Juan Pujol, el hombre que engañó a Hitler, fue confundido por Carmena con un periodista franquista
Juan Pujol -el hombre que Carmena confundió con un periodista franquista- nació el 14 de febrero de 1912 en Barcelona. De padre catalán y madre murciana, se crió en una familia que nunca se decantó por un bando político, aunque -como bien señala el historiador Jesús Hernández en «Las cien mejores anécdotas de la Segunda Guerra Mundial»- siempre defendió los valores tradicionales. Con el comienzo de la Guerra Civil española, el futuro espía internacional se alistó en el ejército republicano y, en un descuido, saltó a una trinchera del bando franquista para entregarse. Terminó con sus huesos en el ejército nacional, pero se las ingenió para que no le enviaran al frente. «En el fondo, se sentía apolítico y estaba orgulloso de no haber llegado a disparar en toda la guerra», explica el experto español.
Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Pujol se decantó por el bando de los Aliados y se personó -allá por 1940- en la embajada del Reino Unido en Madrid para ofrecer sus servicios como espía. No le prestaron ninguna atención, pero eso no iba a detenerle. Decidido a ser un agente inglés, se puso en contacto con el ejército nazi para ofrecerles ser su informador. Los alemanes aceptaron y, después de otorgarle formación básica en las artes del espionaje y un nombre en clave (Arabel), le enviaron a Londres a desempeñar su tarea. Sin embargo, el catalán nunca llegó a tierras británicas, sino que se escondió en Portugal y, desde allí, adjuntó información falsa a la embajada de Alemania en Madrid basándose en guías de viajes de la región.
El MI5 (la organización responsable del contraespionaje en el país) no tardó en percatarse de que Pujol estaba haciendo las veces de agente doble para el ejército Aliado pues -aunque los hombres de la Abwehr (la inteligencia germana) no se daban cuenta de ello- cometía multitud de errores a la hora de enviar sus supuestos informes. Entre ellos, solía equivocarse cuando daba cuenta del dinero que le había costado usar el trasporte público. El servicio secreto inglés llegó a decir sobre Pujol que «fue un milagro que hubiera sobrevivido durante tanto tiempo». Al final, Gran Bretaña contactó con él y le «alistó» tras definirle como un hombre con una «inagotable y fuerte imaginación». Fue entonces cuando se convirtió en «Garbo». Un nombre que le pusieron por ser un «auténtico actor».
La responsabilidad era gigantesca, pues debía evitar que Hitler sospechase que los más de 7.000 buques y casi 2 millones de hombres que se estaban preparando en el sur de Inglaterra iban a cruzar el Canal de la Mancha y hacer su aparición en Normandía. Para ello, Garbo envió información falsa a los alemanes insistiendo en que la operación no se iba a suceder en verano. Sin embargo, llegó un momento en que fue imposible ocultar la misión debido a la gran cantidad de tropas presentes en Gran Bretaña, por lo que cambió de estrategia.
Ideó una gigantesca red de mentiras que tejió desde su «despacho» de la calle Crespigny Road nº 35 de Londres. Este contaba con dos partes. La primera, denominada «Fortitude North», buscaba que los germanos creyesen que la invasión iba a sucederse en la costa de Noruega. En la segunda, conocida como «Fortitude South», debería inventarse la existencia de un falso contingente (con nombre en clave FUSAG, al mando de Patton y con su cuartel general en Wentworth) y afirmar que se estaba preparando para atacar Calais, a unos 300 kilómetros de Normandía (el objetivo principal).
Si lo conseguía, lograría que los Aliados no tuviesen que enfrentarse a dos divisiones de carros de combate y otras cinco de infantería que habían sido destinadas en Calais. Garbo se puso en marcha. A los pocos días, ya había enviado decenas de mensajes señalando -por ejemplo- que su agente de Liverpool había avistado fuerzas «destinadas a atacar la costa atlántica francesa en el sur». Además, el catalán desconcertó todavía más a los nazis aportando sus propias opiniones. Así pues, en una ocasión hizo especial hincapié en que sus fuentes consideraban que era seguro que se iba a suceder «un ataque contra Noruega». Sus informes surtieron efecto y desconcertaron al mismísimo Hitler.
