Su muerte no interesó a nadie durante años, siempre se pensó que fue un accidente por imprudencia en el manejo de las armas. Pero en 2011 surgió otra teoría, que acusa a Franco de arreglar el asesinato.
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Antes de la muerte de Franco, la propaganda franquista había dejado de ser operativa. Los mitos y las consignas elaborados en la guerra y los años 40 se habían ido desmoronando en los años 60, a medida que publicaban historiadores más objetivos (Ricardo de la Cierva, los hermanos Salas Larrazábal, Carlos Seco Serrano, Hugh Thomas, Stanley Payne…) y pro-republicanos (Manuel Tuñón de Lara y su escuela).
Hoy nadie, salvo los más sectarios militantes izquierdistas y separatistas, cree que todo el Ejército, como ‘columna vertebral de la patria’, se sublevase contra el Frente Popular. Tampoco que Franco, desde la toma del poder por el Frente Popular, se uniese al Movimiento Salvador de la Patria, ya que sólo se implicó sin reservas a partir del asesinato de José Calvo Sotelo. Igualmente, cada vez está más claro que la izquierda dio un golpe de Estado (otro más) en cuanto se cerraron las urnas el 16 de febrero de 1936.
Otra de las dedicaciones de estos publicistas es encontrar en la figura de Franco todo tipo de vicios y horrores: que era tonto, que le faltaba un testículo, que era un meapilas, que sólo le movía la “astucia de campesino gallego” (Preston), que era un pésimo militar… El misterio, similar al de la caída de España ante los musulmanes, es cómo un tarado así ganó una guerra que tenía perdida, sobrevivió a la derrota de Hitler y Mussolini, dejó un sucesor que reinó cuarenta años y convirtió un país pobre y rural en la octava potencia industrial del mundo.
Pero el escarbar en busca de algo estrafalario no tiene final, sobre todo si la excavación está subvencionada o retribuida con derechos de autor. Uno de los últimos ejemplos es la ‘investigación’ de Ángel Viñas sobre la muerte del general Balmes.
La organización militar implicaba que Franco residiese en Santa Cruz de Tenerife, mientras que la provincia de Las Palmas de Gran Canaria tenía un gobernador militar distinto; éste era el general de brigada Amado Balmes Alonso.
El avión Dragon Rapide, fletado por Luca de Tena con dinero de Juan March, para trasladar a Franco a Marruecos y allí ponerse el frente de la Legión y los Regulares, había aterrizado el 14 de julio en el aeropuerto de Gando (Gran Canaria), más seguro que el de Los Rodeos (Tenerife). Pero Franco, que estaba vigilado (la noche del 14 un comando terrorista anarquista trató de asesinarle en la comandancia militar, donde dormía con su familia), no podía trasladarse de una isla a otra sin permiso del Ministerio de la Guerra, si no quería alertar a las autoridades del Frente Popular.
La excusa para el viaje se produjo el 16, cuando Balmes, mientras probaba cuatro pistolas Astra en el campo de tiro de La Isleta, se disparó un tiro. El general tenía la peligrosa costumbre de apoyar el cañón de las pistolas en su cuerpo cuando éstas se le encasquillaban y él las manipulaba. Ese día, en torno a las 11, salió una bala que le atravesó la región epigástrica.
El chófer que le había acompañado le metió en el coche y le trasladó a la casa de socorro (el centro sanitario más cercano) a toda velocidad; tras las primeras curas, se le llevó al hospital militar. Balmes falleció a las 12:30 horas, aunque mantuvo la consciencia en todo momento. Varias veces reconoció que se le había disparado una pistola. Y así informó el gobernador civil, Antonio Boix Roig, al ministro de Gobernación: muerte accidental durante el manejo de unas pistolas.
