Dicen que allí en el Cielo, un día estaba San Pedro muy preocupado. Iba y venía sin saber qué hacer. Recorría sin parar los accesos al Cielo y examinaba los registros de entrada. No le salían las cuentas. Se le colaba gente. Ante la duda y extrañeza se acercó al Señor, Jesús.
-Señor, estoy muy preocupado. Se me escapa el control del Cielo. Reviso a diario sus entradas porque noto que está entrando más gente de lo habitual. Cuando estaba recorriendo el límite celestial me he encontrado con un agujero por donde sin comprobación alguna se está colando mucha gente. Algunos son soldados de Infantería. En la distancia se les ve el uniforme y brillar en sus cuellos la corneta.
-Pedro ¿Estás seguro de lo que dices? Sí que es cierto que últimamente me he encontrado con más soldados de lo habitual.
¿Qué has hecho? ¿Has mandado arreglarlo?
-No, Señor, quería antes consultarlo contigo porque es todo muy extraño.
El agujero está en un lugar bastante apartado, aquel por donde surge cada día la aurora. Algo que me ha extrañado mucho es ver que hay colgado a la entrada del agujero un rosario.
-¿Cómo dices Pedro? ¿Un rosario?
-Sí, Señor, un rosario. Da la impresión que alguien lo ha colocado intencionadamente como una señal para indicar el hueco por donde colarse en el Cielo.
– ¡Pero hombre, Pedro! ¡Ya está claro! ¿Cómo no te has dado cuenta?
-No os entiendo, Señor. ¿Sabes quién ha sido?
– Claro, Pedro. No lo toques, ni tapes el hueco. Déjalo como está y mira para otro lado.
Eso son cosas de mi madre.
Lepanto 7 de octubre de 1571. Las tropas embarcadas antes de la batalla rezan el rosario. Pio V ha encomendado a la flota española a la Santísima Virgen. Intercesora la Virgen. La de Infantería. La Señora de El Santo Rosario. ¡Dios te Salve, María!
No será la primera vez. 1585. La Virgen Infante vuelve catorce años después a interceder por los soldados en la isla de Bommel. Se quedará definitivamente entre nosotros. Nuestra Patrona. La de la fiel Infantería, la de a pie, caminante de todos los tiempos, veredas y caminos.
Todos los que hemos mandado conservamos una amistad especial con alguno de los que fueros soldados nuestros. Indefinible, profunda y eterna.
Manolo es uno de esos casos que a mí me ha acompañado hasta que, no hace mucho tiempo, se fue al lugar de donde venía. En el Cielo de los soldados está Manolo. Se coló por aquel roto del Cielo que conocía como nadie.
No es necesario saber mucho sobre Manolo. Solo desvelaré el regalo que me hizo. Lo hago con la misma cautela que he revelado el hueco por donde se entra en el Cielo.
Manolo antes de venir a verme siempre me llamaba para que le ayudase a llegar al lugar donde vivo. Se perdía, así que yo le esperaba en una rotonda de entrada para guiarle hasta la puerta de mi casa.
Aquel día era un 8 de diciembre, festividad de Nuestra Señora la Inmaculada Concepción. No hablamos de muchas cosas. Estar juntos un rato era suficiente. La humildad y la eficacia, como el honor y la honra suelen ser mudos.
Muda será siempre nuestra conversación a pesar de que Manolo pudo contar y contar.
Aquel día, antes de despedirse con la ternura de su habitual abrazo, me dijo:
-Mi general, hoy como es la Inmaculada Concepción, nuestra Patrona, le traigo un regalo.
-Tú dirás, Manolo. Ya veré si te lo acepto.
-No va a tener más remedio, mi general. Desde hoy y para siempre tiene usted un Rosario que a diario rezaré por usted. No le faltará ninguno de los días en los que Dios me mantenga vivo. Se lo rezaré a las seis de la mañana que es la hora a la que me levanto todos los días.
No supe que contestar. Tampoco a dónde mirar. Todavía las formas se resistían a romperse y pretendían mantener la firmeza de carácter y la compostura de la educación militar. No pude. Las lágrimas hicieron acto de presencia. Nunca, jamás, había recibido un regalo como ese. No era un regalo, era el camino del Cielo, el hueco señalado por donde se cuelan, a pesar de todo, los soldados.
¡Son cosas de mi madre! Recordé.
Manolo murió. No para mí. Noto cada día su Rosario. A las 6 de la mañana, a diario. Desde entonces me eché un Rosario al bolsillo y entre los dedos anda siempre rezando. Solo quiero que en su momento me indique el hueco señalado. ¿Manolo será ese tu regalo?
Nada ha cambiado desde Lepanto, Empel, navegando o volando, siempre caminando con nosotros los soldados.
Hoy es su día, el día de nuestra Patrona, Virgen Inmaculada de los que a pie caminamos, infantería española que todavía reza.
Fue aquel día, hace ya unos años, cuando Manolo, un soldado, me regaló el arma invencible de todos los tiempos: Su Santísimo Rosario.
8 de diciembre de 2016. Son las seis de la mañana. Manolo está en ese hueco que se abre al Cielo. Rezando su Rosario.
¡Dios te Salve, María!
General de División (R.) Rafael Dávila Álvarez
La devoción a la Virgen María de la Infantería española tiene su orígen en este periodo en las advocaciones del Rosario y la Purísima Concepción.
Las Reales Ordenanzas de Carlos III harían de precepto el rezo del rosario por compañías.
El Milagro de Empel propagó en la Infantería española la devoción a la Purísima.
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