Una de las disposiciones morales más importantes para el conocimiento es la humildad, que predispone la parte afectiva -el amor a nosotros mismos- al conocimiento de la verdad.
La soberbia hace creer que se sabe mucho, mejor que los demás, y así lleva al desprecio de lo que se ignora, de lo que no ha sido descubierto personalmente, de las opiniones ajenas, cerrando así al reconocimiento de la verdad en muchos campos.
Desde la perspectiva de la evolución espiritual la humildad es una virtud de realismo, pues consiste en ser conscientes de nuestras limitaciones e insuficiencias y en actuar de acuerdo con tal conciencia. Más exactamente, la humildad es la sabiduría de lo que somos, de aceptar nuestro nivel real evolutivo.
La mente humilde es receptiva por naturaleza y por lo mismo es la que mejor está dispuesta a escuchar y a aprender. En el caso opuesto está la mente arrogante que por saber mucho de algún tema se cree capaz de discernir asuntos sobre los cuales no conoce ni los principios más básicos, creyendo estar preparada para emitir juicios válidos sobre cosas de las que no tiene ni la más remota idea. En esta carencia de reconocimiento de los límites de su conocimiento, el arrogante construye su ilusión de ser más importante que los demás, incurriendo en la crítica destructiva que sólo puede conducir al territorio de las hostilidades, pero que no ayuda a nadie.
El humilde considera que las experiencias de la vida son posibilidades abiertas para aprender cada vez más. En su comprensión considera que el camino de la sabiduría es casi infinito, por lo cual, no corresponde presumir de sabios o eruditos. La humildad como conciencia nos hace más fácil la tarea de reconocer nuestros errores, fundamento de nuestros perfeccionamientos. Mientras el soberbio pierde su tiempo criticando o intentando impresionar a los demás, el humilde sigue rectilíneo su camino de progresión espiritual, sin temer recurrir a la ayuda o a la orientación de quienes están más avanzados en el sendero.
Ser humilde es permitir que cada experiencia te enseñe algo y desde ahí, desaparecen miedos y sufrimientos. La humildad es uno de los requisitos indispensables para poder acceder al conocimiento profundo y la sabiduría. El discípulo humilde tiene una mente receptiva capaz de reconocer sus limitaciones e insuficiencias abriéndose al entendimiento, siendo capaz de poder captar el contenido de la enseñanza con una mente clara, reflexiva y con discernimiento.
La humildad es una virtud que actúa de acuerdo a la conciencia permitiendo reconocer lo que somos y lo que queremos alcanzar, liberando al ser humano de la ignorancia y de la arrogancia del ego, que son los causantes del estancamiento mental y espiritual. El ser humilde permite la apertura del conocimiento profundo, capaz de transformar verdaderamente al ser humano.
En occidente no se tiene muy clara la idea del entendimiento de la virtud de la humildad, ni los filósofos griegos se identificaron con la humildad como virtud digna de practicar. En cambio en la filosofía de oriente se tiene una visión muy diferente. La humildad es la virtud central de la filosofía Taoísta. El Tao Te Ching dice. “El que sabe no habla. El que habla no sabe”.
El maestro con la taza de té vacía en el arte taoísta, representa la comprensión en el camino de la sabiduría, es infinito y que nunca podrá ser llenada. La taza es como la mente si se llena demasiado se derramara, por que no tiene la capacidad de poseer todo el conocimiento del universo. Es como tratar de meter toda el agua de los océanos en una taza de té.
Los maestros de la sabiduría de oriente mística alcanzaron altos niveles de conocimientos y sabiduría trascendiendo su ego. La idea de la armonía entre el cielo y la tierra y el hombre sabio con la virtud de la humildad entre esta dos, son los principios comunes en la cultura tradicional china.
Lao Tsé dijo en el Tao Te Ching:
Sé humilde y permanecerás íntegro,
inclínate y permanecerás erguido,
vacíate y seguirás pleno.
El que tiene poco recibirá,
el que tiene mucho se turbara.