Después de realizársele la autopsia, se celebró su funeral el 17. Franco pidió permiso a Madrid para trasladarse a Las Palmas, que se le concedió. Llegó en un vapor a la ciudad, junto con su primo y ayudante Francisco Franco Salgado Araujo y una escolta. Los dos Franco durmieron en Las Palmas, donde los oficiales implicados en el alzamiento acababan los últimos preparativos. Esa madrugada se adelantó la sublevación en Melilla, que previno al Gobierno.
El 18 a mediodía, ya con tiroteos en Las Palmas, Franco se trasladó a Gando por mar en el remolcador España II (para evitar cualquier emboscada), subió al Dragón Rapide y voló a Agadir. Miguel Platón (El primer día de la guerra) sostiene que Balmes habría sido el gobernador militar de Canarias una vez que Franco se hubiese marchado. Para sustituir al difunto, Franco nombró a otro de los conspiradores: Luis Orgaz.
El bando nacional consideró a Balmes uno de los suyos, hasta el punto de que se le presentó como hombre de confianza de Franco. Su muerte no interesó a nadie durante años, quizás porque en una sociedad con ‘mili’ se sabía que la imprudencia con las armas era frecuente y letal.
Viñas asegura que conoce el nombre del asesino, pero que, como carece de pruebas, no lo da para evitarse una querella de sus familiares. El historiador, instruido como reconoce por el jurista socialista Eligio Hernández, considera la muerte de Balmes un asesinato, mientras que la de Calvo Sotelo fue un homicidio, que encima perjudicó al Gobierno (“Ni fue inducido desde las autoridades ni les vino bien. Antes al contrario”).
Aunque Ricardo de la Cierva publicó varias veces que existía un informe sobre la muerte de Balmes en el Servicio Histórico Militar que confirmaba lo ya sabido, Viñas se ha empecinado en montar una conspiración franquista para asesinar a Balmes.
En su libro, insinúa varias veces que no se realizó la autopsia al cadáver, ya que todos los militares, incluido el juez instructor, estaban implicados en la conspiración, y duda de que las palabras del agonizante se reprodujeran literalmente: “El «precadáver» confesó”, escribió. También asombra que alguien de su experiencia considere como fuente fiable la prensa (“Al menos, la de los días 16 y 17 de julio. Lo que publicó lo hizo en caliente y en libertad”), cuando estaba sometida a censura gubernamental.
Además, su texto está salpicado de ataques a historiadores rivales (Payne, De la Cierva, Luis Suárez) y de expresiones despectivas como “debió de pensar que lectores eran imbéciles”.
El informe de la autopsia estaba en el Área de Pensiones de la Dirección General de Personal del Ministerio de Defensa, porque la viuda, Julia Alonso-Villaverde, había iniciado en 1937 el procedimiento administrativo para que se le reconociese la pensión correspondiente por la muerte de Balmes en acto de servicio. En enero de 1941, el Consejo Supremo de Justicia Militar sentenció que el fallecimiento había sido en acto de servicio: la pensión se cuadruplicó respecto a la que ya cobraba, y con efectos desde el 17 de julio de 1936. En su libro, Domínguez reproduce una carta de la única hija de Balmes, Julia, dirigida a Interviú en 1978 en la que protestaba por un reportaje en el que se afirmaba que su padre había sido “fusilado” por los sublevados. En ella dice que el general murió al disparársele una pistola y “era eslabón importante en los planes para el Alzamiento Nacional”. ¡No sólo se borra el recuerdo de los nacionales, sino que se les convierte en militantes de Izquierda Republicana
Hoy nadie, salvo los más sectarios militantes izquierdistas y separatistas, cree que todo el Ejército, como ‘columna vertebral de la patria’, se sublevase contra el Frente Popular. Tampoco que Franco, desde la toma del poder por el Frente Popular, se uniese al Movimiento Salvador de la Patria, ya que sólo se implicó sin reservas a partir del asesinato de José Calvo Sotelo. Igualmente, cada vez está más claro que la izquierda dio un golpe de Estado (otro más) en cuanto se cerraron las urnas el 16 de febrero de 1936.
