Casto Méndez Núñez fue herido a bordo de la fragata Numancia durante la batalla del Callao, uno de los momentos más conocidos de esta contienda
El correo llegó como siempre: húmedo y envejecido. La travesía de dos meses desde la Península hasta el Pacífico, cruzando territorio hostil, no era fácil. «Ésta es para Vd., capitán». Era una carta del ministro de Estado del Gobierno español, fechada el 26 de enero de 1865, que le instaba a dar la batalla hasta que perdiera el último barco. Méndez Núñez, el capitán, cogió el papel y se vio sucumbir. Aquello era insostenible, no tanto por el enemigo, que carecía de fuerza para inquietar, sino por las enfermedades y el hambre. Era el destino del soldado español. Tomó la pluma y escribió: «Más vale honra sin buques que buques sin honra». Méndez Núñez estaba frente a El Callao. Perú había declarado la guerra a España el 13 de diciembre de 1865, uniéndose así a Chile en una alianza militar a la que luego se sumarían Ecuador y Bolivia. La hispanofobia había crecido en todo el continente, no sólo por viejas rencillas y porque hubieran llegado miles de colonos españoles a cultivar sus tierras, sino porque era alimentada por la élite política sudamericana.
w acoso a los españoles
El número de españoles en Perú, sobre todo a vascos y valencianos, había aumentado mucho en las décadas de 1850 y 1860 debido a varios planes gubernamentales de colonización rural. Estos inmigrantes enseguida vieron que el trato recibido no era el prometido, lo que se agravaba por la ausencia de protección consular española. Y es que la Madre Patria aún no había reconocido a la mayor parte de las repúblicas hispanoamericanas. Las noticias del acoso a los españoles llegaron a Madrid, y Calderón Collantes, ministro de Estado, ordenó en 1860 que hubiera presencia naval en la zona para intimidar y no perder prestigio: «Urge sin embargo que los gobiernos de Chile, Bolivia, Perú y el Ecuador vean ondear en sus puertos el pabellón de guerra español». De esta manera, los buques españoles con destino a las Filipinas siguieron la ruta del cabo de Hornos. Mientras tanto, Santo Domingo pedía la reincorporación a la Corona española, para casi inmediatamente iniciar su segunda guerra de independencia, y España se metía en la guerra de México en 1861, con un general Prim dubitativo pero acertado. Mientras en España la importancia del caso de Perú descendió, la animadversión hacia los colonos aumentó. En agosto de 1863, un campesino vasco fue asesinado a manos de peruanos, y otros españoles fue-ron heridos en Talambó. La colonia española en el Perú apeló a la protección de la escuadra y muchos emigrantes fueron evacuados a El Callao, al amparo de las baterías de los buques.
Miraflores, nuevo ministro de Isabel II, quiso quitar importancia al asunto y ordenó que la Armada se dirigiera a Santo Domingo. La orden fue transmitida por medio de la embajada en Washington, pero el comandante español desobedeció y prefirió quedarse. Eusebio Salazar, mandatario hispano en Bolivia, indicó a la flota que invadiese las islas Chinchas, frente a El Callao, y así lo hicieron. Conseguida la ocupación, sencilla por tratarse de un archipiélago dedicado a la producción de guano, el Gobierno español comenzó a negociar. Informó al Perú que devolvería las islas si recibía una disculpa y una indemnización. Mientras llegaba la respuesta, otros cuatro buques de guerra se acercaron a la zona, sumando así siete buques de línea, dos bergantines y varias corbetas y naves de avituallamiento.
Oleada de patriotismo
El Gobierno peruano reunió en Lima a sus homólogos de Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, que instaron al comandante español a devolver las Chinchas. Ante la negativa, la hispanofobia se desató en Chile y Ecuador, lo que provocó una oleada de patriotismo indignado en los periódicos españoles llamando a la guerra. El nuevo presidente del Gobierno español, el general Narváez, no era amigo de conflictos bélicos, y envió a negociar a José Manuel Pareja, nacido en Perú, ex ministro de Marina y amigo suyo. Pero no bajó la guardia y destacó dos buques de guerra más, incluida la fragata acorazada Numancia, que estaba sin terminar.
