El asquito y el agujero Carlos Herrera

Si Rivera, finalmente, no vota que sí, otro gobierno es posible

                                            
ENTIENDO que Ciudadanos recele de los votos generosamente prestados por los convergentes de Homs en la elección de la Mesa del Congreso. No son buena compañía: partido corrupto particularmente empleado en destruir España tal y como la conocemos. Prestaría esos votos, supuestamente, para obtener el grupo parlamentario al que no está claro que tenga derecho –por no haber obtenido el 15 por ciento de los votos en todas las circuscrpciones– y así obtener visibilidad parlamentaria y dinerito fresco de subvención. Pero ojo con la indignación, que puede traer efectos no deseados. C’s quiere que el PSOE comparta la carga de aupar a Rajoy y el PSOE dice que busquen entre sus afines. Si Rivera se pone todo lo exquisito que no se puso cuando su pacto de investidura con Sánchez, se puede encontrar con una suma inesperada a su izquierda que acabaría consiguiendo formar gobierno. Me explico.
Cuando su socio Sánchez apoyó en el Senado que los "indepes" catalanes tuvieran su grupo parlamentario (les cedió senadores), Rivera puso menos objeciones que ahora. Como no las puso cuando se enteró de que Sánchez se sentó con Junqueras a negociar, y también con Convergència. No lo hizo, supuestamente, porque el pacto era sólido aunque de éxito improbable. Incluso no lo hizo cuando Sánchez sentó a la mesa a Podemos, grupo que ampara en su conjunto a quienes quieren un referéndum en Cataluña. Nada le distrajo, aunque al final la investidura tuviera el éxito previsible que tuvo.
Ahora, con otras cifras, C’s escenifica un cierto asquito. Dice que va a consentir un gobierno en clamorosa minoría y que, en cualquier caso, no votará que sí a Rajoy. Ello comporta un peligro. Si no quiere coincidir en abstención con Convergència –cosa que entiendo– bastaría con llegar a un acuerdo completo y votar sí. En tal caso la investidura precisaría solo la abstención del PNV, cosa al alcance de Rajoy merced al carácter negociador de la gente de Urkullu. De no hacerlo, el riesgo de no votar sí tiene consecuencias. Rajoy, de no contar con apoyos, renunciaría a la investidura, pero por el otro lado hay una cuenta que hacer y que muy pocos hacen.
Sumen conmigo: 85 escaños del PSOE, 71 de Podemos y 8 de Convergència hacen un total de 164 (Convergència se ofreció a Pedro Sánchez hace pocos días). Si sumamos los 9 de Esquerra ya juntamos 173, a dos escaños de la absoluta; y quedarían por ahí los vascos del PNV… y los de Bildu, que son dos. A la aritmética hay que sumarle la voluntad política, está claro, pero esta surge con prontitud si se atisba el poder por las cercanías. No tengo constancia alguna de que esta iniciativa esté en la cabeza de Pedro Sánchez; de hecho, estoy seguro de que no está en la de los barones que tienen administraciones a su cargo, pero es una posibilidad cierta, factible, que puede ocurrir. De ahí que algunos indiquen con claridad que no se van a producir terceras elecciones: antes se puede exhibir una supuesta responsabilidad de Estado y articular otra mayoría. Albert Rivera, por lo tanto, tiene ahora la pelota. Aunque algunos especulen con que esos diez votos hayan llegado desde la izquierda con tal de dinamitar el pacto entre C’s y PP, el catalán decide. El PSOE quiere que Rajoy salga con apoyo de C’s y nacionalistas para sentarse en la oposición de forma virginal, sin mácula, y así volver irrelevante a Podemos, que no podrá decir que los socialistas han colaborado en el nombramiento de Rajoy.
La decisión se está cociendo y es aconsejable no dejarse llevar por los aspavientos que teatraliza cada actor de este enredo, pero si Rivera, finalmente, no vota que sí, otro gobierno es posible. Si ello pasara, no tendría en toda España agujero en el que esconderse