En mi artículo anterior, titulado “El verdadero valor de la humildad”, destacaba la
humildad como uno de los valores humanos que debe tener toda sociedad moderna que se precie, y que quiero dejar constancia de que forma parte de los valores castrenses.
El fuego que llamea en el corazón del verdadero militar prende sólo cuando encuentra unas cualidades que el mundo desconoce; en particular, la
humildad: esa virtud tan poco comprendida y tan menospreciada, cuando es en sí nobilísima y vigorosa, y confiere singular nobleza y mérito a quienes la buscan y se abrazan a ella.
La
humildad desempeña un papel único en la vida, por ejemplo, de la Legión. Primero, como instrumento esencial del apostolado legionario. En segundo lugar la humildad es para la Legión más que mero instrumento de su apostolado: es la cuna misma de este apostolado. Sin humildad no puede haber acción legionaria eficaz.
De su Cristo de la Buena Muerte aprenderá el legionario que la esencia de la verdadera
humildad consiste en ver y reconocer, con toda sencillez, lo que realmente es uno delante de Dios. Lo mismo diré del legionario paracaidista con respecto a su Ideario y su Cristo de Ánimas de Ciegos, porque al fin y al cabo también es legionario.
La unión del legionario con su Cristo es imprescindible; mas, para realizar esta unión, no basta desearla, se precisa también capacitarse para ella. Ya puede estar encendido en deseos de escalar un puesto eminente en el ejército; no basta: tiene que mostrarse capaz de recibir lo que tan ardientemente anhela. Sin
humildad es de todo punto imposible conseguir los fines de la Legión. Y sin humildad no puede haber apostolado legionario, porque le faltaría su alma.
El corazón de cada legionario es el primer campo de batalla donde moviliza la Legión sus tuerzas. Cada soldado tiene que luchar consigo mismo primero, y derrocar el espíritu de orgullo y amor propio que se alza en su corazón. ¿De qué le vale a uno una fuerte musculatura si se está hundiendo en arena movediza?.
El legionario, que es esa mano fuerte que la tiende su Cristo, no fallará, porque está firmemente arraigada en la
humildad. Como el Padre Huidobro, legionario y santo, una santidad de trinchera, que acoge a todos y a todos protege desde la más humilde y sencilla epístola del ejemplo.
¿Y qué decir del valor del esfuerzo?. Ante todo debemos saber que el esfuerzo está íntimamente ligado al sentido de la responsabilidad. El hombre que se esfuerza suele ser un hombre responsable. Las políticas que eluden el
esfuerzo, por ejemplo, en la enseñanza, suelen conducir a comunidades caracterizadas por la masificación más igualitaria y de mayor pobreza espiritual.
Nosotros, los legionarios, sabemos mucho de lo que supone el
esfuerzo personal, el espíritu de sacrificio, el deber, el trabajo en equipo, el estímulo, la superación personal, los valores, etc.
Ocurre, no obstante, con algunas tendencias de gobiernos anteriores, que en vez de poner a la persona en la base, en el punto de partida, ponen el “colectivo”, a la sociedad como mero conjunto de individuos y cuya nota determinante es la abdicación del
esfuerzo personal. Ello genera la pérdida del estímulo personal que constituye uno de los motores esenciales de la vida, tanto del hombre aisladamente como de cualquier comunidad en su conjunto. Y, a su vez, la pérdida del sentido del esfuerzo y del estímulo vital provocan el que se resienta gravemente la calidad del trabajo, de la creación intelectual y del deseo de mejorar y progresar en la propia realización personal.
Tengamos especial prevención con esas corrientes pedagógicas, tan extendidas en nuestros días, que se recrean en la negación expresa de la educación en el
esfuerzo, porque descuidan uno de los principales objetivos que debe alcanzar la educación: la formación adecuada de la voluntad de la persona.
Todo ello crea, además, un clima nihilista que produce consecuencias rechazables: la ignorancia de los propios deberes, cuando estos implican el más mínimo sacrificio; la transferencia de responsabilidades a otras instancias, en una cadena sucesiva de transferencias (a la familia, a la escuela, a la sociedad, al partido, al sindicato, al Estado); y el olvido de que la vida en sociedad es obra del esfuerzo de todos y del cumplimiento complementario de los deberes de cada uno.
La víctima de las abdicaciones personales en los terrenos del deber, del
esfuerzo, del estímulo y de la responsabilidad no es otra que la propia comunidad, de manera que la despersonalización que provoca la falta de esfuerzo resulta, sin paradoja alguna, absolutamente antisocial.
