En el año 1990, al finalizar mi Curso de Estado Mayor, obtuve destino en el cuartel General de la Brigada de Cazadores de Montaña LI en San Sebastián. Unía así mi deseo de iniciarme en aquello del estado mayor, empezando por abajo, por el escalón brigada, con el de servir en las Provincias Vascongadas donde muchos compañeros de armas y otros servidores del Estado vivían en condiciones muy difíciles. Eran los llamados años de plomo, triste apelativo que aludía a la no menos triste y criminal actividad de la banda terrorista ETA y los que la amparaban.
Eran años muy duros, rodeados de inseguridad, apatía cuando no rechazo por un importante sector de la población. Cuando iba a acceder a mi destino en el Cuartel de Loyola, en el barrio donostiarra del mismo nombre, lo primero que uno encontraba era una pintada: “matar a tu capitán no es un crimen, es un acto de justicia” frente a la entrada principal del cuartel, al otro lado del puente que cruza el Urumea.
Allí me trasladé con mi familia, mi mujer y cuatro hijos para vivir en unas viviendas prefabricadas, rodeadas de alambre de espino y vigiladas por soldados de reemplazo de la Policía Militar. Al otro lado del río, cerca de la cárcel de Martutene, asistían mis hijos a un colegio de monjas donde los acogieron con todo cariño y solicitud. Allí, el dejar caer descuidadamente las llaves de mi coche para recogerlas del suelo al tiempo que uno inspeccionaba los bajos del coche, se convirtió en una rutina. Como el escrudiñar con ansiedad los retrovisores del vehículo detenido en los aparentemente eternos semáforos del Bulevar. Habían asesinado al General Garrido y a su mujer en aquel hermoso paseo colocando una carga explosiva en el capó de su vehículo oficial unos años antes. Y también al anterior gobernador Militar, el general Gonzalez Vallés, mientras paseaba un domingo por la Barandilla ante la Playa de la Concha. Y a tantos otros.
Cuando disfrutaba mi primer permiso en las Navidades, tuve que reincorporarme urgentemente. Habían asesinado al coronel Gobernador Militar accidental cosiéndolo a tiros cuando su vehículo estaba detenido ante un semáforo junto al rio Urumea. Unos meses más tarde, en el curso de una jura de bandera, mientras el coronel Jefe del Regimiento Tercio Viejo de Sicilia 67, José García de Frías, presidía el desfile con el que concluía la parada, sufría también un atentado que a punto estuvo de costarle la vida. Recibió un disparo en el muslo, por la espalda (¿podría haber sido de otra manera?) entre el Teniente coronel Balmaseda, Jefe del Batallón de ingenieros y yo mismo, lo recogimos del suelo en medio del tiroteo y lo llevamos al cuerpo de guardia. A continuación me fui a buscar a mi madre y a mi mujer, que con la del coronel Frías se protegían como podían agachadas en el suelo. Mi padre en pie me miraba con la misma expresión, pura definición de rabia, con la que inmortalizara Goya a los ciudadanos madrileños del dos de Mayo. El coronel me había dicho – “La bandera, Coloma, que la retiren con los honores que se le deben” – esa era su primera preocupación.
Si, eran años de plomo. El Brigada Alberto de Juan, que además de prestar sus servicios en el cuartel de Loyola entrenaba a un equipo de balonmano de chavales del barrio, sufrió el mismo y alevoso agradecimiento. Desde luego no solo los militares éramos “objetivos”, las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, magistrados, funcionarios y hasta periodistas sufrieron el mismo azote. La guardia civil, desde el Cuartel de Inchaurrondo, con tenacidad, paciencia y eficacia hacia lo suyo. En el verano desarticulaban dramáticamente el comando Donostia, reconstruido no recuerdo cuántas veces.
Años de plomo fuera y dentro de aquel hermoso territorio. Tres oficiales de mi promoción, el comandante Baranguá y los tenientes coroneles Blanco y Cortizo, fueron cobardemente asesinados en Madrid y en León. Además Javier Quintana perdió a su padre, el teniente General Quintana por la mano asesina de ETA. Valga esto como testimonio del precio pagado por una promoción de oficiales del Ejercito simplemente por cumplir su servicio allá donde hay una Bandera de España.
Difícil es valorar qué fechoría de los sicarios de ETA ha sido la más cruel. ¿El ataque al cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza? ¿El absurdo atentado en el que una niña, Irene Villa, perdió una pierna y casi la vida? No lo sé, cada cual tendrá su propia valoración. Pero en lo que seguro que todos los lectores de este blog convendrán conmigo es que los atentados contra el cuartel de la Guardia Civil de Vic y el atentado de HIPERCOR en Barcelona, se cuentan entre los más alevosos, cobardes y despiadados de cuantos ha perpetrado esta panda de asesinos.
