Pese a la superioridad económica y tecnológica de Alemania, sus Fuerzas Armadas sufren graves carencias
Desde el pasado noviembre Alemania participa con aviones Tornado en la guerra aérea contra Daesh en Siria. Eso, junto al despliegue de 650 militares en Malí, es lo que Angela Merkel prometió a François Hollande como apoyo tras los salvajes atentados de noviembre en París. Pero hay motivos para dudar de Berlín como socio fiable en lo militar. El Ejército del país de la eficacia y la tecnología puntera lo forman un material mal conservado y un personal costoso y dedicado preferentemente al papeleo.
Numerosos incidentes ilustran una situación que pone en peligro el cumplimiento de los compromisos adquiridos por la gran potencia europea. Los efectivos que participaron en la misión de la ISAF (Internacional Security Assistance Force) en Afganistán denunciaron repetidamente la antigüedad y mal funcionamiento de su armamento. La ministra de Defensa, Ursula Von Leyen, sufrió el bochorno de encontrarse en pleno viaje oficial a Irak con que ni las armas ni los instructores que Alemania había enviado a los kurdos del norte del país para luchar contra los yihadistas de EI habían llegado a su destino por las averías de hasta tres aviones. Peor aún fueron los problemas mecánicos que impidieron aportar los dos helicópteros de apoyo comprometidos para la misión de la UE contra la piratería en el Índico. Como puso de manifiesto en el Comité de Defensa del Parlamento, solo están operativos 24 de los 56 aviones de transporte, 16 de los 83 helicópteros, 42 de los 109 cazas Eurofighter y 38 de los 109 Tornado.
«Si la mayor potencia de Europa no puede siquiera proporcionar transporte a sus tropas, ¿cómo puede aportar algo a las herramientas de persuasión y poder militar en el continente?», se pregunta Judy Dempsey, editora del blog Strategic Europe.
A la deficiente organización y cicatera asignación se suma el escaso entusiasmo que despierta la milicia en un país todavía perseguido por los fantasmas de sus guerras pasadas. Con una población 14 millones mayor a la de su vecina Francia, Alemania tiene 42.000 militares menos.
La política alemana sigue anclada en la culpa por la Segunda Guerra Mundial, que derivó en una potencia recelosa de todo militarismo. Como la canciller, Angela Merkel, reacia siempre a implicar a la «Bundeswehr» en los conflictos en el exterior y cerrada a la posibilidad de inyectar más dinero. Frente a ella, el presidente de la República, Joachim Gauck, reclama reiteradamente que su país se implique en el escenario internacional a la altura de su potencial. Prueba del difícil equilibrio entre ambas sensibilidades fue el papel jugado en la crisis del verano de 2014 cuando, tras la caída de la ciudad iraquí de Mosul, el mundo descubrió al monstruo de Daesh. Berlín eludió sumarse a la coalición para bombardearlo liderada por EE.UU y se limitó a entregar equipos a los «peshmerga» kurdos.
No era la primera vez que decidía apartarse de las alianzas militares occidentales. En 2003 evitó participar en la invasión anglo-británica de Irak y en 2011 tampoco se sumó a la campaña de París y Londres contra Gadafi en Libia. La experiencia en Afganistán tampoco ayudó. En septiembre de 2009, un error de la inteligencia alemana llevó a confundir con insurgentes a un centenar de civiles de Kunduz que murieron bajo las bombas de un F-15 estadounidense que seguía las instrucciones germanas. El escándalo derivó en la dimisión del entonces ministro de Defensa, Franz Josef Jung. Su sucesor en el cargo también renunciaría tras descubrirse que plagió su tesis doctoral.
La mala conciencia nacional la agrava el hecho de que Alemania es el tercer exportador mundial de armamento, solo por detrás de Estados Unidos y Rusia. Sin ir más lejos, el fusil HK G 36, que jubiló al recordado Cetme en el Ejército español, es alemán. El vicencanciller, Sigmar Gabriel, no dudó en describir como «una vergüenza» unas ventas que sirvieron para armar a regímenes tan sospechosos como el de Arabia Saudí y ordenó una drástica reducción.
