sábado, 23 de julio de 2016

CRIMENES HISTORICOS SIN RESOLVER

Mary Rogers era la mujer más deseada de Nueva York antes de morir en extrañas circunstancias. (iStock)
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Se acerca el verano y con él, las largas horas en la playa leyendo novelas de misterio, de Agatha Christie a Patricia Highsmith pasando por el best seller de turno de autor desconocido y trama previsible pero irremediablemente adictiva. O, al menos, eso era así antes de que llegase 50 sombras de Grey y la población occidental se lanzase a estimular su imaginación a través de otro tipo de lecturas más, ejem, subidas de tono.
Existe una constante contaminación entre realidad y ficción, entre novela negra y crónica social, que ha marcado la historia de la literatura de los últimos dos siglos. La realidad es tozuda y, en muchos casos, resulta más difícil de desentrañar que una novela de Raymond Chandler. A continuación recogemos tres de esos crímenes que aun a día de hoy siguen sin resolverse y que en algunos casos han servido de inspiración para escritores y cineastas.

El misterio de la habitación cerrada (con un mujeriego dentro)

Muchas personas tenían buenos motivos para acabar con la vida de Joseph Bowne Elwell, uno de los grandes jugadores de bridge del siglo XX. A lo largo de los años se labró una buena fama como mujeriego, y entre sus conquistas se contaban algunas de sus estudiantes y unas cuantas de las mujeres más ricas de la alta sociedad neoyorquina. Según relató su secretaria después de su muerte, se había acostado con más de 50 mujeres, “la mayor parte de ellas, casadas”. Casadas presumiblemente con algunos de los hombres más poderosos de la Gran Manzana. Tras su asesinato, la policía llegó a manejar una lista de unos 1.000 sospechosos, que se dice pronto. Ese sí que era el 1% que denuncia Occupy Wall Street.
Elwell, todo un seductor retro.
Elwell, todo un seductor retro.
Su asesinato encaja perfectamente con el dilema de la habitación cerrada tan recurrente en la literatura tanto anterior como posterior al crimen, de Arthur Conan Doyle a Ellery Queen pasando por Agatha Christie. El cadáver de Elwell fue encontrado por su casera el 11 de junio de 1920, sentado en una silla, con un balazo en la frente abierto por el disparo de un revólver del 45… A pesar de que la puerta estaba cerrada con llave desde dentro. Aunque había mucho dinero y posesiones en la casa (¡incluso un Rembrandt!), el criminal no se llevó nada. Ni siquiera fisgoneó en los papeles, y nadie había sido visto entrando en la casa después de las 3:45, que fue cuando, tarambana de él, el womanizer volvió a casa. Cerca del cadáver había una carta abierta y un montón de cartas aún lacradas. Y, encima de la mesa, la bala que lo había matado, recogida del suelo por el asesino y depositada a la vista de todos. Probablemente, esta había sido disparada desde una silla enfrente de Elwell.
Quizá la clave se encuentre en la copia de la llave que, al parecer, muchas de sus amantes disponían, aunque eso tampoco es capaz de explicar por qué la habitación estaba cerrada desde dentro… Salvo que el asesino se ocultase hasta que llegase la casera y saliese sin ser localizado. Sea como fuere, un hombre confesó en 1921 aunque fue considerado un lunático, y desde entonces, nadie ha sido capaz de resolver el enigma. Ni siquiera los miles de lectores de El crimen de Benson, un superventas de S.S. Van Dine basado en este crimen.