En los tiempos de crisis moral que vivimos, no es mala idea proponerse superarla, como uno de los instrumentos, y entre otras muchas aportaciones, con la recuperación de la actitud del
esfuerzo. Ello será tarea, no solo de las familias y educadores, sino todos aquellos que tienen una proyección pública. Me refiero a que todos quienes tienen presencia social en cualquier sector y son famosos o conocidos, deberían transmitir la idea de que la posición que ellos han alcanzado, lo ha sido por el esfuerzo realizado a la largo de su vida, y solo por ello.
La idea que propongo está fuertemente ligada a la idea de ejemplaridad. Nuestra crisis moral, más profunda aún que la económica, no empezará a resolverse hasta que los protagonistas sociales no den ejemplo de comportamiento, de valores sociales, de
esfuerzo y de responsabilidad. Tienen que servir de ejemplo, especialmente, a los jóvenes, y desde ahí comenzamos a hablar.
No hace demasiados años que el triunfo profesional era fruto de una dedicación, de un
esfuerzo, de una superación continua de uno mismo,… y ello era motivo de un legítimo orgullo que el profesional sentía de si mismo y de su trabajo. Existía un reconocimiento por el trabajo bien hecho, un respeto por la dedicación del trabajador y por tanto una relación calidad-reconocimiento entre directivos, mandos y trabajadores que hacía que el profesional no cayese en la apatía laboral, en el aburrimiento cotidiano, o en el…”para qué me voy a esforzar, si no va a valer para nada”. La calidad era una continua búsqueda de la mejora.
Hoy día, ocurre todo lo contrario; las relaciones se han materializado, el nivel de profesionalidad importa menos que el nivel de titulación, ya que el título que se posea tiene más importancia que la capacidad de gestión, la preparación del individuo. Somos el País de Europa que más fiebre de titulitis padece y… “en eso sí estamos a la cabeza”. Eso hace que al frente de puestos de responsabilidad existan personas inexpertas, por la falta de experiencia e inmaduras por haber conseguido un puesto determinado sin
esfuerzo alguno, ¿como se puede valorar algo que no cuesta esfuerzo en conseguir?, ¿estamos en la supremacía de lo teórico sobre lo práctico?, ¿está reconocida, hoy día, la experiencia?.
El hombre tiene espíritu de cazador, y como tal valora lo que le ha costado conseguir la pieza deseada, eso desde nuestros orígenes. Y no hemos cambiado, nuestro ego se engrandece cuando es reconocido nuestro
esfuerzo y nuestra constancia y eso es lo que hace que día a día aumentemos el nivel de Calidad en nuestro espíritu, en nuestras relaciones, en nuestro que hacer cotidiano. Trabajando con calidad defendemos nuestro futuro.
Y finalizo con algunas vivencias del diario de un guerrero como ejemplo de lo expuesto:
…Tras la maniobra descansaba y meditaba en el silencio de la noche sobre el cambio, la metamorfosis que se estaba produciendo en mi persona. Tan sólo unos pocos meses atrás, no me había podido imaginar que pudiese resistir tanto, ni ser capaz de vencer las debilidades del cuerpo con tal de conseguir ser un soldado de élite…
…Sin darme cuenta, iba adquiriendo unos hábitos que no se arrastran en la vida civil, como amar a la naturaleza, identificarte con ella hasta el punto de desarrollar los instintos animales perdidos por la racionalidad humana…
…Las canciones de ayer alrededor del fuego, los bonitos paisajes, las paredes de pinos, los tejados de estrellas, con su belleza, quedan atrás. La superación personal, nuestro diario endurecimiento, las múltiples anécdotas de las nuevas experiencias vividas, con su encanto, quedaron atrás…
…Una nueva faceta de mi vida nació el día que me impusieron la insignia y la Boina, apreciar el valor de las cosas, no solo de aquellas que sin saberlo me había regalado la civilización heredada, sino sobre todo, de aquellas otras que yo me estaba ganando con mi
esfuerzo, con mi propio sudor, como el valor del compañerismo, el descubrir unos mayores límites de resistencia física y psíquica, el conocer mis posibilidades, la estrecha convivencia en grupo, la seguridad en sí mismo…
…Nuevos parámetros se siguen acumulando en mi vida guerrera, la toma de decisiones venciendo al instinto de conservación, el placer de dominar ese instinto, el bienestar de conseguir la cumbre tras el
esfuerzo, el olor puro del bosque por las mañanas, sus aguas que tantas veces saciaron mi sed…
Pedro Motas