El pintor de batallas ha desvelado en exclusiva a ABC su segundo cuadro sobre el «Milagro de Empel», un hecho histórico que permitió a los hombres de Bobadilla sobrevivir a una masacre segura
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Una tablilla de madera con el dibujo de una Virgen (la de la Inmaculada, para ser más concretos) cuyos colores no se habían marchitado a pesar de la humedad y de la ingente cantidad de tierra que tenía sobre sí. Eso fue lo que encontraron, el 7 de diciembre de 1585, los soldados del Tercio del Maestre de Campo Francisco Arias de Bobadilla mientras excavaban una línea de trincheras alrededor de la Iglesia de Empel, en Bommel (los Países Bajos), para defenderse del ataque del gigantesco ejército protestante que les cercaba.
Los militares -pocos, vestidos con ropas raídas y hambrientos- se creían hasta ese momento perdidos. Sin embargo, aquella imagen revitalizó sus ganas de combatir y les dio ánimos para seguir la lucha en nombre de Dios. Y este, por su parte, debió de sentirse enternecido por aquella admiración, pues -al día siguiente- unas aguas que no se habían helado en siglos se congelaron obligando al grueso del contingente enemigo a retirarse y permitiendo a los españoles cargar y hacer huir a los restos de las fuerzas contrarias.
Se acababa de suceder el «Milagro de Empel», un suceso documentado que -para algunos debido a la casualidad y, para otros, gracias a la Virgen- evitó la masacre de un Tercio español. Fuera por la causa que fuese, el hecho hizo que la Inmaculada terminase siendo la patrona de la infantería española y demostró a los protestantes que (como ellos mismos dijeron) Dios debía ser español. Aquella intervención divina causó mucho revuelo en el siglo XVI y, a día de hoy, es considerado uno de los hechos más curiosos de la Historia militar de nuestro país.
Es por todo ello por lo que Agusto Ferrer-Dalmau, el pintor de batallas, dio forma el pasado 2015 a un cuadro titulado «La batalla de Empel», en el que plasmaba el momento en el que los Tercios españoles cargaban victorioos la tablilla tras haber acabado con los protestantes. Pues bien. Ahora, más de un año después, el artista ha desvelado en exclusiva a ABC un nuevo lienzo (la segunda parte del que actualmente se exhibe en la Academia de Infantería de Toledo) en el que recrea el momento exacto en el que los soldados españoles -desesperados y muertos de hambre y frío- hallaron la imagen.
Con todo, y además de los combatientes españoles, la verdadera protagonista de la obra no es otra que la tablilla de la Virgen. Una imagen de la que emana cierto calor divino y que cuenta con mucha historia. Y es que, después de la victoria, fue paseada por la infantería española por diferentes iglesias para dar a conocer a todo el mundo la victoria.
«La tabla permaneció en Empel hasta la IIGM, cuando los alemanes bombardearon el pueblo hasta reducirlo a escombros. La obra, salvada de la destrucción, acabó en la parroquia de San Landelino de Bolduque, mientras que se erigió en Empel un memorial en recuerdo a la destrucción del pueblo, y junto a él una capilla donde se expone una escultura de la Inmaculada», determina Nievas.
El pintor de batallas tampoco ha dejado a un lado en este cuadro su minuciosidad en lo que ha vestimenta y armamento se refiere. Así pues, es posible ver en el lienzo a un militar con la tradicional banda roja que el Ejército llevaba para diferenciarse del enemigo. Una insignia que los piqueros (o, los sargentos -armados con alabarda-) solían llevar en el asta de sus armas y que se mantuvo hasta el siglo XVII, cuando se empezaron a usar (por reglamento) algunas casacas de ese mismo tono.
«Ferrer-Dalmau representa en ésta escena a varios soldados vestidos con la moda militar de la época de Alejandro Farnesio y la “Felícisima Armada”. Un oficial con gola blanca y la banda roja cruzada al pecho, acompañado por un sargento con su alabarda, supervisa el hallazgo de los tres soldados, que retiran la tabla del barro con sorpresa y cuidado. No vemos aquí chambergos, botas francesas ni pantalones venecianos, como en la época de Felipe IV, si no sombreros de castor o de copa redonda, borceguíes y gregüescos altos», añade el historiador.
