martes, 27 de diciembre de 2016

EL MAYOR APRECIO PARA UN SOLDADO

No hay mayor premio para un soldado que el aprecio de la sociedad a quien sirve (Enrique Alonso Marcili Coronel de Infantería (R.)


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Unidad de España
Vemos en el ambiente momentos y situaciones que ponen en entredicho la cohesión nacional, naturalmente desde el punto de vista del soldado es preocupante. Y lo es porque el soldado conoce y no es ajeno a situaciones, fuera de nuestras fronteras, en que hechos similares han terminado conduciendo a la violencia.
En este ambiente además, el soldado se siente herido cuando se desprecian referentes históricos o se ocultan y se desfiguran interesadamente hechos épicos ancestrales. Estos actos agreden dolorosamente su espíritu. Se siente un desconocido y despreciado, asunto doloroso cuando en su sentimiento, es el aprecio de la sociedad a quien sirve su más preciado premio. El hecho de que no nos conocen, es quizás, la razón del silencio ante estos hechos, de quienes debieran oponerse a quienes nos agreden. Cualquier conocedor de la historia militar patria y del alma castrense, tiene múltiples argumentos para desmontar estas acciones revisionistas sectarias y ofensivas. En la idea de que no nos conocen y por si por aquí asoman y leen, esta reflexión:
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El combate
La formación de un soldado se orienta a la preparación para el combate, por tanto debe ser y es integral, abarca voluntad, conocimiento y resistencia al esfuerzo, y ese es el motivo por el que en su formación se contemplan los tres ámbitos: “formación moral para fortalecer su voluntad; instrucción técnica que le prepare para emplear los materiales y dominar los procedimientos; y por último, adiestramiento físico para incrementar su fortaleza y resistencia a la fatiga”.
De esas tres parcelas, la moral es la más compleja y además vital. Y lo es porque en el combate se producen situaciones extraordinarias, en las que el estrés es superlativo y la incertidumbre permanente. Se lucha a muerte y en él se ve caer al amigo o al compañero, unas veces desmembrado, otras veces con heridas dolorosas y es comprensible que en ese ambiente fluyan los instintos a borbotones, incluidos los más bajos. Y si uno no es capaz de controlarlos, en ese momento deja de actuar como un soldado. Se convierte en otra cosa.
El que ejerce mando de Unidad en combate ha de estar preparado para tomar decisiones coherentes en escaso tiempo, en un ambiente de altísimo estrés y enorme incertidumbre y ha de estar convencido de que el soldado responderá adecuadamente, si existe verdadero ascendiente entre compañeros y mandos inmediatos.
Es precisamente la moral como alimento de la voluntad la que establece con claridad la diferencia entre un ejército y un grupo o muchedumbre armada. El carácter castrense, marca esta diferencia sometido a unos valores que son concretos, permanentes y de carácter universal.
Invertir esos valores o ningunearlos supone la primera causa de devaluación de un ejército, de convertirlo en otra cosa. Las experiencias en misiones fuera de nuestras fronteras, han corroborado la aseveración anterior. Hemos vivido de cerca la actuación de ¿ejércitos? constituidos por individuos ajenos a estos valores por falta de formación castrense, que adolecían de una cohesión ficticia, donde la disciplina quedaba reducida al marco del grupo limitándola a su líder, asunto que les hacía ajenos a los supuestos intereses superiores que debían conducir las acciones de conjunto. También líderes que no asumían el valor de la jerarquía más allá de ellos mismos, enfrentados en ocasiones, ajenos al derecho de la guerra y a sus leyes y desde luego incapaces de la empatía necesaria hacia otras zonas que no fueran la propia. Fracasaron a la vez que cometieron verdaderas brutalidades en función del temperamento de quien los conducía. El asesinato, la expoliación, la venganza y el odio, constituían en las más de las ocasiones la norma.
El condicionamiento primero para poder hablar de Ejércitos se basa en dos principios inalienables: “La jerarquía y la disciplina”. La ausencia de cualquiera de ambos principios, haría que no pudiéramos hablar de ejército, sería cualquier cosa menos ejército.
La jerarquía conlleva una elevación de la responsabilidad en relación directa al rango que se ostenta. No solo es capacidad, también es el mérito en lo que se sustenta, asunto que obliga indiscutiblemente al ejercicio de la ejemplaridad.
Al ser los ejércitos una organización disciplinada, el primer condicionante de esa disciplina es el sometimiento al Derecho, entendido éste como la colección legislativa nacional y aquellas leyes de carácter internacional que la nación a quien sirve haya suscrito. Por tanto, los ejércitos cultivan los valores de la sociedad a quien sirven con una lógica mayor exigencia, pero también otros que les son vitales y que la libertad individual que concede la democracia, hace que no sean de exigencia para aquellos compatriotas que son ajenos a la institución castrense. De ahí el hecho de esos valores concretos y permanentes del carácter militar. El respeto a sus antecesores, la exaltación de sus héroes, hechos épicos, símbolos históricos y tradiciones seculares, sirven como alimento a esa voluntad de estar dispuestos a someterse a valores que están por encima de la propia vida, que son permanentes y tienen un carácter universal, pues no hay ejército, digno de este nombre, que no los cultive.credo
Se equivocan aquellos que teniendo capacidad imperativa, alteran las tradiciones; desprecian los héroes;  ocultan, silencian o desfiguran hechos épicos ancestrales; destruyen símbolos e infraestructuras tradicionales; y prohíben o alteran sus lemas, himnos y decálogos. Eso daña inevitablemente la moral y si la moral desvanece peligra la disciplina.
De la misma manera, establecer líneas reivindicativas paralelas al conducto regular por vía de mando, inevitablemente devalúa la jerarquía. De acuerdo con la tradición militar española, la primera responsabilidad de todo aquel que ejerce mando, es velar con justicia por sus subordinados.
Ejercer el mando tiene una gran exigencia, por un lado, porque ha de preparar a sus Unidades y sus soldados para enfrentar momentos durísimos (el combate lo es). Y eso obliga a ejercerlo con la máxima exigencia, pero esa exigencia ha de ir ineludiblemente acompañada de un proceder Justo y ejemplar. El primer responsable de que a un soldado  no se le conculque el menor derecho que en justicia le corresponda es su jefe.
Toda circunstancia que lesione la jerarquía, afecta a la cohesión porque alimenta la desconfianza y quiebra la lealtad – circunstancia esta que debe ser ascendente y descendente – destruye el espíritu de Unidad y quiebra la disciplina.
Estos son auténticos peligros para la Institución castrense, que sin duda es la herramienta imprescindible en una sociedad para garantizar la defensa de su independencia, su libertad y su seguridad. En definitiva su soberanía. Pero como tal herramienta ha de ser de calidad y bien utilizada.
Enrique Alonso Marcili Coronel de Infantería (R)

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