Su estatua, ubicada en la plaza de Colón desde hace un año, enfrentó a los anteriores ayuntamientos de Madrid y Barcelona
Blas de Lezo y Olavarrieta no nació en Madrid (lo hizo en Pasajes, Guipúzcoa, en 1689), pero la inmensidad de su figura ha sido reconocida por la capital. La consideración y gratitud hacia el marinero, plasmadas hace un año con una estatua en la plaza de Colón, son sin embargo antagónicas del sentimiento que le profesa un sector del independentismo catalán, quien lo identifica como uno de los artífices principales del asedio a Barcelona, el 11 de septiembre de 1714 (fecha que homenajea la Diada), durante la Guerra de Sucesión. Este «Mediohombre» (como ha sido apodado), cojo, manco y tuerto por sus heridas en combate, es, efectivamente, uno de los nombres señalados en la historia paralela de Cataluña, oportunamente acomodada.
El conflicto en torno al célebre almirante de navío reverdeció hace ahora un año, cuando, a la sazón de la inauguración de la estatua madrileña, la comisión de Presidencia y Régimen Interior del Ayuntamiento de Barcelona instó a su homólogo capitalino a que retirara la talla, obra de Salvador Amaya. Entonces, como informó ABC, el consistorio de Ana Botella no sólo rechazó tajantemente la exigencia, sino que invitó al equipo de Xavier Trías a no «reeditar interesadamente la Historia». El comentario en Twitter del concejal de Cultura del ayuntamiento barcelonés, Jaume Ciurana («Madrid inaugura mañana una escultura a Blas de Lezo, que, entre otras cosas, bombardeó Barcelona durante el sitio de 1714. En fin»), tampoco ayudó a calmar los ánimos. Lo que en la fecha quedó en un simple intercambio de pareceres, no obstante, escondía la irracional aprensión hacia el personaje por su participación en aquella batalla.
En los coletazos de la Guerra de Sucesión, enfrentamiento de las casas de Borbón y Austria, encabezadas respectivamente por Felipe V y el archiduque Carlos, Barcelona destacó como el último reducto de los austracistas ante el incontenible avance felipista. Así, la posterior caída y extinción de las instituciones catalanas (Decretos de Nueva Planta) ha sido erróneamente atribuida a la pericia belicista de Blas de Lezo. Sí participó en el cerco a la ciudad, pero no con el papel que se ha repetido; algo que sí está documentado sobre su presencia en hazañas posteriores, como es el caso de la resistencia de Cartagena de Indias, en 1741. Lo cierto es que la consideración es profundamente equivocada por dos razones principales: la primera, y más importante, porque el marinero apenas tenía 25 años y aún no contaba con los conocimientos que después lo han elevado; la segunda, derivada, porque es incorrecto reducir el conflicto a un enfrentamiento entre España y Cataluña.
El único apunte legendario que el bombardeo de Barcelona otorga a la crónica vital de Blas de Lezo es que allí perdió un brazo por las esquirlas de un disparo de mosquete. Un apunte trivial para un hombre que defendió la actual Colombia de la invasión de los ingleses con apenas seis navíos y menos de tres mil hombres; cifras irrisorias ante la imponente Armada británica, que contaba con 180 barcos y unos veinticinco mil soldados.
El conflicto en torno al célebre almirante de navío reverdeció hace ahora un año, cuando, a la sazón de la inauguración de la estatua madrileña, la comisión de Presidencia y Régimen Interior del Ayuntamiento de Barcelona instó a su homólogo capitalino a que retirara la talla, obra de Salvador Amaya. Entonces, como informó ABC, el consistorio de Ana Botella no sólo rechazó tajantemente la exigencia, sino que invitó al equipo de Xavier Trías a no «reeditar interesadamente la Historia». El comentario en Twitter del concejal de Cultura del ayuntamiento barcelonés, Jaume Ciurana («Madrid inaugura mañana una escultura a Blas de Lezo, que, entre otras cosas, bombardeó Barcelona durante el sitio de 1714. En fin»), tampoco ayudó a calmar los ánimos. Lo que en la fecha quedó en un simple intercambio de pareceres, no obstante, escondía la irracional aprensión hacia el personaje por su participación en aquella batalla.
En los coletazos de la Guerra de Sucesión, enfrentamiento de las casas de Borbón y Austria, encabezadas respectivamente por Felipe V y el archiduque Carlos, Barcelona destacó como el último reducto de los austracistas ante el incontenible avance felipista. Así, la posterior caída y extinción de las instituciones catalanas (Decretos de Nueva Planta) ha sido erróneamente atribuida a la pericia belicista de Blas de Lezo. Sí participó en el cerco a la ciudad, pero no con el papel que se ha repetido; algo que sí está documentado sobre su presencia en hazañas posteriores, como es el caso de la resistencia de Cartagena de Indias, en 1741. Lo cierto es que la consideración es profundamente equivocada por dos razones principales: la primera, y más importante, porque el marinero apenas tenía 25 años y aún no contaba con los conocimientos que después lo han elevado; la segunda, derivada, porque es incorrecto reducir el conflicto a un enfrentamiento entre España y Cataluña.
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