Pareja consiguió la disculpa y una indemnización, y devolvió las Chinchas. Pero la Prensa española se ofendió por la escasa cuantía, y los periódicos de Lima consideraron el acuerdo una humillación. El partido hispanófobo se levantó en Perú contra el gobierno, iniciando una guerra civil que terminó ganando en noviembre de ese año. Tras el relativo éxito en Perú, Pareja se dirigió con la flota a Chile a exigir un tratado igual, y el 24 de septiembre de 1865 bloqueó las costas chilenas.
Al día siguiente, Chile declaró la guerra a la vieja Madre Patria. Los buques españoles estaban en malas condiciones después de no tocar tierra en tres años. Uno de ellos había sufrido un incendio, y la tripulación estaba diezmada por el escorbuto. En estas condiciones, los chilenos lograron emboscar y apresar al Covadonga. Pareja, sintiéndose humillado y fracasado, se suicidó el 29 de noviembre. El mando recayó sobre Casto Méndez Núñez, capitán de la Numancia. El Gobierno español ordenó entonces buscar una victoria o bombardear puertos chilenos; sólo así, decía, podría firmarse la paz en condiciones. Perú declaró la guerra a España el 13 de diciembre, que unió sus fuerzas a las chilenas.
El primer encuentro fue en Abtao, que no se saldó con victoria española, a pesar de que sólo hubo un bombardeo mutuo con una docena de muertos entre los aliados, y ningún español. Crecidos por la batalla, Ecuador se unió a Chile y Perú en enero de 1866, y Bolivia en marzo. En respuesta, la escuadra española bombardeó la plaza de Valparaíso el 31 de ese mes. El ataque recibió muchas críticas porque se trataba de una ciudad abierta. La guerra no tenía sentido, y los buques españoles estaban al límite. Méndez Núñez decidió entonces poner fin a aquello e irse. Eso sí, para dejar bien alto el pabellón y no tener problemas con el Gobierno, dijo aquello de «Más vale honra sin buques, que buques sin honra». Eligió una fecha emblemática, el 2 de mayo, y bombardeó sin previo aviso el puerto fortificado de El Callao, que era la plaza con mejores defensas de toda América del Sur. Los peruanos contraatacaron, con la batalla correspondiente. Los buques españoles, sin daños serios, emprendieron el retorno a la Península.
La noticia llegó a Madrid a principios de junio de 1866. El Gobierno de O’Donnell aprovechó la ocasión para presentarlo como una victoria y dar por terminado el conflicto –lo que no sucedió hasta la firma del tratado de paz en 1871-. La guerra no consiguió nada para España; todo lo contrario: empeoró las relaciones con los países americanos, y agentes chilenos fueron a Cuba y Puerto a instigar la rebelión que estalló dos años después. El gasto del mantenimiento de la flota fue inmenso y los estragos causados al comercio irritaron a todos.
Galdós escribió en «La vuelta al mundo en la Numancia», que el combate de El Callao fue el «acto final de una guerra en verso», enviados a cantar «una oda en el Pacífico. Los americanos han respondido con otra canción y he aquí todo».
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El número de españoles en Perú, sobre todo a vascos y valencianos, había aumentado mucho en las décadas de 1850 y 1860 debido a varios planes gubernamentales de colonización rural. Estos inmigrantes enseguida vieron que el trato recibido no era el prometido, lo que se agravaba por la ausencia de protección consular española. Y es que la Madre Patria aún no había reconocido a la mayor parte de las repúblicas hispanoamericanas. Las noticias del acoso a los españoles llegaron a Madrid, y Calderón Collantes, ministro de Estado, ordenó en 1860 que hubiera presencia naval en la zona para intimidar y no perder prestigio: «Urge sin embargo que los gobiernos de Chile, Bolivia, Perú y el Ecuador vean ondear en sus puertos el pabellón de guerra español». De esta manera, los buques españoles con destino a las Filipinas siguieron la ruta del cabo de Hornos. Mientras tanto, Santo Domingo pedía la reincorporación a la Corona española, para casi inmediatamente iniciar su segunda guerra de independencia, y España se metía en la guerra de México en 1861, con un general Prim dubitativo pero acertado. Mientras en España la importancia del caso de Perú descendió, la animadversión hacia los colonos aumentó. En agosto de 1863, un campesino vasco fue asesinado a manos de peruanos, y otros españoles fue-ron heridos en Talambó. La colonia española en el Perú apeló a la protección de la escuadra y muchos emigrantes fueron evacuados a El Callao, al amparo de las baterías de los buques.
