La Inquisición: un epítome de brutalidad, pero no peor que el de otros
¿Quién se puede imaginar a los civilizados suizos churrascar al enorme talento de Miguel Servet, médico que hoy sería un Nobel indiscutible?
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"Las religiones, al igual que las luciérnagas, necesitan la oscuridad para brillar".
Arthur Schopenhauer
La historia es sólo la piel de algo más vivo. La primera nube que avanzaba de entre todas ellas, tenía forma de extraña calavera. Era una noche de un mágico verano que empezaba frío y de la oscuridad se destacaba una amenaza imprecisa, cuya sensación era evidente al mismo tiempo. Una herramienta diseñada por los hombres de bien para estimular adecuadamente el pensamiento único se había puesto en marcha con indisimulada ferocidad.Ya sea la Iglesia Ortodoxa, la Copta, la Luterana, la Anglicana, la Calvinista, la Evangélica, el Islam, e incluso hasta el pacífico budismo, todas tienen su propio catálogo de horrores, crímenes, corrupción y asesinatos en masa o, por llamarlo de una manera más formal y sin rodeos, un fondo de armario inquietante.
Es sabido que la Inquisición Española fue un epítome de brutalidad, y que mientras su sombra planeó sobre los reinos de España y esta tuvo proyección en el más allá transfronterizo, durante los trescientos años de guerras contra los protestantes -que al parecer eran muy malos-, a lo largo y ancho del mundo, un caprichoso dedo pulgar cuyo veredicto finalmente no nos favoreció, impulsó a la par que nuestra decadencia en el escenario geopolítico, la desaparición de aquella onerosa forma de tiranía espiritual.
A cualquiera que le entrara una duda metafísica vertical o un trance libidinoso en la intimidad más horizontal, era candidato a ser reo de las iras de algunos clérigosA pesar de ello, hoy se puede probar que sólo el 10% de sus procesos terminaron en ejecuciones de “malvados herejes”. Comparativamente, la Reforma Calvinista acabó con más del 90% de sus procesos en horrendos sacrificios al altísimo, avalado por supuesto con la connivencia de la suprema divinidad. ¿Quién se puede imaginar a los civilizados suizos churrascar al enorme talento de Miguel Servet, médico que hoy sería un Nobel indiscutible? Pues sí, cosas de las religiones cuando tras de ellas no hay autocrítica y todo “quisque” va detrás del flautista de Hamelín sin percatarse de la dirección del abismo.
La última ejecución por “enseñar a pensar”
El caso es que hubo una época, -y vale que la Leyenda Negra es muy sesgada y capciosa- , en que a cualquiera que le entrara una duda metafísica vertical o un trance libidinoso en la intimidad más horizontal, era candidato a ser reo de las iras de algunos clérigos, que a la par que catequizar indígenas descarriados, apretaban el torniquete de algún potro con la suficiente destreza como para amenizar la velada con los gritos de los desgraciados que caían en sus manos.
Comparativamente, la Reforma Calvinista acabó con más del 90% de sus procesos en horrendos sacrificios al altísimoSegún el erudito historiador Henry Kamen, "las delaciones por hechos de poca importancia eran la regla más que la excepción", por lo que en consecuencia, denuncias basadas en sospechas conducían, por lo general, a acusaciones basadas en conjeturas. Durante el siglo XVIII, personajes ilustrados como Jovellanos u Olavide fueron pasto de estos censores de andar por casa sin que la sangre llegara al río. Valencia tuvo el triste honor de condenar a muerte al último hereje ejecutado en España, un esmerado y comprometido maestro de escuela, Cayetano Ripoll, por “enseñar a pensar” a sus alumnos. Fue ahorcado en Valencia el 31 de julio de 1826 y todo ello en medio de un escándalo internacional.
