Seguramente que una de las primeras imágenes que los soldados españoles que nutrían las unidades militares establecidas en el antiguo Sahara Español al llegar al territorio, era la de una enorme duna de unos cincuenta metros de altura que se encontraba al final de la cadena de dunas de la costa, muy cerca del acuartelamiento del Batallón de Instrucción de Reclutas del Sahara (BIR). Se trataba de una duna majestuosa de una fina arena dorada que se deslizaba cuesta arriba por su sedosa piel, impulsada por un incansable viento del norte. Por su situación e imponente presencia la conocíamos como “la Duna Madre”. Hoy, cuarenta años después aquella soñada duna no se ha movido de su sitio, pero su superficie está salpicada de plantas secas y crasas, talhas y tabaibas, que le han endurecido la piel y le dan un aspecto de montaña. Incluso hay una pequeña edificación en su cumbre. Sirva esta pequeña descripción para resumir lo que está sucediendo en el Sahara Occidental, en el antiguo Sahara Español, que siendo como es de los nativos, apenas quedan saharauis en el territorio y poco pueden disfrutar de él. Otros han echando raíces en aquel territorio con el que España sigue estando en deuda.
Los lectores que siguen este blog, recordarán que el 3 de noviembre del año pasado, con ocasión del 40 aniversario de la Marcha Verde, publiqué un artículo al respecto. Hoy quiero traer ante Vds. unas reflexiones personales tras el viaje que en compañía de dos viejos soldados, el General Vicente Bataller y el Subteniente Andrés
Manrique, unidos los tres en la pasión por la memoria de España, de sus ejércitos y por el cariño a los saharauis. El viaje discurrió por el territorio de Ifni y la parte norte del antiguo Sahara Español.
Para establecer los derechos españoles sobre Ifni, hemos de remontarnos al año 1478, en el que el capitán español, Diego Garcia Herrera estableció el puesto de Santa Cruz de Mar Pequeña, que aunque investigaciones posteriores sitúan mucho más al sur, en la ensenada de Puerto Cansado, cerca de Cabo Jubi, dio base suficiente para ser otorgado a “su Majestad Católica” (la reina de España) por el Sultán de Marruecos en el tratado de paz y amistad de 1860. Pero no sería hasta el año 1934, durante la segunda república, cuando el que el Coronel Oswaldo Capaz lo ocupó pacíficamente. Años más tarde, tras la independencia de Marruecos, fue atacado por las denominadas “Bandas Armadas de Liberación” en 1957 en un conflicto que se recuerda como “la guerra olvidada de Ifni-Sahara” finalmente, el 30 de Junio de 1969, se arriaba la Bandera de España en aquel territorio tras una ocupación efectiva de 35 años.
Porque Ifni es en verdad un territorio inhóspito, tan montañoso como falto de vegetación, propio de una economía de subsistencia.
Ni siquiera tenía un puerto abrigado, por lo que los ingenieros españoles construyeron un ingenioso puerto a base de un teleférico capaz de transportar personas y mercancías ligeras, poco más. El resto había de hacerse trasbordando la carga desde barcos fondeados hasta la costa en rústicos carabos, los escasos días en que la mar lo permitía. Un campo de aviación sin asfaltar era el otro enlace de Ifni con el mundo occidental.
Apenas quedan vestigios de la presencia española en aquel territorio. Los edificios de la antigua Plaza de España, de claro estilo colonial pero reutilizados y sus aledaños. La antigua iglesia es hoy en día la sede de los juzgados del distrito. El evocador paseo de la barandilla, junto al mar y el hotel “La suerte loca” son los más significativos. Los viejos cuarteles al pie del monte Bu Laalam, el de la XIII Bandera de La Legión y el de Artillería, que fue después del 2º Grupo de Tiradores de Ifni, no son más que ruinas. No así el de tiradores de Ifni que permanece ocupado por unidades de las FAR marroquíes. Sin embargo todavía queda en pie ¡un frontón!
Al norte, el perfil del imponente monte Buyarifen, cerraba los accesos a Sidi Ifni por el norte, materializados por las viejas posiciones defensivas del Nido del Águila. Más hacia el interior, una pista asfaltada nos condujo por alguna de las viejas posiciones españolas: Tigusa, El Tenín de Amelu o la legendaria Telata de Sbuia. Aun se pueden identificar las ruinas del fuerte de tiradores o las del cuartel de la Policía Indígena, en cuyo socorro acudió el Teniente de la II Bandera Paracaidista Antonio Ortiz de Zárate con un puñado de paracaidistas.
Pudo llegar hasta un collado que tenía a la vista el poblado y allí cayó el teniente con cinco de sus paracaidistas y numerosos heridos. Hoy un parapeto de piedras situado en un collado azotado por el viento, donde solo sobreviven las chumberas es el mudo testigo de aquellos hechos. Ni una cruz en sus despojos quedan para recordar el sacrificio, la sangre de aquellos soldados que estaban allí porque allí había una bandera de España. Nada más que defender.
