El historiador Luis Eugenio Togores presenta su nuevo libro, «Historia de la Legión española: La infantería legendaria», sobre la trayectoria de una unidad de élite nacida al calor de la Guerra de Marruecos
La infantería que desfila con una cabra, los oficiales descamisados con barba de chivo, los novios de la muerte… La Legión española parece ser todo eso tan extravagante, pero también son la punta de lanza de las tropas españolas, una de las unidades militares más eficaces de toda Europa y los encargados de acudir a la mayoría de misiones en el extranjero realizadas por España en el siglo XX. Del Sáhara a los Balcanes, de Irak a Afganistán… El doctor en Historia Contemporánea y profesor universitario Luis Eugenio Togores repasa la trayectoria histórica de esta unidad en su libro «Historia de la Legión española: La infantería legendaria» (La Esfera de los Libros), y trata de conjugar ambas vertientes: un folclore tan peculiar con una capacidad combativa puesta a prueba en distintos escenarios.
La Legión ya es una unidad veterana, con casi 96 años a sus espaldas. El germen de su origen se encuentra en la primera generación de soldados que lucharon en la Guerra de Marruecos de principios del siglo XX. De este conflicto brotó una escuela de militares españoles de esencia colonial, los africanistas, «unos soldados profesionales que se caracterizaban por entender de una forma nueva la milicia, por su alta capacidad profesional, probada en el campo de batalla… y la existencia de fuertes lazos profesionales y personales entre ellos y sus hombres», explica en su obra el profesor Togores.
De la forma de entender y vivir la milicia de estos experimentados oficiales, nacieron los Regulares y La Legión. En el caso del segundo, el romanticismo y un peculiar folclore se adueñaron de su esencia. Numerosas novelas («La Bandera», de Pierre Mac Orlan, o «Tras el águila del César», entre otras) y películas contribuyeron a crear casi desde su origen una imagen novelesca y guerrera de «los novios de la muerte».
Cuando las tropas de élite españolas desembarcaron en Melilla, la situación allí era de motín y los civiles trataban de evacuar la ciudad a toda costa. Tras un aparatoso desembarco, con Millán Astray dirigiéndose a la multitud para tranquilizarla, La Legión ocupó los blocaos y las trincheras en los siguientes días, así como se encargó de proteger los convoyes que se dirigían a las posiciones más avanzadas. La unidad guarneció en un solo día 15 puestos, y su leyenda se extendió dentro y fuera de las fronteras de España.
«El 18 de agosto de 1921, a las nueve de la mañana, una multitud de excombatientes se agolpaban a la puerta de la embajada española en Londres para alistarse a La Legión. A las diez de la mañana los voluntarios pasaron de 2.500, de los que finalmente fueron alistados 40», relata Togores en «Historia de la Legión española: La infantería legendaria». Ese mismo mes, salieron de Nueva York 200 voluntarios y, el 19 de septiembre, llegaron a Cádiz 287 legionarios procedentes de Buenos Aires. En los siguientes semanas, el Tercio terminaría de escribir su leyenda en los campos de batalla.
Ciertos sectores políticos protestaron ante este decreto, puesto que veían peligroso que una unidad española tuviera carácter mercenario, esto es, que aceptara a extranjeros entre sus filas. También en el seno del Ejército había quien recelaba de esta unidad, entre ellos el general Silvestre, responsable del desastre de Annual, que seguía sin entender las peculiaridades que planteaba el terreno africano.
En este sentido, un archiconocida anécdota de Millán Astray y un joven cadete ansioso por unirse a la legión ilustran el auténtico ideario legionario:
–¿Sabes a qué vienes aquí? –le preguntó Millán Astray al muchacho–.
–Sí, mi coronel: ¡a morir!
–¿Quién te ha dicho eso? No señor. ¡Te han engañado! –reprendió el coronel elevando la voz–.
–Mi coronel, yo…
–No señor. Aquí se viene a velar por el día y por la noche; a abrir trincheras, a abrasarte en verano, a helarse en invierno, a luchar sin fatiga, a retirar muertos y heridos cuando sea preciso, y después de esto, ¡a morir!
La Legión ya es una unidad veterana, con casi 96 años a sus espaldas. El germen de su origen se encuentra en la primera generación de soldados que lucharon en la Guerra de Marruecos de principios del siglo XX. De este conflicto brotó una escuela de militares españoles de esencia colonial, los africanistas, «unos soldados profesionales que se caracterizaban por entender de una forma nueva la milicia, por su alta capacidad profesional, probada en el campo de batalla… y la existencia de fuertes lazos profesionales y personales entre ellos y sus hombres», explica en su obra el profesor Togores.
De la forma de entender y vivir la milicia de estos experimentados oficiales, nacieron los Regulares y La Legión. En el caso del segundo, el romanticismo y un peculiar folclore se adueñaron de su esencia. Numerosas novelas («La Bandera», de Pierre Mac Orlan, o «Tras el águila del César», entre otras) y películas contribuyeron a crear casi desde su origen una imagen novelesca y guerrera de «los novios de la muerte».