Y nos desayunamos hoy con la noticia de que el Parlamento Catalán ha invitado a visitarlo a Arnaldo Otegui, secretario general de SORTU. Un individuo que, con una larga cadena de actividades delictivas, atentados, secuestros y condenas, amparándose en los recovecos que nuestro garantista régimen de libertades, hoy al frente del maltrecho complejo separatista vasco, es invitado a visitar un parlamento autonómico, el de Cataluña, que debe ser el palacio de la palabra, de los acuerdos, de la democracia. Justo lo contrario a la imposición de unos pocos merced al uso de las armas.
Aunque no es esta la primera paradoja que se da en esta España, en la que se que insulta impunemente al Jefe del Estado, se ignora el cumplimiento de muchas leyes Me pregunto qué está sucediendo en España
Me pregunto qué ha podido suceder en Cataluña, donde hace poco menos de cuatro años su parlamento ponía voz a la Asociación de Víctimas del Terrorismo, precisamente en el XXV aniversario del horror de Hipercor, en presencia del ex Presidente de la Generalidad de Cataluña, Pascual Maragall, que había sido el alcalde de la Ciudad Condal en aquella luctuosa fecha.
Me pregunto también qué tendrá que hacer, exponer – o negociar – este sujeto, que ha sido invitado por Los Verdes/ Alianza Libre Europea al Parlamento Europeo, ante la consternación del resto de partidos. Me pregunto a que responde esta “nueva política” cuando ni ha condenado la violencia ni ha perdido perdón a las víctimas del terrorismo y a toda la sociedad española por el infinito daño causado.
Me pregunto por último qué sentirán las propias víctimas del terrorismo. Todas ellas, pero en particular los familiares de los 10 muertos del cuartel de la Guardia Civil de Vic (29-5-91), los de los 21 de HIPERCOR ( 19-6-87), los familiares de las 11 víctimas ocasionadas en los 7 atentados de ETA producidos en Barcelona y otras localidades catalanas, por no decir las de los atentados perpetrados por el GRAPO o el FRAP. ¿Una vez más la tibia y confortable equidistancia?
Desconcertado, vuelvo a mirar a los muros de la Patria mía. Desconcertado pero no indolente ni resignado ante tanto despropósito. Esto no es hacer política. Es un disparate además de una ofensa, otra más a las víctimas del terrorismo.
Adolfo Coloma
General de brigada (R) del ET.
Eran años muy duros, rodeados de inseguridad, apatía cuando no rechazo por un importante sector de la población. Cuando iba a acceder a mi destino en el Cuartel de Loyola, en el barrio donostiarra del mismo nombre, lo primero que uno encontraba era una pintada: “matar a tu capitán no es un crimen, es un acto de justicia” frente a la entrada principal del cuartel, al otro lado del puente que cruza el Urumea.
Allí me trasladé con mi familia, mi mujer y cuatro hijos para vivir en unas viviendas prefabricadas, rodeadas de alambre de espino y vigiladas por soldados de reemplazo de la Policía Militar. Al otro lado del río, cerca de la cárcel de Martutene, asistían mis hijos a un colegio de monjas donde los acogieron con todo cariño y solicitud. Allí, el dejar caer descuidadamente las llaves de mi coche para recogerlas del suelo al tiempo que uno inspeccionaba los bajos del coche, se convirtió en una rutina. Como el escrudiñar con ansiedad los retrovisores del vehículo detenido en los aparentemente eternos semáforos del Bulevar. Habían asesinado al General Garrido y a su mujer en aquel hermoso paseo colocando una carga explosiva en el capó de su vehículo oficial unos años antes. Y también al anterior gobernador Militar, el general Gonzalez Vallés, mientras paseaba un domingo por la Barandilla ante la Playa de la Concha. Y a tantos otros.
Cuando disfrutaba mi primer permiso en las Navidades, tuve que reincorporarme urgentemente. Habían asesinado al coronel Gobernador Militar accidental cosiéndolo a tiros cuando su vehículo estaba detenido ante un semáforo junto al rio Urumea. Unos meses más tarde, en el curso de una jura de bandera, mientras el coronel Jefe del Regimiento Tercio Viejo de Sicilia 67, José García de Frías, presidía el desfile con el que concluía la parada, sufría también un atentado que a punto estuvo de costarle la vida. Recibió un disparo en el muslo, por la espalda (¿podría haber sido de otra manera?) entre el Teniente coronel Balmaseda, Jefe del Batallón de ingenieros y yo mismo, lo recogimos del suelo en medio del tiroteo y lo llevamos al cuerpo de guardia. A continuación me fui a buscar a mi madre y a mi mujer, que con la del coronel Frías se protegían como podían agachadas en el suelo. Mi padre en pie me miraba con la misma expresión, pura definición de rabia, con la que inmortalizara Goya a los ciudadanos madrileños del dos de Mayo. El coronel me había dicho – “La bandera, Coloma, que la retiren con los honores que se le deben” – esa era su primera preocupación.