Más al sur, tras cruzar el amplio y desértico valle del río Draa, se extiende otro territorio que también fue administrado por España. Se trata de la que fue zona sur del Protectorado Español “al sur de Marruecos” que se estableció por el tratado de Fez, en 1912, como consecuencia de la Conferencia de Algeciras, al mismo tiempo que se establecía el protectorado “en el norte de Marruecos” entre Yebala y El Rif. Se extendía desde la frontera de Argelia y al sur por el paralelo 27º 40´ N, el límite con el Sahara Español. Atravesando el Draa por una carretera asfaltada con notable tráfico, desde el moderno autobús que cubre la línea Marrakech – Dahkla (La antigua Villa Cisneros) divisamos la única manada de camellos que habíamos de ver en todo este periplo.
La localidad más importante de esta zona es Tarfaya, conocida como Cabo Jubi, en tiempo de los españoles, aunque más tarde se le dio el nombre de Villa Bens, en memoria de su fundador, el Teniente Coronel Francisco Bens Argandoña que estableció allí el primer asentamiento en Junio de 1916. Lo hizo pacíficamente, negociando con los nativos, de tal forma que, cuando hubo de regresar a Villa Cisneros, los nativos le despidieron con estas palabras:
“Nosotros somos la hoja de la gumía. Tú eres el puño. Buen viaje y vuelve pronto” España abandonó Villa Bens, o Cabo Jubi, en 1958, por el convenio de Angra de Cintra, dos años después de haber comenzado la retirada de la zona norte del Protectorado.
La misma impresión que en Ifni. Poco queda de la pintoresca ciudad española. La casa del Gobernador, el cuartel y curiosamente el cine. Ni un recuerdo a su fundador, pero sí se recuerda (un museo y un monumento) a Antoine de Saint-Exupéry y los vuelos de Aero Postal que hacían escala en la localidad española en su ruta hacia Cabo Verde para cruzar desde allí el Atlántico. “No hay un puñado de tierra sin una tumba española” decía el poeta, pero ¡cuidado que es difícil encontrar los restos de nuestro pasado!
Más duradera fue la presencia española en el Sahara Occidental, que se extiende desde finales del siglo XVIII, cuando el Teniente Emilio Bonelli Hernando ondeó por primera vez el pabellón nacional en aquellas tierras cuyos límites se establecieron oficialmente en un tratado con Francia en 1904. A partir de entonces, el Teniente Coronel Bens ocupó, siempre pacíficamente aquel inmenso territorio. España arrió la bandera en la que fue su provincia de Sahara el 27 de febrero de 1976. Pese a todo, Naciones Unidas sigue considerando a España la potencia administradora, al menos formalmente.
Hasta Tarfaya llegaron en miles de camiones los “Peregrinos de la marcha Verde” y desde allí lo hicieron a pie hasta la frontera con el Sahara Español, un simple puesto de Policía Territorial en Tah. La verdad es que fue toda una epopeya, sobre todo desde el punto de vista humano, organizativo y logístico.
No había nada entonces, pero hoy un gran campo de generadores eólicos y dos importantes líneas de alta tensión te acompañan en el recorrido hasta el paralelo 27º 40´N. la frontera con el Sahara Español
No es difícil identificar el lugar principal hasta donde se permitió penetrar aquella ingente masa humana, en las graras de Ulad Aali. Tampoco reconocer la situación del campo de minas, balizado y señalizado, que se estableció entre los cortados del Lehdeiba y el borde este del acantilado de la Sebha Um-Deboa, tras el cual, el grupo ligero de Caballería del 3º Tercio de La Legión vigilaba que no se rebasara tal límite. Tampoco las posiciones defensivas del Aguiul Tel-li, que los legionarios de la VIII Bandera ocupábamos expectantes para que de ninguna manera llegara la marcha al Aaiún. Vana espera. Todo estaba pactado, pero no bien pactado. Lo que si nos costó más fue reconocer Dahora. No hay frig de jaimas alrededor y difícil fue encontrar el antiguo fuerte de Tropas Nómadas. La localidad, presagio de lo que habríamos de encontrar en adelante, ha crecido, hay numerosas viviendas construidas pero sin ocupar. Son los “Muhayans” barrios enteros edificados por el gobierno marroquí, para fomentar la colonización del territorio. Los hay en todas las ciudades del Sahara.
A partir de ahí, todo fueron recuerdos entrañables para el que ha vivido intensamente, sobre aquellas tierras, graras, dunas, ergs y hamadas, unos acontecimientos que no han conducido a ninguna parte. Apenas hay saharauis en el Sahara Occidental. Y duele más al contemplar el espectacular crecimiento de las poblaciones y de las explotaciones industriales. El Aaiún se ha convertido en una población inmensa, tan extensa como Alicante. Puede que alcance el cuarto de millón de habitantes, aunque siempre es un riesgo hablar de cifras de población ya que las autoridades marroquíes son muy ambiguas al respecto. La vieja ciudad española que se extendía desde las alturas de Hatarambla hasta el borde de la Sagia el Hamra, no representa ni la quinta parte de lo que es ahora. Los viejos cuarteles españoles están todos ocupados. Pero no pudimos detenernos ante ellos para recordarlos con calma. Hay un gran nerviosismo ante cualquier extranjero que lleve una cámara de fotos. No pude sino “robar” alguna imagen de mi viejo cuartel de Sidi Buya desde la ventanilla de un taxi.
