sábado, 19 de noviembre de 2016

MIS QUERIDOS PROFESORES General de División Rafael Dávila Álvarez

 


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Caballeros Cadetes en clase
En mis tiempos de cadete en la Academia Militar el deporte que practicábamos era muy específico y dirigido a nuestra peculiar formación. Equitación, esgrima, esquí, pentatlón militar, judo. Las academias militares contaban con el material y las instalaciones más modernas para su práctica. La natación además de deporte era un entretenimiento durante los largos fines de semana en los que el dinerito se había acabado. Como pronto descubrirán, hay deportes y deporte militar; parecidos, pero no exactamente iguales.
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El Trampolín era una prueba de decisión
Uno de los primeros días de curso nos llevaron a aquella inolvidable piscina académica. Tenía dos trampolines a distintas alturas. A la mayoría subir simplemente al más bajo de ellos y mirar hacia el agua nos provocaba vértigos y mareos. El capitán profesor ordenó que uno tras otro subiésemos a aquella plataforma (de las dos posibilidades a la de mayor altura) y, sin la más mínima duda, nos lanzásemos al agua. Mostrar indecisión antes de lanzarte al abismo que te separaba del agua significaba no superar la prueba y las consecuencias imagínenselas. La flexibilidad del método de enseñanza, sumado a la bondad del profesor, permitía lanzarte del modo que dios te diese a entender. Pocos dudaban. Sobran razones. Pero uno de mis compañeros al ser ordenada la prueba se acercó cariacontecido al capitán.
-Mi capitán es que yo no sé nadar.
El profesor mirando al infinito militar, sin ni siquiera mirar al apesadumbrado cadete, le dio una lección que desde entonces ninguno de los que la presenciamos hemos podido olvidar.
-Nadie le ha preguntado a usted si sabe nadar. Únicamente se le ha ordenado que se lance al agua desde el trampolín.
Aquella piscina me trae un mar de recuerdos. Uno de mis más queridos profesores tenía una pierna de madera que había perdido por la explosión de una mina en Ifni. Siempre que llegaba a la piscina llevaba a cabo la misma maniobra. Créanselo por extraño que parezca. En bañador se acercaba al borde de la piscina y al primero que veía nadando le preguntaba por la temperatura del agua. A continuación y cuando había conseguido la atención de casi todos los que tomaban el sol, se quitaba despacio su pierna de madera y, como el que brinda la faena, la lanzaba al agua para a continuación exclamar.
-¡Coño, qué fría está hoy! Ya no me baño. ¡Oye tú! Acércame la pierna.
El bañista al que más cerca le había caído le llevaba sonriente la pierna.
Así un día y otro. Jamás le vi bañarse. Al poco rato de estar en la piscina se ponía su uniforme y desaparecía.
Un día, después del tiempo llegué  a tener una cierta relación con él, le pregunté por qué siempre hacía la misma broma.
-Mira Davilita, lo importante en esta vida no es bañarse ni mi pierna de madera, sino saber lo que haces. En este caso hay que saber nadar, con una o con dos piernas, y yo ni sé hacerlo ni tengo ganas de aprender. Pero no dudes que si el capitán (dio el nombre del capitán que nos lanzaba desde el trampolín) me ordena tirarme del trampolín lo hago de cabeza para ir por delante de la pierna. Una palmada en mi espalda acompañada de una sonora carcajada dio por terminada la conversación.
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Distintivo de profesorado
La enseñanza es quizá el más delicado oficio de esta vida. Hay que ser maestro, atrayente, ejemplo de virtudes y humildad. La humildad es quizá la más difícil de todas las virtudes. La tarima son unos centímetros de más que en algunos casos eleva al que a ella se sube hasta la altura del trampolín. Otro de mis recordados profesores, teniente coronel de Infantería, nos contaba como había sido fusilado por un pelotón de ejecución durante la Guerra Civil. Tuvo enorme suerte y solo un disparo le rozó la cabeza. Haciéndose el muerto logró salvar su vida.
-Pues bien, señores. No fue aquel día en el que me fusilaron cuando realmente he pasado miedo. Miedo, lo que se dice miedo, lo he pasado en estas aulas cuando el profesor desde esa tarima me hacía salir a la pizarra.
Y más miedo en el curso preparatorio para ascenso a general. Les aseguro que prefiero un pelotón de fusilamiento. Huyan de la tarima, de lo que significa y bájense a tierra. ¡Caballeros!, enseñen y manden, pero no pontifiquen.
He aprovechado estas anécdotas para que en la lectura no se quedasen a medio camino y llegasen a este momento final que es de agradecimiento. Agradecimiento a mis profesores de la Academia General Militar de Zaragoza y de la Academia de Infantería de Toledo. Nunca podré olvidarlos, ni a los buenos, la mayoría, ni a los malos.
Tenían una difícil misión y viendo el paso del tiempo y sus resultados, bien se les puede dar las gracias por la semilla sembrada que sigue, a pesar de todos los pesares, dando sus frutos en nuestras filas de soldados.
Gracias a todos ellos y, por ellos y con ellos, sigo con la esperanza de que ningún plan de enseñanza saque de sus textos y formación, como asignatura obligatoria y principal, el trampolín a la vez que disminuya, pero solo lo suficiente, la tarima.
¡Gracias!, mis queridos profesores.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez

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