martes, 22 de noviembre de 2016

PREMIO NACIONAL DE TAUROMAQUIA A VICTORINO

     

Victorino Martín, un paleto de leyenda

“Es el reconocimiento a toda una vida dedicada al campo y al toro”, dice su hijo a EL ESPAÑOL después de que el ganadero madrileño haya sido galardonado este lunes.

Victorino Martín, en una imagen de archivo.
Victorino Martín, en una imagen de archivo. EFE
Corría agosto de 1960 y Victorino, junto a sus hermanos, compró a la ganadería Escudero Calvo 150 cabezas de ganado bravo y el derecho a lidiar con ese nombre. La cifra apenas pasaba del millón de pesetas. Vendrían luego otras dos compras más, hasta adquirir toda la ganadería y la finca Monteviejo en Cáceres, años después. Victorino Martín Andrés se hizo por fin ganadero de toros fijando en ese primer instante la clave de su imparable evolución culminada este lunes: 56 años después, el hijo de estanqueros, carnicero, analfabeto y tratante de vacas ha recibido el Premio Nacional de Tauromaquia.
“Es el reconocimiento a toda una vida dedicada al campo y al toro”, dice Victorino hijo a este diario. “Estamos muy agradecidos. No es sólo un reconocimiento a él si no a todo este trabajo sordo de los ganaderos”. “Muchas gracias”, repite. “Estamos muy agradecidos”. Su padre culmina así una trayectoria ligada a un encaste, Albaserrada, destinado al matadero y que ha moldeado entorno a la emoción bajo la identidad de su hierro. “El toro es lo primero, está por encima de todo”. Victorino Martín es el eje.
Nacido en Galapagar en 1929 siempre tuvo contacto con el campo. Pronto se hizo cargo de una carnicería y junto a su familia empezó a organizar festejos populares con vacas bravas y no moruchas como se hacía hasta entonces. A su padre lo fusilaron en Paracuellos y pronto abandonó el colegio. En 1964 inauguró su palmarés de puertas grandes en Aranjuez y sus triunfos en Madrid fueron un terremoto para la Fiesta. El ganadero volvía a ser protagonista. Llenaba las plazas, elevó los honorarios y denunció el fraude. Victorino se consolidó a golpe de triunfos, como si hubiera dado con algún secreto. En dos décadas, la fórmula de los grises revolucionó Las Ventas. En realidad su tesoro fue haber sido antes aficionado. Ofrecía el espectáculo por el que él mismo hubiese pagado.
Al lado de sus toros se inmortalizaron toreros. Andrés Vázquez y ‘Baratero’; Ortega Cano y ‘Belador’, el único toro indultado en Madrid; Esplá, Ruiz Miguel y Palomares, con los que salió a hombros en la llamada corrida del siglo. Una montaña de toros premiados con la vuelta al ruedo, corridas completas o victorinos desorejados. Esos años fueron un vorágine de éxito y bravura y se consolidó un estilo. Era lo contrario a la imagen del ganadero terrateniente. Se le podía ver en el tendido, sonriendo cuando las cosas iban bien. La perenne sonrisa de Victorino. El paleto que divertía a Madrid. Aún así, tardó en debutar en La Maestranza, donde se elevó El Tato, y en Pamplona.
Denunció una conspiración cuando amanecían los 90. Su nombre se había asociado al afeitado de los toros y no lo iba a permitir. Decidió no lidiar en España un tiempo. Pura personalidad. Explosivo en los micrófonos, se convirtió en una institución. Había tanta chispa en sus declaraciones como en el ruedo. Fue apoderado de José Tomás, su sobrino-nieto, y Miguel Abellán. Un hombre en ebullición. “Siempre dice lo que piensa”, cuenta quienes lo conocen. “No tiene pelos en la lengua”. “Los tentaderos con él son muy instructivos, no para de decir cosas”.
Esa inercia, el torrente de personalidad, se ha ido frenando con los años. Una enfermedad mental hace de ancla. En 2014 recibió el premio de las Bellas Artes. “Es la primera persona que recibe estos dos galardones”, recuerda orgulloso el hijo, que ya se encarga de la ganadería.
La última temporada ha sido redonda. Marcada por ‘Cobradiezmos’, el toro indultado en Sevilla. Bravo y precioso, como un premio más. “Estamos impresionados con este año, son muchos los reconocimientos. La verdad es que no lo esperábamos”. El fallo del Premio Nacional reconoce los triunfos en la plaza y hace hincapié en “la protección del valiosísimo patrimonio ecológico que encierra la Tauromaquia”. “Es importante que se diga. Los auténticos animalistas son los ganaderos”, ataja el segundo Victorino, veterinario de profesión. “Además, celebrábamos ahora los 50 años de la primera corrida que lidió mi padre con su nombre”. El tiempo, que consume al hombre, empieza a hacerle justicia.
¿Es el mejor ganadero del siglo XX?
“No soy quién para decirlo. Sí he hablado en muchas ocasiones de la lucha de mi padre por defender al toro y defender un tipo de fiesta en la que el toro es el protagonista y en la que él ha creído siempre. No sé si es el mejor, si es el primero o el segundo. Si sé que estoy orgulloso. Ha marcado mi vida. Y estoy orgulloso de continuar con su obra”. El paleto se ha convertido en leyenda.

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