martes, 9 de agosto de 2016

30 AÑOS DE LA TRAJEDIA DEL K2

El gran zarpazo de la montaña salvaje

COLIN MONTEATH / HEDGEHOG HOUSE
Se cumplen 30 años de la mayor tragedia del K2, la cumbre más peligrosa del mundo
Con sólo mencionar "la tragedia del K2" a los alpinistas se les vienen a la memoria las imágenes de uno de los mayores dramas de la historia de la escalada. Acabó con la vida de 13 compañeros, algunos de ellos los mejores de una generación que quedó marcada para siempre. Se cumplen ahora 30 años de aquellos sucesos que convirtieron la temporada de 1986 en la más trágica de aquella montaña.
El escenario del drama es uno de los más salvajes que existen en el planeta: las laderas del K2, montaña pakistaní que, con 8.611 metros, es la segunda más alta de la Tierra. Sólo la supera el Everest, pero aquella es mucho más difícil. Hablamos del reino de los picos más altos del planeta; el Olimpo de los extremos geográficos donde las condiciones son tan duras que estas altas montañas son conocidas como el Tercer Polo.
Si cualquier ser humano (que no haya nacido en las tierras altas de los Andes o del Himalaya) fuese dejado por un helicóptero a los pies de este monte fallecería de inmediato, en la mayoría de los casos de tan alto que está. El campamento base se instala a 5.200 metros. Desde allí, aún quedan tres kilómetros y medio literalmente en vertical hasta la cima. Para llegar con las mínimas condiciones a este lugar, hay que hacerlo caminando. A través de una ruta que durante siete días sube desde las llanuras de Askoly, a 3.000 metros sobre el nivel del mar (la altura de las cimas más altas de los Pirineos).
A los efectos devastadores de la altitud se deben unir temperaturas inferiores a 20 grados bajo cero, vientos que con frecuencia sobrepasan los 70 kilómetros por hora, tormentas que en una noche dejan una capa de nieve de metro y medio y cambios meteorológicos radicales en apenas un par de horas. Es el peaje que pone este infierno glacial a los que se adentran en él.
Situada en el corazón del Karakorum, cordillera que abrocha por el oeste el gran arco del Himalaya, el K2 es la montaña límite. Su cumbre señala la frontera entre Pakistán, en la vertiente sur, y China, en el Norte. A quiénes se afanan por pisar su tejado lo que les interesa es que sea una montaña límite entre lo humanamente posible y lo que no lo es. Entre el presente y el futuro de su deporte. Entre la vida y la muerte. Les interesa, sobre todo, cabalgar por el estrecho filo en el que a veces no sabes si pisas la realidad o la cornisa de un sueño.
Quien no conozca el Karakorum, no conoce en absoluto nuestro planeta. Su epicentro, la plaza de la Concordia, el punto donde coinciden los glaciares Baltoro y Godwing-Austen, es su mejor postal. Rodeado de una veintena de montañas de más de 7.900 metros de altura, destacan cuatro ochomiles.
Sobre este escenario surge el Chogori, la Gran Montaña, nombre que le dan baltíes locales a esta pirámide perfecta de cristal, cuya cabeza que levanta medio kilómetro por encima de los montes vecinos. Su belleza produce uno de los choques emocionales más intensos que puede recibir un viajero. No sólo por la perfección de sus líneas afiladas. Lo que realmente impacta es comprobar que en su arquitectura vertical de glaciares colgantes y aéreas aristas esté el camino a la cumbre. Y que algunos logren subir por él y bajar para contarlo.
No fue el caso de los 13 que, en el verano de 1986, cayeron como hojas sacudidas por el viento implacable del destino. Esto es lo que parecen los alpinistas cuando con ayuda de unos prismáticos se los ve desde el campamento base colgados en los glaciares superiores: minúsculas hojas oscuras pegadas a un frío y resbaladizo cristal.
Sólo 378 alpinistas han alcanzado la cima del K2 desde la primera ascensión de los italianos Achille Compagnoni y Lino Lacedelli en 1954. Sin embargo, 85 personas han perdido la vida en sus paredes. A día de hoy, es el único ochomil que no ha sido escalado en invierno, mientras que el Everest se subió, por primera vez, en febrero de 1980.
A partir de mediados de los 80, el alpinismo incrementó su popularidad de manera significativa. Junto a las mayores facilidades para acceder a las grandes montañas, hizo que se multiplicase el número de expediciones a las montañas más altas. Aquel verano en el campamento del K2 se instalaron 150 alpinistas, más del triple que los años anteriores, lo que facilitó que los hechos luctuosos empezaran temprano.
Varias expediciones luchaban por conseguir la primera ascensión del pilar sur, un difícil itinerario considerado el ultimo problema del Himalaya y, por la perfección de su trazado, conocido como la línea mágica. John Smolich y Alan Pennigton, miembros de una expedición estadounidense, murieron sepultados por una avalancha de rocas cuando estaban bajo la pared.
