Cuando llegó a Navarra se empeñó en abrir el cuartel al pueblo: se ofreció a acudir al colegio a explicar su labor a los niños
Rescató a un ex preso de ETA y sus allegados cuando se vieron atrapados por una nevada
Cinco años después del adiós de ETA, el teniente Óscar creyó que podía tomar una copa con su novia el Día de la Cerveza. Se equivocó.
Había caído una gran nevada sobre Beruete, al norte de Navarra, cuando sonó la llamada de auxilio. Un grupo de personas que regresaban en autobús de una comida en una cervecería cercana se habían quedado atrapadas. Óscar, teniente de 23 años, era el oficial que se encontraba más cerca aquella noche bajo cero de este 27 de febrero, así que acudió al lugar. Nada más llegar identificó entre ellos a un ex preso de ETA. Lo recibieron con un grito viejo y oscuro en ese valle, "Alde hemendik!" (fuera de aquí). Pero las voces se fueron apagando. "Estaban desesperados", relata un subordinado del teniente. Óscar los evacuó y se encargó de que un autobús venido de Pamplona los sacara de allí. Sanos y salvos.Fue la historia negra entre la nieve, relatada por Óscar a su familia y confirmada por la Guardia Civil, que hizo que el joven teniente llegado de Puçol (Valencia) se hiciera conocido en los cuarteles del norte de Navarra. Aunque hubo más.
Desde su cuartel en Alsasua, donde la presión del nacionalismo radical sigue asfixiando, Óscar quiso derribar, al menos simbólicamente, el muro de seis metros de hormigón que rodea al edificio. Abrirlo, casi cinco años después del "cese definitivo" de ETA, al pueblo que hace casi 40 años vio nacer a Herri Batasuna.
Quizá desafió demasiadas normas no escritas, antes de recibir una paliza este viernes 14 de octubre en el Día de la Cerveza -noche de copas, víspera de fiestas- junto a su novia, otro sargento y la mujer de éste.
Óscar, dice su padre, soñó con una Alsasua distinta.
La procesión prohibida
A él, también miembro del Cuerpo, le había dicho hacía ya mucho: "Papá, yo voy a ser guardia civil". Gracias a sus buenas notas -el ayuntamiento de su pueblo, junto a la Sociedad Española de Atención Sociosanitaria, le entregó el Premio Garcés Durá por su excelente expediente académico-, Óscar pudo acceder directamente a la escala superior de oficiales. Dos años de estudios y disciplina férrea de madrugones y silbato en la Academia General Militar en Zaragoza, otros tres en la de Oficiales de la Guardia Civil en Aranjuez y el grado de Seguridad Pública por la Universidad Carlos III. Su padre cuenta con orgullo que de los 80 jóvenes que entraron con él, sólo 47 acabaron.El gran momento le llegó el año pasado. A mediados de octubre, Óscar entró cargado de maletas en el cuartel de Alsasua. Su primer destino, forzoso pero ilusionante. El cuartel: pequeñito, con unos 30 agentes, encajado en el monte, a dos kilómetros del centro. Su cama: una individual en el pabellón de solteros. Con un patio para coches y para niños.
"Había estado antes dos meses en el puesto de Massamagrell en Valencia, y lo que aprendió allí fue a salir, relacionarse con la gente, ir a presentarse al alcalde...". Y en su Alsasua soñada pretendió lo mismo.
Acudió a los colegios de la zona ofreciéndose a explicar a los niños los peligros de internet. No quisieron, cuenta el padre. Organizó una jornada de puertas abiertas en el cuartel. Y empezó a salir con una chica del pueblo, María José, una estudiante de 19 años cuyos padres, nacidos en Ecuador, se han integrado bien en Alsasua. La madre sirve cafés y comidas tras la barra del Hogar de Jubilados. El padre, que en las últimas elecciones municipales fue el número dos de la lista de UPN -no salió elegido-, trabaja en "los vagones": la empresa de fabricación de autobuses Sunsundegi, que da de comer a muchos.