Tras avanzar por el territorio, Bobadilla acabó asediado en la isla de Bommel por un ejército formado, según Estrada, por casi 100 barcos. A pesar de verse superados en número, el Terció tomó la determinación de resistir, decisión que no cambiaron ni cuando el enemigo abrió una serie de diques cercanos a la zona e inundó buena parte de la región. De hecho, fue entonces cuando -con el agua cerca de la nariz- los militares españoles posicionaron sus defensas cerca de la Iglesia de Empel (uno de los puntos más altos) y comenzaron la construcción de trincheras para resistir el ataque.
En ese momento (cuando el calendario marcaba el 7 de diciembre) encontraron la imagen de la «de la Madre de Dios de la Concepción», en palabras del historiador italiano. La tablilla, siempre según su versión contaba con unos tonos tan vivos que daba la impresión de que nunca hubiera estado bajo tierra. Tras hallarla, los soldados fueron corriendo a avisar al Maestre, quien interpretó aquello como una señal divina de que debían combatir hasta el final y no retroceder ni un paso.
«Como fi hubiera defcubierto un theforo, acudieron de las tiendas cercanas [los soldados a adorarla]. Maravillandofe de la novedad de la obra, y del colorido tan frefco, como fi entonces acavara de correr por la tabla el pincel. […]. Llevanla pues como en proceffion al templo, y colocanla entre las banderas de las legiones, la adoran pecho por tierra todos; y ruegan a la Madre de los Exercitos, que pues es la que folo podía hacerlo, quiera librar a fus foldados de aquellas affechanzas de elementos y enemigos», destaca el italiano.
La tablilla fue también usada por el sacerdote del Tercio para levantar el ánimo de la tropa. «El Padre Fray García de Santisteban hizo luego que todos los soldados le dijesen un Salve, y lo continuaban muy de ordinario. […) Este tesoro tan rico que descubrieron debajo de la tierra fue un divino nuncio del bien (que por intercesión de la Virgen María) esperaban en su bendito día […]. Quedaron tan consolados lo sitiados españoles después de haber dicho la Salve […] que no sentían tanto el hambre» completa el soldado y cronista de los Tercios Alonso Vázquez (contemporáneo del milagro) en su libro «Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnese». Aquella devoción obró el milagro.
Los militares -pocos, vestidos con ropas raídas y hambrientos- se creían hasta ese momento perdidos. Sin embargo, aquella imagen revitalizó sus ganas de combatir y les dio ánimos para seguir la lucha en nombre de Dios. Y este, por su parte, debió de sentirse enternecido por aquella admiración, pues -al día siguiente- unas aguas que no se habían helado en siglos se congelaron obligando al grueso del contingente enemigo a retirarse y permitiendo a los españoles cargar y hacer huir a los restos de las fuerzas contrarias.
Se acababa de suceder el «Milagro de Empel», un suceso documentado que -para algunos debido a la casualidad y, para otros, gracias a la Virgen- evitó la masacre de un Tercio español. Fuera por la causa que fuese, el hecho hizo que la Inmaculada terminase siendo la patrona de la infantería española y demostró a los protestantes que (como ellos mismos dijeron) Dios debía ser español. Aquella intervención divina causó mucho revuelo en el siglo XVI y, a día de hoy, es considerado uno de los hechos más curiosos de la Historia militar de nuestro país.
«La Virgen de Empel»
Ferrer-Dalmau, que ha contado con el historiador David Nievas Muñoz como asesor histórico, ha titulado este cuadro como «La virgen de Empel» y -según afirma- en él busca transmitir al espectador el frío que (en pleno diciembre) sintieron aquellos combatientes mientras excavaban las trincheras. Un helor que queda patente en la forma en la que se cubren con las capas. Tampoco ha pasado por alto la miseria que vivían en aquellos días los hombres de los tercios, que sobrevivían sin casi comida y con unas ropas viejas y raídas.Con todo, y además de los combatientes españoles, la verdadera protagonista de la obra no es otra que la tablilla de la Virgen. Una imagen de la que emana cierto calor divino y que cuenta con mucha historia. Y es que, después de la victoria, fue paseada por la infantería española por diferentes iglesias para dar a conocer a todo el mundo la victoria.