Lo que fue Cabeza de Playa, apenas unas instalaciones militares en torno al pantalán chico y unas modestas viviendas, se ha convertido en una autentica ciudad que ha crecido en torno a un puerto que da refugio a una impresionante flota pesquera con más de 250 barcos de pesca de altura. Pero tampoco se ven tripulantes ni industriales saharauis entre ellos. Sensaciones encontradas. Desde el puerto, al fondo, muy al fondo se divisa el enorme pantalán de 3.600 metros de longitud que se interna osado en el mar para permitir la descarga de fosfatos a granel, traídos en una cinta transportadora desde la mina de Bu Craa, 100 kms. al interior, sobre grandes buques que se abarloan sobre las defensas de la terminal. Todo construido por españoles. Todo explotado por marroquíes.
Apenas quedan unos 25 españoles residentes en el Aaiun, nos dijeron en el único edifico que exhibe la bandera de España junto a la de la Unión Europea. Se trata de la antigua Residencia de Oficiales, que al abandonar el territorio fue “Casa de España” y en la actualidad es la Depositaría de Propiedades Españolas. Una insignificancia en comparación con el enorme esfuerzo e importante presencia que tuvo España hace tan solo cuatro décadas.
Esmara nos corroboró estas impresiones. Nada de jaimas en los alrededores y sí muhayans construidos para la colonización por marroquíes, o casas para incitar al retronó de los saharauis desde los campos de refugiados de Tinduf en Argelia y cuya población se cifra hasta en 200.000 saharauis. Pero muchos de los marroquíes que han obtenido una vivienda, pronto la han vendido a algún saharaui y han retornado al norte, de donde procedían. Los saharauis mayoritariamente han rehusado a las casas que se les ofrecían y permanecen los campos o dedicados a la vida nómada en lo que llaman “territorios liberados” más allá de los muros defensivos construidos por las FAR marroquí.
¿Qué esperanza tiene este pueblo? ¿Cómo ve el futuro? ¿En quién confían? Hay una misión de Naciones Unidas, MINURSO (Misión de Naciones Unidas para el referéndum en el Sahara Occidental). Vimos sus flamantes vehículos blancos aparcados frente a los hoteles Al Masira o Nagir.
Está allí establecida la misión desde que se acordó el alto el fuego con el Frente Polisario. Un referéndum que debería hacerse para que la población autóctona pueda expresar sus deseos sobre su futuro, pero basado en el censo español del año 1974. Cuando ya han pasado cuatro décadas, hay marroquíes establecidos en el territorio que ya tienen nietos nacidos en él y la población actual se ha multiplicado por 6 ó por 7.
Durante nuestra corta estancia en el territorio se percibía aún más la desconfianza en los españoles al coincidir con la pretendida visita del Secretario General de la ONU a la misión. Se hubo de conformar con visitar los campos de refugiados en Argelia porque el monarca marroquí, aduciendo problemas de agenda, dificultó la visita de Ban Ki-mon a Rabat y al Aaiún. Le hizo una “pedorreta”. Así nos lo corroboró en la intimidad un saharaui que nos obsequió con la tradicional hospitalidad bereber. Nos abrió las puertas de su casa, tan modesta por fuera como limpia y hasta suntuosa en el interior si exceptuamos la precariedad de servicios de cocina y aseo. No hay te en el mundo como el que preparan los saharauis. Te lo ofrecen en tres tomas sucesivas mientras cuecen el te sobre brasas de carbón. El primero es amargo, como la vida. Dulce es el segundo, como el amor. Y el tercero suave, como la muerte. Comimos a su estilo, echados sobre el suelo, con trozos de pan a modo de cuchara con ayuda del pulgar, hombres y mujeres cada unos por su lado. Igualmente dormimos sobre los divanes que rodean la sala principal. No tiene límites su hospitalidad, nadie te preguntas cuándo te vas a marchar. Pero hay que hacerlo.
Y lo hicimos con la mochila mucho más llena que cuando iniciamos el viaje. Muchos recuerdos entrañables se acumulan en sus bolsillos como tesoros porque sabes que puede que no haya otra vez para volver a tener aquellas sensaciones tan propias del sahara: áspera la piel, resecas las mucosas, los párpados pegados, siempre masticando arena mientras el aire ulula en tus oídos. Frío cuando no te lo esperas, calor cuando menos al medio día. Y la arena corriendo, siempre corriendo. No se le puede poner muros al campo y menos al desierto.
Pero también volvimos cargados de sentimientos encontrados, porque que los muros existen y han estancado la situación. Apenas hay saharauis en su Sáhara y los que hay han sido cuasi asimilados y mientras tanto el tiempo pasa y sobre la duna madre la vegetación ha arraigado, su costra se ha endurecido. Es muy posible que ya no se mueva más.
Adolfo Coloma Contreras
General de Brigada (R.) del Ejército