La historia de «El arropiero», un asesino rodeado de misterio y crueldad, fue una de las que que hizo convulsionarse a la sociedad española de los años 60 y 70 (la época en la que perpetró sus atroces crímenes). Ahora, hemos querido traerla de nuevo a colación aprovechando que -el pasado 20 de julio- se cumplió un triste aniversario relacionado con sus crímenes: el del homicidio de una de sus víctimas, Venancio Hernández Carrasco. Para ello, contamos además con el testimonio del periodista Juan Ignacio Blanco (antiguo director del semanario «El Caso»; coautor de la enciclopedia en línea «Criminalia» junto a Christian B. Campos y Francisco Murcia; reportero especializado en sucesos y, a su vez, uno de los informadores que tuvo la suerte de entrevistar en varias ocasiones a Villegas en los sanatorios que le servían de prisión).
Una dura infancia
La infancia de Manuel Delgado de Villegas está llena de claros y oscuros. De datos que se difuminan en el tiempo sin mayor corroboración que sus desquiciadas palabras (y a pesar de ello publicados), y de hechos irrefutables que quedaron fuera de los diarios de la época. Ejemplo de ello son los primeros días de su vida, los cuales están -en cierta forma- cubiertos por el desconcierto. «No existen datos fiables sobre su alumbramiento. Personalmente dispongo de documentos en los que se afirma que nació el 25 de enero de 1943, y otros (incluidos su DNI) que afirman que fue el 3 de diciembre, casi 11 meses después», explica Blanco. Independientemente de la importancia de esta cifra, lo que sí es fehaciente es que «El arropiero» vino a este mundo unido irremediablemente a la muerte, pues su madre Josefa falleció a los 24 años al darle a luz en el Puerto de Santa María (Cádiz).A Villegas el mote le vino heredado de su padre, José, quien vendía de forma ambulante un dulce elaborado a base de higos cocidos (y llamado arrope) durante los meses de verano. «Ahora está prácticamente desaparecido, pero antes se compraba mucho en las ferias. Pero solo lo elaboraba durante las épocas más calurosas, el resto del tiempo se dedicaba a la chatarra», destaca Blanco. Si al trabajo de su progenitor le sumamos que, con el paso de los años, él también se dedicó a este noble empleo, es lógico que fuese bautizado como «El arropiero». Nuestro protagonista pasó sus primeras primaveras en Sevilla, en una casa hoy inexistente y que se encontraba en una zona con unas condiciones similares a las de un barrio chabolista. Su progenitor acompañó su educación de constantes golpes, algo que -sin lugar a dudas- marcó para siempre el carácter y la forma de pensar de Manolo.
Todo ello, por cierto, acompañado por rasgos que le convertían en todo un personaje. «Tenía un gran problema, y es que padecía de un cierto tartamudeo que, aunque no se le notaba en principio, era evidente cuando se ponía nervioso o se excitaba. Además, los que lo conocían desde su infancia dijeron que era un niño del que no podías fiar», completa el periodista. Lo cierto es que tampoco le ayudó en su estabilidad emocional el que su padre, José, le mandara a Mataró (al otro lado de España) a vivir con su abuela debido a que no contaba con el dinero necesario para mantenerle. Como en una coctelera, estos factores se acabaron uniendo para dar como resultado un carácter inestable y una actitud violenta que se exacerbaría con el paso de los años.
Sexo por dinero
«El arropiero» vivió en Mataró hasta los 18 años cuando -mayoría de edad mediante- ingresó en la Legión con el objetivo de huir de la miseria que le perseguía desde su infancia. Y no fue lo único que se llevó consigo pues, como bien dejó por escrito la también periodista de sucesos Margarita Landi en sus múltiples textos de la época, en el ejército también aprendió un movimiento de kárate con el que segó varias vidas posteriormente: el tragantón. «Era un golpe dado con el canto de la mano en el cuello que oprimía la glotis y producía la muerte por asfixia», añade el antiguo director de «El Caso». Para terminar, durante sus meses como militar también empezó a fumar grifa, una costumbre que mantuvo durante muchos años.La segunda forma fue vender su sangre en clínicas privadas. «Había centros que pagaban por una donación hasta 600 pesetas cada vez. En “El Caso” averiguamos en exclusiva que vendió su sangre en más de 1.000 ocasiones. Casi todas las semanas durante tres años colocó 400 centímetros cúbicos. Eso le permitió sobrevivir», destaca el reportero. A partir de este momento el destino de Villegas quedó oculto en la España de los 60. De hecho, lo que se ha conseguido saber sobre su persona ha sido elaborado mediante un curioso puzle formado por los crímenes que él mismo dijo haber perpetrado y que han podido ser corroborados de una forma u otra.