El misterio de que un tarado derrotara a la República
Pero la actual clase dominante ha elaborado otros mitos y consignas que, como hizo la dictadura franquista, trata de imponer mediante los medios de comunicación y la educación. Algunos de ellos son un plan genocida (sic) de las derechas para exterminar a los obreros y campesinos; el carácter ‘espontáneo’ de la violencia en la zona gubernamental, realizada por ‘incontrolados’; la mortandad de cientos de presos políticos obligados a construir el Valle de los Caídos; o el atraso económico de España.Pero el escarbar en busca de algo estrafalario no tiene final, sobre todo si la excavación está subvencionada o retribuida con derechos de autor. Uno de los últimos ejemplos es la ‘investigación’ de Ángel Viñas sobre la muerte del general Balmes.
Franco, destinado a Canarias por Azaña
El Gobierno de Manuel Azaña (el primero del Frente Popular) dispersó a los generales que consideraba desafectos. Así, Mola fue destinado a Pamplona y Franco a Canarias como comandante militar, a donde llegó a principios de marzo y fue recibido con insultos por parte de la extrema izquierda.La organización militar implicaba que Franco residiese en Santa Cruz de Tenerife, mientras que la provincia de Las Palmas de Gran Canaria tenía un gobernador militar distinto; éste era el general de brigada Amado Balmes Alonso.
El avión Dragon Rapide, fletado por Luca de Tena con dinero de Juan March, para trasladar a Franco a Marruecos y allí ponerse el frente de la Legión y los Regulares, había aterrizado el 14 de julio en el aeropuerto de Gando (Gran Canaria), más seguro que el de Los Rodeos (Tenerife). Pero Franco, que estaba vigilado (la noche del 14 un comando terrorista anarquista trató de asesinarle en la comandancia militar, donde dormía con su familia), no podía trasladarse de una isla a otra sin permiso del Ministerio de la Guerra, si no quería alertar a las autoridades del Frente Popular.
La excusa para el viaje se produjo el 16, cuando Balmes, mientras probaba cuatro pistolas Astra en el campo de tiro de La Isleta, se disparó un tiro. El general tenía la peligrosa costumbre de apoyar el cañón de las pistolas en su cuerpo cuando éstas se le encasquillaban y él las manipulaba. Ese día, en torno a las 11, salió una bala que le atravesó la región epigástrica.
El chófer que le había acompañado le metió en el coche y le trasladó a la casa de socorro (el centro sanitario más cercano) a toda velocidad; tras las primeras curas, se le llevó al hospital militar. Balmes falleció a las 12:30 horas, aunque mantuvo la consciencia en todo momento. Varias veces reconoció que se le había disparado una pistola. Y así informó el gobernador civil, Antonio Boix Roig, al ministro de Gobernación: muerte accidental durante el manejo de unas pistolas.
Después de realizársele la autopsia, se celebró su funeral el 17. Franco pidió permiso a Madrid para trasladarse a Las Palmas, que se le concedió. Llegó en un vapor a la ciudad, junto con su primo y ayudante Francisco Franco Salgado Araujo y una escolta. Los dos Franco durmieron en Las Palmas, donde los oficiales implicados en el alzamiento acababan los últimos preparativos. Esa madrugada se adelantó la sublevación en Melilla, que previno al Gobierno.
El 18 a mediodía, ya con tiroteos en Las Palmas, Franco se trasladó a Gando por mar en el remolcador España II (para evitar cualquier emboscada), subió al Dragón Rapide y voló a Agadir. Miguel Platón (El primer día de la guerra) sostiene que Balmes habría sido el gobernador militar de Canarias una vez que Franco se hubiese marchado. Para sustituir al difunto, Franco nombró a otro de los conspiradores: Luis Orgaz.
El bando nacional consideró a Balmes uno de los suyos, hasta el punto de que se le presentó como hombre de confianza de Franco. Su muerte no interesó a nadie durante años, quizás porque en una sociedad con ‘mili’ se sabía que la imprudencia con las armas era frecuente y letal.