Cuando estaba a punto de cumplir un año en el cuartel, Óscar se propuso celebrar la Fiesta de la Virgen del Pilar. No entre el hormigón del cuartel, sino en el pueblo. "Si se hace en toda España, ¿por qué aquí no?", preguntó a sus compañeros.
Incluso envió tarjetas. La Guardia Civil de Alsasua tiene el honor de invitarle... Los problemas empezaron ya de madrugada.
Ese miércoles 12 de octubre el convento de los Capuchinos, donde iba a oficiarse la misa, despertó con la puerta marrón rojizo pintada con mayúsculas amarillas: "Alde hemendik". El propio teniente las borró como pudo esa misma mañana. (Aún hoy se advierten las huellas).
Pero la fiesta se mantuvo. Un coche de la Guardia Civil coronado por la Virgen del Pilar, patrona del Cuerpo, y una bandera de España, encabezó la procesión. Detrás, una veintena de guardia civiles desfilando, de tres en tres. Al fondo, una comitiva de mujeres e hijos de los agentes. Así, caminando bajo el agua a las afueras del pueblo, llegaron hasta el convento. Unas 80 personas, entre agentes, familiares y vecinos, asistieron a la misa. Hasta cantó un pequeño coro. Tras tomar, como marca la tradición, el vino de honor, unos ocho veinteañeros, con la mirada de odio que tuvieron sus padres, se colocaron enfrente. De nuevo, los insultos de siempre.
Su padre: "No se lo perdonaron".
La noche en el bar Koxka
Ese mismo viernes por la noche era víspera de ferias, cuando Alsasua vuelve a sus orígenes más rurales con una antigua feria de ganado. Degustación de carne de potro, queso, setas y vino, exposición micológica, concurso de txistorra, dantzaris. Óscar decidió que esa noche saldría de fiesta con su novia María José y con Álvaro y Pilar, un sargento del cuartel y su mujer llegados apenas 15 días antes de Córdoba.Hoy el teniente -una fractura de tobillo, la pierna en alto, el labio partido cosido con puntos, más de un mes de baja- quizá se pensaría dos veces la decisión que tomó aquella noche. Los guardias civiles consultados por Crónica coinciden: un agente tiene, con la ley en la mano, todo el derecho del mundo a ir un bar. "Pero yo, personalmente, nunca lo haría en Alsasua", relata un andaluz destinado en la zona. "Aquí hay una máxima: si se creen en mayoría y creen que pueden, o te increpan o van a por ti".
Los hechos, según los informes de la Guardia Civil y de la Policía Foral (a las órdenes de la consejera de Interior del Gobierno de Navarra, de Bildu) y según las declaraciones de las dos mujeres, ocurrieron de la siguiente manera.
A las dos y media de la madrugada, los cuatro entraron en el bar Koxka, en el casco antiguo del pueblo, enfrente de un local de reunión habitual para el entorno abertzale. Los cuatro pasaron allí un par de horas y, al margen de algunas malas miradas, bebieron tranquilamente sus copas. Hasta que un chico vestido de negro se les acercó en actitud desafiante. Se le unieron otros, que empezaron a empujar al grupo. María José les rogó que los dejaran en paz. Óscar también. No estoy de servicio, les dijo. Tenemos derecho a estar aquí. No sirvió de nada. Comenzaron a golpearlos.
-¡Hijos de puta pikoletos! Esto os pasa por venir aquí.
Las cosas que les decían "daban miedo", ha contado Pilar. Les deseaban la muerte mientras les propinaban una paliza. En el bar empezaron "al menos 25 personas", según las víctimas. Los sacaron a la calle, donde se unieron otras 20. Las jóvenes intentaron evitar los golpes a sus parejas, pero sólo lograron recibirlos ellas. "Estábamos con 60 brazos encima, pegándonos, empujándonos, dándonos patadas... Fue horrible", ha relatado María José.
("Sigo esperando el apoyo de las feministas de la zona", clamaría después a través de Twitter).