“Porque ¿qué hombre conoce lo que hay en el hombre, sino el espíritu del hombre que en él está?”. Por todo ello, debemos llegar a comprender que no constituimos nuestro propio destino. Por esta razón puedo manifestar que La humildad, la virtud perdida del siglo XXI, clama al cielo por ser redescubierta. El desarrollo de las naciones, la preservación del globo y el éxito de la comunidad humana pueden perfectamente depender de ella.
En el mundo real y en la práctica empresarial, lo que los investigadores descubrieron fue que el momento decisivo en la suerte de una empresa que había pasado de ser buena a ser excelente coincidía con la llegada de un director general que combinaba “una humildad personal con una fuerte voluntad profesional”. Esta idea se contraponía a la que comúnmente se tiene de un director general, que se describe como una persona con empuje y autoritaria, despiadada e insensible. El del gran salvador con gran personalidad no es el camino para conseguir la grandeza: la humildad si.
Junto a esta humildad debe haber una férrea voluntad y ambición (no con respecto a sí mismo, sino a la compañía). En el fondo de la humildad existe una verdadera fuerza, y para ser humilde es necesario contar en el interior con buenos recursos. Alguien con humildad debe saber cómo controlar las emociones propias y cómo llegar a la buena voluntad de los demás con el fin de implicarlos en el proyecto de la consecución de la excelencia. Entonces, la voluntad de esa excelencia contará con las energías de los demás, más que ir en contra de ellos.
Así, en el corazón de un negocio realmente excelente lo que hay es ausencia de ajetreo y la presencia de un humilde y decidido visionario. A menudo, se entiende que el mundo de los negocios debe ser el lugar en el que, más que en todos los demás, la humildad se considera más una obligación que una ventaja; por ser una cualidad necesaria en un director ejecutivo para que su negocio sobresalga. Por tanto, una vez establecidas las credenciales de la humildad en el mundo moderno, estamos preparados para ver lo que la tradición nos dice sobre cómo vivir esta cualidad humana esencial.
La importancia de la humildad aparece más evidente, al compararla con el vicio opuesto de la soberbia. Los otros vicios destruyen directamente las virtudes opuestas, pero el orgullo es la negación de todo progreso espiritual. El hombre soberbio no está satisfecho con su condición de criatura; desea apropiarse de prerrogativas de Dios. El orgullo es un grito de autonomía moral. El soberbio es un descentrado de la realidad. Quiere hacer de sí mismo lo que no puede. Se niega a aceptar el hecho de la distancia infinita entre él y Dios, deshace con ello todo el plan de la creación, y quita a Dios la gloria que le debe.
El único remedio de la situación de la soberbia consiste en vencer este vicio por su contrario, es decir, con la humildad. Esta no es más que aceptar las cosas como son. El humilde reconoce con toda sencillez el lugar que ocupa en el mundo, un lugar muy modesto. No hay peor orgullo que no tenerse por orgulloso. Hay en nosotros zonas oscuras que las desconocemos, pero que existen y dificultan o ponen en peligro nuestro camino. Si nos aceptamos tal como somos, crece en nosotros el deseo de alcanzar la cumbre de la más alta humildad.
Cuando la arrogancia irrumpe en algo, irrumpe invariablemente en el discurso. Nuestras opiniones se convierten en regla; nuestras ideas, en objetivo; nuestros juicios, en norma; nuestra palabra, en la última, en la única… Ser el último en una conversación, en lugar del primero, es un asalto inaudito a nuestro ego: escucha, aprende, procura estar abierto a los demás. Éste es el fundamento de la humildad. Y la humildad es el fundamento del crecimiento y de unas relaciones agraciadas en la tierra. La humildad es lo que hace a los poderosos accesibles a los impotentes; la humildad es lo que permite a las naciones pobres pedir a las ricas; la humildad es lo que posibilita a los doctos aprender de los sabios.
Y una vez que hemos reflexionado y meditado sobre lo anterior me pregunto: En nuestra sociedad española actual, en nuestra juventud, en nuestros políticos que son producto de esa sociedad que nos ha tocado vivir en los comienzos de nuestro flamante siglo XXI… ¿existe la humildad o más bien lo contrario?
