JURA DE BANDERA
El General de División (R) Enrique Vidal de Loño pertenece a la XXVIII promoción de la Academia General Militar. Durante sus 46 años de vida militar activa ha pasado por numerosos destinos, destacando entre ellos su tiempo en unidades paracaidistas, de teniente, capitán y comandante, y en la Fuerza de Maniobra, de teniente coronel, coronel y general. Ha desempeñado misiones en el extranjero en Croacia, Bosnia Herzegovina y Kosovo. Es Diplomado de Estado Mayor del Ejército de Tierra español y de Mando y Estado Mayor del Ejército de los Estados Unidos de América.
Ascendido a General en 2004, fue Jefe de Estado Mayor de la Fuerza de Maniobra, Comandante General de Ceuta, Secretario del Consejo Superior del Ejército y Director del Instituto de Historia y Cultura Militar.
Actualmente está en situación de retiro
Camposoto (Cádiz). 15 de julio. Varios centenares de jóvenes soldados juran (o prometen por su conciencia y honor) “cumplir fielmente sus obligaciones militares, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, obedecer y respetar al Rey y a sus jefes, no abandonarlos nunca y, si preciso fuera, entregar su vida en defensa de España”. Así de sencillo y así de grande. Manifiestan su compromiso mientras presentan armas, sellándolo a continuación con un beso a la Bandera de la Patria, a la Bandera de España. Quedará escuetamente reflejado en su hoja de servicios y no son necesarios más trámites. En posición de firmes, con el arma presentada, una lacónica afirmación, alta y clara; y después un beso. Actitud, voz y gesto. No hace falta más cuando se cree en el valor de la palabra dada y en el pundonor de su cumplimiento.
Y cuando se practica la coherencia. Lo han afirmado ante testigos en un acto sobrio y solemne. Pero lo más importante es corroborarlo con el mejor de los argumentos: el que ofrecen los hechos, el testimonio de su trabajo diario; el que han hecho en sus primeras semanas en el Ejército y el mucho más que les espera a partir de ahora. Duro. Sacrificado. Desconocido muchas veces; sólo ellos y sus más cercanos sabrán de sus horas, de sus días, de sus meses de abnegado servicio. En la callada vida del cuartel, en los campos de maniobras o en los escenarios de conflicto. De día, de noche. Con calor, con frío, con viento, con lluvia, con nieve, con sol. Sin importar las condiciones. En cualquier lugar de España o allá donde se les ordene, aunque sea en remotos lugares y lejanos continentes. Aunque sea difícil. Aunque sea arriesgado. Siempre con espíritu de sacrificio. Con generosidad, con entrega, con disciplina, con perseverancia, con rigor profesional. Y, por supuesto, con coraje, con valor, con actitud. Sin volver la cara nunca. Y sin darse importancia, sin alharacas; como se dice ahora, sin “postureo”.
Les impulsa la fuerza del compromiso contraído. Y el convencimiento de que la defensa de la Patria y de los valores y libertades integrados en ella merece el esfuerzo. Todo lo que tenemos en nuestro modelo de sociedad, nuestra forma de vida actual, nuestras cotas de libertad y de bienestar, han ido construyéndose y ganándose poco a poco por quienes nos precedieron, durante años, durante siglos; con sacrificio, con esfuerzo, con lucha, con sangre muchas veces. Los soldados, después de besar la Bandera, desfilar bajo sus pliegues y escuchar las palabras de su coronel, rinden homenaje a aquellos que, llevando el uniforme, contribuyeron con sus vidas a conformar lo que hoy somos y lo que hoy tenemos. El recuerdo y el ejemplo de los héroes constituye también un factor de motivación para seguir su estela, para trabajar con entusiasmo y con fe, con la alegre ilusión de quién se sabe dedicado a una causa noble. Con la seguridad y la confianza que se tienen cuando se está seguro de que lo que se defiende vale la pena.
Porque la vale. De la misma manera que costó esfuerzo y sacrificios ganar los valores que ahora podemos disfrutar, mantenerlos también tiene su precio. Y si se quieren conservar, hay que estar dispuestos a pagarlo, a luchar por defenderlos. Con convencimiento y determinación. Las velas, los lazos, los minutos de silencio, pueden servir como muestra de espíritu de solidaridad, pero no resuelven nada. La pusilanimidad, el “buenismo”, el encogimiento, sólo irán minando la voluntad de defensa de la sociedad. Lo que de verdad se requiere es convicción y claridad acerca de qué es lo que se quiere defender. Y firme voluntad de hacerlo. Superando diferencias y buscando puntos de unión en común. Sin fisuras. Sin dejarse llevar por el abatimiento o el miedo. Con firmeza. Con actitud. Con coraje. Con acciones.
No es sólo cuestión de soldados. A ellos les corresponde la misión de hacerlo con las armas. Pero la defensa de los valores y libertades de nuestra sociedad es asunto de todos.
Al finalizar el acto de la Jura, los nuevos soldados recitan un decálogo. En su último punto, se muestran orgullosos de servir a la Patria. Pues bien, este humilde relator manifiesta su orgullo de que tengamos soldados como ellos, de que la sociedad cuente con hombres y mujeres -de uniforme y de paisano- que aprecien los valores y que estén dispuestos a defenderlos. Nos hacen falta. Como nos hace falta también, de vez en cuando, alimentar el espíritu. Y en una ceremonia como la Jura de Bandera que tuvo lugar en Camposoto hace unos días, se logra. Al poder henchir el corazón uniendo la voz a las de nuestros soldados tras su juramento, gritando juntos un fuerte ¡Viva España!