El crimen de la calle Fuencarral

No confundir con El crimen de la calle Bordadores, la película de Edgar Neville. O mejor sí hacerlo, ya que aquella película de 1946 tomó su inspiración de este caso, uno de los más célebres de la historia de España. El 2 de julio de 1888 los vecinos llamaron a la policía tras descubrir el cuerpo en llamas de Luciana Borcino, una viuda pudiente y tan respetada como temida en el Madrid de la época, mientras su sirvienta dormía en una habitación adyacente. Este asesinato se convirtió en uno de los primeros juicios mediáticos de la historia de España, que fue cubierto entre otros por Benito Pérez Galdós.
Higinia, que así se llamaba la sirvienta, explicó que no recordaba nada de lo ocurrido cuando volvió en sí. Simplemente, que su señora se encontraba acompañada por un caballero y que le habían pedido que se retirase. La criada fue detenida rápidamente, y Millán Astray (el padre del fundador de la Legión, por aquel entonces director de la cárcel Modelo) le sugirió que confesase, lo que le permitiría salvar su cuello. Sin embargo, una versión alternativa comenzó a difundirse en los mentideros de la capital, y en ella tomaba protagonismo el hijo de la occisa, un joven de 23 años llamado José Vázquez-Varela o, como era conocido, el Pollo Varela que venía a ser, en román paladino, “un pieza” con antecedentes de amenazas y lesiones a su madre, a la que había llegado a apuñalar. ¿Dónde se encontraba en el momento del crimen? Nada menos que en la cárcel Modelo.
Edgar Allan Poe convirtió el caso de Mary Rogers en una de las primeras historias de detectives
La gran cantidad de confesiones contradictorias de Higinia –que llegó a acusar a Astray– dificultaron la clarificación del caso. Tras dos meses de juicio narrado exhaustiva y vorazmente por la prensa, Higinia es condenada a morir por garrote vil y su cómplice Dolores Ávila, a 18 años de prisión. Finalmente, la criada es ejecutada el 19 de junio de 1890 a los 28 años, ante 20 mil personas. Sus últimas palabras fueron “¡Dolores, catorce mil duros!”, que no hicieron más que acrecentar el misterio.

El extraño caso de la bella Mary Rogers

Esta joven cigarrera de Nueva York se convirtió durante su juventud en una de las mujeres más célebres de la por aquel entonces no tan gran manzana, con unos 320.000 habitantes. La razón no era otra que una belleza indescriptible, que provocaba que algunos hombres pasasen horas en el establecimiento destinándole miradas lascivas y que otras celebridades como los escritores Washington Irving o James Fenimore Cooper desviasen su camino para comprar provisiones en su tienda Por ello, su desaparición durante un par de días en el año 1838 llegó a ser reflejada por los medios locales, aunque no se trataba más que de una invención morbosa. Pero no lo fue su muerte.
Un cuerpo en el Hudson. (American Antiquarian Society)
Un cuerpo en el Hudson. (American Antiquarian Society)
El 28 de julio de 1841, su cadáver fue encontrado flotando en el río Hudson a su paso por Hoboken, que décadas más tarde se convertiría en la patria chica de Frank Sinatra. Apenas unos días antes había anunciado a su prometido Daniel Payne que iba a visitar a su tía, pero su destino fue otro muy distinto. A pesar de que la noticia conmovió al público americano, nadie fue capaz de descubrir qué había pasado exactamente, y menos teniendo en cuenta que la ciudad contaba con un único sereno para velar por la seguridad cada noche. Algunas teorías apuntaban a la violencia de una banda como las que Martin Scorsese representó en Gangs of New York. Otras, que Rogers había intentado abortar, lo que había causado su muerte, y las abortistas simplemente se habían desecho del cadáver.
Otra hipótesis señala a su prometido, que se suicidó apenas tres meses después con una mezcla de alcohol y láudano. A su muerte dejó una nota donde se podía leer “Dios me perdone por mi vida malgastada”. No lo tuvo más claro Edgar Allan Poe, que hizo inmortal la historia de Rogers en El misterio de Marie Roget, una historia corta en la que trasladó la acción a París y sustituyó el Hudson por el Sena, aunque intentaba ser “un riguroso análisis de lo que ocurrió en Nueva York”, en palabras de su propio autor.  

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