Como estamos en verano no quiero cansarles con los cotidianos problemas ni tampoco animarles a otra cosa que no sea el merecido descanso.
Esta época veraniega es buena para hablar entre amigos cara a cara dejando los encuentros virtuales para otra ocasión.
Vengo de visitar a uno de ellos. Tiene una preciosa casa en uno de los rincones más bellos de España: las Rías Bajas; el nombre no importa, todas son igual de atrayentes.
Galicia está de nuevo envuelta en las infinitas gamas de color verde que ya no recordaba. Alguien cambió la paleta durante algún tiempo y ahora, aunque despacio, parece que de nuevo afloran las tonalidades de un paisaje que no todos han entendido, entre ellos algún gallego. Siempre fue el verde, en sus matices, un color difícil de entender y trasladar a lo cotidiano. Es el gran ausente de muchas paletas por la dificultad técnica de crear un color que solo se muestra tal como es cuando surge del fondo de la tierra, donde fabrica su belleza.
Verde quizá sea lo que les cuento, pero el humor y el sentido de la anécdota que he vivido con mi amigo me ha llevado a compartirla con ustedes.
Mientras esperábamos para cenar me enseñó su casa. Al llegar al dormitorio observé que un enorme crucifijo presidía la entrada y a los pies del mismo un reclinatorio invitaba al rezo. Ante el gesto de extrañeza mi amigo me recordó que la mayor parte de los muebles de la casa eran una herencia de su abuelo. El crucifijo y el reclinatorio siempre estuvieron en el dormitorio y él quiso respetar la tradición familiar. Sus abuelos tuvieron doce hijos. Todas las noches, antes de irse a la cama, su abuelo se arrodillaba en el reclinatorio y se dirigía a la imagen del Crucificado repetiendo la misma oración:
“No es por vicio ni por fornicio sino para tu Santo beneficio”.
El hecho de que España tenga un índice de fecundidad inferior a 2,1 por mujer (fecundidad de reemplazo), supone que no se garantiza una pirámide de población estable.
Decididimos no tener hijos. ¿Por qué? No es una decisión libre sino obligada por las circunstancias. Los hijos no son un estorbo sino una bendición. Estorban las políticas y los políticos que no legislan para poder tenerlos con las máximas garantías de libertad y desarrollo para la madre y el conjunto familiar.
¿A quién le importa? Mejor guardo silencio y termino con sentido del humor: “Ni por vicio ni por fornicio…” De eso andamos sobrados y es lo políticamente correcto. No me cabe la menor duda.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario