Si intentar capturar al ex espía Francisco Paesa es perseguir una sombra, hay un hombre en Lisboa que lleva 42 años corriendo entre tinieblas. El entonces joven Paesa le timó en 1974 en Ginebra, con unos documentos que finalmente eran, como tantas veces en el pasado, una elaborada mentira. El botín no fue escaso: entre cinco y seis millones de euros de hoy, calcula la víctima. Y la Justicia funcionó, pero todo quedó, como suele suceder con Paesa, en agua de borrajas y con el prestidigitador huido. Con un detalle especial: el juez suizo que le liberó, el doctor Roger Mock, se convirtió poco después en su abogado.
Una vez libre, Paesa ejecutó su truco favorito: el dinero jamás apareció, igual que el de Luis Roldán, el ex director general de la Guardia Civil.
Con Paesa en las pantallas de los cines merced al filme El hombre de las mil caras, y con su personaje resucitado de nuevo tras localizar este diario al fugitivo ex socio de su sobrina, Beatriz García Paesa, en Angola, la víctima del engaño no ceja en su empeño: 42 años después, sigue intentando recuperar su dinero.
«Un tal Peralta, uno de los tipos que trabajó con Paesa en Ginebra, le dijo a mi padre que tuviéramos cuidado con él, que es un hombre muy peligroso», relata Antonio Fabiao, el hijo de la víctima, glosando la leyenda en torno a Paesa. Y remarca: «Le encontraremos».
José Fabiao. | EL MUNDO
José Fabiao -la víctima de Paesa- vivía en Mozambique a principios de los años 70, operando como empresario fabricante de motocicletas Yamaha, Suzuki y Mazda, cuando un golpe de Estado le sacó abruptamente del país. Consiguió huir a Portugal junto con sus ahorros en 1974. Dejó atrás buenos negocios y propiedades: el edificio más alto de Nampula, una ciudad al norte de Mozambique, siete tiendas, una fábrica de salchichas, una panadería...
De Lisboa, asustado por haberlo perdido todo y con la Revolución de los Claveles de por medio, se marchó a Ginebra a intentar poner a salvo su patrimonio. Allí primero compró un paquete de acciones de una empresa tabaquera y después decidió venderlo. Un amigo portugués que trabajaba en el Banco Espírito Santo le presentó entonces a un español que poseía una sociedad de inversiones denominada Unigé y un banco llamado Alpha Bank. Paesa parecía entonces «un tipo normal», recuerda el engañado, no un playboy setentero con largo currículo a las espaldas.
Paesa era un hombre capaz de timar en 1968 al dictador guineano Macías, prometiéndole que iba a crear un Banco Central Guineano y que se plantó en el país africano con unos enormes baúles que, en lugar de billetes, llevaban dentro papeles y libros. Un hombre capaz de ligarse a una rica heredera suiza, desplumarla y comprar un banco en quiebra de Lucerna para tener un vehículo con el que jugar financieramente. Un hombre capaz incluso de emparejarse, en 1971, con la viuda del mandatario indonesio Sukarno, Dewi, y vender el enlace «multimillonario» en las revistas Hola y Semana.
«El Paesa que vio mi padre en 1974 era un hombre normal, parecía normal, y por todas las conversaciones que mantuvo en aquel momento con él nunca le pareció un timador», cuenta Antonio, hijo de José Fabiao. «Sólo cuando aparecieron los documentos falsos mi padre entendió que estaba ante un engaño». Era tarde.
Pasado el tiempo, y con Paesa entre rejas, ambas partes llegaron en noviembre de 1975 ante el magistrado instructor a un acuerdo para que Paesa devolviera el dinero. Por supuesto, eso no sucedió, pero en 1977 su abogado pidió su libertad y el juez la admitió con una fianza de dos millones de francos suizos.
Es en ese momento cuando algo incomprensible sucedió: «Sorpresivamente, aunque su abogado había alegado que Paesa no tenía dinero para pagar, el juez le deja libre sin que abone nada». Se trataba del magistrado Roger Mock, que poco después se convertiría en su abogado. Fabiao quedó arruinado: «Lo había perdido todo, tuvo que empezar otra vez». Rehizo su vida, pero no dejó de pensar en el robo sufrido.
Se dirigió a Mock en varias ocasiones para pedirle explicaciones. Llegó a verle en su oficina de Ginebra a finales de los años 90, pero el ex juez le aseguró que no tenía ni idea del paradero de Paesa. Unos años después, Mock le aseguró en una carta fechada en 2002: «Puesto que usted ha decidido una vez más preguntarme por el señor Francisco Paesa, he pensado que sería útil informarle de que él murió en Tailandia en julio de 1998».
El abogado se refería a la muerte fingida de Paesa, esquela publicada en prensa y misas por su alma incluidas. Una charada que EL MUNDO desmontó en 2004, cuando publicó fotos de Paesa vivito y coleando.
«Mi padre cree obviamente que Mock recibió dinero de Paesa para dejarle libre», explica Antonio Fabiao. «Hace unos años se encontró también en Ginebra con Beatriz Paesa [sobrina e imputada ahora en el escándalo de la empresa pública española Defex], con otro sobrino, Alfonso, y con la ex mujer de Paesa...». Sin resultado. Ahora, en 2016, Paesa ha sido elevado a los altares cinematográficos por El hombre de las mil caras, e incluso una entrevista con él ha ocupado la portada de la revista Vanity Fair. Mientras, desde Lisboa, un septuagenario sigue buscándole como quien persigue a un fantasma.