Melilla, el bautizo de fuego
Pero, ¿justificaba la Legión española en los campos de batalla esta leyenda? Marruecos tiene la respuesta a esa pregunta. A consecuencia del desastre de Annual, la I Bandera de la Legión –fundada apenas un año antes– recorrió 96 kilómetros a pie en día y medio para llegar a Tetuán. El objetivo final era acudir cuanto antes a Melilla, donde los regulares de la zona oriental se habían pasado al bando enemigo y la plaza se encontraba indefensa. «¡Legionarios! De Melilla nos llaman en su socorro. Ha llegado la hora de los legionarios. La situación allá es grave; quizás en esta empresa tengamos todos que morir», arengó a las dos banderas de la Legión el fundador de la unidad, José Millán-Astray.Cuando las tropas de élite españolas desembarcaron en Melilla, la situación allí era de motín y los civiles trataban de evacuar la ciudad a toda costa. Tras un aparatoso desembarco, con Millán Astray dirigiéndose a la multitud para tranquilizarla, La Legión ocupó los blocaos y las trincheras en los siguientes días, así como se encargó de proteger los convoyes que se dirigían a las posiciones más avanzadas. La unidad guarneció en un solo día 15 puestos, y su leyenda se extendió dentro y fuera de las fronteras de España.
«El 18 de agosto de 1921, a las nueve de la mañana, una multitud de excombatientes se agolpaban a la puerta de la embajada española en Londres para alistarse a La Legión. A las diez de la mañana los voluntarios pasaron de 2.500, de los que finalmente fueron alistados 40», relata Togores en «Historia de la Legión española: La infantería legendaria». Ese mismo mes, salieron de Nueva York 200 voluntarios y, el 19 de septiembre, llegaron a Cádiz 287 legionarios procedentes de Buenos Aires. En los siguientes semanas, el Tercio terminaría de escribir su leyenda en los campos de batalla.
Ciertos sectores políticos protestaron ante su creación, puesto que veían peligroso que una unidad española tuviera un carácter mercenarioObviamente, hablar de los orígenes de La Legión es hacerlo de uno de esos oficiales africanistas, en concreto de su fundador, José Millán-Astray. Destinado primero en Filipinas y posteriormente en Marruecos, este oficial gallego reclamó con insistencia que las tropas destinadas en África fueran sometidas a una mayor profesionalización. El 5 de septiembre de 1919, el ministro de la Guerra, el general Tovar, autorizó al comandante gallego a realizar una visita a los acuartelamientos de La Legión Extranjera francesa en Argelia. Allí extrajo unas conclusiones de las que nacería, en diciembre de 1919, La Legión española, cuyo nombre original fue el de Tercio de Extranjeros, según un Real Decreto.
Ciertos sectores políticos protestaron ante este decreto, puesto que veían peligroso que una unidad española tuviera carácter mercenario, esto es, que aceptara a extranjeros entre sus filas. También en el seno del Ejército había quien recelaba de esta unidad, entre ellos el general Silvestre, responsable del desastre de Annual, que seguía sin entender las peculiaridades que planteaba el terreno africano.
Una mística especial y un grito: ¡Viva la muerte!
Millán Astray logró salvar todas estas dificultades y dotó a su unidad de una mística especial. Se inspiró para ello en el espíritu de los viejos Tercios de Flandes (el militar gallego copió sus tambores de los usados por la infantería española en Flandes) y en la forma de afrontar la vida de los samurais japoneses, compilada en el Bushido. El resultado fue «un cambio en la voluntad de vencer», es decir, «el establecimiento de un espíritu de superioridad en el soldado español –igual que el que tuvieron los Tercios de Flandes–».«Cuando los legionarios lo gritan, no llaman a la muerte, sino que afirman su amor por la vida»La característica más llamativa de este ideario legionario y de sus símbolos era su aparente atracción por la muerte, lo que que queda retratado en el grito necrófilo: «¡Viva la muerte!». No obstante, el libro de Luis Eugenio Togores se encarga de desmitificar este y otros tópicos vinculados a la unidad: «Cuando los legionarios lo gritan, no llaman a la muerte, sino que afirman su amor por la vida. Gritan que amando la vida están dispuestos a darla al servicio de la patria».
En este sentido, un archiconocida anécdota de Millán Astray y un joven cadete ansioso por unirse a la legión ilustran el auténtico ideario legionario:
–¿Sabes a qué vienes aquí? –le preguntó Millán Astray al muchacho–.
–Sí, mi coronel: ¡a morir!
–¿Quién te ha dicho eso? No señor. ¡Te han engañado! –reprendió el coronel elevando la voz–.
–Mi coronel, yo…
–No señor. Aquí se viene a velar por el día y por la noche; a abrir trincheras, a abrasarte en verano, a helarse en invierno, a luchar sin fatiga, a retirar muertos y heridos cuando sea preciso, y después de esto, ¡a morir!
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