La «investigación» de Viñas
Viñas sorprendió en 2011 al publicar La conspiración del general Franco y otras revelaciones acerca de una guerra civil desfigurada, en el que sostenía que Balmes era leal al Gobierno y que tanto se opuso al plan golpista de Franco que éste dio la orden de asesinarle. Las pruebas del catedrático se resumen en el argumento de autoridad (conducta que le acerca mucho a los próceres franquistas). En una entrevista zanjó así el asunto: “¡es un asesinato con premeditación y alevosía. Y punto!”Viñas asegura que conoce el nombre del asesino, pero que, como carece de pruebas, no lo da para evitarse una querella de sus familiares. El historiador, instruido como reconoce por el jurista socialista Eligio Hernández, considera la muerte de Balmes un asesinato, mientras que la de Calvo Sotelo fue un homicidio, que encima perjudicó al Gobierno (“Ni fue inducido desde las autoridades ni les vino bien. Antes al contrario”).
Aunque Ricardo de la Cierva publicó varias veces que existía un informe sobre la muerte de Balmes en el Servicio Histórico Militar que confirmaba lo ya sabido, Viñas se ha empecinado en montar una conspiración franquista para asesinar a Balmes.
En su libro, insinúa varias veces que no se realizó la autopsia al cadáver, ya que todos los militares, incluido el juez instructor, estaban implicados en la conspiración, y duda de que las palabras del agonizante se reprodujeran literalmente: “El «precadáver» confesó”, escribió. También asombra que alguien de su experiencia considere como fuente fiable la prensa (“Al menos, la de los días 16 y 17 de julio. Lo que publicó lo hizo en caliente y en libertad”), cuando estaba sometida a censura gubernamental.
Además, su texto está salpicado de ataques a historiadores rivales (Payne, De la Cierva, Luis Suárez) y de expresiones despectivas como “debió de pensar que lectores eran imbéciles”.
El descubrimiento de la autopsia
Alguien que no cuenta con los recursos de Viñas (en su libro da constantemente las gracias a colaboradores que le describieron el urbanismo de Las Palmas y le fotocopiaron la prensa canaria), Moisés Domínguez, publicó en 2015 una monografía titulada En busca del general Balmes, en la que aporta la autopsia realizada a éste. Stanley Payne juzga así la investigación de Domínguez (Camino al 18 de julio):Uno de los grandes bulos sobre estos días es que el propio Franco arregló el asesinato de Balmes para facilitar el alzamiento en Canarias. Las evidencias indican que fue un accidente y que un Balmes vivo no habría constituido ningún obstáculo, como se demuestra en la documentación aportada por Moisés Domínguez NúñezDomínguez desvela que Balmes ni era republicano ni obediente al Gobierno del FP. En diciembre de 1930, como jefe superior de la Aeronáutica Militar, reprimió la sublevación republicana en Cuatro Vientos, en la que participó Ramón Franco. Y en octubre de 1934 mandó, a las órdenes de Franco, una de las columnas que sofocó la revolución de Asturias.
El informe de la autopsia estaba en el Área de Pensiones de la Dirección General de Personal del Ministerio de Defensa, porque la viuda, Julia Alonso-Villaverde, había iniciado en 1937 el procedimiento administrativo para que se le reconociese la pensión correspondiente por la muerte de Balmes en acto de servicio. En enero de 1941, el Consejo Supremo de Justicia Militar sentenció que el fallecimiento había sido en acto de servicio: la pensión se cuadruplicó respecto a la que ya cobraba, y con efectos desde el 17 de julio de 1936. En su libro, Domínguez reproduce una carta de la única hija de Balmes, Julia, dirigida a Interviú en 1978 en la que protestaba por un reportaje en el que se afirmaba que su padre había sido “fusilado” por los sublevados. En ella dice que el general murió al disparársele una pistola y “era eslabón importante en los planes para el Alzamiento Nacional”. ¡No sólo se borra el recuerdo de los nacionales, sino que se les convierte en militantes de Izquierda Republicana
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