Pedro Motas
La soberbia hace creer que se sabe mucho, mejor que los demás, y así lleva al desprecio de lo que se ignora, de lo que no ha sido descubierto personalmente, de las opiniones ajenas, cerrando así al reconocimiento de la verdad en muchos campos.
Desde la perspectiva de la evolución espiritual la humildad es una virtud de realismo, pues consiste en ser conscientes de nuestras limitaciones e insuficiencias y en actuar de acuerdo con tal conciencia. Más exactamente, la humildad es la sabiduría de lo que somos, de aceptar nuestro nivel real evolutivo.
La mente humilde es receptiva por naturaleza y por lo mismo es la que mejor está dispuesta a escuchar y a aprender. En el caso opuesto está la mente arrogante que por saber mucho de algún tema se cree capaz de discernir asuntos sobre los cuales no conoce ni los principios más básicos, creyendo estar preparada para emitir juicios válidos sobre cosas de las que no tiene ni la más remota idea. En esta carencia de reconocimiento de los límites de su conocimiento, el arrogante construye su ilusión de ser más importante que los demás, incurriendo en la crítica destructiva que sólo puede conducir al territorio de las hostilidades, pero que no ayuda a nadie.
El humilde considera que las experiencias de la vida son posibilidades abiertas para aprender cada vez más. En su comprensión considera que el camino de la sabiduría es casi infinito, por lo cual, no corresponde presumir de sabios o eruditos. La humildad como conciencia nos hace más fácil la tarea de reconocer nuestros errores, fundamento de nuestros perfeccionamientos. Mientras el soberbio pierde su tiempo criticando o intentando impresionar a los demás, el humilde sigue rectilíneo su camino de progresión espiritual, sin temer recurrir a la ayuda o a la orientación de quienes están más avanzados en el sendero.
Ser humilde es permitir que cada experiencia te enseñe algo y desde ahí, desaparecen miedos y sufrimientos. La humildad es uno de los requisitos indispensables para poder acceder al conocimiento profundo y la sabiduría. El discípulo humilde tiene una mente receptiva capaz de reconocer sus limitaciones e insuficiencias abriéndose al entendimiento, siendo capaz de poder captar el contenido de la enseñanza con una mente clara, reflexiva y con discernimiento.
La humildad es una virtud que actúa de acuerdo a la conciencia permitiendo reconocer lo que somos y lo que queremos alcanzar, liberando al ser humano de la ignorancia y de la arrogancia del ego, que son los causantes del estancamiento mental y espiritual. El ser humilde permite la apertura del conocimiento profundo, capaz de transformar verdaderamente al ser humano.
En occidente no se tiene muy clara la idea del entendimiento de la virtud de la humildad, ni los filósofos griegos se identificaron con la humildad como virtud digna de practicar. En cambio en la filosofía de oriente se tiene una visión muy diferente. La humildad es la virtud central de la filosofía Taoísta. El Tao Te Ching dice. “El que sabe no habla. El que habla no sabe”.
El maestro con la taza de té vacía en el arte taoísta, representa la comprensión en el camino de la sabiduría, es infinito y que nunca podrá ser llenada. La taza es como la mente si se llena demasiado se derramara, por que no tiene la capacidad de poseer todo el conocimiento del universo. Es como tratar de meter toda el agua de los océanos en una taza de té.
Los maestros de la sabiduría de oriente mística alcanzaron altos niveles de conocimientos y sabiduría trascendiendo su ego. La idea de la armonía entre el cielo y la tierra y el hombre sabio con la virtud de la humildad entre esta dos, son los principios comunes en la cultura tradicional china.
Lao Tsé dijo en el Tao Te Ching:
Sé humilde y permanecerás íntegro,
inclínate y permanecerás erguido,
vacíate y seguirás pleno.
El que tiene poco recibirá,
el que tiene mucho se turbara.