A la izquierda, el documento original y, a la derecha, la falsificación de Paesa cambiando el logotipo de lado. | EL MUNDO
Una vez libre, Paesa ejecutó su truco favorito: el dinero jamás apareció, igual que el de Luis Roldán, el ex director general de la Guardia Civil.
Con Paesa en las pantallas de los cines merced al filme El hombre de las mil caras, y con su personaje resucitado de nuevo tras localizar este diario al fugitivo ex socio de su sobrina, Beatriz García Paesa, en Angola, la víctima del engaño no ceja en su empeño: 42 años después, sigue intentando recuperar su dinero.
«Un tal Peralta, uno de los tipos que trabajó con Paesa en Ginebra, le dijo a mi padre que tuviéramos cuidado con él, que es un hombre muy peligroso», relata Antonio Fabiao, el hijo de la víctima, glosando la leyenda en torno a Paesa. Y remarca: «Le encontraremos».
José Fabiao. | EL MUNDO
José Fabiao -la víctima de Paesa- vivía en Mozambique a principios de los años 70, operando como empresario fabricante de motocicletas Yamaha, Suzuki y Mazda, cuando un golpe de Estado le sacó abruptamente del país. Consiguió huir a Portugal junto con sus ahorros en 1974. Dejó atrás buenos negocios y propiedades: el edificio más alto de Nampula, una ciudad al norte de Mozambique, siete tiendas, una fábrica de salchichas, una panadería...
De Lisboa, asustado por haberlo perdido todo y con la Revolución de los Claveles de por medio, se marchó a Ginebra a intentar poner a salvo su patrimonio. Allí primero compró un paquete de acciones de una empresa tabaquera y después decidió venderlo. Un amigo portugués que trabajaba en el Banco Espírito Santo le presentó entonces a un español que poseía una sociedad de inversiones denominada Unigé y un banco llamado Alpha Bank. Paesa parecía entonces «un tipo normal», recuerda el engañado, no un playboy setentero con largo currículo a las espaldas.
Paesa era un hombre capaz de timar en 1968 al dictador guineano Macías, prometiéndole que iba a crear un Banco Central Guineano y que se plantó en el país africano con unos enormes baúles que, en lugar de billetes, llevaban dentro papeles y libros. Un hombre capaz de ligarse a una rica heredera suiza, desplumarla y comprar un banco en quiebra de Lucerna para tener un vehículo con el que jugar financieramente. Un hombre capaz incluso de emparejarse, en 1971, con la viuda del mandatario indonesio Sukarno, Dewi, y vender el enlace «multimillonario» en las revistas Hola y Semana.
«El Paesa que vio mi padre en 1974 era un hombre normal, parecía normal, y por todas las conversaciones que mantuvo en aquel momento con él nunca le pareció un timador», cuenta Antonio, hijo de José Fabiao. «Sólo cuando aparecieron los documentos falsos mi padre entendió que estaba ante un engaño». Era tarde.
Dinero a cambio de acciones
Unigé, la sociedad de Paesa, le ofreció a Fabiao a cambio de sus acciones un dinero que jamás llegó y aseguró la transmisión con una presunta garantía de un millón de francos suizos del Banco de Montreal. El documento de la garantía, fechado el 17 de junio de 1975, resultó ser falso. Fabiao pudo comprobarlo cuando pidió cuentas al verdadero Banco de Montreal y éste le respondió por carta, el 7 de octubre de 1975, que «los documentos que menciona en su escrito no fueron originados en esta oficina».Pasado el tiempo, y con Paesa entre rejas, ambas partes llegaron en noviembre de 1975 ante el magistrado instructor a un acuerdo para que Paesa devolviera el dinero. Por supuesto, eso no sucedió, pero en 1977 su abogado pidió su libertad y el juez la admitió con una fianza de dos millones de francos suizos.
Es en ese momento cuando algo incomprensible sucedió: «Sorpresivamente, aunque su abogado había alegado que Paesa no tenía dinero para pagar, el juez le deja libre sin que abone nada». Se trataba del magistrado Roger Mock, que poco después se convertiría en su abogado. Fabiao quedó arruinado: «Lo había perdido todo, tuvo que empezar otra vez». Rehizo su vida, pero no dejó de pensar en el robo sufrido.
Se dirigió a Mock en varias ocasiones para pedirle explicaciones. Llegó a verle en su oficina de Ginebra a finales de los años 90, pero el ex juez le aseguró que no tenía ni idea del paradero de Paesa. Unos años después, Mock le aseguró en una carta fechada en 2002: «Puesto que usted ha decidido una vez más preguntarme por el señor Francisco Paesa, he pensado que sería útil informarle de que él murió en Tailandia en julio de 1998».
El abogado se refería a la muerte fingida de Paesa, esquela publicada en prensa y misas por su alma incluidas. Una charada que EL MUNDO desmontó en 2004, cuando publicó fotos de Paesa vivito y coleando.
«Mi padre cree obviamente que Mock recibió dinero de Paesa para dejarle libre», explica Antonio Fabiao. «Hace unos años se encontró también en Ginebra con Beatriz Paesa [sobrina e imputada ahora en el escándalo de la empresa pública española Defex], con otro sobrino, Alfonso, y con la ex mujer de Paesa...». Sin resultado. Ahora, en 2016, Paesa ha sido elevado a los altares cinematográficos por El hombre de las mil caras, e incluso una entrevista con él ha ocupado la portada de la revista Vanity Fair. Mientras, desde Lisboa, un septuagenario sigue buscándole como quien persigue a un fantasma.
A la izquierda, el documento original y, a la derecha, la falsificación de Paesa cambiando el logotipo de lado. | EL MUNDO
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