Si, eran años de plomo. El Brigada Alberto de Juan, que además de prestar sus servicios en el cuartel de Loyola entrenaba a un equipo de balonmano de chavales del barrio, sufrió el mismo y alevoso agradecimiento. Desde luego no solo los militares éramos “objetivos”, las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, magistrados, funcionarios y hasta periodistas sufrieron el mismo azote. La guardia civil, desde el Cuartel de Inchaurrondo, con tenacidad, paciencia y eficacia hacia lo suyo. En el verano desarticulaban dramáticamente el comando Donostia, reconstruido no recuerdo cuántas veces.
Años de plomo fuera y dentro de aquel hermoso territorio. Tres oficiales de mi promoción, el comandante Baranguá y los tenientes coroneles Blanco y Cortizo, fueron cobardemente asesinados en Madrid y en León. Además Javier Quintana perdió a su padre, el teniente General Quintana por la mano asesina de ETA. Valga esto como testimonio del precio pagado por una promoción de oficiales del Ejercito simplemente por cumplir su servicio allá donde hay una Bandera de España.
Difícil es valorar qué fechoría de los sicarios de ETA ha sido la más cruel. ¿El ataque al cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza? ¿El absurdo atentado en el que una niña, Irene Villa, perdió una pierna y casi la vida? No lo sé, cada cual tendrá su propia valoración. Pero en lo que seguro que todos los lectores de este blog convendrán conmigo es que los atentados contra el cuartel de la Guardia Civil de Vic y el atentado de HIPERCOR en Barcelona, se cuentan entre los más alevosos, cobardes y despiadados de cuantos ha perpetrado esta panda de asesinos.
Y nos desayunamos hoy con la noticia de que el Parlamento Catalán ha invitado a visitarlo a Arnaldo Otegui, secretario general de SORTU. Un individuo que, con una larga cadena de actividades delictivas, atentados, secuestros y condenas, amparándose en los recovecos que nuestro garantista régimen de libertades, hoy al frente del maltrecho complejo separatista vasco, es invitado a visitar un parlamento autonómico, el de Cataluña, que debe ser el palacio de la palabra, de los acuerdos, de la democracia. Justo lo contrario a la imposición de unos pocos merced al uso de las armas.
Aunque no es esta la primera paradoja que se da en esta España, en la que se que insulta impunemente al Jefe del Estado, se ignora el cumplimiento de muchas leyes Me pregunto qué está sucediendo en España
Me pregunto qué ha podido suceder en Cataluña, donde hace poco menos de cuatro años su parlamento ponía voz a la Asociación de Víctimas del Terrorismo, precisamente en el XXV aniversario del horror de Hipercor, en presencia del ex Presidente de la Generalidad de Cataluña, Pascual Maragall, que había sido el alcalde de la Ciudad Condal en aquella luctuosa fecha.
Me pregunto también qué tendrá que hacer, exponer – o negociar – este sujeto, que ha sido invitado por Los Verdes/ Alianza Libre Europea al Parlamento Europeo, ante la consternación del resto de partidos. Me pregunto a que responde esta “nueva política” cuando ni ha condenado la violencia ni ha perdido perdón a las víctimas del terrorismo y a toda la sociedad española por el infinito daño causado.
Me pregunto por último qué sentirán las propias víctimas del terrorismo. Todas ellas, pero en particular los familiares de los 10 muertos del cuartel de la Guardia Civil de Vic (29-5-91), los de los 21 de HIPERCOR ( 19-6-87), los familiares de las 11 víctimas ocasionadas en los 7 atentados de ETA producidos en Barcelona y otras localidades catalanas, por no decir las de los atentados perpetrados por el GRAPO o el FRAP. ¿Una vez más la tibia y confortable equidistancia?
Desconcertado, vuelvo a mirar a los muros de la Patria mía. Desconcertado pero no indolente ni resignado ante tanto despropósito. Esto no es hacer política. Es un disparate además de una ofensa, otra más a las víctimas del terrorismo.
Adolfo Coloma
General de brigada (R) del ET.
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