¿Por qué la Inmaculada es la patrona de la Infantería del Ejército?
Publicado por Esteban Villarejo el dic 7, 2014
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Pero… ¿por qué es la Inmaculada es la patrona de la Infantería? Para encontrar la respuesta hemos de trasladarnos a Flandes, al monte de Empel –ubicado en la pequeña isla holandesa de Bommel, entre los ríos Mosa y Waal– y a un gélido diciembre de 1585 cuando unos harapientos soldados del Tercio comandado por el maestre de campo Don Francisco de Bobadilla, a punto de ser masacrados, se encomendaron a la Virgen para su protección.
¿Qué sucedió? Acorralado por buques y cañoneados con fuego de artillería y mosquetería rebelde (Flandes era español y la pica estaba allí para sublevar la rebelión protestante contra el rey católico) la suerte parecía estar echada frente a las huestes del conde de Holac, al mando de la escuadra calvinista que sitiaba la isla.
Sin embargo el 7 de diciembre aconteció una «aparición» que relata el capitán toledano Alonso Vázquez, coetáneo de aquellas lides, del siguiente modo en su libro «Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnese»:
«Estando un devoto soldado español haciendo un hoyo en el dique para resguardarse debajo de la tierra del mucho aire que hacía y de la artillería que los navíos enemigos disparaban, a las primeras azadonadas que comenzó a dar para cavar la tierra saltó una imagen de la limpísima y pura Concepción de Nuestra Señora, pintada en una tabla, tan vivos y limpios los colores y matices como si se hubiera acabado de hacer. Acudieron otros soldados con grandísima alegría y la llevaron y pusieron en una pared de la iglesia».
Eran otros tiempos, y aquella aparición -como las del Apóstol Santiago a lomos de un caballo blanco en la Reconquista o la conquista del Perú- infundió moral a la maltrecha tropa, la cual comenzaba a tomar el ataque suicida como la opción más plausible. Era la señal divina que se esperaba para rearmarse al día siguiente.
Pero ahí no quedó la cosa. Al día siguiente, 8 de diciembre, el «milagro de Empel», como sería conocido aquel episodio, sucedió: las aguas adyacentes se congelaron por el avance del gélido viento y los buques del conde de Holac tuvieron que poner proa en dirección opuesta so pena de verse encallados en el sólido elemento.
«Cuando los rebeldes iban pasando con sus navíos río abajo les decían a los españoles, en lengua castellana, que no era posible sino que Dios fuera español, pues había usado con ellos un gran milagro» (escribió el capitán Vázquez)
Al día siguiente las tropas españolas contraatacaron con sus más manejables navíos. Ante tal avance los navíos del conde de Holac huyeron, también ante la inminente llegada de una escuadra hispana comandada por el conde Carlos de Mansfelt. Las posiciones estaban ya aseguradas. El milagro de Empel sería por siempre recordado en nuestro Ejército. Hasta nuestros días.
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