Numerosos incidentes ilustran una situación que pone en peligro el cumplimiento de los compromisos adquiridos por la gran potencia europea. Los efectivos que participaron en la misión de la ISAF (Internacional Security Assistance Force) en Afganistán denunciaron repetidamente la antigüedad y mal funcionamiento de su armamento. La ministra de Defensa, Ursula Von Leyen, sufrió el bochorno de encontrarse en pleno viaje oficial a Irak con que ni las armas ni los instructores que Alemania había enviado a los kurdos del norte del país para luchar contra los yihadistas de EI habían llegado a su destino por las averías de hasta tres aviones. Peor aún fueron los problemas mecánicos que impidieron aportar los dos helicópteros de apoyo comprometidos para la misión de la UE contra la piratería en el Índico. Como puso de manifiesto en el Comité de Defensa del Parlamento, solo están operativos 24 de los 56 aviones de transporte, 16 de los 83 helicópteros, 42 de los 109 cazas Eurofighter y 38 de los 109 Tornado.
«Si la mayor potencia de Europa no puede siquiera proporcionar transporte a sus tropas, ¿cómo puede aportar algo a las herramientas de persuasión y poder militar en el continente?», se pregunta Judy Dempsey, editora del blog Strategic Europe.
Menos que Francia
Alemania destina un 1,3% de su PIB a defensa, muy lejos del 2% que fijó como objetivo la cumbre de la OTAN en Gales en septiembre de 2014. En realidad, ningún país europeo compite con Estados Unidos, Rusia o China en gasto militar, pero la «Bundeswehr» tiene algunas particularidades difíciles de explicar. Mientras Reino Unido dedica un 36% de su presupuesto a pagar a su personal, el alemán se lleva un 50%. Solo un 16% de los 32.000 millones que Alemania invirtió en sus Fuerzas Armadas se destinaron a la compra y reparación de equipos. El grueso se fue a medidas de conciliación laboral, mejora salarial y de las instalaciones en las que trabajan sus 171.000 miembros.A la deficiente organización y cicatera asignación se suma el escaso entusiasmo que despierta la milicia en un país todavía perseguido por los fantasmas de sus guerras pasadas. Con una población 14 millones mayor a la de su vecina Francia, Alemania tiene 42.000 militares menos.
La política alemana sigue anclada en la culpa por la Segunda Guerra Mundial, que derivó en una potencia recelosa de todo militarismo. Como la canciller, Angela Merkel, reacia siempre a implicar a la «Bundeswehr» en los conflictos en el exterior y cerrada a la posibilidad de inyectar más dinero. Frente a ella, el presidente de la República, Joachim Gauck, reclama reiteradamente que su país se implique en el escenario internacional a la altura de su potencial. Prueba del difícil equilibrio entre ambas sensibilidades fue el papel jugado en la crisis del verano de 2014 cuando, tras la caída de la ciudad iraquí de Mosul, el mundo descubrió al monstruo de Daesh. Berlín eludió sumarse a la coalición para bombardearlo liderada por EE.UU y se limitó a entregar equipos a los «peshmerga» kurdos.
No era la primera vez que decidía apartarse de las alianzas militares occidentales. En 2003 evitó participar en la invasión anglo-británica de Irak y en 2011 tampoco se sumó a la campaña de París y Londres contra Gadafi en Libia. La experiencia en Afganistán tampoco ayudó. En septiembre de 2009, un error de la inteligencia alemana llevó a confundir con insurgentes a un centenar de civiles de Kunduz que murieron bajo las bombas de un F-15 estadounidense que seguía las instrucciones germanas. El escándalo derivó en la dimisión del entonces ministro de Defensa, Franz Josef Jung. Su sucesor en el cargo también renunciaría tras descubrirse que plagió su tesis doctoral.
La mala conciencia nacional la agrava el hecho de que Alemania es el tercer exportador mundial de armamento, solo por detrás de Estados Unidos y Rusia. Sin ir más lejos, el fusil HK G 36, que jubiló al recordado Cetme en el Ejército español, es alemán. El vicencanciller, Sigmar Gabriel, no dudó en describir como «una vergüenza» unas ventas que sirvieron para armar a regímenes tan sospechosos como el de Arabia Saudí y ordenó una drástica reducción.
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