«La tabla permaneció en Empel hasta la IIGM, cuando los alemanes bombardearon el pueblo hasta reducirlo a escombros. La obra, salvada de la destrucción, acabó en la parroquia de San Landelino de Bolduque, mientras que se erigió en Empel un memorial en recuerdo a la destrucción del pueblo, y junto a él una capilla donde se expone una escultura de la Inmaculada», determina Nievas.
El pintor de batallas tampoco ha dejado a un lado en este cuadro su minuciosidad en lo que ha vestimenta y armamento se refiere. Así pues, es posible ver en el lienzo a un militar con la tradicional banda roja que el Ejército llevaba para diferenciarse del enemigo. Una insignia que los piqueros (o, los sargentos -armados con alabarda-) solían llevar en el asta de sus armas y que se mantuvo hasta el siglo XVII, cuando se empezaron a usar (por reglamento) algunas casacas de ese mismo tono.
«Ferrer-Dalmau representa en ésta escena a varios soldados vestidos con la moda militar de la época de Alejandro Farnesio y la “Felícisima Armada”. Un oficial con gola blanca y la banda roja cruzada al pecho, acompañado por un sargento con su alabarda, supervisa el hallazgo de los tres soldados, que retiran la tabla del barro con sorpresa y cuidado. No vemos aquí chambergos, botas francesas ni pantalones venecianos, como en la época de Felipe IV, si no sombreros de castor o de copa redonda, borceguíes y gregüescos altos», añade el historiador.
El hallazgo
El hallazgo de la tablilla con la imagen de la Inmaculada está perfectamente documentado (entre otros) por el historiador del siglo XVI Famiano Estrada en su obra «Segunda Decada de las Guerras de Flandes: Desde el principio del Govierno de Alexandro Farnese, Tercero Duque de Parma y Placencia». Este señala, en principio, que aquel Tercio se vio cercado en Bommel después de ser enviado junto a otros tantos para sofocar las revueltas protestantes generadas en los Países Bajos contra Felipe II (al que veían en la zona como un rey extranjero al que había que plantar cara).Tras avanzar por el territorio, Bobadilla acabó asediado en la isla de Bommel por un ejército formado, según Estrada, por casi 100 barcos. A pesar de verse superados en número, el Terció tomó la determinación de resistir, decisión que no cambiaron ni cuando el enemigo abrió una serie de diques cercanos a la zona e inundó buena parte de la región. De hecho, fue entonces cuando -con el agua cerca de la nariz- los militares españoles posicionaron sus defensas cerca de la Iglesia de Empel (uno de los puntos más altos) y comenzaron la construcción de trincheras para resistir el ataque.
En ese momento (cuando el calendario marcaba el 7 de diciembre) encontraron la imagen de la «de la Madre de Dios de la Concepción», en palabras del historiador italiano. La tablilla, siempre según su versión contaba con unos tonos tan vivos que daba la impresión de que nunca hubiera estado bajo tierra. Tras hallarla, los soldados fueron corriendo a avisar al Maestre, quien interpretó aquello como una señal divina de que debían combatir hasta el final y no retroceder ni un paso.
«Como fi hubiera defcubierto un theforo, acudieron de las tiendas cercanas [los soldados a adorarla]. Maravillandofe de la novedad de la obra, y del colorido tan frefco, como fi entonces acavara de correr por la tabla el pincel. […]. Llevanla pues como en proceffion al templo, y colocanla entre las banderas de las legiones, la adoran pecho por tierra todos; y ruegan a la Madre de los Exercitos, que pues es la que folo podía hacerlo, quiera librar a fus foldados de aquellas affechanzas de elementos y enemigos», destaca el italiano.
La tablilla fue también usada por el sacerdote del Tercio para levantar el ánimo de la tropa. «El Padre Fray García de Santisteban hizo luego que todos los soldados le dijesen un Salve, y lo continuaban muy de ordinario. […) Este tesoro tan rico que descubrieron debajo de la tierra fue un divino nuncio del bien (que por intercesión de la Virgen María) esperaban en su bendito día […]. Quedaron tan consolados lo sitiados españoles después de haber dicho la Salve […] que no sentían tanto el hambre» completa el soldado y cronista de los Tercios Alonso Vázquez (contemporáneo del milagro) en su libro «Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnese». Aquella devoción obró el milagro.
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