Ciertamente, la Inquisición o Santo Oficio, ¡qué eufemismo!, dejaron de existir hace más de 200 años en primera instancia, con la anulación que implementó José Bonaparte en 1808 y más tarde en 1812 con el refrendo de la inolvidable “Pepa”. Aunque con algunos pataleos y estertores, duraría hasta que la ínclita Isabel II decidiría su total abolición, pero algunas manías o maneras siguen ahí latentes entre los mimbres de algunas mentes de barómetro bajo, perfil teológico estreñido, o más bien, poco aficionadas a quitar el polvo de vez en cuando en sus apolilladas trastiendas por miedo a descubrir aromas de difícil asimilación.
La ‘policía del pensamiento’
El humanista Hernando del Pulgar, describe a Juan de Torquemada, confesor de los Reyes Católicos y principal artífice del proyecto “mente en blanco”, en su libro Claros varones de Castilla. En este nos recuerda que “sus agüelos fueron de linage de los Judíos convertidos á nuestra Santa Fé Católica”. Este converso daría mucho que hablar en el sentido más amplio de la palabra, haciendo siempre hincapié en que la entonación de la misma se aproximara más a los agudos que a los graves para que los cautivos no desafinaran a la hora de expresar su rechazo a tan cuestionables métodos.
Algunas manías o maneras siguen ahí latentes entre los mimbres de algunas mentes de barómetro bajo y perfil teológico estreñidoBien es cierto que a Torquemada lo superaron en su frenesí depurador, la matanza de los hugonotes (cristianos protestantes franceses), o la escabechina de María Tudor contra sus súbditos, también del gremio de los anteriores, los castos calvinistas helvéticos o los alterados flamencos cuando se ponían manos a la obra. Pero lo que sí está claro es que, como a estructura organizada, al Santo Oficio nadie le tosía. Además, mientras las otras religiones tenían intervenciones puntuales a la hora de contener los nuevos aires del libre pensamiento, el duro y fatigoso oficio de inquisidor se convirtió en el más longevo y resistente a las andanadas del tiempo.
La inquisición Española fue una institución diseñada por los Reyes Católicos, que como maquinaria jurídica inicialmente tuvo como objetivo perseguir a los árabes y judíos. Más tarde, esta institución infernal demonizó a los hombres de ciencia, a las “brujas”, a los artistas, escritores y a cualquiera que osara patinar en contra del viento dominante del pensamiento único. En esencia era eso, una “policía del pensamiento”.
Esta macabra institución proyectó su siniestra sombra sobre este país hijo del sol, hasta 1821, siglo arriba, siglo abajo. Durante ese tiempo y para fomentar adhesiones, en su afán “pedagógico” visitaría América, en la que durante casi tres siglos los asombrados indígenas, entre flagrantes atropellos y la cerrada obstinación de la curia local, serían despojados de sus más íntimas creencias, atónitos ante la contradicción que encerraba el mensaje liberador y de concordia de un Cristo incompatible con la crueldad de los métodos de los que se erigían en sus representantes. El infierno había cruzado el Atlántico.
El duro y fatigoso oficio de inquisidor se convirtió en el más longevo y resistente a las andanadas del tiempoLos que se acercaban a las mazmorras de mal grado eran, por lo general, acusados que solían ser gentes analfabetas, aldeanos sin más pretensión que celebrar alguna fiesta pagana aderezada de tradición y que bajo la tremenda presión de los implacables tribunales, muy esmerados en su fatigoso quehacer, acababan mezclando sus costumbres y fantasías con algunos oscuros resentimientos vecinales, lo que abonaba enfrentamientos y delaciones bajo torturas inenarrables con un trasfondo sustanciado por supuestas creencias en el perillán de Belcebú.
Una parte del clero se decantó por las presuntas influencias del maligno aprovechando los temores de la más que elemental ignorancia de los parroquianos para fomentar la devoción al implacable dictado del culto imperante, o lo que es lo mismo, todo el mundo a desfilar en la misma dirección. Pero tampoco faltaron párrocos que señalaron que estas verdades inducidas por la tortura no eran más que patrañas y fantasías auspiciadas bajo el terror y sus contundentes artilugios mecánicos made in Spain.