Con Óscar se cebaron. Lo patearon sin piedad en el suelo.
A Óscar lo vieron "aturdido", "con la boca ensangrentada, magulladuras en los antebrazos y huellas de zapatos por toda la camisa", según el informe de la Policía Foral. Se lo llevaron al hospital. Pero allí, en el casco viejo de Alsasua, la tensión continuó. También los policías fueron zarandeados e insultados. Como pudieron detuvieron a un chico, Jokin, y lo metieron en un furgón. Pero un segundo joven lo sacó del coche policial. Poco después una llamada identificó a ese segundo chico. Se llamaba Aritz y la policía también lo detuvo. Pese a los intentos de los agentes forales, nadie quiso hablar allí.
El entorno abertzale le ha dado la vuelta a la agresión. Dice que el teniente y el sargento iban borrachos y "provocando". Que aquello no fue más que una trifulca de bar. La diferencia de fuerzas y la motivación política de las patadas empañan esa versión. La investigación judicial está en marcha.
"Lo ocurrido en Alsasua demuestra que, en determinados ambientes, bajo una fachada de normalidad democrática, se ha mantenido latente el caldo de cultivo que nutrió de significado al odio y la violencia: la tergiversación del pasado, la deshumanización de las Fuerzas de Seguridad del Estado...". Habla el historiador Gaizka Fernández Soldevilla, experto en ETA e integrante del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo que ha echado a andar en Vitoria. "ETA no mata, pero los cimientos intelectuales del terrorismo siguen casi intactos".
ETA ya no mata, pero. Un guardia civil de la zona empieza igual. "ETA ya no mata, pero el ambiente es el mismo. Eso no ha cambiado en Alsasua".
"Hay que comprenderlo", dice un ex concejal constitucionalista. "Alsasua es otro mundo".
"Ya saben quién eres"
El pueblo, de poco más de 7.000 habitantes, digiere estos días una exposición mediática que le ha superado. Televisiones grabando, periodistas preguntando. Crónica acude a esta villa situada en el triángulo entre Vitoria, San Sebastián y Pamplona cuando la marabunta se ha marchado, y se encuentra con la encarnación de ese pueblo sin nombre que Fernando Aramburu describe en Patria, su novela total sobre el terrorismo vasco. El infierno del pueblo pequeño donde todos se conocen. El silencio, pesado, sólo se rompe por teléfono. "Prefiero hablar así. Si te han visto por el pueblo ya saben quién eres y no quiero que me vean contigo", le dicen a la periodista, más o menos con las mismas palabras, hasta cinco personas."Tú mañana te marchas, pero yo me quedo aquí".
Antes de ser un pueblo de lunas rotas, cajeros quemados, coches bomba y pintadas en las puertas de los concejales y de las mujeres de los guardias civiles, Alsasua era una villa dedicada al ganado. En la primera contienda carlista dio nombre a una batalla, de la que el general Tomás de Zumalacárregui resultó victorioso. En la Guerra Civil, fue ocupada por los golpistas, sobre todo requetés vecinos, también navarros. Ya en la década de los 50 el desarrollo industrial sonrió a Alsasua. Muchos extremeños se establecieron allí huyendo de campos que ya no daban dinero. Y la población se duplicó.
Políticamente, como ocurrió en muchas localidades vascas y navarras, con los años el carlismo derivó en nacionalismo radical. El primer alcalde democrático, en 1979, fue un parlamentario abertzale. Dos años antes ya había nacido en Alsasua el grupo político que más daño haría durante las próximas décadas: Herri Batasuna.
La formó un conglomerado de siglas que querían asegurar su supervivencia en plena Transición y para ello fueron en busca del amparo de ETA Militar, "la única fuente disponible de capital simbólico, popularidad y dinero", según cuenta Fernández Soldevilla en Héroes, heterodoxos y traidores. El embrión de HB se llamó Mesa de Alsasua y celebró allí su primera reunión el 24 de octubre de 1977. En la primavera siguiente esta "mesa" se convirtió en coalición electoral. Y pronto ETA se hizo con su control. Los más intransigentes le dieron la mano, los pragmáticos fueron defenestrados y la banda convirtió a Herri Batasuna (unidad popular) en una pura "pantalla electoral". El resto de la historia es conocida.