Miraflores, nuevo ministro de Isabel II, quiso quitar importancia al asunto y ordenó que la Armada se dirigiera a Santo Domingo. La orden fue transmitida por medio de la embajada en Washington, pero el comandante español desobedeció y prefirió quedarse. Eusebio Salazar, mandatario hispano en Bolivia, indicó a la flota que invadiese las islas Chinchas, frente a El Callao, y así lo hicieron. Conseguida la ocupación, sencilla por tratarse de un archipiélago dedicado a la producción de guano, el Gobierno español comenzó a negociar. Informó al Perú que devolvería las islas si recibía una disculpa y una indemnización. Mientras llegaba la respuesta, otros cuatro buques de guerra se acercaron a la zona, sumando así siete buques de línea, dos bergantines y varias corbetas y naves de avituallamiento.
Oleada de patriotismo
El Gobierno peruano reunió en Lima a sus homólogos de Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, que instaron al comandante español a devolver las Chinchas. Ante la negativa, la hispanofobia se desató en Chile y Ecuador, lo que provocó una oleada de patriotismo indignado en los periódicos españoles llamando a la guerra. El nuevo presidente del Gobierno español, el general Narváez, no era amigo de conflictos bélicos, y envió a negociar a José Manuel Pareja, nacido en Perú, ex ministro de Marina y amigo suyo. Pero no bajó la guardia y destacó dos buques de guerra más, incluida la fragata acorazada Numancia, que estaba sin terminar.
Pareja consiguió la disculpa y una indemnización, y devolvió las Chinchas. Pero la Prensa española se ofendió por la escasa cuantía, y los periódicos de Lima consideraron el acuerdo una humillación. El partido hispanófobo se levantó en Perú contra el gobierno, iniciando una guerra civil que terminó ganando en noviembre de ese año. Tras el relativo éxito en Perú, Pareja se dirigió con la flota a Chile a exigir un tratado igual, y el 24 de septiembre de 1865 bloqueó las costas chilenas.
Al día siguiente, Chile declaró la guerra a la vieja Madre Patria. Los buques españoles estaban en malas condiciones después de no tocar tierra en tres años. Uno de ellos había sufrido un incendio, y la tripulación estaba diezmada por el escorbuto. En estas condiciones, los chilenos lograron emboscar y apresar al Covadonga. Pareja, sintiéndose humillado y fracasado, se suicidó el 29 de noviembre. El mando recayó sobre Casto Méndez Núñez, capitán de la Numancia. El Gobierno español ordenó entonces buscar una victoria o bombardear puertos chilenos; sólo así, decía, podría firmarse la paz en condiciones. Perú declaró la guerra a España el 13 de diciembre, que unió sus fuerzas a las chilenas.
El primer encuentro fue en Abtao, que no se saldó con victoria española, a pesar de que sólo hubo un bombardeo mutuo con una docena de muertos entre los aliados, y ningún español. Crecidos por la batalla, Ecuador se unió a Chile y Perú en enero de 1866, y Bolivia en marzo. En respuesta, la escuadra española bombardeó la plaza de Valparaíso el 31 de ese mes. El ataque recibió muchas críticas porque se trataba de una ciudad abierta. La guerra no tenía sentido, y los buques españoles estaban al límite. Méndez Núñez decidió entonces poner fin a aquello e irse. Eso sí, para dejar bien alto el pabellón y no tener problemas con el Gobierno, dijo aquello de «Más vale honra sin buques, que buques sin honra». Eligió una fecha emblemática, el 2 de mayo, y bombardeó sin previo aviso el puerto fortificado de El Callao, que era la plaza con mejores defensas de toda América del Sur. Los peruanos contraatacaron, con la batalla correspondiente. Los buques españoles, sin daños serios, emprendieron el retorno a la Península.
La noticia llegó a Madrid a principios de junio de 1866. El Gobierno de O’Donnell aprovechó la ocasión para presentarlo como una victoria y dar por terminado el conflicto –lo que no sucedió hasta la firma del tratado de paz en 1871-. La guerra no consiguió nada para España; todo lo contrario: empeoró las relaciones con los países americanos, y agentes chilenos fueron a Cuba y Puerto a instigar la rebelión que estalló dos años después. El gasto del mantenimiento de la flota fue inmenso y los estragos causados al comercio irritaron a todos.
Galdós escribió en «La vuelta al mundo en la Numancia», que el combate de El Callao fue el «acto final de una guerra en verso», enviados a cantar «una oda en el Pacífico. Los americanos han respondido con otra canción y he aquí todo».
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