Los primeros asesinatos
El primer asesinato que, según las autoridades españolas, cometió «El arropiero» se sucedió en la playa de Llorach -ubicada en Garraf, Barcelona-. Se desconoce qué sucedió en la cabeza de Villegas para llevarlo a cabo, pues fue totalmente gratuito y no le reportó más que unas míseras monedas. Tal y como explicó Landi en su artículo «El siniestro “Arropiero”», nuestro protagonista andaba caminando el 21 de enero de 1964 sin rumbo cerca de la costa cuando se percató de que había un hombre durmiendo sobre un muro bajo con una chaqueta cubriendo su cara. El susodicho era Adolfo Folch Mintaner, un cocinero que había acudido a la zona en busca de dos baldes de arena con los que poder limpiar la grasa de las cacerolas que había utilizado.«”El arropiero” la emprendió a golpes contra su víctima. El cadáver no se pudo identificar de la violencia»Tras atrapar a «El arropiero», las autoridades no tardaron en probar que sus manos habían acabado también con la vida de Venancio Hernández Carrasco, un vecino de Chinchón cuyo cadáver apareció flotando en el río Tajuña el 20 de julio de 1968. Según determina el criminólogo Francisco Pérez Abellán en varios de sus artículos sobre este personaje, aquel día la víctima cometió el error de salir de casa para pasear por un viñedo de su propiedad. Durante el trayecto se encontró a nuestro protagonista quien, según parece, le detuvo y le pidió algo para comer. ¿La respuesta de Carrasco? Le dijo que se fuera al infierno y que trabajase para poder llevarse alimentos a la boca. Fue su segundo gran error del día, pues Villegas se sintió ofendido y acabó con él mediante su famoso tragantón. Posteriormente, arrojó su cadáver a las aguas.
Con todo, esta fue la versión oficial de lo ocurrido. Curiosamente, «El arropiero» explicó en principio otra muy distinta a las autoridades. «Afirmó que Carrasco estaba intentando abusar de una niña y que él tuvo que liberarla golpeándole con una rama multitud de veces para, finalmente, arrojarle al Tajuña, donde murió ahogado», añade Blanco. Así explicó Landi la versión del criminal de su asesinato: «[El arropiero] dijo que en Madrid mató a un hombre de unos sesenta años porque le vio en un pueblo cercano “por donde pasa un río” cuando iba en compañía de una niña a la que trató de violar, y sintió tal indignación que cogió la rama de un árbol, corrió hacia él y le golpeó en la cabeza».
Un crimen sexual
En 1969, y tal y como se demostró posteriormente, Villegas cometió uno de sus crímenes sexuales más recordados. Todo ocurrió en la madrugada del 4 de abril en Barcelona. La víctima fue Manuel Ramón Estrada Saldrich, un acaudalado empresario propietario entonces de Muebles La Fábrica. «Estrada solía reclamar los servicios sexuales de “El arropiero”, que no tenía problemas en prestarlos por igual a hombres y mujeres. El problema es que, aquella noche, Villegas le dijo a su cliente que tenía que subirle los emolumentos de 200 a 300 pesetas. Estrada se negó y fue entonces cuando “El arropiero” cargó contra él», explica el cofundador de «Criminalia» en declaraciones a ABC.La forma de acabar con su vida fue totalmente bárbara. «”El arropiero” arrancó la pata a una silla y la emprendió a golpes contra su víctima. Del número de golpes que le dio, el cadáver quedó absolutamente inidentificable. Al final le metió la pata por el ano, le robó la cartera y el dinero, y se fue», determina Blanco. En palabras de Landi, dos mujeres de la limpieza encontraron a la víctima posteriormente y llamaron a las autoridades. Estas llevaron a Saldrich hasta el hospital, donde dejó este mundo sin que se pudiese hacer nada con él. El crimen, en su momento, conmocionó a la sociedad.
La repetida violación de un cadáver
A pesar de la cantidad de barbaridades que Villegas cometió a lo largo de su vida, la más brutal fue la que perpetró en noviembre de 1969. La tragedia se sucedió en Mataró durante uno de los vagabundeos de «El arropiero», y la víctima fue Anastasia Borella Moreno, una anciana de 68 años que medía 1,40 metros de altura y pesaba escasamente 40 kilos. Aquel día, como en su mayoría, esta señora estaba ataviada con un vestido negro y un pañuelo del mismo color. Ambas prendas cubrían su cuerpo de las inclemencias del frío de la noche, pues la mujer regresaba a su casa habitualmente entre las 12 y la una de la mañana tras haber trabajado horas y horas lavando platos en un bar.El crimen ocurrió el 23 de noviembre. «”El arropiero”, que entonces estaba en Mataró, decidió que quería yacer con una mujer. La suerte quiso que, a las doce y cuarto de la noche, se tropezara con Anastasia. Se acercó a ella y, tras recoger un ladrillo, le pegó un golpe en la cabeza por detrás. Tras matarla la cogió en brazos, la llevó hasta una riera cercana que tenía doce metros de altura y lanzó el cadáver al fondo. Cuando bajó la anciana estaba muerte. Se le habían salido el húmero de una pierna y los huesos de la pantorilla de la otra», señala Blanco.