La Iglesia más homogénea en sus juicios y condenas en Castilla fue más laxa en Aragón y el País Vasco, presumiblemente por la escasa vocación del clero en la meseta (los cargos eran frecuentemente franquicias del alto poder eclesiástico), que en las otras regiones de referencia en las que el clero, aparte de ser más vocacional en términos generales, estaba más arraigado y comprometido con la población.
La Leyenda Negra
Hubo, afortunadamente, inquisidores razonables y valientes que, en vez de tirar de potro y embudos de agua, fueron al grano metiendo mano con audacia a aquel esperpento. Es el caso de Salazar y Frías, quien de manera ejemplar, pondría freno a tanto desatino e impunidad, demostrando que las denuncias conseguidas bajo tormento estaban en el origen de aquel enorme despropósito.
Lo hicimos mal, pero no peor que otros, y esto no es consuelo ni justificación. Aquellos que montaron la Leyenda Negra, soldados en tiempo de guerra, piratas en tiempos de paz, sibilinas mentes de trazado insular, solamente por mencionar un episodio tristemente destacable, obligaron a embarcar en sus naves sin petición previa ni nudillos formales en la puerta de los afectados, en la que posiblemente sea una de las mayores tragedias de la humanidad, a cerca de veinte millones de esclavos, incluyendo las muertes en trayecto o por motivo de guerra por captura. Huelga comentar.
Los que se acercaban a las mazmorras de mal grado eran, por lo general, acusados que solían ser gentes analfabetasLa inquisición no es un invento del que enorgullecerse, y aun siendo una institución temida y odiada, las exageradas atribuciones y aberraciones que se la imputan en la Leyenda Negra, tienen más relación con la habilidad de algunos pueblos para vivir de las rentas del sudor de los otros haciendo inversiones mínimas, pero muy rentables por lo que se ha visto en el reflejo y presencia que tienen en la Historia.
En la comparativa de diferentes fuentes, es bastante probable que de los cerca de 340.000 casos o Autos de fe desarrollados durante la larga y oscura noche de La Inquisición, “sólo” 30.000 de ellos acabaron con el interfecto sobre ascuas. Sin ánimo de quitar hierro a tan espinoso asunto y sin ir más lejos, al otro lado del pirineo durante la Matanza de San Bartolomé (asesinato en masa de hugonotes o cristianos protestantes franceses de doctrina calvinista) durante las guerras de religión en la Francia del siglo XVI, en la noche del 23 al 24 de agosto de 1572 en París, de una tacada rodaron alrededor de 2.500 cabezas .En los tres meses siguientes y, a pesar de que muchos católicos protegerían a los perseguidos, el furor de incontrolados-dirigidos daría cuenta de otros diez mil incautos. En fin, la sinrazón. Semper mismam palizam.
Propaganda contra la Inquisición
Mediado el siglo XVI, coincidiendo con las persecuciones de los protestantes, las plumas de varios intelectuales protestantes se ponen a trabajar a pleno rendimiento, creando una imagen de la Inquisición que exagera sus rasgos negativos con fines propagandísticos. Los rivales políticos más enconados de España, Holanda e Inglaterra no escatiman esfuerzos en fomentar libelos contra el Santo Oficio. En definitiva, unos cardan la lana y otros se llevan la fama.
Todavía hoy, el largo eco de aquellas inquietantes resonancias, reverbera en nuestra sociedad evocando el horror anquilosado en la esclerosis y falta de adecuación a los tiempos de algunas añejas instituciones sin ventilación, que bien harían en abrir ventanas a vientos nuevos. En la humanidad se dan ciclos en los que pensar en sentido estricto es un ejercicio comprometido, y hacerlo en voz alta puede resultar hasta peligroso.
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