La definición de tradición (transmisión de costumbres en el correr de los tiempos) no determina si las costumbres que transmiten las tradiciones son malas o buenas. Desde el punto de vista castrense, ya Almirante en su famoso Diccionario Militar, nos indicó que la tradición puede ser un poderoso resorte moral, cuyo temple debe conservarse, cuya fuerza es incalculable; pero también nos señala que no puede ser: el culto a la rutina… ni la imitación… o la resurrección periódica de tricornios en batalla o de la clásica gorras de pelo… (Por cierto, que ha vuelto a ponerse en boga la resurrección de uniformes antiguos).
Costumbres desfasadas y malas costumbres.
Es indudable que las malas costumbres hay que erradicarlas, normalmente vinculadas al simplista razonamiento: aquí siempre se ha hecho así. Nadie dudará, por ejemplo, de lo tradicionales que son las novatadas y de sus graves inconvenientes. Otras tuvieron su razón de ser, después quedaron como “el banco pintado”, para terminar por desaparecer por innecesarias o inconvenientes, como las espuelas, las carreras de baquetas o los asistentes.
Es incuestionable que las tradiciones no pueden ir contra la eficacia operativa. Así hemos visto desaparecer los emblemáticos sables y espadas como armas de guerra, los vistosos uniformes, el rayadillo, los correajes de cuero, el orden cerrado en combate, los toques de cornetas y tambores en las batallas…
Aferrarse a las tradiciones ha ocasionado, otras veces, innecesarios derramamientos de sangre, cuando no crueles derrotas en batallas y guerras. La historia militar está repleta de ejemplos. Pongamos solo algunos:
– El forcejeo entre la falange macedónica y la legión romana.
– El empeño napoleónico en sostener los ataques a la bayoneta de columnas de batallón contra la línea inglesa de tres filas con fuego rápido y bien dirigido.
– Mantenerse los oficiales a pie en primera línea de fuego, que tantas bajas produjeron, entre nuestros mejores cuadros de mando en las campañas de Marruecos, y dejaban a las unidades sin dirección.
– Quizás el paradigma de estas desastrosas tradiciones, que han costado siglos desecharlas, sean las medievales cargas de caballería, que una y otra vez estrellaron contra la combinación del obstáculo y el tiro con arco o arcabuz: Crécy (1340) Aljubarrota (1385) Agincourt (1415) Ceriñola (1503)…
Así invocando las tradiciones se puede reclamar la resurrección del orden cerrado en combate, los altos gorros de pelo, las cargas a caballo con lanzas o sables, los soldados de cuota, las nefastas juntas de defensa, la concesión de grados superiores a los de los empleos efectivos en los mal llamados cuerpos facultativos, etc.
Las tradiciones morales.Los valores militares españoles son un compendio de deberes y virtudes, sabiamente recogidas en nuestros tratados militares, desde las Partidas de Alfonso X hasta las Ordenanzas de los Reyes Católicos y de Carlos III, principalmente (las posteriores pueden ser cualquier cosa menos unas ordenanzas militares). Todos los espíritus de cuerpo y de las unidades españolas actuales han bebido directamente de los textos anteriores, ya sea el Credo Legionario, Decálogo del Cadete, Espíritu de la General, Ideario Paracaidista o el emblemático lema A España Servir Hasta Morir.
Hay dos clases de tradiciones: las morales y las materiales. Las esenciales para los ejércitos son las morales, que deberían ser permanentes y se merecen todos los esfuerzos por conservarlos. El valor de las tradiciones materiales está en función de su capacidad para conservar y potenciar las morales; porque la evolución del armamento hace cambiar procedimientos tácticos, orgánicas, vestuarios, e incluso los sistemas de formación, enseñanza y adiestramiento.
Las principales tradiciones a conservar son las morales o espirituales, aquellas que resisten la evolución de la táctica y las veleidades de las modas, generalmente meras imitaciones. Sin pretensión de ser exhaustivo citaría:
– La disciplina. Esencial, sin ella no puede haber ejército. Las muestras externas de disciplina y policía, son excelentes indicios para verificar el estado de disciplina de una unidad.
– El ejercicio, no debe olvidarse la etimología de exercitus. La instrucción es otro de los factores que diferencian las buenas de las malas unidades. Un alto grado de preparación solo se puede conseguir a base de instrucción, continuada, exigente y bien orientada.
– La búsqueda permanente de la eficacia como objetivo, por encima de cualquier condicionante rutinario, corporativista o ideológico.
– El espíritu militar, compendio secular de valores morales del soldado. Complementado con el espíritu de unidad, verdadera alma de la misma, como elemento fundamental de cohesión y estímulo.
– El culto al honor y a los héroes, para ejemplo y acicate. Especialmente de laureados, medallas militares y caídos de cada unidad. Por cierto, ¿Qué Soneto a los Caídos se debe considerar tradicional? ¿El original creado por el autor en 1943 o la última versión debida al ambiguo Ministro de Defensa Sr. Bono?
– Exaltación del valor, inherente a la profesión e imprescindible para el combate, razón de ser de los ejércitos.
General de Brigada (R.) Salvador Fontenla Ballesta
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