitas, nuevas y hasta más cómodas que sus viejas botas. Sin duda eran mejores.
-‹‹Estas dos peluconas en pago a su trabajo espero que le bastarán. Pero ahora quisiera que me hiciese media docena de botas iguales a esta››.
-‹‹ ¡Quia, señor! He trabajado durante dos semanas. Ahora con las dos peluconas tengo bastante para un mes o más. ¡Qué voy a trabajar mientras tanto!››.
No son como nosotros ni como el resto de los europeos. Son buenos soldados, superan a todos. Orgullosos y fanfarrones, cuando se arrojan a la batalla valen por tres y como más de tres trabajan. Nadie les supera en lealtad. Pero no son como nosotros. Pensaba lord Wellington, vizconde de Talavera de la Reina, sobre los humildes españoles.
Pudo el maestro José de Sevilla crear un imperio con aquellas botas que le hizo al lord de las Wellington boots, hoy un diseño famoso y usado en el mundo entero. Pero era español: ¡Ca, señor…! ¡Qué voy a trabajar!
Aquello sorprendió al lord británico. Nunca nos entendió.
Estos días ha saltado a primera página de todos los diarios una noticia que debería ser un homenaje a la tan insistente ‹‹marca España››.
Amancio Ortega, entre León, Tolosa y La Coruña, recorrido a pie y sin dinero, golpe a golpe, verso a verso, es el hombre más rico del mundo.
El maestro de Arteixo, infantería de la calle, la que se hace cada mañana en el esfuerzo de la honrada madrugada, es el más rico del mundo.
A pie y sin un ochavo en los bolsillos, calado hasta los huesos y con el estómago vacío, anda la infantería española. Amos del mundo y sin dinero izaron la bandera donde les dio la gana. Lo decía Don Camilo, el gallego universal.
-‹‹Seguro que me harán daño››.
–‹‹Ca, señor… ¡Qué voy a trabajar!››.
No entendió el lord, grande de España, lo grande que son los españoles y la ventaja que le sacaba en las batallas de la vida el maestro José de Sevilla. Era el más rico del mundo con sus dos peluconas. Sin título alguno más allá del otorgado por el pueblo: maestro José.
Ahora el de Arteixo es el hombre más rico del mundo. Poco le importa el título. Jamás se preocupó del dinero sino de los que no lo tenían. Y en esas está. En silencio honrado, con humilde inteligencia, con el favor de sus empleados, con el fervor de quien le conoce y también de los que no.
Un imperio de sueños impregnado de trabajo, primoroso trabajo. Soñar y seguir soñando hasta el final, aunque dos peluconas te hagan rico por un mes, por toda una vida, nunca dejar de soñar, ir más allá.
Él, que ha hecho grande a España, solo tiene un título: Amancio Ortega.
No es lord, ni duque. Nada que ver con conde, vizconde, barón o señorío. No es grande de España. ¿Ustedes lo entienden? Convendría repasar títulos y titulaciones. Quién corresponda.
Lord Wellington se llevó de España casi todo, aunque el mejor tesoro fue el par de botas hecho por el maestro José. Por dos peluconas.
El maestro de Arteixo con dos patacones y mucha ilusión se ha hecho el hombre más rico del mundo. Su título es universal. Va junto a su obra.
‹‹No son como nosotros ni como el resto de los europeos››, decía el titulado lord Wellington. Yo no lo sé, pero cuando veo a españoles como Don Amancio Ortega, mire milord, me gusta como somos.
Ahí están sus botas, las españolas. Quédese con ellas. Que usted las ande bien. Ahora las hace ZARA.
Para marca España, ya saben, y para títulos, uno: Amancio Ortega. Supera al lord y no solo en dinero. ¡Estos españoles!
-‹‹No se las voy a hacer iguales, señor; las haré mejores››.
¡Ay si quisiéramos!
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
Desde Portugal andaba lord Wellington, un maniático del calzado, con unas cómodas botas inglesas, ya viejas y desgastadas, hechas por Hobby, su zapatero de la calle St. James en Londres. Al llegar a Sevilla, después de la campaña portuguesa y tras su paso por Madrid, llamó a José y le encargó un par de botas como las que, ya envejecidas, él llevaba.
-‹‹No se las voy a hacer iguales, señor; las haré mejores››, contestó con cierto orgullo el maestro José.
Sorprendido Wellington del desparpajo, adivinando cierta fanfarronería, le replicó.