En todos estos años, en el micromundo de Alsasua, la Guardia Civil ha sido objetivo número uno. Guardia civil era el salmantino Sebastián Arroyo González, un agente retirado de 53 años que trabajaba desde hacía 10 en una empresa de fabricación de guantes cuando el 8 de enero de 1980 fue ametrallado en su coche. Su viuda y sus cuatro hijos huyeron a Salamanca. Después llegaría otra treintena de ataques a la Benemérita. En la madrugada de Nochebuena de 1988, ETA colocó un lanzagranadas en la ladera del monte Ameztia. No se conformó con eso y sembró los alrededores del cuartel con bombas trampa. Pudieron morir decenas de niños. Inspeccionando, el cabo primero José Aguilar García perdió la pierna derecha tras pisar una fiambrera con explosivos. Tenía 26 años y el equipaje preparado para irse de vacaciones: se casaba 15 días después.
En los 90 los cócteles molotov contra el cuartel fueron constantes. Además de los insultos por la calle, la negativa a atenderlos en algunos bares, las pintadas. Un agente que llegó por entonces tragó saliva con esta bienvenida: un espantapájaros con tricornio, ahorcado.
En 2010, a un año de que ETA dijera adiós al asesinato, un grupo de jóvenes del pueblo inventó el Ospa Eguna, una jornada anual para decirle a la Guardia Civil "que se vaya", en una mezcla entre protesta, alcohol y actividades para los niños. La estampa: gente muy joven representando una parodia de la monarquía con Juan Carlos I y guardias civiles como dirigentes nazis; bailando alrededor del fuego mientras patean a guardias civiles de cartón, lanzados después a las llamas.
Los detenidos
ETA ya no mata. No. "Pero la gente", reconoce a media voz una ex concejala, "sigue con miedo". Esta semana, ese miedo callado ha vuelto a asomar con fuerza. Un vecino bien informado afirma que "los de siempre" han ido amenazando a quienes estaban esa noche en las cercanías del bar Koxka."Si hablas, ya sabes". "Ten cuidado con lo que dices". "Aquí nadie ha visto nada".
Al cierre de esta edición suena el bisbiseo de que habrá nuevas detenciones porque la Policía Foral sólo ha arrestado (y dejado en libertad condicional con cargos por lesiones y atentado a la autoridad) a Jokin y a Aritz, cuando la Guardia Civil tiene identificados a más de 20.
A Jokin Unamuno Goikoetxea fuentes policiales lo sitúan como uno de los cabecillas del Ospa Eguna. Unamuno tiene poco más de 20 años y ha estudiado FP de Mecatrónica Industrial. Su familia es conocida. Su tía política, ex alcaldesa con Euskal Herritarrok. Su primo ha dado la cara por él denunciando el "montaje policial". Son herederos de Piensos Unamuno, fundado por su abuelo; una empresa a la que le compran el pienso todos los ganaderos de la zona.
El otro detenido también nació en democracia y también con apellido ilustre: Aritz Urdangarin Cano. Le llaman Garin. Sus padres han tenido dos bares en el pueblo. "Ése no lo ha mamado en casa", asegura un conocido, y su explicación sobre este chico metido en problemas suena como suena Patria: "Aquí, si eres joven, no hay otro ambiente. El gaztetxe [sede de ocio juvenil y evangelización abertzale], la fiesta... Todo está politizado. Si no vas, te hacen el vacío. Si no quieres eso, tienes que marcharte del pueblo".
El teniente no pretende hacerlo. Óscar sin miedo ya ha avisado a los suyos de que va a quedarse en Alsasua. Y, desde lo alto del cuartel, seguir soñando
No hay comentarios:
Publicar un comentario