Al final, se vio obligado a abandonar aquel cuerpo en descomposición cuando el plástico llamó la atención de unos niños que jugaban en la zona y que, tras investigar, acabaron descubriendo el cadáver. Fue el final de la tétrica relación entre Villegas y lo poco que quedaba de Anastasia. «La necrofilia es una de las perversiones con menor número de adeptos, aunque no se les pueda llamar así. Quienes tienen este tipo de perversión son personas con un grave deterioro mental. En su caso era una de sus perversiones favoritas. La mayor parte de las veces no le interesaba violar a las mujeres con anterioridad, sino después de muertas», completa el experto en declaraciones a este diario. Este asesinato atormentó a la policía durante meses hasta que, tras atrapar a Villegas, confesó.
«Quería una felación»
Después de violar repetidas veces el cadáver de la anciana, Villegas se marchó hasta el Puerto de Santa María (en Cádiz), donde cometió su siguiente asesinato reconocido. Nuevamente, la autoría de este crimen solo pudo averiguarse cuando el mismo «Arropiero» lo reconoció, pues anteriormente el suceso tenía desconcertada a la policía. En este caso, la víctima fue Francisco Marín Ramírez, un joven sumamente cultivado y listo que, a pesar de morir a manos del tragantón, fue uno de los pocos amigos de Villegas a lo largo de su vida. Como señala Landi, ambos se habían conocido en plena calle, mientras nuestro protagonista trataba de conseguir un dinerillo vendiendo arropias. Después de este primer acercamiento, esta extraña pareja quedó en verse posteriormente para conocerse mejor.«"El arropiero" odiaba que le pidieran hacer felaciones»«Llegaron a intimar bastante, cosa extraña en el joven, que era introvertido, muy tímido y poco dado a hacer amistades. Francisco padecía aguda miopía y quizá ese defecto fuera la causa de su acusada timidez, de su aislamiento y de su “temor” a las mujeres», añade Landi. El por qué Francisco y Manolo llegaron a ser tan amigos es una cuestión que, a día de hoy, sigue siendo desconcertante. Sin embargo, Blanco es partidario de que ambos tenían más que una amistad: «Francisco era homosexual y ambos mantenían relaciones sexuales. Los dos salían habitualmente a dar paseos y buscaban un lugar apartado en el que estar juntos de forma íntima». Lo cierto es que hacían una curiosa pareja, pues el primero era dominante y sádico y el segundo, por el contrario, dócil y deseoso de recibir atención de quien fuese.
Su relación duró hasta el 3 de diciembre de 1970, cuando salieron a dar un paseo en moto. Al parecer (aunque las teorías son varias) fue entonces cuando Francisco le pidió al «Arropiero» algo que molestó muchísimo a este: que le hiciese una felación. «Si había algo que pusiera frenético a Villegas era que le pidiesen hacer una felación o un cunnilingus. Ese tipo de proposiciones las consideraba actos contra natura. Acostarse con un cadáver lo veía bien, pero lo otro eran guarrearías. Cuando se las pedían se enfadaba mucho», determina el coautor de «Criminalia». «El arropiero» se enfadó tanto que paró el vehículo y le dio un tragantón al chico, que perdió la respiración por momentos.
El asesinato final
Fue en enero de 1971 cuando, también en el Puerto de Santa María, se sucedió un crimen que puso sobre la pista de Villegas a las autoridades. Y es que, fue el día 18 cuando se denunció la desaparición en comisaría de una tal Antonia Rodríguez Relinque. Una mujer de 38 años con cierto retraso mental que era conocida en la región por ofrecer su cuerpo a todo aquel que lo desease. Como era habitual, la policía empezó a investigar y no tardó en enterarse de que la extraviada se había marchado el día anterior con su nuevo novio. Un hombre que no gustaba demasiado en el pueblo por parecer peligroso y que, según decían, pegaba a la chica habitualmente. El nombre del joven no dijo nada a los agentes, pues anteriormente no habían oído hablar de él: Manuel Delgado Villegas.En este caso, «El arropiero» no pudo esconderse de la justicia. La policía cayó sobre él y le llevaron a comisaría donde -tras horas y horas de interrogatorios- terminó confesando todo. Manolo contó que llevaba algún tiempo viendo a Toñi (como solían llamarla) y que ambos habían acudido el día 17 a un bosque para mantener relaciones íntimas. Unas relaciones casi enfermizas, por cierto. «La pareja era perfecta en lo que se refiere a las perversiones sexuales. A él le gustaba ejercer la violencia mientras se acostaban, y a ella que le pegaran. Así que se compenetraban perfectamente», determina Blanco.
Después de descubrir que Villegas había cometido este crimen, la policía le interrogó para saber si había asesinado a más personas. La actitud del «Arropiero» cambió entonces repentinamente. Y es que, afirmó que había cometido un total de 48 crímenes a lo largo y ancho de Europa. Desde París hasta Italia, dijo haber matado a todo tipo de mujeres que le pedían sus favores sexuales, pero que no le gustaban. La policía, con todo, únicamente pudo corroborar los que hemos explicado en este texto. Y después de hacer todo tipo de viajes con él a los diferentes lugares del crimen (los cuales fueron interpretador por Manolo como vacaciones pagadas). El resto quedaron ocultos por la incertidumbre. «El Arropiero» pasó sus últimos días de psiquiátrico en psiquiátrico después de que se determinase que padecía una severa enfermedad mental.
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