-‹‹Pero, hombre, si no se trata de eso. No quiero botas de lujo, elegantes para vestir, sino botas que sean cómodas para andar. Hágamelas iguales››.
-‹‹Iguales, no. Serán mejores››.
El general se impacientó ante la firmeza del maestro José y le soltó como si de un reproche se tratase:
-‹‹Mire, hágamelas como usted quiera››… ¡Estos españoles!
No pasó mucho tiempo, cuando recibía el lord las impecables botas que encantaban a la vista. Al verlas pensó que la belleza iría contra la comodidad:
-‹‹Seguro que me harán daño››.
Se las puso lord Wellington y tuvo que admitir que eran más bonitas, nuevas y hasta más cómodas que sus viejas botas. Sin duda eran mejores.
-‹‹Estas dos peluconas en pago a su trabajo espero que le bastarán. Pero ahora quisiera que me hiciese media docena de botas iguales a esta››.
-‹‹ ¡Quia, señor! He trabajado durante dos semanas. Ahora con las dos peluconas tengo bastante para un mes o más. ¡Qué voy a trabajar mientras tanto!››.
No son como nosotros ni como el resto de los europeos. Son buenos soldados, superan a todos. Orgullosos y fanfarrones, cuando se arrojan a la batalla valen por tres y como más de tres trabajan. Nadie les supera en lealtad. Pero no son como nosotros. Pensaba lord Wellington, vizconde de Talavera de la Reina, sobre los humildes españoles.
Pudo el maestro José de Sevilla crear un imperio con aquellas botas que le hizo al lord de las Wellington boots, hoy un diseño famoso y usado en el mundo entero. Pero era español: ¡Ca, señor…! ¡Qué voy a trabajar!
Aquello sorprendió al lord británico. Nunca nos entendió.
Estos días ha saltado a primera página de todos los diarios una noticia que debería ser un homenaje a la tan insistente ‹‹marca España››.
Amancio Ortega, entre León, Tolosa y La Coruña, recorrido a pie y sin dinero, golpe a golpe, verso a verso, es el hombre más rico del mundo.
El maestro de Arteixo, infantería de la calle, la que se hace cada mañana en el esfuerzo de la honrada madrugada, es el más rico del mundo.
A pie y sin un ochavo en los bolsillos, calado hasta los huesos y con el estómago vacío, anda la infantería española. Amos del mundo y sin dinero izaron la bandera donde les dio la gana. Lo decía Don Camilo, el gallego universal.
-‹‹Seguro que me harán daño››.
–‹‹Ca, señor… ¡Qué voy a trabajar!››.
No entendió el lord, grande de España, lo grande que son los españoles y la ventaja que le sacaba en las batallas de la vida el maestro José de Sevilla. Era el más rico del mundo con sus dos peluconas. Sin título alguno más allá del otorgado por el pueblo: maestro José.
Ahora el de Arteixo es el hombre más rico del mundo. Poco le importa el título. Jamás se preocupó del dinero sino de los que no lo tenían. Y en esas está. En silencio honrado, con humilde inteligencia, con el favor de sus empleados, con el fervor de quien le conoce y también de los que no.
Un imperio de sueños impregnado de trabajo, primoroso trabajo. Soñar y seguir soñando hasta el final, aunque dos peluconas te hagan rico por un mes, por toda una vida, nunca dejar de soñar, ir más allá.
Él, que ha hecho grande a España, solo tiene un título: Amancio Ortega.
No es lord, ni duque. Nada que ver con conde, vizconde, barón o señorío. No es grande de España. ¿Ustedes lo entienden? Convendría repasar títulos y titulaciones. Quién corresponda.
Lord Wellington se llevó de España casi todo, aunque el mejor tesoro fue el par de botas hecho por el maestro José. Por dos peluconas.
El maestro de Arteixo con dos patacones y mucha ilusión se ha hecho el hombre más rico del mundo. Su título es universal. Va junto a su obra.
‹‹No son como nosotros ni como el resto de los europeos››, decía el titulado lord Wellington. Yo no lo sé, pero cuando veo a españoles como Don Amancio Ortega, mire milord, me gusta como somos.
Ahí están sus botas, las españolas. Quédese con ellas. Que usted las ande bien. Ahora las hace ZARA.
Para marca España, ya saben, y para títulos, uno: Amancio Ortega. Supera al lord y no solo en dinero. ¡Estos españoles!
-‹‹No se las voy a hacer iguales, señor; las haré mejores››.
¡Ay si quisiéramos!
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
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