Enrique Vidal de Loño
General de División (R)
Ascendido a General en 2004, fue Jefe de Estado Mayor de la Fuerza de Maniobra, Comandante General de Ceuta, Secretario del Consejo Superior del Ejército y Director del Instituto de Historia y Cultura Militar.
Actualmente está en situación de retiro
Camposoto (Cádiz). 15 de julio. Varios centenares de jóvenes soldados juran (o prometen por su conciencia y honor) “cumplir fielmente sus obligaciones militares, guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, obedecer y respetar al Rey y a sus jefes, no abandonarlos nunca y, si preciso fuera, entregar su vida en defensa de España”. Así de sencillo y así de grande. Manifiestan su compromiso mientras presentan armas, sellándolo a continuación con un beso a la Bandera de la Patria, a la Bandera de España. Quedará escuetamente reflejado en su hoja de servicios y no son necesarios más trámites. En posición de firmes, con el arma presentada, una lacónica afirmación, alta y clara; y después un beso. Actitud, voz y gesto. No hace falta más cuando se cree en el valor de la palabra dada y en el pundonor de su cumplimiento.
Y cuando se practica la coherencia. Lo han afirmado ante testigos en un acto sobrio y solemne. Pero lo más importante es corroborarlo con el mejor de los argumentos: el que ofrecen los hechos, el testimonio de su trabajo diario; el que han hecho en sus primeras semanas en el Ejército y el mucho más que les espera a partir de ahora. Duro. Sacrificado. Desconocido muchas veces; sólo ellos y sus más cercanos sabrán de sus horas, de sus días, de sus meses de abnegado servicio. En la callada vida del cuartel, en los campos de maniobras o en los escenarios de conflicto. De día, de noche. Con calor, con frío, con viento, con lluvia, con nieve, con sol. Sin importar las condiciones. En cualquier lugar de España o allá donde se les ordene, aunque sea en remotos lugares y lejanos continentes. Aunque sea difícil. Aunque sea arriesgado. Siempre con espíritu de sacrificio. Con generosidad, con entrega, con disciplina, con perseverancia, con rigor profesional. Y, por supuesto, con coraje, con valor, con actitud. Sin volver la cara nunca. Y sin darse importancia, sin alharacas; como se dice ahora, sin “postureo”.
Les impulsa la fuerza del compromiso contraído. Y el convencimiento de que la defensa de la Patria y de los valores y libertades integrados en ella merece el esfuerzo. Todo lo que tenemos en nuestro modelo de sociedad, nuestra forma de vida actual, nuestras cotas de libertad y de bienestar, han ido construyéndose y ganándose poco a poco por quienes nos precedieron, durante años, durante siglos; con sacrificio, con esfuerzo, con lucha, con sangre muchas veces. Los soldados, después de besar la Bandera, desfilar bajo sus pliegues y escuchar las palabras de su coronel, rinden homenaje a aquellos que, llevando el uniforme, contribuyeron con sus vidas a conformar lo que hoy somos y lo que hoy tenemos. El recuerdo y el ejemplo de los héroes constituye también un factor de motivación para seguir su estela, para trabajar con entusiasmo y con fe, con la alegre ilusión de quién se sabe dedicado a una causa noble. Con la seguridad y la confianza que se tienen cuando se está seguro de que lo que se defiende vale la pena.
Porque la vale. De la misma manera que costó esfuerzo y sacrificios ganar los valores que ahora podemos disfrutar, mantenerlos también tiene su precio. Y si se quieren conservar, hay que estar dispuestos a pagarlo, a luchar por defenderlos. Con convencimiento y determinación. Las velas, los lazos, los minutos de silencio, pueden servir como muestra de espíritu de solidaridad, pero no resuelven nada. La pusilanimidad, el “buenismo”, el encogimiento, sólo irán minando la voluntad de defensa de la sociedad. Lo que de verdad se requiere es convicción y claridad acerca de qué es lo que se quiere defender. Y firme voluntad de hacerlo. Superando diferencias y buscando puntos de unión en común. Sin fisuras. Sin dejarse llevar por el abatimiento o el miedo. Con firmeza. Con actitud. Con coraje. Con acciones.
No es sólo cuestión de soldados. A ellos les corresponde la misión de hacerlo con las armas. Pero la defensa de los valores y libertades de nuestra sociedad es asunto de todos.
Al finalizar el acto de la Jura, los nuevos soldados recitan un decálogo. En su último punto, se muestran orgullosos de servir a la Patria. Pues bien, este humilde relator manifiesta su orgullo de que tengamos soldados como ellos, de que la sociedad cuente con hombres y mujeres -de uniforme y de paisano- que aprecien los valores y que estén dispuestos a defenderlos. Nos hacen falta. Como nos hace falta también, de vez en cuando, alimentar el espíritu. Y en una ceremonia como la Jura de Bandera que tuvo lugar en Camposoto hace unos días, se logra. Al poder henchir el corazón uniendo la voz a las de nuestros soldados tras su juramento, gritando juntos un fuerte ¡Viva España!
Enrique Vidal de Loño
General de División (R)
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