Sin embargo, a Garbo (así como a otros espías que trabajan junto a él) todavía le quedaba una última prueba que tuvo que pasar el mismo Día D, el 6 de junio de 1944. Para que los alemanes siguiesen manteniendo su confianza en él, el gobierno británico estableció que debería informar a los nazis de que -efectivamente- había un desembarco se iba a producir en la playa de Normandía, aunque con tan poco tiempo de reacción (apenas unas horas) que no tuviesen tiempo para desplazar a sus hombres hasta la zona. «No se trataba de presunción, mantener la confianza alemana en la infalibilidad de Garbo era crucial. El retraso en la trasmisión desde Madrid a Berlín era de unas tres horas, por lo que, para cuando el mando alemán recibiera el mensaje, la invasión estaría en marcha», explica Ben Macintyre en su libro «La historia secreta del Día D».
Garbo, obediente, envió varios mensajes a partir de las tres de la mañana a la embajada alemana en Madrid señalando que se iba a producir una invasión en Normandía. El plan salió a la perfección pues, al no haber nadie de guardia en el edificio, los nazis no pudieron usar los datos ni tan siquiera con horas de retraso. «Los alemanes se desesperaron pensando que, si alguien hubiera estado allí para recibir la información de Garbo, podrían haberse enfrentado con éxito al desembarco», añade Hernández. Así pues, aquel día las 7 divisiones que podrían haber expulsado a los Aliados de las playas se quedaron en Calais, esperando un asalto que nunca llegó. Al menos hasta el 8 de junio, cuando Hitler no tuvo más remedio que desplazarlas para combatir la amenaza que se cernía sobre sus dominios. Arabel volvió entonces a demostrar sus dotes de espía al convencerle mediante falsos informes de que hiciera dar la vuelta a sus soldados, pues había indicios de que los Aliados atacarían otras zonas de mayor importancia. El «Führer» lo hizo. Fue engañado dos veces.
-¿Cómo pudo luchar Pujol en ambos bandos?
-Después de que la República le llamara a filas se escondió en Barcelona para evitar la guerra. Era un profundo pacifista. Nunca creyó que luchar fuese la solución. Estuvo oculto algún tiempo, pero le tenían tan atemorizado que, cuando el presidente del Gobierno republicano, Juan Negrín, dictó en 1938 una amnistía que perdonaba a los desertores de filas si regresaban al ejército, se reenganchó. Posteriormente, mientras me documentaba para un libro, descubrí en los archivos un parte del ejército republicano en el que se informaba de la deserción de Juan Pujol. Así fue cómo descubrí que se había pasado al bando nacional en la batalla del Ebro. Pero no porque fuera adepto a Franco, sino porque quería evitar la guerra, huía de ella.
-¿Demostró en la Guerra Civil sus dotes de espía?
-Se podría decir que sí. El mismo 9 de octubre, un día antes de desertar, se encargó de dar una charla propagandística a los franquistas desde las trincheras republicanas. En ella les dijo que la causa republicana era la que merecía la pena y que deberían dejar de combatir. Ese día convenció a todos sus compañeros de que realmente era de su bando y la jornada siguiente desertó. Dio una lección de auténtico agente doble.
-¿Merece Garbo un hueco en el callejero madrileño?
-Su papel fue brillante en la Segunda Guerra Mundial. Creo que sería formidable que a este héroe de la Segunda Guerra Mundial se le concediera un espacio público en Madrid. Es alguien del que todos los españoles deberíamos sentirnos orgullosos.
