Llegó al ministerio y quiso tocar el alma de lo desconocido, a la que nunca se acercó ni quiso conocer. Él, que todo creía saber y dominar, pretendió ser poeta y trastocó con verdadera desvergüenza el Homenaje a los Caídos por la Patria. Imperdonable gesto del que desconoce la humildad, del que solo quiso mandar sin jamás haber obedecido. Quería parecerlo.
¡Aquí mando yo! Se nota cuando escasea el atributo moral del mando. Se nota mucho. Se fue tan rápido como llegó. Dejó el ministerio vacío (no solo de papeles) y tampoco devolvió esa condecoración que ganó sin querer queriendo. La ganó por someter a los soldados a un riesgo innecesario. Son cosas de las prisas del inconsciente. Irak fue su condecoración, pero se clavó el alfiler de la venera en el pecho. Fue una retirada de alto riesgo, precipitada, un capricho de la política partidista y populachera. Nuestros aliados lo encajaron mal, muy mal. Se recuperó el prestigio por la nobleza del soldado, el español, tantas veces mal mandado.
Sigue queriendo parecer y aparentar, pero ha llegado Afganistán que le devuelve a aquellos tiempos duros… para otros. Se le exige nobleza.
No la que hereda sino la que él no ha sabido adquirir; porque aquí a la sangre excede el lugar que uno se hace y sin mirar cómo nace se mira cómo procede.
No solo el perdón sino la verdad. No tirar la piedra y esconder la mano. Ni esconder documentos de amenaza. Hechos y perdón.
Sí, quiso ser ministro y se fue como vino, con documentos, pero vacío. El alma de soldado no se modifica a capricho.
‹‹Inmolarse por Dios fue su destino;/ salvar a España, su pasión entera;/ servir al Rey, su vocación y sino./ No supieron querer otra bandera,/ no supieron andar otro camino;/ ¡no supieron morir de otra manera!».
No aprendió nada.
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
Blog: generaldavila.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario