Como Jefe de dicha Gran Unidad tenía que poner en marcha todas las medidas para hacer frente a tamaña tragedia sobrevenida, especialmente para atender a las familias de los fallecidos, pero también a toda la División y a sus Ingenieros en concreto.
Cuando me reunía con mi Jefe de Estado Mayor para tomar las disposiciones inmediatas, recibo la llamada directa del GE JEME, que me comunica que en unas horas saldrá un avión de Torrejón a Turquía con el Ministro y un séquito, quiere que me incluya en el viaje para tener información directa mía de lo que en él suceda.
No tengo más tiempo, dejo el encargo de que un representante del Regimiento permanezca junto a cada familia y a través suya se traslade a la División todo lo que precisen, saliendo a continuación por carretera hacia Torrejón.
Llego a la Base Aérea minutos antes del despegue, en la sala de Autoridades está el Ministro con su Jefe de Gabinete y el General de la Fuerza de Maniobra junto a otras personas civiles que no conozco. La cara del Ministro es un poema al verme aparecer. Me presento y sin mencionarme absolutamente nada de los veinte Ingenieros de la División que han perecido, me pregunta nervioso ¿Qué hace aquí? Le contesto el motivo y la posibilidad de colaborar en la inspección que van hacer en la zona. Sin ninguna palabra más se encierra en una habitación de la sala con su Jefe de Gabinete y pocos minutos después éste me dice que no hay sitio en el avión y no puedo embarcar. Comunicada la novedad al JEME, regreso a la misma velocidad a Burgos para estar con las familias y tomar las decisiones necesarias. Después de las actitudes observadas en Torrejón, me iba preparando para una comprometida pelea en la que la prioridad sería la dignidad de mis soldados y el respeto por sus familias.
Si el mazazo recibido al llegar la noticia del accidente fue el más duro de mi vida profesional, el calvario pasado aquella tarde en unión del Coronel Febrel y el Pater Serrano, Jefe del Regimiento y Capellán de la División, solo se podría comparar a lo que pasarían otros Jefes de Unidad en mis circunstancias. La grandeza y generosidad de aquellas viudas jóvenes, padres y hermanos ante el drama que estaban sufriendo, nada tenía que ver con la fría y calculada escena de Torrejón y dejó bien claro en mi interior donde estaría en caso de confrontación, como así fue, entre los intereses espurios de la política y la dignidad de mis soldados y el respeto a sus familias.
Adopté y mantuve sin reservas esta actitud en todo lo referente a lograr el trato digno y respetuoso que se les debía, consciente de que en nada me correspondía la parte del contrato de los aviones y los correspondientes recursos judiciales.
Mantuve, como no podía ser de otra forma, el conducto reglamentario y confidencial en mis reclamaciones sobre los posibles errores en la identificación de los cuerpos por las prisas en repatriar los restos y la forma de atender a las familias.
Por ejemplo: En el caso del funeral de Estado en Torrejón, de cuya mala organización ya se ha escrito suficiente, asumí la decisión particular, sin contar con los organizadores del Acto, de que la Brigada XII destacara 20 equipos para trasladar los féretros de la División del avión a los túmulos asignados. Ello obligó a hacer lo mismo con los demás, evitando así que el traslado se llevara a cabo formando una cadena de soldados, como si de paquetes se tratara.
Finalizado el Funeral, el Ministerio que había obrado hasta entonces sin preguntar, entregó los ataúdes a las respectivas Unidades para traspasarlos a las familias sin más explicaciones. Después hizo mutis por el foro, no sin antes ordenar la prohibición absoluta de abrir los féretros. De esta actuación también se hizo llegar la queja correspondiente al Mando.
Finalizado el entierro colectivo en Burgos de los que así lo decidieron, con todos los Honores por parte de la División y el apoyo del Ayuntamiento de la ciudad con su Alcalde, Sr. Olivares, al frente, se realizó un Funeral público en la Base del Cid Campeador, presidido por el GE JEME y al que asistió el Presidente de la Comunidad Sr, Herrera. (Nada que ver con el de Torrejón, mi General), fueron las palabras de muchos familiares.
En las semanas siguientes, incluso meses, se sucedieron acciones para olvidar por parte del Ministerio con la pretensión de arreglar lo que no tenía arreglo. Por otra parte, la oposición política aprovechó la ocasión para morder a su oponente y no soltar la presa, Por supuesto sin la menor consideración por lo que estaban pasando las familias, peor aún, utilizando su sentimiento y frustración por el comportamiento del Ministerio.
La tensión entre el Jefe de la División y el Ministro, sus colaboradores y Mandos intermedios, no resultó nada gratificante para este General, pero el acercamiento de las familias y la entrega de toda la Unidad para ampararlas en su sufrimiento y en el acoso de los partidos para aproximarlas a sus intereses.
Ante esta situación, la División se esforzó en todo lo que estuvo en su mano para paliar los efectos que tales acciones. De nuevo la disconformidad con la postura oficial se hizo llegar a la superioridad, que respondió con advertencias, pero no con soluciones adecuadas.
En consecuencia y con la máxima corrección, pero sin eufemismos, expresé de forma pública mi preocupación y disgusto por la forma que se había tratado tan delicado suceso y el aprovechamiento sin miramientos que lo utilizaba la oposición política para su beneficio. Para ambos las familias eran lo de menos.
Hoy, catorce años después, aparece de nuevo la disputa como consecuencia de un informe del Consejo de Estado, que varios años después de haberse solicitado, se dicta en Octubre del año pasado, pero se da a conocer varios meses más tarde ¿Por oportunidad política?, ¿Una baza para estrenarse la nueva Ministra? ¿De nuevo Bono y sus papeles? ¿Con las familias como meros instrumentos?
Se propone un Homenaje a los caídos de todos juntos, los mismos que hace catorce años ya los humillaron por separado. Disculpen, pero suena a más de lo mismo.
Si aceptan mi opinión, el Homenaje debe estar precedido por una auténtica petición de perdón personal de todos los que obraron mal y no de un ente genérico como es el Estado, constituido por muchas Instituciones y Organizaciones que nada tienen que hacerse perdonar.
Si se acepta esta propuesta, creo que es exigible que, sea la que sea la creencia de las responsables, el perdón se pida cumpliendo las condiciones que enseña el catecismo: “examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de la enmienda, explicar sus faltas y errores cometidos y cumplir la penitencia”.
Si fuera así, nunca es tarde para perdonar y recuperar, todos, la dignidad ignorada, especialmente la de nuestros soldados.
En caso contrario, estaríamos repitiendo los mismos errores de hace catorce años
“OTRA VEZ NO POR FAVOR”
Emilio Pérez Alamán Teniente General (R.)
26 enero 2017
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