Un grupo internacional en el que estaban los españoles Mari Abrego y Josema Casimiro, la polaca Wanda Rutkiewicz y los franceses Michel Parmentier y Lilliane y Maurice Barrard, alcanzaron la cima el 23 de junio, sin oxígeno artificial. Agotados, la noche les cayó encima antes de que llegaran al campamento 4. Tuvieron que vivaquear (dormir al raso sin tienda) a 8.400 metros. Al día siguiente, a pesar de su gran experiencia montañera, el matrimonio francés cayó al vacío. El cuerpo de Lilliane fue encontrado un mes después al pie de la montaña. El de Maurice apareció 13 años más tarde en el mismo sitio.
El 4 de julio entraron en acción dos potentes escaladores polacos, Jerzy Kukuczka (que fue el segundo hombre en subir los 14 ochomiles) y Tadeusz Piotrowski. Después de cuatro vivacs extremos, los dos últimos sin agua ni comida, alcanzaron la cima en mitad de una violenta tormenta. Empezaron la bajada de inmediato, por el espolón de los Abbruzos. Exhaustos, durante dos días se empeñaron en el interminable descenso, hasta un momento en que Piotrowski se colocó mal un crampón (plantilla de pinchos que se ata en las suelas para no resbalar en el hielo), precipitándose en el vacío. Tras ver desaparecer a su compañero, Kukuczka continuó solo la bajada hasta el campamento base.
El siguiente de la lista fue el italiano Renato Casarotto, uno de los más fuertes alpinistas de la historia. Fiel a su estilo de escalada en solitario -la más arriesgada y en la que el menor fallo significa la muerte-, se adentró en el misterio de la línea mágica el 16 de julio, en el que sería su tercer y último intento. Subió sin aparentes complicaciones hasta 8.300 metros. Un cambio del tiempo le aconsejó retirarse. Sin el menor problema llegó al pie de la pared.
Cuando recorría la última parte del glaciar, ya cerca del campo base, el borde de una grieta que iba a saltar cedió bajo su peso, cayendo 40 metros. Un equipo logró rescatarle después de trabajar toda la noche. Ya fuera, a la mañana siguiente, Casarotto se incorporó, dio unos pasos y cayó muerto.
El 3 de agosto le llegó el turno a los coreanos. Tres de ellos alcanzaron la cumbre aquel día espléndido. Al empezar la bajada coincidieron con dos polacos y un checo que habían subido por el codiciado pilar sur. Sin oxígeno y cansados, bajaban, ya de noche, cuando el polaco Wojciech Wroz cayó de una cuerda fija. Al día siguiente también falleció el porteador pakistaní Muhammad Ali, golpeado por una piedra caída de la montaña.
Junto a los coreanos, el día previo aguardaba en el campamento IV, desde el que se lanza el ataque a la cima, siete alpinistas de diferentes nacionalidades. En vez de hacer como los coreanos, decidieron recuperarse un día más en aquel nido de águilas. El día 4 de agosto partieron hacia la cima los británicos Alan Rouse y Julie Tullis, los austríacos Willi Bauer, Alfred Imitzer, Kurt Diemberger y Hannes Weiser y la polaca Dobroslawa Wolf. Excepto los dos últimos, los cinco primeros hicieron cima. Sin oxígeno embotellado, fueron muy lentos. Los primeros llegaron a la cumbre a las 16 horas y Diemberger y Tullis hora y media más tarde, cuando lo habitual en estas grandes montañas es no llegar más tarde de las 13 horas, para asegurar la bajada con luz y menos frío.
En la bajada, Diemberger y Tullis sufrieron una caída bajo de la cumbre. Para evitar males mayores, vivaquearon a 8.400 metros. Al día siguiente alcanzaron el campo IV, donde estaban sus cinco compañeros. Para entonces se había desencadenado una formidable tempestad. Durante cinco días y cinco noches, agotado el gas, por lo que no podían fundir nieve para beber y sin comida, la tormenta golpeó las frágiles tiendas. Estaban a 8.000 metros de altura.
La última noche allí arriba falleció Tullis. Sin que cambiase el tiempo infernal, Diemberger, Bauer, Weiser, Imitzer y Wolf decidieron bajar, dejando en una tienda a Rouse, vivo pero agonizante. Sólo unos metros más abajo de las tiendas murieron Imitzer y Weiser. Los tres que quedaban prosiguieron el dantesco descenso bajo el azote de la tempestad. La polaca Wolf murió colgada de una cuerda junto al campo 2. Finalmente después de pasar 13 jornadas por encima de 8.000 metros, Bauer alcanzó el campamento base. Diemberger fue rescatado en algún punto entre el campamento II y el pie de la pared por un equipo de socorro. Le salvaron la vida, pero le costó graves congelaciones.
Así concluyó la temporada más trágica de la Gran Montaña. Al tiempo que las 13 víctimas, 27 alpinistas alcanzaron la cima, tremendo porcentaje de prácticamente el 50% de muertos respecto a los que tuvieron éxito. Sería un error culpar de estas cifras a la montaña. Las palabras de Kurt Diemberger que escribe en K2. El nudo infinito (Ediciones Desnivel), donde cuenta su experiencia en primera persona, son el mejor epílogo a esta historia: "La montaña no quiere la muerte de quien ha venido a subirla. Es el alpinista que se relaciona con ésta quien determina en buena parte su suerte cuando intenta realizar su sueño; un juego peligroso que se sitúa en el límite entre riesgo, experiencia y destino".

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