“Porque ¿qué hombre conoce lo que hay en el hombre, sino el espíritu del hombre que en él está?”. Por todo ello, debemos llegar a comprender que no constituimos nuestro propio destino. Por esta razón puedo manifestar que La humildad, la virtud perdida del siglo XXI, clama al cielo por ser redescubierta. El desarrollo de las naciones, la preservación del globo y el éxito de la comunidad humana pueden perfectamente depender de ella.
En el mundo real y en la práctica empresarial, lo que los investigadores descubrieron fue que el momento decisivo en la suerte de una empresa que había pasado de ser buena a ser excelente coincidía con la llegada de un director general que combinaba “una humildad personal con una fuerte voluntad profesional”. Esta idea se contraponía a la que comúnmente se tiene de un director general, que se describe como una persona con empuje y autoritaria, despiadada e insensible. El del gran salvador con gran personalidad no es el camino para conseguir la grandeza: la humildad si.
Junto a esta humildad debe haber una férrea voluntad y ambición (no con respecto a sí mismo, sino a la compañía). En el fondo de la humildad existe una verdadera fuerza, y para ser humilde es necesario contar en el interior con buenos recursos. Alguien con humildad debe saber cómo controlar las emociones propias y cómo llegar a la buena voluntad de los demás con el fin de implicarlos en el proyecto de la consecución de la excelencia. Entonces, la voluntad de esa excelencia contará con las energías de los demás, más que ir en contra de ellos.
Así, en el corazón de un negocio realmente excelente lo que hay es ausencia de ajetreo y la presencia de un humilde y decidido visionario. A menudo, se entiende que el mundo de los negocios debe ser el lugar en el que, más que en todos los demás, la humildad se considera más una obligación que una ventaja; por ser una cualidad necesaria en un director ejecutivo para que su negocio sobresalga. Por tanto, una vez establecidas las credenciales de la humildad en el mundo moderno, estamos preparados para ver lo que la tradición nos dice sobre cómo vivir esta cualidad humana esencial.
La importancia de la humildad aparece más evidente, al compararla con el vicio opuesto de la soberbia. Los otros vicios destruyen directamente las virtudes opuestas, pero el orgullo es la negación de todo progreso espiritual. El hombre soberbio no está satisfecho con su condición de criatura; desea apropiarse de prerrogativas de Dios. El orgullo es un grito de autonomía moral. El soberbio es un descentrado de la realidad. Quiere hacer de sí mismo lo que no puede. Se niega a aceptar el hecho de la distancia infinita entre él y Dios, deshace con ello todo el plan de la creación, y quita a Dios la gloria que le debe.
El único remedio de la situación de la soberbia consiste en vencer este vicio por su contrario, es decir, con la humildad. Esta no es más que aceptar las cosas como son. El humilde reconoce con toda sencillez el lugar que ocupa en el mundo, un lugar muy modesto. No hay peor orgullo que no tenerse por orgulloso. Hay en nosotros zonas oscuras que las desconocemos, pero que existen y dificultan o ponen en peligro nuestro camino. Si nos aceptamos tal como somos, crece en nosotros el deseo de alcanzar la cumbre de la más alta humildad.
Cuando la arrogancia irrumpe en algo, irrumpe invariablemente en el discurso. Nuestras opiniones se convierten en regla; nuestras ideas, en objetivo; nuestros juicios, en norma; nuestra palabra, en la última, en la única… Ser el último en una conversación, en lugar del primero, es un asalto inaudito a nuestro ego: escucha, aprende, procura estar abierto a los demás. Éste es el fundamento de la humildad. Y la humildad es el fundamento del crecimiento y de unas relaciones agraciadas en la tierra. La humildad es lo que hace a los poderosos accesibles a los impotentes; la humildad es lo que permite a las naciones pobres pedir a las ricas; la humildad es lo que posibilita a los doctos aprender de los sabios.
Y una vez que hemos reflexionado y meditado sobre lo anterior me pregunto: En nuestra sociedad española actual, en nuestra juventud, en nuestros políticos que son producto de esa sociedad que nos ha tocado vivir en los comienzos de nuestro flamante siglo XXI… ¿existe la humildad o más bien lo contrario?
Pedro Motas
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