Con el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Pujol se decantó por el bando de los Aliados y se personó -allá por 1940- en la embajada del Reino Unido en Madrid para ofrecer sus servicios como espía. No le prestaron ninguna atención, pero eso no iba a detenerle. Decidido a ser un agente inglés, se puso en contacto con el ejército nazi para ofrecerles ser su informador. Los alemanes aceptaron y, después de otorgarle formación básica en las artes del espionaje y un nombre en clave (Arabel), le enviaron a Londres a desempeñar su tarea. Sin embargo, el catalán nunca llegó a tierras británicas, sino que se escondió en Portugal y, desde allí, adjuntó información falsa a la embajada de Alemania en Madrid basándose en guías de viajes de la región.
El MI5 (la organización responsable del contraespionaje en el país) no tardó en percatarse de que Pujol estaba haciendo las veces de agente doble para el ejército Aliado pues -aunque los hombres de la Abwehr (la inteligencia germana) no se daban cuenta de ello- cometía multitud de errores a la hora de enviar sus supuestos informes. Entre ellos, solía equivocarse cuando daba cuenta del dinero que le había costado usar el trasporte público. El servicio secreto inglés llegó a decir sobre Pujol que «fue un milagro que hubiera sobrevivido durante tanto tiempo». Al final, Gran Bretaña contactó con él y le «alistó» tras definirle como un hombre con una «inagotable y fuerte imaginación». Fue entonces cuando se convirtió en «Garbo». Un nombre que le pusieron por ser un «auténtico actor».
La «gran cruzada» contra Hitler
En 1944, Garbo ya había enviado cientos de informes a los alemanes para ganarse su confianza. Su método habitual consistía en darles datos veraces sobre operaciones reales, pero procurando que llegaran horas o días después de que estas se hubiesen sucedido. Para aumentar su credibilidad creó una considerable red de espías falsos que corroboraban sus «soplos». Entre los falsos colaboradores destacaban un piloto de la RAF que amaba emborracharse, un curioso sujeto aficionado a la poesía o un lingüista que odiaba el comunismo. Además, y según Hernández, se inventó una relación con una empleada del Ministerio de la Guerra del Reino Unido para explicar lo minuciosa que era su información. Ese mismo año, Pujol fue requerido por los británicos. Su nueva misión sería engañar a Hitler para que no supiera donde se iba a suceder el día D.La responsabilidad era gigantesca, pues debía evitar que Hitler sospechase que los más de 7.000 buques y casi 2 millones de hombres que se estaban preparando en el sur de Inglaterra iban a cruzar el Canal de la Mancha y hacer su aparición en Normandía. Para ello, Garbo envió información falsa a los alemanes insistiendo en que la operación no se iba a suceder en verano. Sin embargo, llegó un momento en que fue imposible ocultar la misión debido a la gran cantidad de tropas presentes en Gran Bretaña, por lo que cambió de estrategia.
Ideó una gigantesca red de mentiras que tejió desde su «despacho» de la calle Crespigny Road nº 35 de Londres. Este contaba con dos partes. La primera, denominada «Fortitude North», buscaba que los germanos creyesen que la invasión iba a sucederse en la costa de Noruega. En la segunda, conocida como «Fortitude South», debería inventarse la existencia de un falso contingente (con nombre en clave FUSAG, al mando de Patton y con su cuartel general en Wentworth) y afirmar que se estaba preparando para atacar Calais, a unos 300 kilómetros de Normandía (el objetivo principal).
Si lo conseguía, lograría que los Aliados no tuviesen que enfrentarse a dos divisiones de carros de combate y otras cinco de infantería que habían sido destinadas en Calais. Garbo se puso en marcha. A los pocos días, ya había enviado decenas de mensajes señalando -por ejemplo- que su agente de Liverpool había avistado fuerzas «destinadas a atacar la costa atlántica francesa en el sur». Además, el catalán desconcertó todavía más a los nazis aportando sus propias opiniones. Así pues, en una ocasión hizo especial hincapié en que sus fuentes consideraban que era seguro que se iba a suceder «un ataque contra Noruega». Sus informes surtieron efecto y desconcertaron al mismísimo Hitler.
