Rafael Dávila Álvarez. General de División (R.)
Se cumplen 150 años del nacimiento de don Jacinto Benavente y Martínez. Definirle es imposible. Olvidarlo ha sido fácil. Tan fácil como España va olvidando su identidad, su origen y a sus héroes de cualquier tipo.
Don Jacinto es uno de ellos. Premio Nobel de literatura, hijo adoptivo de Nueva York, hijo predilecto de Madrid, fue también premiado con el Mariano de Cavia por un artículo dedicado al Mariscal Pétain.
Recuerdo dos anécdotas suyas que uso con frecuencia por didácticas. Son un homenaje a su recuerdo. Sabrosas y actuales.
Cuenta don Jacinto que dos rebaños se encuentran por caminos de trashumancia. Mientras sus pastores charlan, los perros se saludan y cambian experiencias.
-¿Qué tal te va?, dice el viejo perro mestizo al joven mastín que parecía presumir del collar de cuero atravesado de pichos hacia afuera que llevaba en el cuello.
-Bien, pero aburrido de tanta oveja. Huelen fatal.
-¿Qué huelen mal? Eso no puede ser. Tienen un aspecto estupendo.
-Ven conmigo y tú mismo lo comprobarás.
Acompañó el viejo mestizo al mastín que olfateó una a una a todas las ovejas del rebaño.
-¿Ves como todas huelen mal?
El experimentado mestizo parecía enfadado.
-¿Pero cómo no van a oler mal si a todas les hueles el culo?
En el pueblecito de Aldea en Cabo (Toledo) tenía una casita don Jacinto. Allí escribió La Malquerida. Estando en el jardín leyendo pasó un lugareño que al saludo de rigor añadió:
-¡¿Qué don Jacinto, descansando?!
-No amigo, trabajando.
No pasaron muchos días y don Jacinto arreglaba el jardín con el almocafre. Pasó el vecino y volvió a saludarle.
-¡¿Qué don Jacinto, trabajando?!
-No, hijo mío. Hoy estoy descansando.
Poco que añadir. Hay mucho que leer y que aprender. Sin esfuerzo, con humor e inteligencia. Es una disciplina que conviene recuperar. Leer y pensar, como ilustración, ejemplo o entretenimiento. Cualquier cosa, pero lean. A pesar de todo, todavía es posible.
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