Sin embargo, a Garbo (así como a otros espías que trabajan junto a él) todavía le quedaba una última prueba que tuvo que pasar el mismo Día D, el 6 de junio de 1944. Para que los alemanes siguiesen manteniendo su confianza en él, el gobierno británico estableció que debería informar a los nazis de que -efectivamente- había un desembarco se iba a producir en la playa de Normandía, aunque con tan poco tiempo de reacción (apenas unas horas) que no tuviesen tiempo para desplazar a sus hombres hasta la zona. «No se trataba de presunción, mantener la confianza alemana en la infalibilidad de Garbo era crucial. El retraso en la trasmisión desde Madrid a Berlín era de unas tres horas, por lo que, para cuando el mando alemán recibiera el mensaje, la invasión estaría en marcha», explica Ben Macintyre en su libro «La historia secreta del Día D».
Garbo, obediente, envió varios mensajes a partir de las tres de la mañana a la embajada alemana en Madrid señalando que se iba a producir una invasión en Normandía. El plan salió a la perfección pues, al no haber nadie de guardia en el edificio, los nazis no pudieron usar los datos ni tan siquiera con horas de retraso. «Los alemanes se desesperaron pensando que, si alguien hubiera estado allí para recibir la información de Garbo, podrían haberse enfrentado con éxito al desembarco», añade Hernández. Así pues, aquel día las 7 divisiones que podrían haber expulsado a los Aliados de las playas se quedaron en Calais, esperando un asalto que nunca llegó. Al menos hasta el 8 de junio, cuando Hitler no tuvo más remedio que desplazarlas para combatir la amenaza que se cernía sobre sus dominios. Arabel volvió entonces a demostrar sus dotes de espía al convencerle mediante falsos informes de que hiciera dar la vuelta a sus soldados, pues había indicios de que los Aliados atacarían otras zonas de mayor importancia. El «Führer» lo hizo. Fue engañado dos veces.
«Garvo nunca creyó que la Guerra Civil fuese la solución»
Afirma que no es un experto en la materia, pero Pedro Corral (San Sebastián, 1963) tiene a sus espaldas toda una vida dedicada a la investigación histórica de la Guerra Civil. En las últimas semanas, además, se ha vuelto uno de los políticos más perseguidos por corregir los errores cometidos por Ahora Madrid en su revisión del callejero de la ciudad. Hoy le preguntamos por Garbo, quien, antes de ser espía, pasó por el ejército republicano y franquista.-¿Cómo pudo luchar Pujol en ambos bandos?
-Después de que la República le llamara a filas se escondió en Barcelona para evitar la guerra. Era un profundo pacifista. Nunca creyó que luchar fuese la solución. Estuvo oculto algún tiempo, pero le tenían tan atemorizado que, cuando el presidente del Gobierno republicano, Juan Negrín, dictó en 1938 una amnistía que perdonaba a los desertores de filas si regresaban al ejército, se reenganchó. Posteriormente, mientras me documentaba para un libro, descubrí en los archivos un parte del ejército republicano en el que se informaba de la deserción de Juan Pujol. Así fue cómo descubrí que se había pasado al bando nacional en la batalla del Ebro. Pero no porque fuera adepto a Franco, sino porque quería evitar la guerra, huía de ella.
-¿Demostró en la Guerra Civil sus dotes de espía?
-Se podría decir que sí. El mismo 9 de octubre, un día antes de desertar, se encargó de dar una charla propagandística a los franquistas desde las trincheras republicanas. En ella les dijo que la causa republicana era la que merecía la pena y que deberían dejar de combatir. Ese día convenció a todos sus compañeros de que realmente era de su bando y la jornada siguiente desertó. Dio una lección de auténtico agente doble.
-¿Merece Garbo un hueco en el callejero madrileño?
-Su papel fue brillante en la Segunda Guerra Mundial. Creo que sería formidable que a este héroe de la Segunda Guerra Mundial se le concediera un espacio público en Madrid. Es alguien del que todos los españoles deberíamos sentirnos orgullosos.
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